La
afirmación de que España es diferente se asienta sobre múltiples factores,
pero, desde la perspectiva de los procesos históricos acaecidos en el último
siglo, destaca uno original. Se trata de la gran importancia de aquello que se
encuentra por debajo de la superficie. Junto a los cuerpos de los miles de
víctimas republicanas de la guerra civil, se encuentran los imaginarios de los
vencedores, que tras décadas de postfranquismo, salen a la superficie desmintiendo
su caducidad. Los yacimientos que albergan los huesos coexisten con los
inmateriales de los vencedores, conformados por una amalgama de sentimientos,
percepciones y valoraciones incubadas en el tiempo del conflicto civil, y que
muestran su persistencia y capacidad de permanecer sobreponiéndose a los
cambios.
El conflicto
de Cataluña ha actuado como un factor catalizador de la salida a la superficie
de los imaginarios bélicos del pasado. El rescate de las jergas de aquél
tiempo, recupera la centralidad en los discursos del concepto de traición. Así,
la palabra felón suscita la convergencia de los términos descalificatorios para
aquellos cuyas políticas son inteligidas desde el tiempo fundacional del
Movimiento Nacional. Así, la izquierda y los nacionalistas son convertidos en
enemigos de la patria, conformando la última versión de la AntiEspaña.
La salida a
la superficie de los viejos imaginarios belicistas interfiere determinantemente
toda la acción de las instituciones políticas. La inteligencia se agota en
restaurar los vocabularios enterrados provisionalmente, generando vínculos
entre las palabras y las realidades del presente. Esta restauración de los
glosarios de los viejos tiempos se acompaña de un catálogo de gestualidades
adecuadas al escenario postmediático, conformando escenificaciones que
confieren preponderancia a lo visual. Todo queda subordinado a la resucitada
confrontación en torno a las esencias de la reconstituida patria, simbolizada
en la multiplicación de las banderas.
Desde este prisma,
el concepto de felonía deviene en paradójico. Las adhesiones al régimen de
Franco, sustentadas en apoyos sociales muy importantes, se disiparon con la
llegada de la nueva democracia avalada por la mayor parte de sus élites
políticas, económicas y culturales. Pero este desvanecimiento se encontraba
condicionado por el buen comportamiento
de los vencidos. Estos eran rehabilitados en tanto que sus discursos y
conductas se inscribieran en aquello considerado como aceptable. Así se ha
conformado algo similar a un tercer grado penitenciario, en el que los antaño
internos deben acreditar su rehabilitación.
Se puede
interpretar la emergencia de Vox, no tanto como la de la extrema
derecha, sino como un factor catalizador de todas las derechas. La cadena de
convergencias en los últimos meses es patente. Pero el caso español rescata un
elemento singular al que se puede atribuir mucha importancia. Se trata de la
fusión entre el franquismo maduro y el inicio del crecimiento económico. La
primera sociedad de consumo de masas, con el apéndice de la motorización de
masas y el primer estado de bienestar incompleto, acontece en los años sesenta,
reafirmando la compatibilidad del autoritarismo político con el bienestar. Las
palabras de Alfonso Guerra acerca de Chile son más que significativas. En la
memoria colectiva hace acto de presencia esta realidad, que se reactiva en las
sucesivas crisis de transición a la sociedad postfordista.
La historia
de España puede ser considerada como un proceso en el que se suceden las
felonías, que se encadenan entre sí conformando un extraño juego de
efectos. Las masas adictas al último
franquismo devienen en multitudes que aplauden a los líderes de la nueva
democracia, pero que muestran su capacidad de reversión cuando una crisis
facilita la emergencia de lo imaginario enterrado provisionalmente. Por eso las
felonías son intermitentes y de baja intensidad, siempre en espera de una nueva
relación entre lo visible y lo oculto-enterrado. La interferencia entre las mismas las debilita inevitablemente.
Los dos
vídeos son antológicos y no necesitan de comentario alguno. En ambos casos
muestran realidades que no pueden desaparecer solo por el imperativo de la
traición.