sábado, 16 de marzo de 2019

¡ES EL MERCADO AMIGO. ES EL MERCADO NIÑO¡


El presente es el tiempo que me gusta denominar como el del mercado infinito. El mercado es la formación social que se impone en todos los órdenes sin oposición alguna. Esta preponderancia sin límites se instala en las mentes, siendo así eximido de cualquier cuestionamiento. De este modo se transforma en un concepto liberado de la deliberación y de la crítica, siendo instituido como un mito que se asienta en el imaginario colectivo. Su mención tiene el efecto de una anestesia de la inteligencia, en tanto que acalla cualquier objeción. Tras sus máscaras sofisticadas subyace la realidad de un sometimiento inquietantemente eficaz.

El mercado infinito se sobrepone al pensamiento y a las ciencias humanas y sociales, que se someten sin condiciones a tan venerable señor. Posee la licencia de ser configurado como una realidad liberada de la crítica. Los saberes instituidos son críticos con formaciones sociales dominantes en ciclos históricos anteriores, pero se abstienen de pensar el presente. Así, el mercado infinito, que se presenta mediante las instituciones centrales del management, las tecnologías de la constelación informática, de la gestión de los recursos humanos, el marketing, la publicidad, la mediatización audiovisual,  las psicologías positivas totales, la medicalización integral y la individuación psi entre otras, detenta el estatuto de lo sagrado, en tanto que es considerado como inevitable, ante lo que solo queda adaptarse.

He vivido como profesor de sociología el desplazamiento brutal de las ciencias sociales, arrolladas por la irrupción de los nuevos saberes referenciados en las herramientas percibidas como prodigiosas. La academia y la comunidad científica han sido reconfiguradas por el mercado mediante su honrosa  rendición. En el caso de la sociología, que se en su origen se ubicó como disciplina de apoyo a la modernidad, se integra en el orden del mercado infinito sin contrapartidas. Tan solo queda la tradición que alimenta a un archipiélago de resistentes, cuyas voces se producen en el interior de tan hermética comunidad disciplinar.

En los tiempos de predominio de un poder emergente formidable, como ahora el del mercado total, el pensamiento crítico se minimiza y es acallado por la unanimidad. En estas situaciones la crítica no desaparece, sino que se instala en el humor. La parodia es la única forma creativa de comunicar las dudas, las objeciones, las preguntas prohibidas, las sospechas y las certezas respecto a los aspectos negativos percibidos. Los chistes y las chanzas adquieren todo su esplendor, siendo compartidos por grandes contingentes de personas que en su vida oficial se subordinan al orden del mercado y sus verdades. En una sociedad postmediática los humoristas tienen muchas oportunidades de filtrar sus críticas, constituyéndose como la verdadera oposición al sistema.

El video que presento es antológico. Se trata de un fragmento espléndido, en el que las críticas al mercado total se formulan desde una lucidez inconmensurable. En ausencia de discursos académicos críticos, solo el humor puede contrarrestar el pragmatismo sórdido que caracteriza al sujeto del tiempo del mercado infinito, que acepta sin rechistar los preceptos que rigen las nuevas instituciones y organizaciones.  Se trata de una intervención de Ignatius Farray en el programa de humor “La vida moderna”. En esta comenta la frase célebre de Rodrigo Rato de “es el mercado amigo”. La lucidez de su intervención es inquietante en referencia a la ausencia de discursos críticos en las instituciones del conocimiento.

En mi opinión, esta intervención es verdaderamente perspicaz. Tras la apoteosis cómica afirma verdades de la época que permanecen en estado no alfabetizado discursivamente, pero que son reconocibles. Sin ánimo de sintetizarlas es imposible no aludir a la conversión del mercado en una deidad, en tanto que definido como “algo que está por encima de todo”. Pero la más relevante es la afirmación de que la compra es una actividad en la que se produce una derrota y una humillación, en tanto que cada comprador ratifica ser una entidad predecible y predicha por tan formidable poder. Esta insignificancia ratifica que cada cual es producido para consumir, actividad que elimina el goce, adquiriendo la naturaleza de ejecución de una función sistémica. Así que los derechos del consumidor pueden ser considerados como una tragedia, en tanto que vacían a los sujetos y los convierten en unidades funcionales.

La alternativa lúcida de consumir productos imposibles para los demás es una forma de subversión de la producción en la era del uno más uno. El ejemplo de los arándanos es antológico, ilustrando el “que no nos vean venir”, única forma plausible de neutralizar los formidables dispositivos comunicativos que formatean a las personas-consumidores en la era del mercado total. La aspiración a ser yo, algo diferente a lo que compro, es un principio fundamental sobre el que se puede sintetizar la  disyuntiva de la época. La propuesta subyacente es que la vida es algo más que el perfil que elaboran las instituciones caníbales del mercado. La propuesta es disputar la vida a este complejo invasor y preservar zonas vitales ante las ingerencias de las mismas.

Si disfrutáis la mitad de lo que yo lo he hecho con el video, me siento gratificado ¡Es el mercado niño¡



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