Los
escándalos sucesivos de los másteres de la universidad Juan Carlos I han
conmovido a la opinión pública. Los medios han entendido que se trataba de una
excepción a la regla de la universidad. Así, unos profesores devenidos en
“manzanas podridas” han podido actuar fraudulentamente en favor de distintos
ilustres miembros de las cohortes políticas de segunda generación de los
partidos dominantes en el postfranquismo. Esta piadosa interpretación
tranquilizadora no se corresponde con la situación en la universidad española.
Las arbitrariedades en la producción de los resultados y las dependencias de
los poderes políticos y económicos constituyen la regla general, a la cual hay
escasas excepciones.
Los másteres
representan en la universidad al Ángel Caído, haciendo una alusión elogiosa a
Neil Postman y su libro “El fin de la educación”. Se trata del nivel más débil
de esta institución tan deteriorada. La reconversión de los estudios de tercer
ciclo, convirtiendo los vetustos doctorados minoritarios en los flamantes
másteres y nuevos doctorados, ha significado un cambio que no es posible
denominar de otro modo que catastrófico. La última reforma universitaria, que sobre
el suelo de la vieja universidad fragmentada en la matriz disciplinar y controlada
por los feudos académicos, se construye referenciada en el proyecto neoliberal
radical, inicia un proceso de hecatombe académica, en el que la docencia queda
convertida en una simulación, que es camuflada por las artimañas de una burocracia
académica asfixiante que ha adquirido una competencia notable en el arte del maquillaje
publicitario.
En los años
ochenta y noventa se fueron extendiendo estudios postuniversitarios orientados
a un mercado de directivos y cuadros de empresas. La reforma de Bolonia
disolvió estos estudios mediante su absorción por la universidad. Las viejas
licenciaturas se reconvirtieron a estudios de grado y los másteres
representaron una especialización de los estudios de postgrado. Este cambio reforzó
la demanda de los másteres, en tanto que los grados quedaban devaluados en el
mercado de trabajo, al tiempo que no logró reforzar la oferta académica para
afrontar un desafío de esta envergadura. Las bases para la hecatombe se
asentaron sólidamente.
He sido
durante muchos años informador e informado de estudiantes que circulan por el
espacio-mundo académico. Algunos de ellos eran exigentes con su propia
formación. Me pedían referencias y me suministraban informaciones acerca de su
experiencia. El balance general fue muy negativo. Aprendí a no recomendar
ninguno, porque en varios casos me reprocharon la recomendación que les hice.
En general, los máster son atractivos por los profesores que figuran en el
programa. Pero, una vez los matriculados descubren que su presencia allí es
testimonial y que las diferencias entre el programa y la realidad son
abismales, la frustración es inevitable. En todos los casos la vieja
universidad comparece en todo su esplendor tras la fachada del pomposo proyecto
docente. Voy a exponer en líneas generales lo que es un tipo ideal weberiano de
los másteres, muy focalizado a las ciencias humanas y sociales. Pueden existir
distintas microdiversidades, pero este es el modelo-tipo.
Un máster es
un proyecto académico muy exigente. Tiene que estar dotado de cuantiosos recursos
materiales, administrativos, docentes y de investigación. La metodología
docente activa es ineludible y descansa sobre el principio central de hacer
trabajar a los alumnos. Así, las clases magistrales tienen que ser reducidas al
mínimo a favor de actividades de lecturas, de trabajos en grupos pequeños y
múltiples tareas de procesamiento de la información y aplicaciones. En un
sistema así se multiplican las horas de dedicación de los profesores. Es
preciso preparar minuciosamente las actividades, ejercer una dirección efectiva
sobre las mismas, tutorizar los trabajos y realizar un seguimiento y evaluación
de los resultados todas las semanas. Este es un trabajo efectivo muy absorbente
y poco compatible con otras tareas. Además, es preciso tutorizar los trabajos
de fin de máster y coordinar las actividades de las distintas asignaturas. En
su conjunto consume una cuantiosa energía docente que se traduce en mucho
tiempo y esfuerzo. Se puede afirmar que un máster requiere ineludiblemente una
dedicación exclusiva de varios profesores.
Las reformas
neoliberales descansan sobre un principio esencial. Se fabrica un menú máximo
de actividades para cada docente y se incentiva su cumplimiento. El problema
radica en la imposibilidad material de asumir todas las metas propuestas. El
secreto de estas reformas radica en cada uno tiene que asumir la competencia de
seleccionar las actividades en las que concentra su esfuerzo. Así se facilita
la simulación en actividades en las que es posible cumplir con los indicadores
sin consumir tiempo. En la universidad la docencia es severamente perjudicada.
Nadie que quiera realizar una carrera profesional satisfactoria invierte en la
docencia. Este es un secreto compartido que termina en una perversión
institucional.
Los másteres
son el campo específico en el que cristaliza esta pauta institucional. Un
docente explota su bagaje mediante la impartición de clases convencionales y
programa actividades que consuman el tiempo y el empeño de los alumnos. Sin
embargo, los microtrabajos sobre lecturas y otras actividades que tienen que
realizar los estudiantes no son efectivamente supervisadas. Además, como el
principio que articula estos estudios es la asignatura, los estudiantes se ven
abocados a presentar múltiples microtrabajos aislados entre sí, de los que no
obtiene una interacción con el profesor. En las sesiones se comentan los
contenidos y el docente tiene el bagaje suficiente para hacer comentarios sobre
cualquier cuestión. Sin embargo no se realiza una intervención específica sobre
un trabajo de un alumno. A pesar de todo, muchos profesores se encuentran
agobiados por enfrentarse a diario con la adulteración de su rol, que implica
un conflicto latente con los alumnos.
