domingo, 14 de abril de 2019

LAS CAMPAÑAS ELECTORALES Y LAS ENCUESTAS EN LA PERSPECTIVA DE JESÚS IBÁÑEZ


La campaña electoral permanente tiene efectos insufribles sobre mi persona.  Los mensajes y las puestas en escena parecen haberse diseñado para los espectadores identificados con las reglas de este acontecimiento mediático. La verdad es que la inteligencia brilla por su ausencia. Cada cual se dirige a los contingentes de personas fabricadas en el largo proceso de asentamiento de este espectáculo. Los identificados con los partidos-producto se definen por su fe encomiable. Una pintada que se mantuvo varios años en un servicio de mi facultad rezaba así: “fe ciega. Firmado: ciegos con fe”.  Esta frase sintetiza perfectamente la intensificación de los flujos de mensajes que definen una campaña electoral, que apelan a la fe de los receptores, invitando a abstenerse a cualquier atisbo de inteligencia.

Las campañas electorales han experimentado un proceso manifiesto de degradación con el paso de los años. Ahora alcanzan el cénit mediante la multiplicación de los discursos-ensoñaciones de los líderes de cada marca y la proliferación de las actividades mediáticas dominadas por retóricas guerreras. Lo visual reina en este mundo ficticio de las campañas electorales. Me fascina escuchar que tal presidente norteamericano perdió las elecciones porque sudó en el gran debate televisado. Se trata de la apoteosis de la comunicación no verbal que sustituye al discurso.

Este espectáculo se funda en una idea falsa. Esta es la del ciudadano racional que busca la información, piensa, delibera y decide. Esta falacia es radicalmente desmentida por las estrategias comunicativas de los partidos, que buscan la activación de identificaciones y emociones que se alejan del racionamiento. Los videos de última generación que utilizan los contendientes son elocuentes. La movilización electoral se produce según el modelo de la futbolización, en la que lo importante es reforzar la identificación delas bases de cada cual, transformando a los otros en enemigos manifiestos. La infantilización es espeluznante. En este contexto es imposible introducir ningún interrogante.

En este acontecimiento destacan dos de sus componentes esenciales: Los debates televisados y las encuestas. Así se produce la emergencia de dos tipos de expertos que acaparan el protagonismo de las campañas: Los comentaristas y moderadores de los “debates” y los especialistas en encuestas. En ambos casos alcanzan un rango equivalente al de auténticos brujos de la tribu. En el presente incierto adquieren la forma de gurús que hacen pronósticos, fijando el contexto comunicativo en el que se insertan los comentarios de esta activada fábrica de la charla postmediática. 

Por esta razón recupero un artículo de Jesús Ibáñez publicado en 1982 en El País. Es un texto que el paso del tiempo ha otorgado un valor mayor. También un indicador del deterioro de la democracia, en tanto que en el espacio público ha desaparecido el pensamiento crítico. Hoy sería impensable su publicación en este medio. Su título es esclarecedor “Un sujetador para sujetar a los sujetos”. En unos días subiré aquí una reflexión sobre este matrimonio campañas electorales/encuestas. Comparto la afirmación de que esta pareja feliz impulsa que la gente se sienta cada vez más libre, cuando, por el contrario, cada vez se encuentra más sujetada. Este texto tiene un valor histórico incuestionable en tanto que responde a la pregunta ¿qué pasó entre 1982 y 2019? La emergencia del pasado simbolizado en el auge de Vox es paradigmática.



TRIBUNA: TEMAS PARA DEBATE / LAS ENCUESTAS ELECTORALES
Un sujetador para sujetar a los sujetos
                                                             JESUS IBAÑEZ
                                                                  3 OCT 1982
La proximidad de las elecciones legislativas promueve, como en las vísperas de otros comicios, la publicación de sondeos de opinión que pretenden trazar de antemano un panorama de lo que pueden ser los diferentes destinos de los votos. Esta práctica, en principio presentada como una mera cala en lo que en un momento determinado es la situación de la opinión pública, ha sido frecuentemente estimada en los últimos tiempos como un elemento capaz de influir en la decisión de los electores ante las urnas. En el debate que presentamos hoy, un profesional, Ginés Garrido, con amplia experiencia en estos sondeos y un sociólogo,- Jesús Ibáñez, autor de un libro considerado "subversivo" con el título de Más allá de la sociología, enfrentan sus opiniones sobre la neutralidad o los grados de determinación que una encuesta, desde el momento de ser formulada hasta la publicación de sus resultados, tiene sobre las actitudes del electorado en el momento de depositar el voto.

