La campaña
electoral permanente tiene efectos insufribles sobre mi persona. Los mensajes y las puestas en escena parecen
haberse diseñado para los espectadores identificados con las reglas de este
acontecimiento mediático. La verdad es que la inteligencia brilla por su
ausencia. Cada cual se dirige a los contingentes de personas fabricadas en el
largo proceso de asentamiento de este espectáculo. Los identificados con los
partidos-producto se definen por su fe encomiable. Una pintada que se mantuvo
varios años en un servicio de mi facultad rezaba así: “fe ciega. Firmado:
ciegos con fe”. Esta frase sintetiza
perfectamente la intensificación de los flujos de mensajes que definen una
campaña electoral, que apelan a la fe de los receptores, invitando a abstenerse
a cualquier atisbo de inteligencia.
Las campañas
electorales han experimentado un proceso manifiesto de degradación con el paso
de los años. Ahora alcanzan el cénit mediante la multiplicación de los
discursos-ensoñaciones de los líderes de cada marca y la proliferación de las
actividades mediáticas dominadas por retóricas guerreras. Lo visual reina en
este mundo ficticio de las campañas electorales. Me fascina escuchar que tal
presidente norteamericano perdió las elecciones porque sudó en el gran debate
televisado. Se trata de la apoteosis de la comunicación no verbal que sustituye
al discurso.
Este
espectáculo se funda en una idea falsa. Esta es la del ciudadano racional que
busca la información, piensa, delibera y decide. Esta falacia es radicalmente
desmentida por las estrategias comunicativas de los partidos, que buscan la activación
de identificaciones y emociones que se alejan del racionamiento. Los videos de
última generación que utilizan los contendientes son elocuentes. La
movilización electoral se produce según el modelo de la futbolización, en la
que lo importante es reforzar la identificación delas bases de cada cual,
transformando a los otros en enemigos manifiestos. La infantilización es
espeluznante. En este contexto es imposible introducir ningún interrogante.
En este
acontecimiento destacan dos de sus componentes esenciales: Los debates
televisados y las encuestas. Así se produce la emergencia de dos tipos de
expertos que acaparan el protagonismo de las campañas: Los comentaristas y
moderadores de los “debates” y los especialistas en encuestas. En ambos casos
alcanzan un rango equivalente al de auténticos brujos de la tribu. En el
presente incierto adquieren la forma de gurús que hacen pronósticos, fijando el
contexto comunicativo en el que se insertan los comentarios de esta activada
fábrica de la charla postmediática.
Por esta
razón recupero un artículo de Jesús Ibáñez publicado en 1982 en El País. Es un
texto que el paso del tiempo ha otorgado un valor mayor. También un indicador
del deterioro de la democracia, en tanto que en el espacio público ha
desaparecido el pensamiento crítico. Hoy sería impensable su publicación en
este medio. Su título es esclarecedor “Un sujetador para sujetar a los sujetos”. En unos días subiré aquí una reflexión sobre este matrimonio campañas
electorales/encuestas. Comparto la afirmación de que esta pareja feliz impulsa
que la gente se sienta cada vez más libre, cuando, por el contrario, cada vez
se encuentra más sujetada. Este texto tiene un valor histórico incuestionable
en tanto que responde a la pregunta ¿qué pasó entre 1982 y 2019? La emergencia
del pasado simbolizado en el auge de Vox es paradigmática.
TRIBUNA: TEMAS
PARA DEBATE / LAS ENCUESTAS ELECTORALES
Un sujetador para sujetar a los
sujetos
La
proximidad de las elecciones legislativas promueve, como en las vísperas de
otros comicios, la publicación de sondeos de opinión que pretenden trazar de
antemano un panorama de lo que pueden ser los diferentes destinos de los votos.
Esta práctica, en principio presentada como una mera cala en lo que en un
momento determinado es la situación de la opinión pública, ha sido
frecuentemente estimada en los últimos tiempos como un elemento capaz de
influir en la decisión de los electores ante las urnas. En el debate que
presentamos hoy, un profesional, Ginés Garrido, con amplia experiencia en estos
sondeos y un sociólogo,- Jesús Ibáñez, autor de un libro considerado
"subversivo" con el título de Más allá de la sociología, enfrentan
sus opiniones sobre la neutralidad o los grados de determinación que una
encuesta, desde el momento de ser formulada hasta la publicación de sus
resultados, tiene sobre las actitudes del electorado en el momento de depositar
el voto.
