La condición
de estudiante conlleva la integración en un sistema de dependencia
institucional tutelada. La universidad, así como todas las instituciones
educativas que la anteceden, se funda sobre un régimen de supeditación a los
profesores. Esta subordinación se mantiene con distintas formas desde la
guardería al doctorado. En el tiempo presente la condición de estudiante se
dilata mediante múltiples etapas y prórrogas. El tiempo total de escolarización
ocupa una parte creciente de las vidas, incomparablemente mayor que en
cualquier tiempo anterior.
Pero la
educación del presente no sólo es más dilatada en el tiempo, sino que también
se encuentra cada vez más reglamentada por instancias tecnoburocráticas que se
sobreponen a las relaciones entre profesores y alumnos en el aula. Así se
genera una sensación de tiempo contenido que va erosionando las capacidades de
los involucrados. Soportar una larga estancia en este régimen de dependencia en
una institución degradada, representa una experiencia encomiable de tolerancia
a la adversidad. El malestar estudiantil difuso se desplaza al exterior del
aula, en donde las generaciones almacenadas en los contenedores de espera, supuestamente
ilustrada, inventan prácticas de vivir en un tiempo alternativo. Así se alivian
las tensiones entre los finde sucesivos.
Esta es la
razón por la que admiro a los pocos estudiantes que construyen su propia
soberanía, reduciendo su dependencia institucional al mínimo posible, de modo
que les permite inventar y pilotar su propio proyecto personal. Estos
estudiantes tienen que desempeñarse en un medio adverso, en el que tienen que
burlar la obediencia mecanizada de la gran mayoría concentrada en los depósitos
de estudiantes que se llaman aulas. Durante muchos años he ironizado
públicamente acerca de las arquitecturas de las aulas, comparándolas con las
bodegas que albergaban a los remeros-esclavos de la película Ben-Hur, o las
naves de los prisioneros británicos del Puente sobre el río Kwai.
Me gusta
llamar a estos estudiantes, emancipados mentalmente de estas dependencias, como
“hacedores de prácticas”. Tienen que aceptar formalmente la subordinación y
experimentar el aprendizaje autónomo de microprácticas alternativas, mediante las que fuerzan los límites de su
autosuficiencia, neutralizando los efectos aniquiladores de los sistemas de
autoridad académica. En este blog he escrito sobre un estudiante de medicina
que asistía a la clase de sociología de la salud, Carlos, completamente
autosuficiente y constructor de su propia línea. Un independiente como él sabe
constituir un territorio inviolable que no se encuentra sujeto a negociaciones
con ningún profesor. Fue una experiencia fantástica para mí. Todavía me
conmueve su recuerdo. En los próximos meses voy a escribir sobre algunos
estudiantes que me han dejado huella en el solar del aula.
Como
frecuento las comunicaciones de los distintos críticos con la
institución-medicina y el sistema sanitario inserto en una reforma neoliberal desbocada,
he conocido a varios estudiantes que han suscitado mi atención. Sin ánimo de
hacer una lista, lo cual provoca inevitablemente susceptibilidades, voy a
seleccionar a dos personas específicas: Maribel Valiente y Marc Casañas. En
ambos casos, se trata de personas que siendo estudiantes, han logrado liberarse
de la condición de subordinado incondicional, desarrollando actividades en las
que han acreditado competencias que no han sido sancionadas por las respectivas
instituciones académicas que los cobijaban. En ambos casos el final ha sido
feliz, en tanto que han concluido sus estudios, aún a pesar de seguir siendo
amenazados por instituciones académicas de ciclos superiores, que en estas
condiciones me gusta denominar como “penúltimos”, en tanto que el final se hace
nebuloso por la perpetuación de las prácticas.
Advierto que
no me gusta nada elogiar a los estudiantes libres-soberanos al estilo de lo que
impera en mi generación. El imaginario de la misma se conformó en la gran
convulsión de los años setenta, que determinó un salto de los entonces jóvenes
a distintas instancias de poder en todos los órdenes institucionales. Esta
conmoción, que acompañó a un relevo generacional, ha tenido un efecto perverso
terrible: este es la permanencia de los entonces jóvenes en posiciones de poder
durante un tiempo demasiado prolongado, de modo que han terminado bloqueando a
las generaciones siguientes. Una de las tácticas de los longevos ocupantes del
poder es sobornar a los que llegan mediante elogios desmesurados. Admiro a
algunos estudiantes de sociología en el comienzo de los años noventa, que
decían en la clase: “tengo ganas de cagarme en los sesentayochistas”.
El caso de
Maribel es paradigmático. La conocí hace tres años, cuando estuvo en Granada
estudiando medicina. Se trata de una persona de convicciones firmes, que crea
un territorio personal que no somete a deliberación ni intromisión de ningún
experto. Puede hacer compatible su apertura a distintos discursos con la
conservación su discrecionalidad para seleccionar su opciones y decisiones. Su
preocupación por la salud del contingente de personas más vulnerables, como son
los internados en las prisiones, denota su proyecto personal, muy distante de
las versiones mayoritarias prevalentes en las facultades de medicina, que
ocultan la condición económica y social de los pacientes, lo cual representa un
factor esencial en su tratamiento. También su distanciamiento con el orden
académico pomposo y vacío, así como su pasión por atención primaria.
Su resuelta comparecencia,
que comparte con Marc, en un foro como los Seminarios de Innovación en Atención
Primaria, significa una capacidad de desreglamentarse subjetivamente que supera
los efectos inhibidores de la institución universitaria. Esta se funda sobre la
negación de las competencias de los estudiantes para decir y hacer antes de
obtener la licencia. Pero, en ambos casos, se presentan como portadores de
capacidades que acreditan sus aportaciones. Así se conforman como presente,
desautorizando de facto a la institución que pretende limitar su autonomía
subordinándola a sus dictámenes. Ambos evidencian un saber estar en una
posición activa, muy distante de la de subordinado, que rompe con los moldes al uso.