Para valorar las encuestas electorales debemos hacer dos preguntas: ¿en qué medida prevén el comportamiento electoral? y ¿en qué medida lo determinan? La respuesta, como veremos, será única: la medida en que prevén el comportamiento electoral es la medida en que lo determinan (pues sólo es previsible lo que está determinado).Hay dos modos de determinación y, por tanto, dos modos de previsión. En sistemas mecánicos o de simplicidad organizada, como el sistema solar, está determinado el comportamiento de cada elemento (planetas, satélites) y el comportamiento del conjunto; por eso es posible prever con exactitud la hora de la salida del sol o el momento de un eclipse. En sistemas estadísticos o de complejidad no organizada, como una serie de lanzamientos de dado, no está determinado el comportamiento de cada elemento (no podemos prever qué cara saldrá cada vez), pero está determinado el comportamiento de conjuntos (podemos prever cómo se distribuirán los conjuntos de salidas de cada cara). Una medida de la complejidad es la libertad de los elementos en relación al todo: es mínima en los sistemas mecánicos (son meras piezas del mecanismo) y es máxima en los sistemas estadísticos (son independientes y autónomos).

En ambos casos, el observador que prevé y en relación al cual se define, la determinación es exterior al sistema: observa sin manipular, es un espectador.

El sistema social en el que sucede el comportamiento de voto no se adapta a ninguno de los dos modelos: es una complejidad organizada. Los elementos -personas- son, en parte, libres, y en parte, están ligados. Lo que se puede expresar diciendo que son sujetos: sujetos (sujeto de la enunciación es el que habla o hace preguntas) y sujetados (sujeto del enunciado es el que es hablado o se limita a responder). De esta paradójica condición de sujetos / sujetados extraerán la potencia de su libertad, pues serán sujetos en la medida en que reflexionen sobre los sujetadores que los sujetan, pensando cómo son y actuando para transformarlos. Las personas que son elementos del sistema social están abiertas a la información y pueden aprender: si son sometidas a las mismas condiciones a. las que fueron sometidas anteriormente pueden actuar de modo no idéntico. La libertad no consiste sólo en elegir entre las posibilidades dadas, sino también, y sobre todo, en producir nuevas posibilidades. En una dictadura, la libertad es de nivel cero: lo toma; ni siquiera nos dan opción a dejarlo. En una democracia formal, la libertad es de nivel uno: libertad restringida de responder o elegir dentro de un conjunto cerrado de alternativas dadas, votar por uno de los candidatos o listas y no hacer otra cosa que votar. En la democracia real, la libertad sería de nivel dos: libertad generalizada de preguntar o elegir las elecciones, preguntar por qué no se puede hacer otra cosa además de o en vez de votar, participar en la producción de las alternativas que en la democracia formal se imponen como dadas.

Desde la perspectiva de los que mandan (manipulan) deben prever el comportamiento de los mandados, sin que estos puedan prever el suyo. Desde la perspectiva de los mandados deben obedecer sin saber que obedecen, cumplir las órdenes olvidando que se las han dado y olvidándose de que se han olvidado.

La encuesta estadística simula una realidad que no es la realidad, y al simularla, la realiza (la convierte en real). La realidad verdadera es que detrás de los elegidos hay poderes de hecho o fácticos y de derecho o ideológicos (un batir de sables o un revolotear de sotanas al fondo); que los electores sólo eligen entre los que han sido preelegidos -organización burocrática de los partidos- y bajo presión -publicitaria-; que los dados están cargados (hay que poner más impulso para votar por el cambio que para votar por la continuidad; hay un camino a la izquierda y un camino a la derecha, pero el que vota a la izquierda teme que eso le pueda costar un día de cárcel o el infierno -eso es el voto del miedo-). La realidad verosímil es que todos somos iguales; que entre todos decidimos lo que será mejor para cada uno y para el conjunto, y que cada uno es libre al decidirlo (que el orden burgués no es lo que es el orden burgués, sino lo que la ideología burguesa dice que es el orden burgués). El dispositivo de encuesta no es la misma cosa para los que mandan y para los mandados. Para los que mandan es una fábrica que produce efectos: manipular a los mandados o controlar el efecto de otros dispositivos de manipulación (el efecto de tal promesa electoral, del tal poster, de tal coalición, de tal desembarco de notables, en las listas). Para los mandados es una escena que produce afectos: los liga afectivamente a sus representantes -con los que se identifican, perdiendo la propia identidad-, implanta en ellos la creencia de que mandan sobre los que mandan. Los que mandan, la producen como si el sistema social fuera un sistema mecánico: tal causa produce tal efecto, tal factor produce tal producto; si hago esto o digo esto pasarán a votarme (los mandados no son libres). Los mandados, la consumen como si el sistema social fuera un sistema estadístico: cada uno vota incondicionalmente a quien quiere (los mandados son libres).

