El
movimiento feminista experimenta en los últimos años una expansión sustancial.
Se multiplican los discursos, los repertorios de acción, la pluralidad de sus
agencias, la diseminación de sus efectos por todos los espacios sociales, así
como la intensidad de su presencia en el espacio público. En las dos últimas ediciones del 8M, se manifiesta la enorme energía puesta en
marcha por el movimiento. Desde hace muchos años en esta fecha se producen
movilizaciones que concitan amplios apoyos, pero los dos últimos años se puede
constatar un salto considerable que trasciende el techo tradicional del
movimiento, compuesto por las distintas asociaciones, movimientos y mujeres
pertenecientes a distintas organizaciones.
La escalada
del movimiento feminista lo confirma como excepción en un entorno dominado por
varios procesos de transformación en la dirección de una sociedad neoliberal
avanzada. Sobre todos ellos predomina la gran precarización, que desborda el locus
del trabajo para instalarse como un sistema precario de relaciones sociales
débiles en la totalidad de la vida. La
nueva individuación es su soporte fundamental. Junto a él la mediatización
total, que desterritorializa a las personas desplazándolas hacia mundos
virtuales en los que se difuminan las realidades asociadas a sus posiciones
sociales inexorables.
Estos
procesos avanzan encontrando distintas resistencias. Los movimientos de
protesta frente a la oleada de transformaciones neoliberales adquieren una
condición defensiva y a la contra. Se expresan en movilizaciones en las que los
temores se hacen patentes y la imaginación y la energía creativa se reduce a
mínimos. En estado menguante de las resistencias, el movimiento feminista
resalta por su originalidad, generando una energía social que se transfiere a
todas las resistencias definidas por su estado de estancamiento y el déficit de
escala de respuesta en relación a las reformas neoliberales.
De esta
situación resulta una paradoja. Esta se puede definir en los siguientes
términos: El movimiento feminista es inevitablemente mitologizado,
convirtiéndose en una referencia que compensa el vacío resultante de la
impotencia de las resistencias, al tiempo que todos los agentes sociales vivos
lo reinterpretan tratando de importar energía a sus causas. Pero el problema
radica en que, en tanto que el feminismo consigue abrir transformaciones
sociales específicas, estas tienen un signo inverso a aquellas que se derivan
del avance de la gran reestructuración neoliberal, sustentado en el conjunto de
instituciones de la nueva individuación y mediatización. De este modo se generan tensiones sociales
que no son bien inteligidas. Así se conforma uno de los dilemas que afectan al
devenir del movimiento feminista, que se puede expresar en la idea de que los
cambios que suscita solo pueden resolverse en un escenario asimétrico al que se
está configurando.
La
emergencia feminista expresada en la movilización del 8M se constituye en un
acontecimiento que proporciona grandes oportunidades a las cámaras. Pero la conversión
audiovisual de la movilización implica su redefinición mediática. Un movimiento
múltiple y heterogéneo, compuesto por los sentidos y las acciones de numerosos
microgrupos es reducido mediante una resignificación que se adecúa a los
avatares de la contienda por la
distribución del poder político. De este modo las múltiples microacciones se
difuminan en favor de una totalidad que
los partidos políticos se esfuerzan en capitalizar comunicativamente para sus
intereses inmediatos. En el espectáculo mediático se hacen invisibles las
diversidades del movimiento, cristalizando así una distorsión considerable.
Las grandes
manifestaciones del 8M devienen en una experiencia vivida por cientos de miles
de mujeres de todas las condiciones. Su concentración en las calles genera un
sentimiento de liberación, en contraste con el de los distintos escenarios en
los que se desenvuelven sus vidas. Por eso, siguiendo la interpretación de
Canetti, la vivencia de una multitud en una manifestación es un momento que contrasta
con la situación de la vida ordinaria.Dice “Solo todos juntos pueden liberarse
de sus cargas de distancia…En la descarga, se elimina toda separación y todos
se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar huecos entre
ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se
consigue un inmenso alivio. En busca de este momento dichoso, en donde ninguno
es más, ninguno mejor que otro, los hombres devienen en masa”.
Desde esta
perspectiva se puede afirmar que tras el gran acontecimiento del 8M cada mujer
regresa a su vida que se encuentra inserta en distintos microescenarios. El
movimiento feminista ha modificado muchos de estos escenarios, pero una buena
parte de ellos no se encuentran afectados por este cambio. De ahí la
desigualdad intensa de las condiciones de vida de las mujeres. Las que ostentan
un buen nivel educativo y laboral viven en microcontextos favorables a su empoderamiento
gradual. Esta es una conquista histórica del feminismo. Pero una gran mayoría
tiene que vivir su cotidianeidad en microcontextos poco o nada afectados por
esta ola de cambios.