Este es el
verdadero valor de sus actuaciones. Estas se sobreponen a la licencia formal
que les encuadra en la dependencia, que en estos foros implica representar el
papel de obedientes y seguidistas, menguando sus iniciativas a favor de los que
tienen el estatuto equivalente a los profesores. De este modo construyen un
modelo que se ubica más allá del orden académico convencional, que se concita
sobre la idea de la espera al título para poder decir y hacer. No conozco
personalmente a Marc, pero me impresiona su actividad comunicativa en los SIAP,
tanto por la calidad de sus mensajes como por la fuerza vital que pone en escena.
Hace un mes advertía de que en la próxima edición en Zaragoza ya no será
estudiante. Poco importa esta cuestión si sigue tan vivo como siempre.
Pero sus
actividades autónomas no se limitan a su intervención en foros profesionales,
como los SIAP u otros, sino que concentran su actividad autónoma en inventar y crear
organizaciones propias de su generación. Farmacriticxs es una creación de la
época, un acto que representa la voluntad de una parte de las nuevas
generaciones de estudiantes de medicina de tomar la palabra y desarrollar
actividades que compensen los vacíos del modelo oficial universitario, que los
ubica en el papel pasivo de adquisición de conocimientos y aislados de la
realidad sanitaria y social. Desde esta perspectiva, Farmacriticxs no es una
asociación más, sino que representa el nacimiento de una conciencia crítica de
algunos jóvenes profesionales, así como la conversión en actores de algunos de
los anteriormente sujetos pasivos y resignados.
Tras la
emergencia de Farmacriticxs, que ha cobijado ya a varios contingentes de
estudiantes, aparece La Cabecera, así como otros foros, blogs y otros espacios
compartidos que impulsan distintas iniciativas fértiles, y que son un
patrimonio de las nuevas generaciones. Este es el territorio que alberga un
disentimiento inequívoco de una parte de esta generación. Con sus limitaciones,
representa un verdadero salto para todo el sistema, en tanto que hace factible
pensar que se trata de un embrión que anuncia un futuro diferente. La huelga de
los MIR en Granada es la expresión de un malestar generacional que puede
canalizarse facilitado por esta red de actores e iniciativas.
Estas nuevas
tierras del disentimiento sanitario son la morada de Maribel y Marc. El
contexto de las reformas sanitarias neoliberales de última generación, que
dualizan severamente la asistencia sanitaria, generan malas condiciones de vida
para una parte importante de la población y proletarizan estrictamente a las
nuevas promociones de médicos mediante la institucionalización de la
precariedad, constituye un desafío monumental para que su discordancia sea
fecunda. El escenario en que se mueven requiere la capacidad de movilizar una
enorme cantidad de energía, así como de imaginación y creatividad.
Pero el
principal ingrediente requerido es la inteligencia y la capacidad de generar
conocimiento. Sin esa solidez, cualquier acción termina por desvanecerse. Este
es el punto crítico esencial para esta nueva generación. Se trata de crecer en
las capacidades de generar recursos cognitivos, este es uno de los ingredientes
esenciales de cualquier cambio, en tanto que el poder se asienta principalmente
sobre el conocimiento. Por esta razón se explica el entusiasmo que suscitan en
algunos veteranos algunos de los textos publicados por No Gracias.
En
generaciones anteriores, muchos de los que se han posicionado críticamente, no
han mantenido sus posiciones en el curso del tiempo, cediendo ante los efectos
negativos derivados de sus ideas o actuaciones. Muchas rectificaciones han sido
clamorosas, otras silenciosas, e incluso, elegantes. El aprendizaje de la
derrota es una cuestión fundamental. Saber desempeñar adecuadamente el papel de
–en palabras de Juan Gérvas- perdedor de largo recorrido. Este es un enigma
abierto para el futuro del disentimiento de esta nueva generación.
Para los hoy
estudiantes soberanos se presenta un futuro muy exigente. Por esta razón me
parece improcedente tratarlos mediante el elogio desmesurado. En cualquier
caso, su emergencia es esperanzadora. Pero si no son capaces de aprender sobre
su propia experiencia, sus acciones y aportaciones tendrán efectos muy
limitados. El futuro no se encuentra escrito. Lo más positivo es que la nueva
galaxia Farmacrtiticxs lo ha abierto.
Después hay otro reguero de estudiantes de esa misma facultad de Sociología (gente muy autónoma, muy soberana, con mucha energía viva e ilusión en su momento...) que simplemente nos han "noqueado" itinerarios académicos auténticamente bloqueados, junto con nuestras vidas al completo de camino (las cuales, como es mi caso, pasan por estar colgados a 20 metros de altura o bajo tierra a otros tantos de metros, jugandonos las vidas por 1000 euros en los oscuros, duros, fatigoso e invisibles días de obras). Vidas destrozadas en la arquitectura del poder y maltrato: la arquitectura de la obra, de la empresa, de lo neoliberal... Me encanta leerte Irigoyen, siempre te sigo. Espero que estés muy bien. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarGracias Juanma. Tu presencia aquí reactiva el blog en cuanto a inteligencia y dignidad. Este texto es sobre estudiantes de medicina. Sobre los de sociología empiezo la semana que viene una serie que se llama "Los habitantes del aula". En ella cuento mi recuerdo de un estudiante. Mi pretensión es explicar ese congelador de la inteligencia mediante los prófugos que han conseguido fugarse. Por supuesto aparecéis en la escena tú y Rubén.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo