Tras los
sucesos de Sanfermines, la Manada ha quedado inscrita en el imaginario
colectivo como una forma de violencia ejercida por un grupo sobre una persona
con escasa capacidad de defenderse. La Manada es una forma de violencia grupal
en la que los agresores se ensañan con una víctima poniendo en práctica un
repertorio de violencias fundadas en la vivencia de la superioridad, que
deviene en un estímulo fundamental. Estas formas de violencia no se ubican tan solo
en la violencia de género, sino que se multiplican en distintos escenarios,
resultando una diversidad de violencias que afectan a distintos damnificados.
Los ancianos internados en residencias, caracterizados por una dependencia y debilidad
manifiesta, constituyen una de las poblaciones de riesgo por incapacidad de
defenderse frente a las manadas institucionales que habitan entre sus supuestos
cuidadores.
Estoy
todavía impresionado por el programa de televisión de Alberto Chicote el pasado
miércoles en la Sexta. La cámara registra varios episodios en los que la crueldad
con los ancianos internados en una residencia se muestra sin máscara alguna.
Los distintos actores que conforman el escenario son sorprendidos por la cámara,
demorando su reacción y proporcionando así un espectáculo total. El cuadro de esta
situación remite al conjunto de la sociedad local en la que tiene lugar, en el
que la concertación entre las autoridades, las instituciones de custodia y los distintos
actores hacen factible y verosímil esta infamia. El recuerdo de una película
clásica viene a mi mente. Se trata de “Arde Mississipi”, en la que un detective
llegado de Chicago, Gene Hackman, se
enfrenta a una sociedad local cerrada en el encubrimiento de un crimen racial.
El cuadro de la película presenta similitudes con el visionado en el programa.
En esta
ocasión, en dos residencias de ancianos ubicadas en dos pueblos de la provincia
de Salamanca, Babilafuente y Castellanos de Moriscos, se muestran las
deficiencias severas de la dieta de los ancianos internados. Estos son
depredados por una empresa que maximiza sus beneficios en detrimento de un
servicio esencial, tal y como es la alimentación. La presencia de Chicote, tras
el impacto de sorpresa inicial, moviliza a todos los guardianes de los
internados, que constituyen una barrera humana de ruido y furia, con la intención
de amedrentar al intruso obstruyendo su campo de visión y el acceso a las
víctimas.
El documento
visual es de una elocuencia inimaginable, que solo puede proporcionar la
espontaneidad de la situación. La directora del centro, manifiestamente
descualificada, muestra sus atributos prístinamente. Estos radican en su fuerza
para intimidar a sus colaboradores y supuestos clientes. Me conmociona
presenciar el comportamiento de los trabajadores, en tanto que puedo imaginar
sus condiciones laborales ínfimas. Sus conductas de subordinación al macho alfa
que decide sobre su continuidad, son patentes. Me puedo figurar el régimen
cotidiano de coacción sobre los débiles internos, que seguro que alcanza
proporciones de ensañamiento insólito. La actuación del concejal en
concertación con la manada es antológica, respaldando el orden instituido de
dieta única restringida para todos.
El cuadro se
cierra con la evasión de las autoridades municipales y de los servicios
sociales autonómicos, que huyen tras la visibilización de este evento, en
espera de que el siguiente programa pueda contribuir a la disipación de los
sentimientos generados en tan piadosa audiencia. La desaparición de las
autoridades confirma su papel en la trama de este acontecimiento. Este se puede
sintetizar en la complicidad necesaria e imprescindible. Así, las denuncias son
ralentizadas y demoradas, al tiempo que las investigaciones son vaciadas de
cualquier contenido. Así se cierra el círculo de la dinámica de esta sociedad
local, que se sitúa por debajo de los requisitos básicos de una democracia.
Esta
situación ilustra lo que en alguna ocasión he denominado en este blog como
“mercados de segundo orden”. En el territorio periférico sobre el que se
asienta esta sociedad local, se instituye un mercado gobernado por pequeños
depredadores que se alimentan del último eslabón de la cadena productiva: las
pensiones de los mayores. Estas constituyen la base del negocio. Su escasa
cuantía determina la intensidad de los ejecutores de la rapiña para extraer
hasta el último residuo. Así se asemejan a las aves carroñeras que terminan con
los despojos que han desechado los predadores de mayor tamaño. En estas
condiciones, la eficiencia del negocio es óptima. La restricción de la dieta,
que penaliza a todos, pero especialmente a aquellas categorías de personas
cuyas necesidades alimenticias requieren una dieta diferenciada, anuncia, por
coherencia, la restricción de personal
especializado que converge con otras reducciones de imputs.
