lunes, 28 de enero de 2019

UNA ANTROPÓLOGA TRASTORNADA, LÚCIDA Y ENTRAÑABLE


El pasado mes de octubre, un amigo me recomendó un blog, hasta entonces desconocido para mí ,“Diario de una autoetnógrafa. Experiencias y reflexiones sobre la locura, trastornos y medicalización de la sociedad”. https://autoetnografa.com/author/autoetnografa/ . La lectura de sus sucesivas entradas ha incrementado mi interés por estos textos, escritos por una antropóloga que se encontraba en la fase de culminación de la misteriosa institución del doctorado, y que sufrió una desestabilización intensa que ella define como trastornos inscritos en la nebulosa de la locura.  Su tratamiento la ha convertido en una persona psiquiatrizada. Desde esta perspectiva compone sus textos sobreponiéndose al estigma asociado a su etiqueta diagnóstica.

En las sucesivas páginas de este blog  discute su diagnóstico; define sus malestares y estados personales; replica la atención psiquiátrica de la que es objeto; describe las instituciones especializadas partiendo de sus experiencias de encierro; narra sus vivencias y turbulencias; recurre a varios de los discursos críticos con la psiquiatría; explora alternativas basadas en la autoayuda, la solidaridad y la acción política, y construye su vida y su historia personal desde una perspectiva autónoma, externa al sistema de significación del sistema experto que la trata. El resultado es  un cuestionamiento en primera persona de los procesos centrales en las sociedades del presente de la individuación, la psicologización y la medicalización.

El valor de las aportaciones de la antropóloga trastornada es inestimable. Desde siempre los pacientes, y aún más los psiquiatrizados, han carecido de voz alguna. Estos eran tratados como portadores de cuerpos averiados en trance de reparación. Los sucesivos movimientos sociales nacidos en el contexto de los años sesenta del pasado siglo han erosionado los supuestos de la asistencia médica taller. En los años ochenta convergen los efectos de estos movimientos sociales, que revalorizan a las personas, con la gran mutación del sistema productivo determinada por la tercera revolución  tecnológica. La explosión productiva, que multiplica y diversifica los productos y los servicios, termina por revalorizar al consumidor como comprador imprescindible del torrente de productos. El resultado es la multiplicación de saberes, métodos y disciplinas que aseguren su control y conducción. Todo termina en la gran mutación de lo que desde Foucault se entiende como gubernamentalidades.

Este movimiento profundo termina arribando a la asistencia sanitaria, adquiriendo la forma de la clientelización, que reconvierte a los pacientes en clientes. Esta condición apenas altera sustantivamente las asimetrías que definen a la asistencia médica. Pero, en el caso de que la pieza estropeada sea la mente, la institución refuerza el tratamiento unidireccional, situándose inequívocamente en el territorio del control, que se sobrepone a la curación. El campo de la psiquiatría es especialmente ambivalente, en tanto que la limitación de los tratamientos de las patologías mentales generan una tensión que se proyecta sobre el paciente, considerado incurable de facto. Este requiere primordialmente de la vigilancia efectiva y la subordinación a la autoridad profesional. El monopolio de lo biológico se hace patente en detrimento de las dimensiones psicológicas y sociales de los pacientes.

La clientelización del sistema sanitario ha importado distintos saberes y métodos procedentes del mercado, aplicándolos sobre los pacientes considerados como compradores de servicios. Pero esta ficción no altera la naturaleza autoritaria de la institución. Cuando se producían discusiones en mis clases de sociología de la salud, solía advertir que al final siempre aparece Parsons y su rol del paciente, aún a pesar de ser escondido por las imaginerías del mercado y los piadosos discursos de humanización de la asistencia. 

No obstante, las retóricas de rehabilitación de los pacientes son acompañadas con la creciente construcción de dispositivos en los que estos se encuentran presentes. Así se amparan los discursos que ubican al paciente en el centro del proceso. Pero las prácticas que instituyen estos discursos, manifiestan impúdicamente el dominio total de los profesionales que imponen su sistema de significación, construyendo los problemas como técnicos, en los que la colaboración del enfermo es imprescindible. Así se han multiplicado múltiples instancias que simulan la presencia de los pacientes, en los que domina la simulación, en tanto que los participantes profanos comparecen como un apéndice del sistema profesional, actuando como ventrílocuos de éstos. 

