La
intervención de Marina Garcés como testigo en el juicio del Procés no puede
pasar inadvertida. El comportamiento del presidente con respecto a su persona
es paradigmático. Utilizó la fuerza que le confiere su posición en esta
institución congelada, manifestando una falta de respeto antológica a la figura
de Marina, que representó la dignidad de la inteligencia, el pensamiento y el
compromiso con los movimientos sociales. Este episodio hace patente una tensión
fundamental derivada del cambio social, poniendo en escena la colisión entre lo
instituido-congelado y lo instituyente.
En los años
de ejercicio docente insistí de forma perseverante en la relevancia de un
juicio como acontecimiento social que muestra la relación de dicha institución
y la sociedad. En la sala se hacen presentes las distintas ceremonias y
liturgias que acompañan a las relaciones sociales, así como, de forma
clamorosa, las diferencias sociales. Una sesión de un juicio es un compendio de
sociología que incluye todos los elementos presentes en una situación social,
en la que lo macrosocial adquiere una visibilidad inequívoca. Este es un
territorio en el que los actores muestran inexorablemente sus equipamientos
estructurales asociados a sus posiciones sociales.
Se puede
entender, desde la lógica de la institución,
la actuación del presidente del tribunal reclamando que los testigos se
remitan a los hechos, limitando sus intervenciones valorativas. Pero su
proceder en el caso de la declaración de Marina Garcés desvela el orden de los
supuestos y sentidos de esta institución gélida, cercada por los cambios sociales
inexorables. Marchena utilizó un tono contundente y tosco, cuya pretensión era
la de intimidar a la testigo, de modo que pudiera minimizar la expresión de sus
consideraciones. De este modo, trataba de neutralizar su aportación.
El
interrogatorio a la filósofa se produjo en unos términos muy diferentes al de
los acusados en los numerosos procesos por corrupción. En estos, tanto acusados
como testigos gozan de la potestad de hacer consideraciones generales en las
que se incluyen sus propias valoraciones. Esta licencia se otorga por la alta
consideración de la que gozan las personas que proceden de los negocios, en los
que han conseguido una posición reconocida por la cuantía de sus bienes
materiales. Así el dinero deviene, para confirmar la regla, en poderoso
caballero. De este modo se conforma la excepción de estos caballeros que pueden producir
discursos en su defensa. En estos casos no puedo evitar el recuerdo de las
puestas en escena judiciales de Mario Conde.
Marina
Garcés representa otra cosa que el dinero. Por el contrario, encarna el símbolo
de la inteligencia, del pensamiento comprometido y del vínculo con los
movimientos sociales. Su figura ha adquirido una relevancia creciente en los
últimos años, basada en su obra escrita, sus iniciativas y su presencia
distante y crítica en los medios de comunicación. Sus actuaciones sin
estridencias mediáticas remiten al valor de la reflexión. Sus intervenciones suponen aportaciones a un mundo definido por la multiplicidad de las crisis,
que se retroalimentan mutuamente generando una situación de gran complejidad.
En una situación así se revaloriza el pensamiento y la inteligencia resultante
de este.
En estas
coordenadas cabe interpretar la ruda actuación de Marchena con Garcés. Su tono
autoritario, su menosprecio a la persona, su ritualismo, su falta de
consideración. Lo que se dilucidaba en la sala era el tratamiento de la
inteligencia asociada al compromiso cívico. El presidente actuó
contundentemente, poniendo de manifiesto que la testigo representaba un valor
marginal con respecto a los poderosos poseedores de recursos materiales y
éxitos en los negocios. En la sala se hizo patente un factor persistente
esencial en España, la denegación de la inteligencia crítica. Esta se ubica en
varias generaciones de perdedores, poetas, escritores, filósofos y otras
especies que cultivan la inteligencia.
En la
confrontación entre inteligencias que sucedió en la sala, Marchena no logró
intimidar a Marina. Por el contrario, esta se sobrepuso a las ásperas
conminaciones del presidente. Al final pudo aludir a los efectos catastróficos
de las actuaciones violentas de la policía sobre el tejido social. Su dignidad
salió intacta del interrogatorio y su inteligencia no pudo ser avasallada. Este
episodio confirmó las turbulencias inevitables asociadas a un juicio tan
manifiestamente político como este. La cuestión de fondo remite a la naturaleza
de la modernización española. En el caso del sistema judicial se ubica en la
comparecencia de los ordenadores y el aire acondicionado. Pero perseveran los
rasgos invariantes de la institución.
Buen artículo! Gracias por publicarlo!
ResponderEliminarJoan Iborra