El caso del
máster de Cristina Cifuentes se encuentra en su desenlace final. Tras el ruido
mediático, el resultado es que todos los actores de esta tragicomedia académica
contemporánea se encuentran en sus puestos, bien como profesores, o como directivos o funcionarios, con la
excepción de Cifuentes. Este episodio muestra la incapacidad de cambiar desde
afuera esta institución, que se convierte así en una deidad, en tanto que sus
élites poseen la licencia de burlar cualquier control externo, perpetuando su
poder y sus prácticas perversas. Si un evento de esta naturaleza no genera
transformaciones efectivas, no sólo el cambio queda reducido a una quimera
retórica, sino que la frustración de quienes aspiran a este deviene en
monumental.
El hecho es
que, una vez desencadenada la noticia del Diario.es, se pone en marcha una
tormenta mediática en la que proliferan los comentarios y las imágenes. Pero
esta efervescencia carece de la capacidad de modificar los comportamientos de
silencio y complicidad de los profesores, involucrados en un equilibrio de
intercambios en el que se sustenta el orden de esta institución. En este blog
comenté la pertinencia de la definición de la universidad como “quietud absolutista”. El silencio ritual de los profesores se refuerza con las
movilizaciones débiles de los estudiantes, ahora convertidos en compradores de
créditos. Los contenidos de las manifestaciones de esa universidad madrileña se
ajustaban a esta condición. No pedían una regeneración de la institución, sino
la restitución del valor del mercado del título que compraban.
El desenlace
tenía un final predeterminado. Las tormentas mediáticas siempre concluyen,
restaurando el buen tiempo, que precede a las siguientes tormentas. Así se
confirma que los medios de comunicación, así como sus escoltas, las redes
sociales, no son un agente de cambio competente que pueda contribuir a generar fuerzas
de cambio sólidas en el mundo real de las organizaciones. Su efecto es el de
modelar el conflicto macropolítico entre los contendientes globales, los
partidos políticos, que se distribuyen los paquetes de votos fluctuantes que
requiere el acceso al gobierno mediante una contienda permanente basada en la
presentación y el tratamiento de acontecimientos localizados.
Aquí radica
el factor clave por el que tiene lugar el milagro de la reproducción del orden
tras las tormentas. Las élites afectadas solo tienen que esperar a que los
tribunales restablezcan la demora eterna tras el momento vertiginoso de lo
mediático. Los medios solo crean efervescencias sucesivas que se reemplazan
anulando la anterior, que adquiere el estatuto de realidad cancelada almacenada
en el espacio funerario de la hemeroteca. Su corta e intensa vida ha tenido la
utilidad de un impacto en eso que se denomina como “opinión pública”, que es
una entidad fantasmal que determina los movimientos de los paquetes de votos,
configurando las expectativas de los partidos.
Ahora que se
han apagado las luces de las cámaras, la universidad continúa su inconmovible
sendero hacia su propia reproducción. De
nuevo la tranquilidad que proporciona la penumbra en este espacio divino, en
tanto que existen distintos grupos de
interés, pero solo un dios verdadero: la reproducción del orden organizacional
a favor de las distintas élites presentes. Después de la tempestad siempre
viene la calma. El portavoz de la CRUE, que compareció ante las cámaras para
neutralizar las energías críticas suscitadas por la emergencia de este caso, ha
mostrado su sabiduría.
Se trataba
de conseguir una demora que disipase los fantasmas del estado de censura. Así
se confirma la influencia determinante de la organización matriz que hace un
arte sacro de la conservación del orden interno: La Iglesia Católica. En este sentido,
las organizaciones contemporáneas devienen en iglesias. En el caso de la
universidad, los cardenales y los obispos no son una metáfora. Se pueden
construir vínculos sólidos entre las prácticas de los claustros y los sínodos y
conferencias episcopales. En ambos casos la deliberación nunca es pública y
predominan las liturgias sobre los contenidos.
El problema
radica en interrogarse acerca de la posibilidad de un cambio en la sagrada
institución eclesiástica de la universidad. Parece evidente que este es solo
posible mediante una gran conmoción y que solo puede adquirir la forma de
ruptura. Porque las organizaciones sagradas no evolucionan. Esta es la gran
cuestión. Los últimos años descartan la posibilidad de generar un proceso
evolutivo que genere una alternativa a las estructuras sinodales universitarias
que amparan la proliferación de las malas prácticas, que adquieren un esplendor
inusitado, como en el caso que nos ocupa.
La
universidad es una realidad oscura, que ampara una imagen fuertemente distorsionada,
que solo es movilizada como acontecimiento tratable por alguno de los
contendientes por el gobierno del estado, como material de apoyo a sus intereses. Mientras tanto, decenas de miles de
estudiantes, becarios, profesores insertos en las distintas clases de
interinidad y precariedad crónica, e investigadores desregulados, conforman el
nuevo proletariado en la era de la producción inmaterial y la expansión del
trabajo cognitivo. Así se puede afirmar que las castas académicas -de derechas
y de izquierdas, en tanto que en el orden sagrado se fusionan místicamente
todos los involucrados- se solapan con las poderosas castas agrarias, industriales
y financieras. Así se configura el capitalismo académico como umbral del
capitalismo cognitivo, que desde otra perspectiva adquiere el nombre de sociedad
de la información y el conocimiento.
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