En varias
ocasiones he presentado textos de Tiqqun en este blog. Vivo intensamente la
demolición del pensamiento contemporáneo mediante su readaptación a los medios
de comunicación y las industrias culturales. La incapacidad para comprender los
procesos que operan en este tiempo es manifiesta. En esta situación proliferan
las teorizaciones fragmentarias de todo a cien que caracterizan a los analistas
simbólicos omnipresentes en el espacio público-mediático y pseudoacadémico. La
emergencia de Tiqqun constituye una excepción clamorosa. Sus textos contribuyen
a recuperar los discursos críticos respecto a un sistema que pretende hacerse
opaco a las miradas de los expertos que detentan el monopolio de la voz en los
escaparates de la fábrica de la charla.
Lo que se
puede definir como nueva sociedad postmediática alcanza su madurez en estos
años. Las pantallas primero ocuparon los cuartos de estar de las viviendas para
expandirse a los bares y otros lugares de uso colectivo. La informatización
recombinó las pantallas de la televisión con las de uso individual, creando las
condiciones para una fragmentación inédita. El advenimiento del Smartphone y la
2.0 representa un salto gigantesco de las pantallas que se instalan en toda la
vida. Cada persona construye su burbuja relacional y vive conectado a ella las
24 horas. La tecnología hace posible la liberación del lugar en que se encuentren
localizados.
Toda la
sociedad experimenta una transformación colosal que se puede sintetizar en la
multiplicación de los mundos virtuales frente a la decadencia de un número cada
vez mayor de los lugares físicos como sedes de las relaciones. De esta
revolución digital nace un nuevo poder majestuoso, una nueva sociedad
ultrafragmentada y un nuevo sujeto desanclado de los lugares e hiperconectado y
dependiente de su burbuja relacional virtual. Aún a pesar de que los cambios
son reconocidos uno a uno, el resultado en términos de la reestructuración
social resultante permanece en estado de semialfabetización.. Prevalece el
optimismo de cada sujeto usuario que puede componer su burbuja relacional y
gestionarla, así como la adhesión de muchas personas críticas, fascinadas por
las ventajas de sus conexiones a tiempo real con sus homólogos.
En varias ocasiones
me han preguntado en alguna intervención pública el porqué de no estar en las
redes sociales. Mi respuesta remitía a que si en twitter Sergio Ramos tiene 16
millones de seguidores, este no es el sitio adecuado para mí. Cuando hace un
par de años abrí una cuenta, algunos amigos me preguntaron por mis razones. Mi
respuesta sigue siendo la misma: estoy experimentando mi insignificancia
determinada por el exiguo tamaño de mi fragmento en relación a los que detentan
los privilegiados mediatizados. Las escalas son elocuentes y no admiten ninguna
discusión. Habitar mi fragmento me puede aliviar la insignificancia,
proporcionándome alguna gratificación comunicativa en ocasiones solemnes, lo
que se contrapone a la inmensidad de los fragmentos que conforman mi exterior,
de los que me encuentro separado por unas fronteras tan consistentes como
aquellas que mitológicamente se denominaron como “telón de acero”.
Por esto
presento un fragmento del libro del Comité Invisible “Ahora”, publicado en
Pepitas Ed. Se trata de un texto lúcido acerca de la composición de la nueva
sociedad y sus mitologías. Su valor reside en la lucidez con la que define la
fragmentación virtual acompañada por la desconexión con lo real-vivo. De ahí nace un nuevo poder digital que opera
maximizando la lógica de la hiperconexión en la fragmentación, acompañada por
la desterritorialización que constituye a las personas como entes flotantes.
El <<encapsulamiento>> no
constituye solo una técnica de guerra psicológica que las fuerzas de seguridad
francesas han importado tardíamente de Inglaterra. El encapsulamiento es una
imagen dialéctica del poder actual. Es la figura de un poder despreciado,
deshonrado, que lo único que hace ya es retener a la población en sus redes. Es
la figura de un poder que ya no promete nada y que no tiene más actividad que
echar el cerrojo a todas las salidas. Un poder al que ya nadie se adhiere
positivamente, del que cada cual trata de fugarse a su manera, y que no tiene
otra pavorosa perspectiva que la de mantener en su estrecho seno todo aquello
que incesantemente se le escapa. Dialéctica, la imagen del encapsulamiento lo
es porque también reúne aquello que tiene vocación de encerrar. En ella se
producen encuentros entre aquellos que tienen vocación de desertar. (pag. 35)
De un lado está el programa de
restauración fascistizante de la unidad, del otro está el poder mundial de los
mercaderes de infraestructuras: lo mismo Google que Vinci, igual Amazon que
Veolia. Quienes crean que es o bien el uno o bien el otro. tendrán los dos.
