La derecha
es algo más que una posición política. Es un modo de ser y de vivir la vida.
Después de muchos años de ausencia, paseo por el barrio de Salamanca de Madrid
rememorando mi infancia y adolescencia. Este es uno de los territorios en el
que se asienta la derecha, más allá de sus formas políticas. Tengo una
sensación extraña que me inquieta. Las gentes que comparecen ante mí son
exactamente iguales a las de mis atormentados años mozos. El concepto de cambio
social parece ser severamente cuestionado. Ciertamente, han cambiado muchas
cosas, pero tengo la sobrecogedora impresión de que mi vida ha sido un sueño,
porque las personas con las que me cruzo son exactamente las mismas que las que
pueblan mi memoria.
Lo mismo me
ocurre en el paseo de Pereda de Santander y en toda la zona de bares en las
calles adyacentes. Es como si todo se hubiera congelado y súbitamente volviera
a la vida tantos años después. Parecen ser las mismas personas dotadas de la
capacidad de resistir el paso del tiempo permaneciendo incólumes. Los cambios
políticos, económicos y culturales han pasado por encima de ellos sin
afectarles sustancialmente. Así, siguen viviendo exactamente de la misma manera
Los mismos arquetipos humanos se reproducen en estos entornos sin ser afectados
por los cambios globales. Por eso, cuando paseo por el Paseo de Pereda o por el
barrio de Salamanca, alterno mi rostro de una sonrisa irónica a la que acompaña
mi voz murmurando -milagro, milagro-,
con la seriedad derivada de la inquietud de estar viviendo una pesadilla, en
tanto que los rostros, los cuerpos y las puestas en escena son las mismas.
En
congruencia con mis impresiones sensoriales en los escenarios en donde vive la
derecha, esta puede ser definida como aquello que sobrevive a los cambios, como
el núcleo indemne que conforma la persistencia. Se puede afirmar, por tanto, que esta es una identidad, un modo social
específico de ser y de vivir. Ciertamente no hay una sola derecha. La derecha
convencional se ha mezclado con algunos contingentes de personas que han
experimentado una movilidad social ascendente. También han arribado a este
espacio gentes que han conseguido mucho dinero mediante su participación en
actividades económicas lucrativas, esencialmente especulativas. Todos ellos
conforman a las derechas, incluyendo los adscritos a las fantasías geométricas
que se imaginan en los centros de un espacio fluctuante.
La derecha
se asienta sobre la diferencia social. Es esencialmente clasista y elitista. En
las últimas versiones de la sociedad de consumo detenta posiciones que agregan posiciones
económicas a valencias culturales asociadas a la sofisticación del lujo. Así se
configura como un estrato o una casta social que comparte una forma de
reconocerse en el arte de vivir, habitar y viajar. Frente a los numerosos
ascendidos económicos, que hacen ostentación de su automóvil y su vivienda, la
derecha-casta se define sobre un conjunto de diversidades sofisticadas que le
confieren una subjetividad que se expresa en el ámbito social semiprivado que
habita. Paradójicamente, esta cede la ostentación a muchos de los recién
llegados para compartir el goce íntimo de las prácticas de vivir asociadas a su
posición, que se mantienen discretamente ante las miradas exteriores.
Ser de
derechas implica llenar, con una vida fundada en el privilegio, su posición
social. Se trata de ser activo en la reproducción de su estilo de vida,
incorporando selectivamente las novedades que se producen continuamente. Las
prácticas asociadas a esta identidad social, tienen lugar en un espacio social
restringido. En los domicilios, fincas, clubs privados, instituciones de pago, comercios
exclusivos, bares especiales y otros ambientes habitados por las gentes que
ocupan estas posiciones sociales, estas se manifiestan abiertamente sin
restricción y muestran sus ideas, convicciones, prácticas de vivir y
costumbres. Estas son las zonas que habitan en exclusiva. Pero, cuando las
personas de derechas se hacen presentes en un espacio público plural, adoptan
un comportamiento restringido, ocultando algunos de sus rasgos específicos. He
vivido con frecuencia estas situaciones en la cotidianeidad de la universidad
pública.