Pero lo peor
radica en que para conseguir que este orden funcione adecuadamente, es seguro
que la coacción sobre los internos tiene que alcanzar altas cotas. Los modos exhibidos
por la directora cabeza de la manada, anuncian la dureza de los cara a cara con
los atribulados clientes. La disciplina fundada en el temor tiene que alcanzar
niveles inquietantes. El sistema de castigos y penalizaciones es, seguramente,
una verdadera forma de arte, que se referencia en el rico y variado repertorio
que las distintas instituciones de encierro han inventado y ensayado a lo largo
de los tiempos. El episodio de la persona que al encontrarse con la cámara dice
“estos son unos sinvergüenzas” es antológico. Este se resuelve siendo arrollado
y empujado por la manada constituida en una verdadera entidad vociferante. Como
he vivido en mi infancia en alguna experiencia semejante, no puedo evitar
pensar en los pellizcos, cuya administración alcanzaba la categoría de la
excelencia.
La cuestión
fundamental radica en que, siendo muy generalizada y administrada en distintas
formas y grados la violencia de los fuertes sobre los débiles, la conciencia
colectiva minimiza este problema ubicándolo en la categoría de casos aislados.
El problema entonces, se localiza en la visión distorsionada de la realidad que
impera en tan avanzadas sociedades como las del presente. En particular, las
ciencias humanas y sociales desempeñan un papel que contribuye a la
desfiguración. En vez de esclarecer los distintos fenómenos y sus relaciones,
generan un imaginario uniforme que oculta realidades generalizadas. En la
actualidad, estos piadosos saberes son desplazados por los medios de
comunicación, que asumen con determinación el papel de dictaminar qué es lo
normal y lo anormal. De este modo la confusión alcanza cotas sublimes, en tanto
que del subsuelo denegado emergen continuamente acontecimientos que son
percibidos como amenazadores.
En mi vida
profesional tuvo lugar un terremoto intelectual tras leer el libro de Günter
Wallraff “Cabeza de turco”. En este se compone la realidad a partir de la
posición de un sujeto marginal que transita por el entramado de los sótanos de
las instituciones constituidas, que se entienden mediante las cogniciones del
sistema oficial y los medios. Las realidades que comparecen en el libro, que
son perfectamente identificables, representan un cuestionamiento integral de
las representaciones oficiales. En los años siguientes me tomé una distancia
más que prudencial con las técnicas de investigación que descansan sobre
verbalizaciones de sujetos interpelados en situaciones de laboratorios
artificiales, como son las encuestas, las entrevistas o los grupos de
discusión.
Simultáneamente,
me convertí en un etnógrafo cotidiano y aproveché todas las oportunidades
posibles para observar los comportamientos en los escenarios reales. Pude comprobar
que la literatura, el cine o el periodismo de investigación, aportaban más que
los crecientes productos procedentes de los laboratorios de la investigación
social. En los años ochenta tuve la oportunidad de realizar un estudio para la
Administración sobre la situación de dos centros de salud en el comienzo de la
reforma sanitaria. Se denominó “Operación Espejo”. Mi presencia cotidiana en
los dos equipos me ayudó a comprender la gran distancia entre los discursos y
las prácticas. El pensamiento oficial se encuentra distorsionado por los
paradigmas dominantes, que son los que componen esquemas de referencia que
marginan factores esenciales. El resultado es una mirada mutilada.
En este
caso, un grupo de personas débiles e inmóviles, es esquilmado por un grupo que
funciona mediante la lógica de imponer sus intereses. Así se forja una
violencia institucional incuestionable, de la que una de sus dimensiones es la
restricción de la dieta. En el último libro de Wallraff, “Con los perdedores en
el mejor de los mundos” se ilustran situaciones a partir de las que se puede
cuestionar rigurosamente que Alemania sea una democracia para todos. El subtítulo
de este libro que explora realidades por debajo de las instituciones, es
certero “Expediciones al interior de Alemania”. Al igual que en sus libros
anteriores se disfraza para experimentar en contextos poco accesibles a los
piadosos ciudadanos de clase media ubicados en las instituciones centrales.
Durante
muchos años he viajado deliberadamente al interior, descendiendo a las
situaciones que se producen bajo las superficies institucionales. Mis clases de
sociología pretendían ser un viaje guiado por algunas de ellas. Este blog
también es deudor de la visión de un intruso que desciende a los sótanos de la
sociedad. A día de hoy mi situación de liberado de trabajo asalariado me
permite acceder a múltiples situaciones que no cuadran con las falsas definiciones
institucionales en todos los ámbitos sectoriales.
Termino
interrogándome acerca de los recluidos en estas instituciones. Me parece
terrible que un anciano viva la última etapa de su vida en una institución
fuera de cualquier control. En estas condiciones la perversión es inevitable.
Así que termino canturreando una cancioncilla que cantábamos en las plazas en
los tiempos del 15 M “Le dicen democracia y no lo es…”.
3 comentarios:
Una vez más, gracias por sus reflexiones y por su valentía en la denuncia, lo que implica un canto a la libertad.
Juan, por si no había llegado a tus oídos. https://www.google.es/amp/s/amp.elmundo.es/television/2018/10/21/5bcc8a1e468aeb26218b4632.html
Gracias Antonio. Sí, me he enterado de que la directora portaba un collar de una de las residentes fallecidas. Es coherente. En los lugares oscuros en los que algunos de los internos pueden llegar a morir por deshidratación o desnutrición, el saqueo de sus pertenencias es congruente.
Publicar un comentario