La
información sobre la atención a la salud producida por los medios de
comunicación se encuentra en un estado de extravío crónico y acumulativo. La
lógica del espectáculo en la que se fundamenta favorece la centralidad de la presentación
de casos en los que la terapéutica realiza prodigios mediante la utilización de
la tecnología. El envés de estas comunicaciones triunfales radica en la
ausencia de tratamiento de los problemas de salud de la población y de las
alternativas consideradas como más eficaces y viables. La conjunción de los
intereses de las televisiones, cuya centralidad en los ecosistemas informativos
es manifiesta, y de las especialidades médicas que pueden presentar algunas de
sus actuaciones en formato de espectáculo visual, tiene como resultado un
descentramiento de gran envergadura, tanto del estado de la salud como de las
actuaciones del sistema sanitario.
Cuando
comencé a colaborar en este misterioso sector en 1983, los trasplantes de
corazón habían situado a la cirugía
cardiovascular en el olimpo de las especialidades médicas. Este estrellato se
acompañaba de un optimismo que alcanzaba las proporciones de delirio. Los
pacientes trasplantados eran presentados como héroes cuasi-inmortales en un
universo comunicativo que anunciaba implícitamente el inminente final de los
efectos letales de las enfermedades cardiovasculares. Pero, en realidad, estos pacientes agraciados representaban la
gloria de los cirujanos, que eran exhibidos por los medios como portadores de
competencias milagrosas y emblemas de un progreso sin limitaciones.
El éxito de
los trasplantes de corazón anunciaba la era de los trasplantes, generando un
imaginario colectivo en el que la generalización de estos resolvería los
efectos letales de las enfermedades graves. El cuerpo parecía ser un conjunto
de órganos susceptibles de ser reemplazados, tal y como ocurre con los
automóviles y otras máquinas. Entre todas las ensoñaciones mediatizadas de esta
época recuerdo la afirmación de un prestigioso cirujano de que era posible seguir fumando, en tanto
que la implantación de un nuevo pulmón constituiría una garantía para el aparato
respiratorio del fumador. Así, este órgano adquiriría una condición de objeto
similar a un embrague, que tiene que ser repuesto cada cierto tiempo. El
prodigio de los trasplantes terminaría con las restricciones en los estilos de
vida no saludables.
En este
tiempo tuve el privilegio de acceder a distintos profesionales críticos con
este enfoque, así como a diversos autores que se mantenían inmunes a los
delirios tecnológicos derivados de estos avances, manteniendo la reflexividad
necesaria para definir con rigor el cuadro general de la situación de salud. En
tanto que los trasplantes eran interpretados en términos mitológicos, aparecía
el sida; las enfermedades cardiovasculares alcanzaban un nivel calificado como
epidemia; se multiplicaban los enfermos crónicos; los accidentes se
estabilizaban al alza; se ampliaban las distintas dolencias incrementándose la
población atendida, y la reestructuración neoliberal incipiente mostraba sus
efectos negativos sobre las condiciones de vida de amplias capas de la
población. La salud mental decreciente era el indicador más elocuente de la
convergencia de malestares.
No parece pertinente
discutir los beneficios de los trasplantes desde la perspectiva de los
intereses de los pacientes beneficiarios de los mismos. Pero sí se puede
afirmar que estos son inviables como alternativa en un contexto en el que se
incrementa el número de aspirantes; que la proporción de los recursos que
consumen es desproporcionada desde la perspectiva global de los problemas de
salud y sus necesidades de atención. Parece obvio resaltar que desde el prisma
de la salud general, estos desempeñan un papel subordinado a otras prioridades
en la atención a la salud, en tanto que se pueden constatar sus límites.
Pero el
aspecto más importante radica en el sustrato antropológico en que se sustentan.
El cuerpo es entendido como el contexto de un conjunto de órganos y subsistemas
que se entienden como piezas susceptibles de reposición. Durante muchos años,
en las clases que he impartido a profesionales de la salud, he parodiado este
supuesto implícito en la asistencia. Describía satíricamente un escenario en el
que la piel era sustituida por un material compósito de última generación que
permitía abrirlo y cerrarlo con sencillez, permitiendo así limpiar y reparar
los distintos órganos-pieza, sujetos por una rosca que garantizaba el principio
de “abre fácil”. Así, después de una noche de alcohol y nicotina sería factible
abrir y reponer las distintas piezas afectadas. En el caso de los varones sería
posible consultar acerca de los tamaños del pene según la preferencia de la
compañera. El factor más importante de estas ensoñaciónes radica en la
existencia de un almacén reponedor de los distintos órganos.