La vida de
una persona de derechas se encuentra determinada por una ley de hierro. Esta es
la de conservar, defender y expandir su posición social. Esta se hereda o se
consigue, pero es preciso protegerla frente a las aspiraciones igualitaristas
de aquellos que se ubican en posiciones sociales inferiores. Esto implica la
necesidad de unificar la fuerza de los privilegiados y su determinación social.
Así se explica la cohesión interna de la derecha. En la política se alinean
férreamente en torno a los partidos que defienden sus intereses minimizando las
divisiones. Las grandes cuestiones económicas y políticas suscitan una posición
monolítica de la masa crítica de la derecha, así como una gran energía en su
defensa. En los días solemnes de las elecciones todos se encuentran movilizados
y alineados en torno a la percepción común de la defensa de sus privilegios. Es
insólito contemplar de cerca la campaña permanente de erosión de Carmena en
Madrid. Cualquier oportunidad y en cualquier espacio es válido para su denigración.
La vida
transcurre en torno a la recreación y expansión de la posición personal. Las
actividades esenciales se concentran en esta cuestión. Para asegurar esta, las
relaciones personales adquieren una centralidad extraordinaria. Las amistades
implican intercambios de favores y coaliciones pragmáticas. Asimismo, la
familia es un haz de relaciones orientadas a los negocios y la expansión de los
patrimonios. Cultivar las relaciones deviene en una regla fundamental. Expandir
la red personal y mantenerse atentos a las oportunidades que pueden surgir de
las relaciones. Así, cualquiera puede ser un socio, que adquiere una
preponderancia fundamental en el curso de la vida para materializar con éxito
los negocios. Estos son imprescindibles para incrementar el patrimonio.
De lo
anterior se puede colegir la importancia extraordinaria del enchufe.
Encontrarse asentado sobre una posición elevada, en la intersección de una red
de relaciones, otorga un capital relacional que es determinante para acceder a
empleos, a favores, a “ayudas” en la educación, así como otras formas de
intercambio. La tenencia de un cuantioso capital personal contribuye a la
acumulación de ventajas esenciales en todos los órdenes en la educación, el
empleo y los negocios. En la jerga cotidiana, las universales palabras de
“meterse en” o “colocarse en “, designan realidades en las que la derecha se
encuentra muy aventajada.
Uno de los
aspectos más significativos de la derecha en la cotidianeidad estriba en la
pericia de resolver contundentemente las sucesivas situaciones de cara a cara con
los distintos subalternos. Es lo que se denomina como “mandar”. Saber mandar y
discernir las posiciones en una relación constituye todo un arte menor, y forma
parte del patrimonio cultural de esta casta social. En este blog he tratado
varias situaciones de cara a cara entre posiciones sociales diferenciadas. Ser
un señor implica emitir las señales indicadoras de su posición social e imponer
estas en las relaciones cotidianas con los considerados inferiores. Hacer
respetar la supremacía de su posición es una cuestión fundamental.
La
preponderancia en la cotidianeidad implica recurrir a una dureza muy intensa en
distintas ocasiones, para “poner en su sitio” a cualquier subalterno que tenga
la pretensión de la igualdad. Esta superioridad implica un alto grado de
violencia simbólica sobre las personas ubicadas en las tierras bajas. Esta
descansa sobre la ignorancia activa de sus condiciones de vida. En ausencia de
bienes materiales cuantiosos, relaciones sociales privilegiadas y capital
educativo, los percibidos como inferiores son deshumanizados y se hacen
ininteligibles. Así se refuerza la hipótesis central de la supremacía de las
clases altas y de la necesidad de regentarlos.
