Conocí a
Enrique Gavilán a través de su blog “El nido del Gavilán”, que formaba parte de
un conjunto de iniciativas y discursos protagonizados por una nueva generación
en atención primaria, que rompía con el acomodo de la generación fundacional y
el conformismo de la gran mayoría de profesionales En 2011 coincidimos en unas
jornadas organizadas por IFMSA Granada, Dueño
de mi salud, en la que intervenía presentando una ponencia. Después nos
hemos encontrado en alguna ocasión, tanto en Granada como en alguna edición de
los SIAP.
Tras el
impulso fundacional en los años ochenta, la atención primaria vivió su edad de
oro. La multiplicación de los centros de salud, los profesionales y los
discursos de las autoridades reconociendo su relevancia, conforman una burbuja
de optimismo que refuerza las expectativas de los profesionales de aproximarse a las
definiciones asignadas en sus orígenes, que le atribuían un papel esencial en
todo el dispositivo de atención sanitaria, corrigiendo el hospitalocentrismo
propio de la época anterior. En este tiempo de esplendor, los modelos
profesionales presentan manifiestas ambigüedades, que son percibidas como el
coste inevitable de una transición hacia un futuro en el que el modelo
alcanzaría su plenitud.
En tanto la
AP vive su expansión, los sistemas sanitarios comienzan a ser reformados desde
las coordenadas de la gran reestructuración global y neoliberal, que transforma
radicalmente el estado del bienestar. El proceso de implantación de estas
reformas cuestiona a la atención primaria refundada en los años ochenta sobre
unos supuestos extraños a las significaciones que portan los reformadores, ubicándola
de nuevo en un lugar subsidiario. Desde entonces se entiende como el pórtico de la gloria de los hospitales, ahora nutridos por los efectos de la
transformación tecnológica, que los dota de medios diagnósticos y terapéuticos
que los medios de comunicación magnifican en la perspectiva de un ilusorio fin
de la enfermedad. Pero las tecnologías prodigiosas no alteran la ya vieja
controversia de los años sesenta y setenta, que cuestionaba su capacidad de emanciparse
de los determinantes sociales de la salud, lo cual disminuía rotundamente su
eficacia.
En esta
lenta secuencia de “regreso al presente” se inscribe Enrique Gavilán. Es una de
las voces que comienzan a aparecer en un nuevo ámbito comunicativo que se
asienta sobre nuevos canales, emitiendo señales de disconformidad con la deriva
de la atención médica y los derroteros que experimentan los sistemas
sanitarios. Los profesionales de esta generación cuestionan preceptos
fundamentales, formulan dudas acerca del modelo, enuncian ideas alternativas,
problematizan un número creciente de cuestiones cruciales y rescatan elementos
de discursos críticos con el devenir de la medicina. Asimismo, se hace
manifiesto el vínculo entre los mismos y la inteligencia médica crítica global,
cuyos textos comparecen en las revistas médicas más prestigiosas.
Las
reflexiones de Enrique representan un valor sólido en el flujo de aportaciones
de los distintos exponentes de esta generación crítica. Después del “Nido”,
publica textos en distintos canales manteniendo su singularidad. En el blog de
“No Gracias” aparecen varios textos suyos, algunos muy incisivos. Me gusta
denominar a estos como “meditaciones”, en tanto que este rango se adquiere por
contraste con la literatura médica basura, que es la extrapolación a este campo
de ideas y métodos ensayados en la sociedad por los magos del coaching y otras
formas emergentes de modelar a las personas según los imperativos del
neoliberalismo imperante. Estos son conceptualmente livianos, apelando a la
magia y la fantasía en contraposición a las ideas.
He leído el
último trabajo publicado por Enrique en la Revista Folia Humanística, nº 10, en
noviembre de este año. Su título es “Apuntes del diario de un médico que soñaba
con el modelo centrado en el paciente”. En este texto analiza el devenir de
esta piadosa concepción de rescatar al objeto de la atención médica, que se
supone que es un cuerpo acompañado por algo más, que se separa de este
haciéndose difuso. Los reiterados esfuerzos por la humanización han tenido
siempre la pretensión de trascender el cuerpo y acercarse a este ente, que se
supone que se encuentra más allá, formando parte de una misteriosa unidad. El
texto consigue traspasar la frontera de las imaginerías del centro, espacio
fantasmático en el que se ahora se ubica al paciente, como con anterioridad se
hizo con la atención primaria misma.
Sin ánimo de
hacer una reseña o una valoración de este texto, este manifiesta la solidez del
autor. El artículo es un ejercicio de exploración e indagación, en el que no se
registran pasivamente las ideas emanadas de las autoridades profesionales, que
generan sucesivas modas que anulan a las anteriores, en el estilo de la
institución central de la gestión. El
resultado es su reducción a una nueva
retórica, cuyos componentes fuertes se fundamentan más en las carencias del
pasado de la asistencia, que de sus propios argumentos. En este texto, el
modelo centrado en el paciente no es aceptado pasivamente, en el estilo de
mucha de la literatura médica, sino sometido a un escrutinio intelectivo y
contrastado con su propia experiencia.