Para valorar
las encuestas electorales debemos hacer dos preguntas: ¿en qué medida prevén el
comportamiento electoral? y ¿en qué medida lo determinan? La respuesta, como
veremos, será única: la medida en que prevén el comportamiento electoral es la
medida en que lo determinan (pues sólo es previsible lo que está
determinado).Hay dos modos de determinación y, por tanto, dos modos de
previsión. En sistemas mecánicos o de simplicidad organizada, como el sistema
solar, está determinado el comportamiento de cada elemento (planetas,
satélites) y el comportamiento del conjunto; por eso es posible prever con
exactitud la hora de la salida del sol o el momento de un eclipse. En sistemas
estadísticos o de complejidad no organizada, como una serie de lanzamientos de
dado, no está determinado el comportamiento de cada elemento (no podemos prever
qué cara saldrá cada vez), pero está determinado el comportamiento de conjuntos
(podemos prever cómo se distribuirán los conjuntos de salidas de cada cara).
Una medida de la complejidad es la libertad de los elementos en relación al
todo: es mínima en los sistemas mecánicos (son meras piezas del mecanismo) y es
máxima en los sistemas estadísticos (son independientes y autónomos).
En ambos
casos, el observador que prevé y en relación al cual se define, la
determinación es exterior al sistema: observa sin manipular, es un espectador.
El sistema
social en el que sucede el comportamiento de voto no se adapta a ninguno de los
dos modelos: es una complejidad organizada. Los elementos -personas- son, en
parte, libres, y en parte, están ligados. Lo que se puede expresar diciendo que
son sujetos: sujetos (sujeto de la enunciación es el que habla o hace
preguntas) y sujetados (sujeto del enunciado es el que es hablado o se limita a
responder). De esta paradójica condición de sujetos / sujetados extraerán la
potencia de su libertad, pues serán sujetos en la medida en que reflexionen
sobre los sujetadores que los sujetan, pensando cómo son y actuando para
transformarlos. Las personas que son elementos del sistema social están
abiertas a la información y pueden aprender: si son sometidas a las mismas
condiciones a. las que fueron sometidas anteriormente pueden actuar de modo no
idéntico. La libertad no consiste sólo en elegir entre las posibilidades dadas,
sino también, y sobre todo, en producir nuevas posibilidades. En una dictadura,
la libertad es de nivel cero: lo toma; ni siquiera nos dan opción a dejarlo. En
una democracia formal, la libertad es de nivel uno: libertad restringida de
responder o elegir dentro de un conjunto cerrado de alternativas dadas, votar
por uno de los candidatos o listas y no hacer otra cosa que votar. En la
democracia real, la libertad sería de nivel dos: libertad generalizada de
preguntar o elegir las elecciones, preguntar por qué no se puede hacer otra
cosa además de o en vez de votar, participar en la producción de las
alternativas que en la democracia formal se imponen como dadas.
Desde la
perspectiva de los que mandan (manipulan) deben prever el comportamiento de los
mandados, sin que estos puedan prever el suyo. Desde la perspectiva de los
mandados deben obedecer sin saber que obedecen, cumplir las órdenes olvidando
que se las han dado y olvidándose de que se han olvidado.
La encuesta
estadística simula una realidad que no es la realidad, y al
simularla, la realiza (la convierte en real). La realidad verdadera es que
detrás de los elegidos hay poderes de hecho o fácticos y de derecho o
ideológicos (un batir de sables o un revolotear de sotanas al fondo); que los
electores sólo eligen entre los que han sido preelegidos -organización
burocrática de los partidos- y bajo presión -publicitaria-; que los dados están
cargados (hay que poner más impulso para votar por el cambio que para votar por
la continuidad; hay un camino a la izquierda y un camino a la derecha, pero el
que vota a la izquierda teme que eso le pueda costar un día de cárcel o el
infierno -eso es el voto del miedo-). La realidad
verosímil es que todos somos iguales; que entre todos decidimos lo que será
mejor para cada uno y para el conjunto, y que cada uno es libre al decidirlo
(que el orden burgués no es lo que es el orden burgués, sino lo que la
ideología burguesa dice que es el orden burgués). El dispositivo de encuesta no
es la misma cosa para los que mandan y para los mandados. Para los que mandan
es una fábrica que produce efectos: manipular a los mandados o controlar el
efecto de otros dispositivos de manipulación (el efecto de tal promesa
electoral, del tal poster, de tal coalición, de tal desembarco de notables, en
las listas). Para los mandados es una escena que produce afectos: los liga
afectivamente a sus representantes -con los que se identifican, perdiendo la
propia identidad-, implanta en ellos la creencia de que mandan sobre los que
mandan. Los que mandan, la producen como si el sistema social fuera un sistema
mecánico: tal causa produce tal efecto, tal factor produce tal producto; si
hago esto o digo esto pasarán a votarme (los mandados no son libres). Los
mandados, la consumen como si el sistema social fuera un sistema estadístico: cada
uno vota incondicionalmente a quien quiere (los mandados son libres).