En mi vida profesional he experimentado vergüenza en múltiples ocasiones en las que he participado en congresos como paciente. Allí presentaban a gentes débiles y agradecidas que actuaban como guiñoles del sistema, representando fervorosamente el guion establecido. Siempre ha sido un orgullo ser calificado como provocador. El paternalismo adquiere en estos casos una naturaleza pavorosa que insulta a la inteligencia. Esta es la razón por la que en este blog escribo mis derivas diabéticas, enunciando mi perspectiva profana centrada en mi vida, que no puede ser objeto de colonización técnica por parte de un sistema de significación extraño a ella.

En el campo de la salud mental se acentúa la estigmatización de los pacientes. Así se constituye un territorio terapéutico en el que la limitación de la eficacia abre el camino a prácticas asistenciales cuyas finalidades son la neutralización como persona del sujeto tratado. En estas condiciones, la probabilidad de que la misma asistencia pueda causar daños a los pacientes es mucho mayor que en otros campos. Pero la misteriosa salud mental elude el problema del sufrimiento de los enfermos, de la vida de estos y de los contextos cotidianos en los que habitan. Uno de los problemas más delicados radica en la constitución de un estigma social que se suma al profesional. El avance impetuoso del capitalismo neoliberal está construyendo una sociedad de convivencialidad muy baja, en la que la fraternidad se aproxima a su grado cero.

Desde esta perspectiva se puede hacer inteligible la aportación del blog de la antropóloga trastornada. Se trata de un valioso testimonio elaborado desde una perspectiva radicalmente autónoma, en la que la vida personal asociada al sufrimiento es situada en el centro de la cuestión. No es un producto ventrílocuo de la visión profesional, sino un vigoroso relato en primera persona de la vida de una persona psiquiatrizada. En el contexto de ausencia de voz de los pacientes, determinado por la colonización profesional, basada en los métodos del mercado infinito, la producción de una voz autónoma tiene un poder colosal y convoca a la inteligencia para vislumbrar este ámbito oscuro de la atención psiquiátrica.

Pero, esta voz autónoma y auténtica que se produce en la población psiquiatrizada, tiene aún más valor, en tanto que este segmento de población representa la cima visible del iceberg de la población sometida a tratamiento psicológico, que conforma inquietantemente mayorías sociales crecientes. La emergencia psi, tan bien tratada por una persona que ha influido tanto en mí, el psiquiatra Guillermo Rendueles, se funda en el código común de la baja eficacia. Frente a un problema que no tiene solución integral, el tratamiento psi genera dependencia en el mismo tratamiento que deviene en cronificado. Así se conforman distintas psicologías autorreferenciales que construyen sus mercados y sirven eficazmente a los poderes establecidos, desempeñando su función de producir sujetos débiles, dependientes y en tratamiento perpetuo. El tratamiento de los múltiples malestares que se concitan en el presente con psicología, es uno de los disparates más paradójicos de este tiempo.

Termino invitando a leer el blog a las personas interesadas en visionar las zonas oscuras de las sociedades contemporáneas. Me ha impresionado mucho la descripción de su dolor; la amistad con sus congéneres en sus sucesivos encierros; su prístina comprensión de las limitaciones de su tratamiento; su determinación acerca de su responsabilidad ineludible en la construcción de su propia vida;  su lúcido entendimiento de lo que denomina como “el cuerdismo”, que es una versión posmoderna del sometimiento; su inteligencia en la comprensión política de su mal, que se encuadra en su propuesta acerca del “trastornariado”, entendido como una categoría política que concita a todos los que sufren trastornos asociados a la problemática integración en una sociedad neoliberal avanzada.

Aunque ella no comparte las etiquetas diagnósticas, me atrevo a hacer un diagnóstico profano de su persona. Se trata de una persona singular. De una antropóloga que experimenta un trastorno que se instala en su vida haciéndola grande, en tanto que tiene que vivir con una adversidad ineludible. De una mujer inequívocamente lúcida. De un ser inevitablemente entrañable. Eso es. Así es recomendable leerla y administrar bien los afectos que suscita. En mi caso los hago públicos. Es un orgullo compartir con ella la gran descalificación profesional a los que hablamos de nuestra salud deteriorada en público  y en primera persona, desafiando al cuerdismo profesional. También soy un trastornado metabólico. Lo dicho: Una antropóloga trastornada, lúcida y entrañable.




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