Pues los grandes constructores de infraestructuras tienen los medios de aquello
de lo que los fascistas no tienen más que el discurso folclórico. Para ello, la
crisis de las antiguas unidades es ante todo la oportunidad de una nueva
unificación. En el caos contemporáneo, en la disgregación de las instituciones,
en la muerte de la política, hay un
mercado perfectamente rentable para las potencias infraestructurales y los
gigantes de Internet. Un mundo perfectamente fragmentado sigue siendo por
completo gestionable cibernéticamente. Un mundo fraccionado es incluso la
condición de la omnipotencia de quienes gestionan sus vías de comunicación. El
programa de tales potencias consiste en desplegar, detrás de las fachadas
agrietadas de las viejas hegemonías, una
nueva forma de unidad, puramente operativa, que no tenga que preocuparse por la fastidiosa
producción de un sentimiento de pertenencia siempre vacilante, sino que por el contrario sea capaz de operar
en lo «real», reconfigurándolo. Una
forma de unidad sin límites y sin pretensiones, que prefiere construir bajo la fragmentación
absoluta el orden absoluto. Un orden que
no pretende nunca fabricar una nueva pertenencia fantasmática, sino que se contenta con proveer, mediante sus
redes, sus servidores, sus autopistas, una materialidad que se impone a todos
incuestionablemente. Ninguna otra unidad
ya salvo la uniformización de los interfaces,
de las ciudades, de los paisajes;
ninguna otra continuidad salvo la de la información. La hipótesis de Silicon
Valley y de los grandes mercaderes de infraestructuras es que ya no hace falta
fatigarse poniendo en escena una unidad de fachada: ellos pretenden crear la
unidad en el mundo mismo, incorporada a
sus redes, fundida en su cemento. Es
evidente que no nos sentimos miembros de una «humanidad Google»; pero esto le
viene muy bien a Google siempre y cuando nuestros datos le pertenezcan. En el
fond, por poco que aceptemos vernos
reducidos a la triste condición de «usuarios»,
todos pertenecemos a la nube, que
no tiene necesidad alguna de proclamarlo. Dicho de otro modo: por sí misma la
fragmentación no nos previene contra una tentativa de reunificar el mundo por
los «gobernantes de mañana»: para ellos es incluso la condición y la textura
ideal. Desde su punto de vista, la
fragmentación simbólica del mundo abre el espacio de su unificación concreta. La
segregación no se opone a la configuración de redes; le ofrece, por el contrario, su razón de ser. La condición del dominio de
los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) es que los seres, los lugares, los
fragmentos de mundo continúen sin tener contacto real. Allí donde los GAFA
pretenden «vincular al mundo entero», lo que hacen por el contrario es trabajar
por el aislamiento real de cada uno. Inmovilizar los cuerpos. Mantener a cada
uno recluido en su burbuja significante. El golpe de fuerza del poder
cibernético consiste en procurar a cada uno la sensación de tener acceso al
mundo entero cuando en realidad cada vez está más separado de él, de tener cada
vez más «amigos» cuando cada vez es más autista. La multitud serial de los
transportes colectivos siempre fue una multitud solitaria, pero nadie
transportaba consigo su burbuja personal, como ocurre desde que aparecieron los
smartphones. Una burbuja que inmuniza contra todo contacto, además de
constituir un perfecto soplón. Esta separación querida por la cibernética se
dirige de manera no fortuita hacia la constitución de cada fragmento como
pequeña entidad paranoica, hacia un proceso de deriva de los continentes
existenciales en el que el extrañamiento que reina ya entre los individuos de
esta «sociedad» se colectiviza ferozmente en mil pequeños agregados delirantes.
Contra esto, hay que salir de nuestra casa, ir al encuentro, echarse al camino, trabajar en
la ligazón conflictiva, prudente o feliz, entre los pedazos de mundo. Hay que
organizarse. Organizarse verdaderamente nunca ha querido ser otra cosa que
amarse.)pags.50-53)
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