La sesión de
inauguración de la legislatura celebrada esta semana concitó la presencia de
múltiples cámaras y periodistas, ávidos por narrar un acontecimiento cuyo guion
se encontraba escrito. Los actores principales de esta película eran los
políticos presos, los ultraderechistas emergentes y otras especies generosas
con la producción de imágenes, titulares, que alimentan la confrontación
política convertida en la guerra permanente de los zascas y los memes. Las
rivalidades personales de los vencedores y perdedores de los últimos episodios
de las contiendas políticas, son puestos en escena profusamente, para nutrir a
las audiencias congregadas por este magno espectáculo.
En este
contexto un hecho relevante pasó inadvertido, al no formar parte del relato audiovisual
en curso. Se trata de la incorporación al Congreso de Pablo Echenique, diputado
que vive con una discapacidad que restringe su movilidad. Su presencia puso de
manifiesto que el venerable salón de los plenos acumula varias barreras
físicas. Así, tuvo que ser ubicado en lo que se denomina como “gallinero”,
espacio que desempeña la función de acoger a los representantes de partidos
minoritarios, así como a los degradados por los partidos centrales. El caso de
Tania Sánchez en la pasada legislatura es paradigmático, privada de visibilidad
tras una columna por sus desavenencias con sus dirigentes, asentados en los
lugares en los que pueden ser acariciados por las cámaras.
El gallinero
es un lugar oscuro en el que se concentran los castigados de distintas clases,
que son excluidos de las retóricas visuales que en este tiempo componen los
relatos. Esta es una forma de marginación severa, que se asocia a los
perdedores de las disputas que tienen lugar en los cuadriláteros mediáticos
frente a las audiencias. Así se evidencia el lado oscuro de esta institución
que se decanta por privilegiar la representación de las mayorías. No formar
parte de estas, conlleva una exclusión manifiesta. El máximo grado de
degradación es el grupo mixto y el espacio en el que son ubicados los
eliminados.
La presencia
de Echenique en el gallinero puso de manifiesto la identidad invariable de esta
venerable institución. Esta es la sede de los representantes de las clases
privilegiadas y de las instituciones que albergan a las distintas clases de
noblezas de estado. La irrupción de algunos representantes de las clases
trabajadoras no alteró sustancialmente la cultura de esta organización. El
acceso de los diputados de Podemos conllevó una conmoción, que fue absorbida
por la institución, acreditada en el arte de pluralizar las vestimentas y
suavizar los portes de los recién llegados.
La imagen
del desplazamiento de la urna al gallinero, evidencia la posición de esta
institución con respecto a la incapacidad. Sencillamente no estaba previsto.
Pero las barreras físicas para los discapacitados nunca se encuentran solas.
Por el contrario, son acompañadas por barreas culturales, que son mucho más
discriminatorias que las primeras. El edificio es el símbolo de la comunidad
que lo habita, cuya cultura se funda en un supuesto perverso que excluye a los
discapacitados físicos. Este hecho puso de manifiesto el carácter veleidoso de
los discursos políticos al uso, así como la ausencia de sensibilidad compartida
por los distintos contendientes por el gobierno.
Lo peor
radica en que el mismo Echenique no estuvo a la altura de la situación que le
tocó vivir. Ni una palabra, ni un gesto de desaprobación de esta institución
representativa de los fuertes. Asimismo, en las divisiones mediáticas, y en el
conglomerado de columnistas en particular, apenas pasó apercibido este
acontecimiento, que desvela el alma de una democracia discapacitada en la
función de la representación de todos los ciudadanos. En su caso, si hubiera
reprobado públicamente a la institución y sus moradores por esta marginación, seguramente
se hubiera reforzado su estigma. En este caso el contenido del estigma es inequívoco
en los términos que lo enunció Goffman , se trata de “inferioridad moral”.
Esta
atribución de inferioridad moral presupone que se va a callar, que no va a
tener la capacidad de alzar la voz para denunciar esta discriminación, sus
ejecutores y el entorno cultural en que se produce. El problema de fondo radica
en que apenas existen en España movimientos sociales autónomos que movilicen
sus propias energías para defender sus propias definiciones. El panorama de las
asociaciones es desolador, en tanto que son colonizadas por distintos
profesionales que imponen sus definiciones. Así, conforman un entorno obediente
a los poderes políticos y profesionales.
Esta no es
una cuestión baladí. Se trata de la esencia de la democracia en una sociedad
plural y fragmentada. Lo que se denomina como “minorías” tiene una importancia
incuestionable. Una sociedad que subordina y margina a distintas minorías no
puede ser definida como democrática. Es menester inventar formas políticas que
privilegien la intervención de las distintas categorías sociales minoritarias.
Así se puede debilitar el monopolio de los políticos, de los profesionales y los mediadores mediáticos.
Por estas
razones, yo, Juan Irigoyen, mayor de edad, repruebo públicamente a los
trecientos cincuenta diputados, Echenique incluido, así como a los capturadores
de imágenes y creadores de relatos mediatizados que los acompañan. También a las audiencias aturdidas que los escoltan. Mi petición
puede sintetizarse en una palabra: Democracia. Es urgente dar pasos hacia la
democracia en todas las esferas. Una de ellas es precisamente el edificio-templo que alberga
a los representantes de las mayorías de ciudadanos-votantes-espectadores.
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