Algunas
personas me preguntan alarmadas por el mutismo absoluto de la Universidad tras
los escándalos desvelados por los medios en la Rey Juan Carlos. La verdad es
que el comportamiento de los universitarios es similar al de otras
corporaciones sociales afectadas por sucesos que descubren prácticas
consideradas como ilegales. Los clanes de la construcción, las cúpulas de los
bancos o empresas oligopólicas, la judicatura, la iglesia, el ejército, las
prisiones, los asilos o los hospitales, todos ellos son mundos en los que reina
la opacidad. En todos los casos acreditan
su capacidad de cerrarse al exterior mediante un silencio sepulcral, fundado en
la unanimidad de los involucrados y en la creación de una barrera sólida que
les protege de miradas exteriores. Así, sus realidades son ubicadas en sus
patios interiores inaccesibles a las personas ajenas, camuflándose bajo sus
fachadas institucionales.
Desde que El
Diario.es descubrió el caso Cifuentes, no han dejado de salir casos similares
que afectan a distintas personas ubicadas en la cima de las organizaciones
políticas. Algunos episodios son insólitos y anuncian irregularidades que
afectan al funcionamiento mismo de la institución universitaria. Sin embargo,
solo en los primeros días apareció algún profesor aislado de esta universidad
en los medios, posicionándose críticamente al respecto. Después, el silencio
total ha vuelto a ser el comportamiento de tan productivos docentes-investigadores.
Ninguna excepción. En el hermético mundo universitario se disuelven las
distinciones entre izquierda y derecha, fusionándose todos en el espacio
compartido tras las fachadas institucionales. La ausencia en los diarios, en
las columnas, en los informativos o en las tertulias de miembros de la
institución es patente.
Considerar
que estos casos constituyen una excepción es, como mínimo, una ingenuidad
clamorosa. Estos hechos tienen lugar en un contexto académico en el que se
encuentran presentes múltiples testigos. De lo que se trata en verdad, es de la
tolerancia ante la desviación desmedida de las reglas. Esta transigencia
generalizada tiene que tener una explicación que trascienda el manido argumento
del temor. Por el contrario, esta se encuentra enraizada en el funcionamiento
mismo de la institución, que termina por interiorizar y aceptar las
desviaciones graves, en coherencia con los intereses de las élites académicas
involucradas en las mismas. Los episodios críticos en los que una autoridad
académica vulnera o consiente la desviación de lo institucionalmente pautado,
forman parte de un acuerdo implícito de los miembros de esta organización.
Este acuerdo
no se verbaliza, pero se sobreentiende y se comparte, formando parte de las
presunciones básicas arraigadas en los profesores e investigadores. Se trata de
la interiorización de lo que se puede definir como el “precio aceptado”. Un
profesor aprende, desde su misma incorporación, a ser indiferente a las actuaciones de sus
respectivas autoridades académicas en asuntos que conciernen a otros.
Cuestionar o discutir cualquier decisión, supone inexorablemente el principio
del final de la carrera académica, que depende de decisiones de dichas
autoridades.
El “precio
aceptado”, es el principio integrador en esta organización, e incluye un precepto fundamental acerca del
modo de gobierno de la universidad. Este se puede sintetizar en la fórmula de
“a cada uno lo suyo”. Es decir, que las autoridades transaccionan con cada
centro, departamento, grupo de investigación o profesor, lo relativo a su
interés específico. De ahí surge un tejido segmentado de grupos articulado en
torno a sus intereses singulares. El claustro o las Juntas de Centro son
testigos de esta fragmentación, así como del modo de gobierno de “a cada uno lo
suyo”. Así cristaliza una extraña democracia académica que favorece la
concentración del poder de las élites académicas, que sostienen un equilibrio
entre los intereses de todos los grupos participantes.
La reforma
neoliberal de la universidad, que ha avanzado rápidamente sin oposición alguna
en los últimos años, acrecienta este principio de gobierno de la institución
fundado en la fórmula de “a cada uno lo suyo”. El guion de la reforma estimula
la competencia de todos en la consecución de los productos programados por las
agencias, constituidas como instancias directivas que asumen la función de
supervisión y establecimiento de premios y castigos. Así la universidad se
instituye como una fábrica de méritos que deben crecer y renovarse en cada
ejercicio.
