El presente
es el tiempo que me gusta denominar como el del mercado infinito. El mercado es
la formación social que se impone en todos los órdenes sin oposición alguna.
Esta preponderancia sin límites se instala en las mentes, siendo así eximido de
cualquier cuestionamiento. De este modo se transforma en un concepto liberado
de la deliberación y de la crítica, siendo instituido como un mito que se
asienta en el imaginario colectivo. Su mención tiene el efecto de una anestesia
de la inteligencia, en tanto que acalla cualquier objeción. Tras sus máscaras
sofisticadas subyace la realidad de un sometimiento inquietantemente eficaz.
El mercado
infinito se sobrepone al pensamiento y a las ciencias humanas y sociales, que
se someten sin condiciones a tan venerable señor. Posee la licencia de ser
configurado como una realidad liberada de la crítica. Los saberes instituidos
son críticos con formaciones sociales dominantes en ciclos históricos
anteriores, pero se abstienen de pensar el presente. Así, el mercado infinito,
que se presenta mediante las instituciones centrales del management, las
tecnologías de la constelación informática, de la gestión de los recursos humanos, el marketing, la publicidad, la
mediatización audiovisual, las psicologías positivas totales, la medicalización integral y la individuación psi entre otras,
detenta el estatuto de lo sagrado, en tanto que es considerado como inevitable,
ante lo que solo queda adaptarse.
He vivido
como profesor de sociología el desplazamiento brutal de las ciencias sociales, arrolladas
por la irrupción de los nuevos saberes referenciados en las herramientas
percibidas como prodigiosas. La academia y la comunidad científica han sido
reconfiguradas por el mercado mediante su honrosa rendición. En el caso de la sociología, que
se en su origen se ubicó como disciplina de apoyo a la modernidad, se integra
en el orden del mercado infinito sin contrapartidas. Tan solo queda la
tradición que alimenta a un archipiélago de resistentes, cuyas voces se
producen en el interior de tan hermética comunidad disciplinar.
En los
tiempos de predominio de un poder emergente formidable, como ahora el del
mercado total, el pensamiento crítico se minimiza y es acallado por la
unanimidad. En estas situaciones la crítica no desaparece, sino que se instala
en el humor. La parodia es la única forma creativa de comunicar las dudas, las
objeciones, las preguntas prohibidas, las sospechas y las certezas respecto a
los aspectos negativos percibidos. Los chistes y las chanzas adquieren todo su
esplendor, siendo compartidos por grandes contingentes de personas que en su
vida oficial se subordinan al orden del mercado y sus verdades. En una sociedad
postmediática los humoristas tienen muchas oportunidades de filtrar sus
críticas, constituyéndose como la verdadera oposición al sistema.
El video que
presento es antológico. Se trata de un fragmento espléndido, en el que las
críticas al mercado total se formulan desde una lucidez inconmensurable. En
ausencia de discursos académicos críticos, solo el humor puede contrarrestar el
pragmatismo sórdido que caracteriza al sujeto del tiempo del mercado infinito,
que acepta sin rechistar los preceptos que rigen las nuevas instituciones y
organizaciones. Se trata de una
intervención de Ignatius Farray en el programa de humor “La vida moderna”. En
esta comenta la frase célebre de Rodrigo Rato de “es el mercado amigo”. La
lucidez de su intervención es inquietante en referencia a la ausencia de
discursos críticos en las instituciones del conocimiento.
En mi
opinión, esta intervención es verdaderamente perspicaz. Tras la apoteosis
cómica afirma verdades de la época que permanecen en estado no alfabetizado
discursivamente, pero que son reconocibles. Sin ánimo de sintetizarlas es
imposible no aludir a la conversión del mercado en una deidad, en tanto que
definido como “algo que está por encima de todo”. Pero la más relevante es la
afirmación de que la compra es una actividad en la que se produce una derrota y
una humillación, en tanto que cada comprador ratifica ser una entidad
predecible y predicha por tan formidable poder. Esta insignificancia ratifica
que cada cual es producido para consumir, actividad que elimina el goce,
adquiriendo la naturaleza de ejecución de una función sistémica. Así que los
derechos del consumidor pueden ser considerados como una tragedia, en tanto que
vacían a los sujetos y los convierten en unidades funcionales.
La
alternativa lúcida de consumir productos imposibles para los demás es una forma
de subversión de la producción en la era del uno más uno. El ejemplo de los
arándanos es antológico, ilustrando el “que no nos vean venir”, única forma
plausible de neutralizar los formidables dispositivos comunicativos que
formatean a las personas-consumidores en la era del mercado total. La
aspiración a ser yo, algo diferente a lo que compro, es un principio
fundamental sobre el que se puede sintetizar la disyuntiva de la época. La propuesta
subyacente es que la vida es algo más que el perfil que elaboran las
instituciones caníbales del mercado. La propuesta es disputar la vida a este
complejo invasor y preservar zonas vitales ante las ingerencias de las mismas.
Si
disfrutáis la mitad de lo que yo lo he hecho con el video, me siento
gratificado ¡Es el mercado niño¡
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