Las encuestas, como las elecciones -porque se basan en un presupuesto lógicamente contradictorio-, producen un efecto paradójico: contribuyen a que los ciudadanos sean cada vez menos libres y se crean cada vez más libres. La encuesta electoral es una metáfora de las elecciones; ambos dispositivos son semejantes: elegir dentro de un conjunto cerrado de respuestas / candidatos o listas. Pero es también una metonimia: ambos dispositivos están desplazados en el espacio, pues no es lo mismo hacer hoy una cosa (votar) que decir lo que uno haría si lo fuera a hacer hoy, y en el tiempo, pues no es lo mismo lo que uno dice hoy que haría que: lo que uno dirá mañana que haría (entre hoy y mañana sucederán cosas, y uno puede informarse de las cosas que suceden). Hay una diferencia entre hacer y decir lo que se haría: el decir compromete menos de hecho que el hacer (no es lo mismo predicar que dar trigo), pero compromete más de derecho (el bien y el mal dependen de palabras, de dictados que generan prescripciones y / o interdicciones que generan proscripciones; no es lo malo ser rojo, sino que a uno le llamen rojo) y, en este sentido, contribuyen a ligar el hacer por el decir, de modo que, aunque uno haga el mal (seguir el camino siniestro o torcido, o votar al candidato de la izquierda), dirá que haría el bien (votar al candidato de derechas, o diestro, o recto y seguir el camino de la derecha). Hay una diferencia entre decir hoy y decir mañana (lo que se dice hoy compromete lo que se dirá mañana), porque implica una promesa, y en este sentido contribuye a anticipar literalmente el futuro: que todo quede decidido hoy para que no haya ningún mañana. La historia queda escrita antes de que suceda; el curso de la historia queda encerrado en el discurso de la historia. Un sujetador es una metáfora de lo que sujeta, tiene una forma semejante, y también una metonimia no tiene exactamente la misma forma: contiene información y transforma la forma de lo que sujeta, corrigiendo alguna malformación. Los sujetadores moldean en el espacio o modulan en el tiempo el ser por el deber ser, la realidad por la idealidad. Son modelos, y quitarlos, dejar la realidad al desnudo o el ser en libertad es obsceno. La información que producen las encuestas no se distribuye entre todos. La mayoría no se publican y la información se acumula en la cúspide para que los que mandan puedan seguir manipulando a los mandados. Aunque se publiquen, la mayoría de los ciudadanos carece de competencia para integrar la información que contienen; las consumen religiosamente, pasan de ellas porque no creen en ellas, o creen en ellas a pies juntillas y aceptan como ya a sido el futuro que anuncian. Así se produce el voto útil o deseo de contarse entre los ganadores, así se imponen las opciones mayoritarias y se disipa la fuerza potencial de las minorías.

Las encuestas inciden retroactivamente sobre las prácticas políticas. Ya no se trata de ganar para realizar un programa de gobierno; el programa de gobierno está calculado para ganar; lo importante es ganar, el poder por el poder. Un buen político es el que se pliega a lo que los resultados de las encuestas dictan, el que carece de voluntad política. El círculo se cierra.

Alguien ha dicho que la democracia (formal) es el peor de los regímenes políticos, con la única excepción de todos los demás. La articulación encuestas / elecciones es, técnica e ideológicamente, necesaria en este régimen; de nada sirve revolverse contra las encuestas. Ambos dispositivos, encuestas y elecciones, fueron en su origen dispositivos de apertura.

Las preguntas que nos hacían los entrevistadores antes de que pudiéramos votar constituían un ensayo en laboratorio de la democracia (cómo se ensanchó el mundo para el primer ciudadano al que le preguntaron si creía en Dios o no, si era monárquico o republicano, cuando le dieron opción a decir no). Pero son dos dispositivos limitados; sus límites se cierran sobre las aperturas que produjeron y bloquean otras aperturas posibles. Ahora se trata de subvertir o traspasar esos límites.

La democratización posible de la encuestas articula dos operaciones. Una operación de nivel uno: distribuir entre todos las informaciones que producen. Una operación de nivel dos: desarrollar la competencia crítica de los ciudadanos para integrar esa información. En las operaciones, publicando resultados o promoviendo debates, está EL PAIS.

Si no podemos quitarnos el sujetador, podemos recobrar la condición de sujetos sujetándole.


Jesús Ibáñez es profesor de Técnicas de Investigación Social en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 1982


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