No. La
trivialidad de este concepto de cuerpo y salud, que remite a la utopía del final
de la enfermedad representa una trivialidad monumental propia de la época. Por
el contrario, se evidencia y refuerza la idea de que la enfermedad tiene una
naturaleza histórica, de modo que evoluciona según los contextos sociales en
los que se produce. Pero lo más preocupante es que el fundamento de estas
ensoñaciones remite a causas más inquietantes. Se trata de que las poderosas
industrias maximizadas por las transformaciones tecnológicas terminan por
producir no solo sus productos y servicios, sino las significaciones
imaginarias asociadas a los mismos. Su preponderancia sobre la vieja
institución de la medicina es absoluta. Solo quedan algunos núcleos de
resistencia frente al huracán hiperoptimistas de los reponedores de órganos.
Esta
transformación que privilegia la trivialización de las enfermedades frente a los
pronósticos desmesurados del papel de las tecnologías remite a una cuestión
social global que es fundamental comprender. El desarrollo integral y
equilibrado de una sociedad requiere la conjunción de tres factores esenciales:
Tecnología, cohesión social y proyecto. En ausencia de alguno de los estos los
resultados son manifiestamente negativos. El problema de la revolución
científico-tecnológica en curso es que tiene lugar en un escenario en el que la
cohesión social es decreciente y el proyecto es incuestionablemente deficitario.
Las declaraciones de las autoridades en todos los niveles son elocuentes. El
monopolio de las referencias al crecimiento, entendido en términos de la
producción de cosas que se puedan comprar adquiriendo un valor económico, desvela
el vacío de este proyecto unidimensional.
La
consecuencia fatal de la ausencia de proyecto es la subordinación de las
diferentes esferas sociales a los intereses de las grandes corporaciones y sus
parejas, los grupos mediáticos globales. Esas imponen sus definiciones en todos
los ámbitos, contribuyendo a un cambio letal que se expresa en un extrañamiento
generalizado y creciente. El proyecto global transfiere sus cegueras a todos
los ámbitos. En el sistema sanitario se evidencia la colonización del sistema
global. De esta situación resulta lo que un analista tan agudo como El Roto,
denomina en una viñeta “Sentido Sin Sentido”.
El
descentramiento de la asistencia sanitaria se refuerza por la acción de los
grupos mediáticos que desde sus coordenadas seleccionan los
acontecimientos-símbolo. Ayer fue presentado en un tono de euforia la
reconstrucción del rostro y la mano de un ciudadano keniano, seleccionado por
la Cruz Roja para ser operado en el hospital de Manises. La retórica triunfal
se hace patente glorificando los avances de la cirujía reconstructiva de
traumatismos y el reimplante de las amputaciones traumáticas. La operación se
produce por concertación entre la Cruz Roja, el hospital y la fundación
Cavadas, que lleva el apellido del ilustre cirujano, como es común en este
tiempo de emergencia del nuevo estado de postbienestar.
Me pregunto
si esta tecnología puede generalizarse para aportar soluciones a la gran
cantidad de personas afectadas por problemas análogos. Pero lo peor radica en
que este hecho tiene lugar en un contexto de restricciones generalizadas, en
las que el acceso a una consulta de un especialista se demora hasta un tiempo
que en muchos casos cuestiona la eficacia de su intervención. Por no apuntar a
la gran recesión de una atención primaria descapitalizada y relegada, en tanto
que sus logros presentan dificultades para ser traducidos al espectáculo
mediático.
Pero en este
caso, el descentramiento y el extravío alcanzan proporciones macroscópicas, en
tanto que la persona beneficiaria de la intervención es africana. El estado de
salud de las poblaciones africanas se encuentra en una situación en la que lo
catastrófico se cronifica. África representa en el presente el colapso del
proyecto que rige las sociedades europeas. La situación presente pone en primer
plano la dimensión planetaria de los problemas y las soluciones. Es inviable
mantener aislada a una población con buen nivel de salud sin blindarse frente a
las poblaciones periféricas con mortalidades infantiles desbocadas y esperanzas
de vida en mínimos.
La debilidad
del proyecto que rige la Europa actual comienza a emitir sus facturas en
términos de posicionamientos perversos y acontecimientos políticos críticos.
Siempre ha sido un dilema determinar si las autoridades carentes de proyectos
sólidos eran tontos o más bien malos. En este caso, con el Mediterráneo
convertido en un cementerio de ahogados, la convergencia entre ambas
condiciones se hace patente. ¡qué horror¡ Así es como el progreso tecnológico
termina por contribuir a un desvarío inimaginable. La información sanitaria se
constituye en su emblema. Lo dicho, si la tecnología no se acompaña de un proyecto
sólido y de una cohesión social, el infortunio se encuentra garantizado.