El pasado
mes de octubre, un amigo me recomendó un blog, hasta entonces desconocido para
mí ,“Diario de una autoetnógrafa. Experiencias y reflexiones sobre la locura,
trastornos y medicalización de la sociedad”. https://autoetnografa.com/author/autoetnografa/ . La lectura de sus sucesivas
entradas ha incrementado mi interés por estos textos, escritos por una
antropóloga que se encontraba en la fase de culminación de la misteriosa
institución del doctorado, y que sufrió una desestabilización intensa que ella
define como trastornos inscritos en la nebulosa de la locura. Su tratamiento la ha convertido en una
persona psiquiatrizada. Desde esta perspectiva compone sus textos
sobreponiéndose al estigma asociado a su etiqueta diagnóstica.
En las
sucesivas páginas de este blog discute
su diagnóstico; define sus malestares y estados personales; replica la atención
psiquiátrica de la que es objeto; describe las instituciones especializadas
partiendo de sus experiencias de encierro; narra sus vivencias y turbulencias;
recurre a varios de los discursos críticos con la psiquiatría; explora
alternativas basadas en la autoayuda, la solidaridad y la acción política, y
construye su vida y su historia personal desde una perspectiva autónoma,
externa al sistema de significación del sistema experto que la trata. El
resultado es un cuestionamiento en
primera persona de los procesos centrales en las sociedades del presente de la
individuación, la psicologización y la medicalización.
El valor de
las aportaciones de la antropóloga trastornada es inestimable. Desde siempre
los pacientes, y aún más los psiquiatrizados, han carecido de voz alguna. Estos
eran tratados como portadores de cuerpos averiados en trance de reparación. Los
sucesivos movimientos sociales nacidos en el contexto de los años sesenta del
pasado siglo han erosionado los supuestos de la asistencia médica taller. En
los años ochenta convergen los efectos de estos movimientos sociales, que
revalorizan a las personas, con la gran mutación del sistema productivo
determinada por la tercera revolución tecnológica. La explosión productiva, que
multiplica y diversifica los productos y los servicios, termina por revalorizar
al consumidor como comprador imprescindible del torrente de productos. El
resultado es la multiplicación de saberes, métodos y disciplinas que aseguren
su control y conducción. Todo termina en la gran mutación de lo que desde
Foucault se entiende como gubernamentalidades.
Este
movimiento profundo termina arribando a la asistencia sanitaria, adquiriendo la
forma de la clientelización, que reconvierte a los pacientes en clientes. Esta
condición apenas altera sustantivamente las asimetrías que definen a la
asistencia médica. Pero, en el caso de que la pieza estropeada sea la mente, la
institución refuerza el tratamiento unidireccional, situándose inequívocamente
en el territorio del control, que se sobrepone a la curación. El campo de la
psiquiatría es especialmente ambivalente, en tanto que la limitación de los
tratamientos de las patologías mentales generan una tensión que se proyecta
sobre el paciente, considerado incurable de facto. Este requiere
primordialmente de la vigilancia efectiva y la subordinación a la autoridad
profesional. El monopolio de lo biológico se hace patente en detrimento de las
dimensiones psicológicas y sociales de los pacientes.
La
clientelización del sistema sanitario ha importado distintos saberes y métodos
procedentes del mercado, aplicándolos sobre los pacientes considerados como
compradores de servicios. Pero esta ficción no altera la naturaleza autoritaria
de la institución. Cuando se producían discusiones en mis clases de sociología
de la salud, solía advertir que al final siempre aparece Parsons y su rol del
paciente, aún a pesar de ser escondido por las imaginerías del mercado y los
piadosos discursos de humanización de la asistencia.
No obstante,
las retóricas de rehabilitación de los pacientes son acompañadas con la
creciente construcción de dispositivos en los que estos se encuentran
presentes. Así se amparan los discursos que ubican al paciente en el centro del
proceso. Pero las prácticas que instituyen estos discursos, manifiestan
impúdicamente el dominio total de los profesionales que imponen su sistema de
significación, construyendo los problemas como técnicos, en los que la
colaboración del enfermo es imprescindible. Así se han multiplicado múltiples
instancias que simulan la presencia de los pacientes, en los que domina la
simulación, en tanto que los participantes profanos comparecen como un apéndice
del sistema profesional, actuando como ventrílocuos de éstos.