La
consecución de la cesta de méritos requerida a cada grupo o unidad, implica una
movilización permanente para su consecución. Pero esta solo es posible
realizarla mediante la activación de la interdependencia. Cada unidad debe
salir de sus fronteras locales e inscribirse activamente en espacios académicos
de escala superior. También realizar coaliciones entre disciplinas para
incrementar los méritos. La multiplicación de la actividad y de las
interconexiones es una cuestión vital para la sobrevivencia de los grupos y
departamentos. La selección de los objetivos y las actividades genera distintas
clases de víctimas. La principal son los estudiantes, en tanto que la
dedicación a la docencia se restringe drásticamente. También los becarios, los
doctorandos y los profesores con contratos débiles, que son movilizados para
contribuir a la cesta de méritos de la unidad.
Así, los
antiguos jerarcas de las disciplinas que conformaban los feudos académicos, se
transforman en empresarios postfordistas dotados de las capacidades de
convertir a sus subordinados en hacedores de méritos. Los episodios sórdidos
que afectan a todos aquellos que contribuyen a la creación del conocimiento
-que en la mayoría de las ocasiones no es más que la obtención de méritos
obtenidos en actividades superfluas- se especifican en la inversión de la
ecuación aportaciones/beneficios para las categorías más bajas.
La piratería
practicada por los devenidos en la nueva clase de mandarines postfordistas se
hace patente. En una situación de intensificación y aceleración de la obtención
de méritos en estas condiciones, se multiplican las víctimas y todos son
convertidos inevitablemente en cómplices. Cada profesor-investigador tiene que
cumplir estrictamente con el pacto implícito de indiferencia mutua. Así tiene
que ser un testigo silencioso de las desdichas de los que rotan continuamente
por el departamento en busca de un vínculo, contribuyendo a las actividades sin
obtener recompensa tangible alguna. Solo la ampliación de su currículum para
seguir aspirando a rotar por el espacio académico. Cualquier señal de
reprobación puede generar el riesgo de ser apartado de la trama académica
fundada en la interdependencia. Lo que estoy contando se inscribe en la rica
forma social o institución social de la mafia. El silencio y el cumplimiento en
el intercambio sostenido con el padrino es irremediable. La disposición y la
discreción son las dos virtudes esenciales para quienes quieran hacer carrera
académica.
Si se
aceptan las premisas de este análisis se puede entender el silencio pavoroso de
la universidad española ante la crisis-reestructuración, el incremento de las desigualdades, la
babelización cultural y la multiplicación de problemas sociales. Incluso ante
su misma reconversión, que precariza severamente a los docentes investigadores
y los somete a las decisiones de las agencias, que actúan penalizando a todo el
personal becario y predoctoral circulante, imponiendo unos estándares que casi
nadie puede cumplir. De este modo son modelados como personal en eterna
rotación.
En este
contexto de activismo académico propiciado por la lógica de la fábrica de
méritos se puede explicar el silencio y la indiferencia con respecto a los
perdedores, que son quienes aportan sin contrapestación equivalente.
Estudiantes de postgrado, becarios, personal contratado para investigaciones y
otras categorías de rotantes son utilizados sin piedad por los capataces de la
fábrica del conocimiento. También la multiplicación del plagio. Cada
producto-mérito es reconvertido en múltiples clonaciones con maquillajes
diferentes para ser aceptado por las agencias. Obtener un producto al menor
coste posible es una práctica coherente en este contexto.
Desde estas
coordenadas también es verosímil el trato de favor con los poderosos locales,
políticos, económicos y sociales. La activación de los intercambios con el
medio circundante a las universidades estimula la proliferación de favores a
distintos notables. La recomendación, que siempre ha estado activada en la
universidad convencional, adquiere ahora la forma de trueques con distintas
máscaras. Algún día contaré cosas que he vivido y se inscriben en el reino de
lo inverosímil.
La nueva
universidad determina la colaboración y la discreción de sus miembros,
reconstituyendo la ley del silencio convencional. Carmen, mi compañera se reía
mucho cuando le contaba que yo tenía el privilegio de ser miembro de la última
generación de ermitaños académicos. En esos años los profesores funcionarios
podíamos tomarnos distancia con la institución y teníamos un margen de
autonomía en las decisiones.