Las
encuestas, como las elecciones -porque se basan en un presupuesto lógicamente
contradictorio-, producen un efecto paradójico: contribuyen a que los
ciudadanos sean cada vez menos libres y se crean cada vez más libres. La
encuesta electoral es una metáfora de las elecciones; ambos dispositivos son
semejantes: elegir dentro de un conjunto cerrado de respuestas / candidatos o
listas. Pero es también una metonimia: ambos dispositivos están desplazados en
el espacio, pues no es lo mismo hacer hoy una cosa (votar) que decir lo que uno
haría si lo fuera a hacer hoy, y en el tiempo, pues no es lo mismo lo que uno
dice hoy que haría que: lo que uno dirá mañana que haría (entre hoy y mañana sucederán
cosas, y uno puede informarse de las cosas que suceden). Hay una diferencia
entre hacer y decir lo que se haría: el decir compromete menos
de hecho que el hacer (no es lo mismo predicar que dar trigo), pero compromete
más de derecho (el bien y el mal dependen de palabras, de dictados que generan
prescripciones y / o interdicciones que generan proscripciones; no es lo malo
ser rojo, sino que a uno le llamen rojo) y, en este sentido, contribuyen a
ligar el hacer por el decir, de modo que, aunque uno haga el mal (seguir el
camino siniestro o torcido, o votar al candidato de la izquierda), dirá que
haría el bien (votar al candidato de derechas, o diestro, o recto y seguir el
camino de la derecha). Hay una diferencia entre decir hoy y decir mañana (lo que
se dice hoy compromete lo que se dirá mañana), porque implica una
promesa, y en este sentido contribuye a anticipar literalmente el futuro: que
todo quede decidido hoy para que no haya ningún mañana. La historia queda
escrita antes de que suceda; el curso de la historia queda encerrado en el
discurso de la historia. Un sujetador es una metáfora de lo que sujeta, tiene
una forma semejante, y también una metonimia no tiene exactamente la misma
forma: contiene información y transforma la forma de lo que sujeta, corrigiendo
alguna malformación. Los sujetadores moldean en el espacio o modulan en el
tiempo el ser por el deber ser, la realidad por la idealidad. Son modelos, y
quitarlos, dejar la realidad al desnudo o el ser en libertad es obsceno. La
información que producen las encuestas no se distribuye entre todos. La mayoría
no se publican y la información se acumula en la cúspide para que los que
mandan puedan seguir manipulando a los mandados. Aunque se publiquen, la
mayoría de los ciudadanos carece de competencia para integrar la información
que contienen; las consumen religiosamente, pasan de ellas porque no creen en
ellas, o creen en ellas a pies juntillas y aceptan como ya a sido el futuro que
anuncian. Así se produce el voto útil o deseo de contarse entre los ganadores,
así se imponen las opciones mayoritarias y se disipa la fuerza potencial de las
minorías.
Las
encuestas inciden retroactivamente sobre las prácticas políticas. Ya no se
trata de ganar para realizar un programa de gobierno; el programa de gobierno
está calculado para ganar; lo importante es ganar, el poder por el poder. Un
buen político es el que se pliega a lo que los resultados de las encuestas
dictan, el que carece de voluntad política. El círculo se cierra.
Alguien ha
dicho que la democracia (formal) es el peor de los regímenes políticos, con la
única excepción de todos los demás. La articulación encuestas / elecciones es,
técnica e ideológicamente, necesaria en este régimen; de nada sirve revolverse
contra las encuestas. Ambos dispositivos, encuestas y elecciones, fueron en su
origen dispositivos de apertura.
Las
preguntas que nos hacían los entrevistadores antes de que pudiéramos votar
constituían un ensayo en laboratorio de la democracia (cómo se ensanchó el
mundo para el primer ciudadano al que le preguntaron si creía en Dios o no, si
era monárquico o republicano, cuando le dieron opción a decir no). Pero
son dos dispositivos limitados; sus límites se cierran sobre las aperturas que
produjeron y bloquean otras aperturas posibles. Ahora se trata de subvertir o
traspasar esos límites.
La
democratización posible de la encuestas articula dos operaciones. Una operación
de nivel uno: distribuir entre todos las informaciones que
producen. Una operación de nivel dos: desarrollar la competencia crítica de los
ciudadanos para integrar esa información. En las operaciones, publicando
resultados o promoviendo debates, está EL PAIS.
Si no
podemos quitarnos el sujetador, podemos recobrar la condición de sujetos
sujetándole.
Jesús Ibáñez
es profesor de Técnicas de Investigación Social en la facultad de Ciencias
Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
* Este
artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 1982