En el día de
hoy mis fuerzas han llegado a su límite. Me siento acosado por una campaña
electoral tóxica, en la que la acción concertada de las radios, las
televisiones y las redes configuran una realidad mediática opresiva, a la que
nadie puede escapar. En todos los lugares llegan los sonidos y las imágenes del
acontecimiento mediático total de los denominados debates. Mis sofisticadas
estrategias para escapar a esta realidad mediática comienzan a resultar
insuficientes.
La campaña
es la expresión de la gran infantilización que experimenta la sociedad en el
tránsito hacia el neoliberalismo avanzado. Esta regresión es el efecto de la
multiplicación de las apariciones de dos docenas de líderes, acompañados por un
centenar de expertos y periodistas. En estas tienen lugar efervescencias en las
que domina el sentido del juego. Todo puede ser reducido a un juego consistente
en apostar quién gana y quién pierde. Los protagonistas ofrecen soluciones en
versiones de los bienes públicos reconvertidos en los panes y los peces del
milagro bíblico de la multiplicación.
El
personalismo de los participantes en el juego llega hasta niveles de verdadero
éxtasis. Cada uno se presenta como garante del futuro, ajustándose al guion
fatal de este juego. Los mensajes se encuentran cargados de simplicidad y las
encuestas representan el estímulo de las apuestas. El público al que se dirigen
es el de los contagiados por la pasión de las apuestas. Estos adoptan los
comportamientos del campo donde se ha ensayado este juego: el fútbol. Así se
configuran las aficiones que respaldan a las estrellas que compiten. Los
fervores inducidos por la marcha del juego incrementan las pasiones de los
hooligans.
El principio
de que el votante es un ser racional que se informa, piensa y decide es
trastocado severamente. Los contendientes utilizan los repertorios de métodos y
técnicas del marketing y la publicidad. Se trata de encontrar hechos
audiovisuales que movilicen las pasiones y emociones de la masa de apostantes.
El imperativo central es ganar. La victoria es la única alternativa. En el
momento final del desenlace del juego la escenificación de la presentación de
ganadores y perdedores culmina todo el proceso. Las propuestas programáticas
pasan a segundo plano y las vicisitudes en la formación de gobierno de los
ganadores adquieren un esplendor
inusitado. Entonces comienza otro juego.
En esta apoteosis
de las apuestas las televisiones desempeñan un papel fundamental. Estas son las
que adquieren una relevancia decisiva, en tanto que fijan las reglas y
gestionan el ring. Creer que lo que comparece allí son posicionamientos programáticos
es una forma encomiable de fe. La concurrencia de los jugadores en un par de
horas respondiendo a múltiples preguntas resultantes del desmigajamiento de los
programas se subordina a golpes de efecto. Los lenguajes son elocuentes “El
minuto de oro” y otras joyas que indican las gramáticas de este evento, en el
que lo argumentativo se subordina radicalmente al arte de la seducción por
impacto emocional.
Tengo muy
claro lo que representa en términos de gobierno el resultado de estas
elecciones. Un gobierno de la derecha, convertida en tres personas distintas y
un solo Dios verdadero, puede resultar fatal frente al mal menor de las alternativas de la izquierda.
Pero soportar una campaña así es imposible. En estos días medito acerca del
concepto del totalitarismo. Si este es una realidad que se te impone y te
ocupa, lo que estoy viviendo es una forma de totalitarismo mediatizado.
Por eso
propongo, en el caso de que alguien quiera acompañarme, una fuga musical. En
los momentos de búsqueda de tregua frente a la vida externa sofocante, el saxo
ha desempeñado un alivio gratificante. Por eso ahora recupero a Kenny G y al
Fausto Papetti de mis años jóvenes. Sus sonidos son justamente lo opuesto que
el griterío mediático derivado de la pasión del juego de las elecciones. Los escucho esta mañana en espera de un largo paseo entre los árboles de la Casa de Campo.
Si, realmente es insufrible y hay que desconectar máxime cuando el voto ya lo tenemos decidido desde hace tiempo, Coltrane también ayuda entre muchos otros, un abrazo.
ResponderEliminarSí, Coltrane es otro de lo nuestros. Un abrazo
ResponderEliminarPues yo creo, Juan, que nada mejor para conocernos a nosotros mismos que estudiar el comportamiento humano en situaciones límite, como es el caso que nos ocupa: un país viejo como el nuestro, imperial como fue, sometido otra vez al peligro de un nuevo recorte de su geografía y, en consecuencia, miles de políticos renegando de la vida por no haber nacido bajo la paz de una dictadura que eliminaba de verdad a los que molestaban, y no como los idiotas de Coripe, que les regalan miles de votos en Catalunya y de apoyos en toda Europa con disparos de fogueo. Nunca como ahora tantos errores de la derecha española, inevitablemente franquista.
ResponderEliminarGracias Domingo. Lo tengo muy claro. La derecha es la reproducción histórica de las viejas clases dominantes de un país que no experimentó una modernidad equivalente a la de sus vecinos europeos, y, además, una revolución industrial. En este blog lo he tratado en varias ocasiones. Pero de la izquierda prefiero no decir nada hasta el lunes próximo, en tanto que su estado es muy delicado.Lo peor es que la situación general ya no es equivalente a la de la fenecida era de la política convencional. La postpolítica vigente se funda en el espectáculo, los límites del ejercicio del gobierno están determinados por las corporaciones, se encuentran en funcionamiento varios dispositivos de un poder muy productivo que debilitan los vínculos sociales y producen individuos débiles. La gran crisis de la vieja izquierda en todas sus versiones no es producto del azar. Así la campaña es un dispositivo de charla que oculta las verdaderas situaciones.
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