La defensa
de la posición social y su expansión implica, junto con la dureza con los
subalternos, la docilidad con los poderosos. Pero la vida de los patrimonios
materiales copiosos tiene lugar mediante continuas transacciones que afectan a
su estabilidad. Me refiero a las inversiones y los negocios. En estas
comparecen los riesgos y el conflicto latente o abierto con los socios. Saberse
manejar en este campo implica maximizar todas las oportunidades y ser
despiadado con los exsocios devenidos en perdedores. Un patrimonio sólido y
expansivo se asocia, en la mayoría de las ocasiones, a una capacidad resolutiva
inseparable de la competencia de esquilmar a los débiles próximos con un grado
cero de clemencia.
Me fascina
la seguridad que exhiben en el espacio público las gentes de la derecha. En
algunos comercios o bares que prohíben la entrada de animales entran con sus
perros sin considerar la prohibición. En muchos casos nadie se atreve a
decirles nada por su porte de señores y sus gestualizaciones indicadoras de su
seguridad personal. Cualquier señal de exhortación les pasa inadvertida y cuando
son advertidos movilizan su poder simbólico afrontándolo como un desafío. Se
evidencia que entienden que las normativas son para los plebeyos y que ellos se
definen a sí mismos como una noble excepción.
La derecha
vive una situación histórica caracterizada por la expansión de las expectativas
de igualdad por parte de los habitantes de las tierras bajas e intermedias.
Esta es percibida como un desafío y como una impertinencia que se hace presente
en el espacio público. Muchos de los aspirantes a la igualdad la materializan
en la esfera del consumo principalmente. Poseer un automóvil de alta gama
deviene en un signo de ascenso social. El resultado de estas tendencias
sociales es la creación de varias tensiones permanentes. La estrategia de la
derecha es consolidar sus posiciones en las políticas públicas, salvaguardando
los mercados de excelencia blindados a los de abajo, así como su encierro en el
ámbito semiprivado en el que tiene lugar su vida de ocio. Así se conforma un
tiempo en el que las privatizaciones y las barreras alcanzan su plenitud, con
el objeto de proteger la vida singular de los habitantes de las tierras altas. En este tiempo, una gran masa de pobladores de posiciones sociales intermedias genera distintas ensoñaciones que le permiten imaginarse en el mundo de la derecha. Pero, en el mejor de los casos se trata siempre de una pertenencia incompleta.
Este post es una auténtica joya, un alarde de finura analítica y de sutileza sociológica. Cada párrafo hace diana en un aspecto más o menos opaco, y a la vez perfectamente visible, de esta realidad inamovible e inexpugnable del privilegio. Comparto la fascinación y el espanto que provocan este conjunto de rasgos, en particular la seguridad personal y la naturalidad con la que ejercen su superioridad los señores: signo inequívoco y último de que nada ha cambiado. Leyendo este post me ha venido a la cabeza aquel ensayo que Horkheimer dedicó a Montaigne y a la función del escepticismo como ideología de la naciente burguesía. Dejo aquí un párrafo, a modo de reconocimiento: "Esa manera natural y desenvuelta de presentarse constituyó, a lo largo de la era burguesa, el modelo de hombre cultivado. El que carezca de esa naturalidad despertará sospechas ; no está adaptado, su relación con la realidad está perturbada. Alimenta algún rencor contra la realidad. En las altas esferas de la sociedad y del mundo de los negocios se ha desarrollado un fino instinto para detectar la falta de naturalidad en el carácter de un individuo".
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Juan!
Gracias Emilio y disculpa mi tardanza en contestarte. Este tema es más complejo de lo que parece. Lo más sencillo es hacer análisis sobre las posiciones políticas y económicas sobre la derecha. Pero las cuestiones de los estilos de vida se encuentran más ocultas. El factor principal que lo explica es el ascenso de grandes contingentes de personas de las clases subalternas a bienes de consumo fundamentales como el confort doméstico, el automóvil y las vacaciones. Estas son las piedras angulares del conformismo político. La derecha es criticada desde esta perspectiva como casta aristocrática y la igualdad se construye con un peso desmesurado del consumo. Si poseo los tres bienes básicos soy igual que los de arriba. Por eso he disfrutado escribiendo este texto, aún siendo consciente de las muchas lecturas de las que es susceptible.
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