En mi vida
profesional he experimentado vergüenza en múltiples ocasiones en las que he
participado en congresos como paciente. Allí presentaban a gentes débiles y
agradecidas que actuaban como guiñoles del sistema, representando
fervorosamente el guion establecido. Siempre ha sido un orgullo ser calificado
como provocador. El paternalismo adquiere en estos casos una naturaleza
pavorosa que insulta a la inteligencia. Esta es la razón por la que en este
blog escribo mis derivas diabéticas, enunciando mi perspectiva profana centrada
en mi vida, que no puede ser objeto de colonización técnica por parte de un
sistema de significación extraño a ella.
En el campo
de la salud mental se acentúa la estigmatización de los pacientes. Así se
constituye un territorio terapéutico en el que la limitación de la eficacia
abre el camino a prácticas asistenciales cuyas finalidades son la
neutralización como persona del sujeto tratado. En estas condiciones, la
probabilidad de que la misma asistencia pueda causar daños a los pacientes es
mucho mayor que en otros campos. Pero la misteriosa salud mental elude el
problema del sufrimiento de los enfermos, de la vida de estos y de los
contextos cotidianos en los que habitan. Uno de los problemas más delicados
radica en la constitución de un estigma social que se suma al profesional. El
avance impetuoso del capitalismo neoliberal está construyendo una sociedad de
convivencialidad muy baja, en la que la fraternidad se aproxima a su grado
cero.
Desde esta
perspectiva se puede hacer inteligible la aportación del blog de la antropóloga
trastornada. Se trata de un valioso testimonio elaborado desde una perspectiva
radicalmente autónoma, en la que la vida personal asociada al sufrimiento es
situada en el centro de la cuestión. No es un producto ventrílocuo de la visión
profesional, sino un vigoroso relato en primera persona de la vida de una
persona psiquiatrizada. En el contexto de ausencia de voz de los pacientes,
determinado por la colonización profesional, basada en los métodos del mercado
infinito, la producción de una voz autónoma tiene un poder colosal y convoca a
la inteligencia para vislumbrar este ámbito oscuro de la atención psiquiátrica.
Pero, esta
voz autónoma y auténtica que se produce en la población psiquiatrizada, tiene
aún más valor, en tanto que este segmento de población representa la cima
visible del iceberg de la población sometida a tratamiento psicológico, que
conforma inquietantemente mayorías sociales crecientes. La emergencia psi, tan
bien tratada por una persona que ha influido tanto en mí, el psiquiatra
Guillermo Rendueles, se funda en el código común de la baja eficacia. Frente a
un problema que no tiene solución integral, el tratamiento psi genera
dependencia en el mismo tratamiento que deviene en cronificado. Así se
conforman distintas psicologías autorreferenciales que construyen sus mercados
y sirven eficazmente a los poderes establecidos, desempeñando su función de
producir sujetos débiles, dependientes y en tratamiento perpetuo. El
tratamiento de los múltiples malestares que se concitan en el presente con
psicología, es uno de los disparates más paradójicos de este tiempo.
Termino
invitando a leer el blog a las personas interesadas en visionar las zonas
oscuras de las sociedades contemporáneas. Me ha impresionado mucho la descripción
de su dolor; la amistad con sus congéneres en sus sucesivos encierros; su
prístina comprensión de las limitaciones de su tratamiento; su determinación
acerca de su responsabilidad ineludible en la construcción de su propia
vida; su lúcido entendimiento de lo que
denomina como “el cuerdismo”, que es una versión posmoderna del sometimiento;
su inteligencia en la comprensión política de su mal, que se encuadra en su
propuesta acerca del “trastornariado”, entendido como una categoría política
que concita a todos los que sufren trastornos asociados a la problemática
integración en una sociedad neoliberal avanzada.
Aunque ella
no comparte las etiquetas diagnósticas, me atrevo a hacer un diagnóstico
profano de su persona. Se trata de una persona singular. De una antropóloga que
experimenta un trastorno que se instala en su vida haciéndola grande, en tanto
que tiene que vivir con una adversidad ineludible. De una mujer inequívocamente
lúcida. De un ser inevitablemente entrañable. Eso es. Así es recomendable leerla
y administrar bien los afectos que suscita. En mi caso los hago públicos. Es un
orgullo compartir con ella la gran descalificación profesional a los que
hablamos de nuestra salud deteriorada en público y en primera persona, desafiando al cuerdismo profesional. También soy un trastornado metabólico.
Lo dicho: Una antropóloga trastornada, lúcida y entrañable.
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