Muchas de ellas en condiciones que pueden ser definidas en
rigor como dramáticas.
El problema
radica en que las primeras son quienes conforman la voz del movimiento en
condiciones de monopolio. Son aquellas que producen discursos optimistas que se
adecúan a las condiciones de los microescenarios en los que habitan. Por el contrario,
los grandes contingentes de mujeres que moran en hábitats adversos, carecen de
voz. Estas son representadas por los discursos universalistas de las mujeres
privilegiadas. La diferencia entre estar domiciliada en un departamento
universitario, un centro de salud o una empresa innovadora, y un supermercado,
un taller de trabajo informalizado o un trabajo doméstico es abismal. Me atrevo
a afirmar que las mujeres vencedoras de la clase A generan discursos delirantes
en torno al empoderamiento, en tanto que su pretensión es tener validez
general.
La
distorsión de la mirada sobre la vida de las mujeres es monumental. Esta se
acompaña de la gran deformación de las representaciones sociales acerca de lo
laboral. Uno de los procesos centrales de la instauración de una sociedad
neoliberal es la transformación del trabajo. Solo una parte menguante de este
puede ser considerada como trabajo formalmente libre, definido por unas
condiciones aceptables, autonomía de los trabajadores y capacidad efectiva de
negociar. Por el contrario, crece aceleradamente lo que se denomina como
trabajo coaccionado. Este se instala en todas las partes del mercado de trabajo.
El trabajo doméstico es su máxima expresión, pero este modelo de subalternidad
radical llega hoy hasta el trabajo cognitivo. Pienso en los pobres doctorandos
y doctores y sus modelos de riguroso vasallaje. La mistificación acerca del
mercado de trabajo que realizan a diario los medios y los expertos que los
pueblan es monumental.
Las mujeres
conforman una mayoría aplastante del trabajo coaccionado y casi el monopolio
del trabajo de cuidados. En estas condiciones hablar de de empoderamiento es
sumamente problemático. Pero, además, las representaciones y prácticas
asociadas al poder masculino tradicional han adquirido la capacidad de retirarse discretamente para
permanecer. En cuestiones de género, apariencia y realidad se contraponen
intensamente. El machismo se instala en un subsuelo confortable en espera de
sus oportunidades. Se multiplican los ambientes dominados por una extraña
sororidad a la inversa. De este modo, muchos de los cambios son aparentes y las
condiciones para una reversión se encuentran presentes. Los juegos dialécticos
entre representantes políticos lo ilustran. Muchos de los adversarios de los cambios
feministas adoptan un comportamiento veleidoso que oculta su posición real. Así,
cuando algunos de ellos salen a la superficie, producen fragmentos discursivos
antológicos. Es imposible no citar al bueno de Adolfo Suárez.
Así se
pueden explicar los temores colectivos que comparecen en las manifestaciones
feministas. Este es un proceso de transformación social que se encuentra con
obstáculos ocultos de gran envergadura. El problema radica en que el monopolio
del conocimiento se encuentra en las sedes de los contingentes “nobles” del
feminismo. Por esta razón quiero elogiar el manifiesto de la Comisión
Organizadora. Su mirada de se extiende sobre todas las mujeres y tanto el
concepto de huelga feminista, que evoca a la totalidad de los escenarios habitados
por mujeres, como el concepto central “mujeres libres en territorios libres”,
confirman una lucidez demostrada.
Las críticas
latentes y manifiestas que ha suscitado el manifiesto remiten al feminismo
arraigado en hábitats confortables, así como a aquellas que se encuentran en
posiciones contrarias ocultas. Pero, el concepto de huelga feminista, cuya
primera versión se encuentra demasiado influida por la huelga obrera
tradicional en una sociedad salarial, remite a la transformación de los
microcontextos sórdidos en los que se desenvuelve la vida de una gran parte de
las mujeres. Este manifiesto es esperanzador desde la perspectiva de la
construcción de una inteligencia colectiva que pueda remover los grandes
obstáculos al cambio.
Escribiendo
este texto he acudido a comprar alimentos a una conocida cadena de
supermercados. Las cajeras se encuentran sometidas a un control minucioso y
unas instrucciones que remiten a un siglo atrás. Su controlador es un capataz
que las interpela cuando se forman colas. Este tipo es una memoria viva de la
fábrica. Salí pensando que nunca podrán ser libres si no lo son los varones que
pueblan las estancias del trabajo coaccionado, o los consumidores programados,
o los mediatizados compulsivos manipulados por las industrias del entretenimiento.
Al caminar hacia la casa he vuelto a pensar en el manifiesto 8M.
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