Desde hace unos años, la reforma neoliberal hace
imposible el arquetipo de ermitaño académico. Es obligatorio producir los
méritos diseñados por las agencias para asegurar la progresión de la carrera.
La dependencia de la trama institucional es inevitable. Así renace en todo su
esplendor la subjetividad derivada del precio aceptado. El resultado es que
todos callan. Las patéticas intervenciones públicas de los miembros de la CRUE
los ubican en el campo de las fuerzas oscuras. Que cada cual le ponga el
adjetivo que considere al orden universitario. El mío es el que se deriva de un
sujeto intimidado, lo que indica que la libertad se ha disipado.
No sé mucho de muchas cosas, pero si de algo sé, es de tesis. Por la simple razón de que he dirigido a lo largo de mi larga vida 114 tesis doctorales en universidades tan reconocidas como París, Berkeley, MIT, Autónoma de Madrid, UOC o California del Sur. Por eso me ha extrañado, y en realidad avergonzado, la polémica sobre tesis doctorales iniciada por el exdoctorando Rivera, con un profundo desconocimiento del tema, en particular en medios de comunicación a los que se les supone cierta enjundia.
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Y cuando observo que un instituto concreto de una gran universidad, pública por añadidura, está en el centro de varias polémicas por tratos de favor a políticos, de diversos pelajes, sin que la universidad intervenga, cuestione y hasta desmantele el tinglado del chiringuito así montado, empiezo a perder la confianza en que podamos salvar la institución universitaria en nuestro país. Sin embargo, resisto a la tentación de abandonar el proyecto. El proyecto de una universidad cada vez más competente, independiente y al servicio de sus clientes, como dicen los neoliberales, o sea, los estudiantes. Una universidad incorruptible en medio de un mundo podrido en todos los ámbitos. Porque tenemos vocación. Muchos podríamos ganar mucho más dinero o tener más micropoder en otros ámbitos. Pero la belleza de lo que hacemos, la pasión de conocer y de compartir conocimiento, es la gratificación más importante de nuestras vidas.
Ese privilegio, raro, que hemos conquistado con esfuerzo e incluso soportando la tortura psicológica de las “oposiciones” o como las llamen ahora tirando de eufemismo, lo tenemos que defender cotidianamente, con una integridad a toda prueba, con una dedicación a la enseñanza, a la investigación y a la cogestión universitaria. Si cedemos en eso, los tiburones del negocio de la educación, el mayor mercado del mundo en perspectiva, y los manipuladores del poder destruirán el último espacio de humanidad libre y pensadora que queda en nuestras vidas.
https://www.lavanguardia.com/opinion/20180922/451950359576/tesis.html
algunas resistimos Juan, no todo es tan monocromático
ResponderEliminarhttp://unidigna.org/
Gracias por los comentarios. En el caso del texto de Manuel Castells entiendo perfectamente su posición al respecto. Pero los argumentos con los que respalda la grandeza de crear conocimiento, aún admitiendo su valor, en el caso de la universidad española son discutibles. Los cambios de los últimos treinta años han sido coproducidos por las viejas élites académicas. Su protagonismo ha estancado los cambios, de modo que la vieja institución feudal pervive y desempeña un papel relevante. Los acontecimientos de la Rey Juan Carlos lo atestiguan. Este tipo de cambio ha cristalizado en una extraña realidad, en la que coexiste una producción científica relevante con una ausencia de cultura de servicio a los estudiantes, verdaderamente fuera de la época. Por esta razón las palabras de Castells en favor de la integridad y la pasión de conocer pueden terminar en una máscara que encubre otras realidades.En mi experiencia personal, distintas élites universitarias se comportan como los propietarios de la tierra. Esta cuestión es difícil comprenderla desde una experiencia en las universidades de California.
ResponderEliminarRespecto al mensaje de unidigna.org, entiendo su defensa de las resistencias, pero ese mismo concepto remite a un orden organizacional monolítico y rígido, en el que el pluralismo se encuentra minimizado. Por supuesto que en la universidad española existen distintos grupos que sustentan proyectos relevantes, así como algunos casos aislados de buenas prácticas docentes. Pero entiendo que las miserias de esta institución tienen que ser presentadas en el espacio público. Esto es lo que pretendo hacer.