Pero la
cuestión fundamental radica en que, en la época vigente, los discursos médicos
son extensiones de los imperantes en el conjunto del sistema. La autonomía
sectorial declina en los años ochenta tras la presentación de la calidad de la
atención en el formato de Donabedian , que resulta de la importación al campo
médico de las ideas hegemónicas en la industria y los servicios. Desde entonces
se ha intensificado este vínculo. Desde esta perspectiva lo viví en la EASP
durante largos años, en los que cada generación de gerentillos presentaba los
distintos paquetes que llegaban del exterior: organización inteligente, gestión
de las competencias, gestión por procesos y otras semejantes.
Así, el
modelo centrado en el paciente es heredero de un vasto movimiento en todo el
sistema productivo, que puede ser definido como la rehabilitación del
consumidor. Este es definido con anterioridad como un ser pasivo, cuyo
comportamiento resulta automáticamente de los atributos de su posición social.
Se entiende que su pertenencia a un target constriñe severamente su
individualidad. Esta idea se corresponde con un sistema que fabrica productos
homologados en grandes series.
La mutación
tecnológica que comienza en los ochenta modifica drásticamente esta situación.
Los productos se multiplican en una nueva era dominada por la gama, que implica
heterogeneidad. En coherencia con esta situación, el consumidor es liberado de
su condición de “efecto estructural” y dotado de atributos singulares. Se
impone la idea de reforzar la relación con el comprador como la forma óptima de
influir en sus decisiones de compra en el gran bazar cambiante de productos y
servicios. Sobre esta idea se reconstituyen los saberes del marketing, la
publicidad y las relaciones públicas, que trascienden sus fronteras sectoriales
para instalarse en todas las esferas.
Esta
revolución conceptual termina compareciendo en el campo de la salud, alcanzando
a los atribulados profesionales y pacientes, ahora transformados en clientes
dotados de capacidad de decidir. Los discursos y los métodos del marketing
aterrizan en el sistema sanitario. Pero, en general, lo hacen sin paracaídas,
de modo que producen impactos negativos en los imaginarios profesionales.
Recuerdo una discusión fuerte en un congreso de los servicios de atención al
paciente de los hospitales. Interveníamos como ponentes mi amigo Joan Carles
March y yo. Joan defendió una fórmula que se condensaba en el lema de “hay que
enamorar al paciente”. Mi respuesta fue muy crítica e impetuosa, en tanto que
consideraba que ese discurso omite las especificidades de la atención
sanitaria. No es lo mismo un paciente que un comprador Mac-Apple. Desde
entonces los excesos retóricos en el campo sanitario son acumulativos,
alcanzando los límites de lo imposible.
Pero lo más
relevante es que he percibido que en este texto subyace una forma distinta de
consideración de los pacientes. No loe elogia ni oculta la dificultad de la
relación. No es la perspectiva profesional centrada en la patología, ni la
comercial fundada en la satisfacción del cliente, ni la propia del jurista,
fundamentada en los derechos. Es otra cosa difícil de definir. Se trata de una
apertura a su propia experiencia profesional, que le confiere una situación
privilegiada para interpretar el mundo de los extraños con los que se encuentra
en la consulta y en sus domicilios. Su condición de practicante de la medicina
en un medio rural y enclavado en el lejano oeste peninsular, le libera de la
presión de la asistencia basada en la concentración de los profesionales y los
pacientes. Su locus profesional se encuentra distanciado de la sobrecarga de
señales y ruidos derivados del exceso. Allí las señales le llegan más débiles,
de modo que hace posible que pueda recomponerse, pensar y experimentar.
Por esta
razón ha venido a mi cabeza la excelente película de Kevin Costner de “Bailando
con Lobos”. En esta, el teniente John Dumbar es desplazado a un puesto de
observación lejano a las unidades de su propio ejército. Allí, en soledad y
acompañado por la naturaleza termina por encontrarse con los sioux,
estableciendo una relación en la que va comprendiendo su cultura, revisando sus
propias ideas rectoras. El final es una fusión e identificación con los indios.
Se trata de una hermosa historia de otro tiempo y también en el oeste. Lo más
importante es la secuencia de encuentros entre extraños que van resolviendo
problemas de comprensión. Así, un soldado destinado a imponerles un modelo de
comportamiento se transforma en uno de ellos.
Sin ánimo de
llevar a extremos esta analogía, los pacientes de Enrique reciben un suplemento
en la atención recibida, adquiriendo la condición de enfermos no reductibles a
espectros informatizados, tales como aquellos que pueblan los entornos urbanos
saturados. Lo imagino como el teniente Dumbar en sus primeros encuentros, en
los que se piensa minuciosamente lo que aparece de nuevo en la relación. Así se conforma la única
ventaja que pueden tener las personas que viven en los entornos rurales. La
última versión de Bailando con Lobos en Extremadura.
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