Así se
conforma un tedio acumulativo resultante de la multiplicación de minitrabajos y
la ausencia de dirección efectiva. Las clases devienen en comentarios dispersos
sobre intervenciones de los alumnos. Este método es fatal para los estudiantes,
que van decreciendo en sus expectativas, al tiempo que beneficioso para el
profesor, convertido en un artista en el noble arte del toreo académico. También
funciona de modo análogo las actividades prácticas o aplicaciones. Estos
métodos docentes significan una falsificación de la enseñanza activa. La
calidad es manifiestamente baja en términos de aprendizaje.
Uno de los
efectos perversos para los alumnos es que se encuentran saturados de
obligaciones que tienen que cumplir en plazos inmediatos, pero su trabajo no
implica un aprendizaje significativo. En este orden de simulación académica el
activismo reemplaza a la formación. Así se conforma una extraña fábrica de
sinsentidos. Cuando algunos alumnos reprochan ante las omnipotentes cámaras de
la tele a Cifuentes y otros beneficiarios su evasión de los trabajos que ellos
tienen que hacer, se puede colegir que estos son más una carga inexorable que
una actividad que les aporta.
La paradoja
fundamental de los másteres es la reproducción fortificada de la vieja
comunidad académica rigurosamente segmentada en disciplinas. Para capturar
alumnos tiene lugar un marketing intensivo que ofrece programas en los que
participan profesores reputados ubicados en otras universidades. Así se
intensifican los intercambios entre los colegas de la comunidad disciplinar
reforzando las jerarquías. Los profesores estrella comparecen en los programas,
pero su intervención efectiva es la de pronunciar una conferencia referida a su
último libro o investigación. No participan en las tareas de tutorización de
trabajos u otras similares. Sin embargo, su presencia es remunerada consumiendo
una parte desproporcionada de los recursos económicos del máster. Las tareas
cotidianas quedan en manos del cognitariado académico que acumula méritos para
posicionarse en su propia carrera.
Así se
configura un sistema que concita la presencia de demasiados estudiantes, en
tanto que el máster es una credencial imprescindible. La sobrecarga de la
demanda desborda la oferta y los grupos son demasiado grandes para hacer
factibles y verosímiles los métodos activos. Algunos grupos pueden llegar a
cuarenta o cincuenta alumnos. En estas condiciones solo es posible establecer
lo que en este blog he denominado como “la fábrica de la charla”. Se trata de
estimularlos a que expresen sus opiniones y establecer una charla dispersa.
El efecto
perverso de estas situaciones es que los másteres son obligatorios de facto
para el supuesto acceso a una especialización, y por ende, al mitológico
mercado de trabajo. Así, un estudiante accede, paga y participa hasta descubrir
que es convertido en una máquina de producir trabajillos superfluos que
consumen su tiempo. Estos no aportan nada a las capacidades del que los
ejecuta. Así se conforma un tedioso ciclo hasta la presentación del trabajo fin
de máster. El resultado es que invierte muchas horas en un esfuerzo que no
tiene el beneficio de la formación efectiva.
La
conformidad con este sistema de simulación académica se funda en su
transitoriedad temporal. Se entiende como un bagaje que hay que pagar
inevitablemente. También se espera que desde el mercado de trabajo se le
otorgue un valor. De ahí el silencio compartido de esta generación de hacedores
de minipapers insulsos. Lo peor es que este sistema absurdo convierte a sus
asociados en víctimas, y, al mismo tiempo, en cómplices de este sinsentido. He
tenido muchas conversaciones con gentes que comenzaban un máster con ilusión,
reprochando mis objeciones, y, meses después, van adoptando un escepticismo que
crece y termina por desbordarlo.
Conozco
algún caso de máster “de postín” en el que se ha llegado a producir un conato
de rebelión. Cuando los estudiantes descubren que son los operadores de una
factoría de productos superfluos, sus propios minipapers, y plantean a la
dirección que quieren actividades de procesamiento de la información y puesta
en común más rigurosas y dotadas de método, de modo que se trascienda el
comentario superficial, la respuesta es destapar un autoritarismo académico que
tiene su origen en el medievo. La violencia institucional se hace patente.
Este es el
contexto en el que se producen los escándalos por eximir a los ilustres
miembros de las juventudes de los partidos principales de participar en estas
tareas cuyo sentido remite a un pago en diferido y una sanción ineludible. He
recordado la frase del Génesis dirigida
a Adán <<Por cuanto has escuchado a la voz de tu mujer y has comido del
árbol del cual he ordené, diciendo: “No comerás de él”, maldita será la tierra
por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y
abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu
rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste
tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás>>. Esta sentencia bíblica se
hace presente en las aulas de los másteres,
en una versión posmoderna suavizada.
Desde la perspectiva de la argumentación de este texto se puede comprender el desprecio superlativo de Cifuentes, Casado, Montón y otros hacia sus eventuales compañeros de titulación. Ellos se liberan de esa carga absurda de modo similar al de los hijos de las clases pudientes del ejército en el XIX y el comienzo del siglo XX. Pero, sobre todo, se hace inteligible la razón por la que, nadie, ninguna autoridad académica, ha reprobado públicamente a los privilegiados de los másteres. El silencio atronador de esta venerable institución responde a una lógica coherente.
En una situación como esta, caracterizada por la oscuridad, se agradecen los comentarios.
De acuerdo en todo lo dicho. Deseando estoy leer el siguiente sobre Pedro Sánchez, aunque es más de lo mismo.
ResponderEliminarEl caso del que en este blog he llamado "el pobre Pedro" remite al doctorado, que es diferente al de los másteres. Estos son catastróficos por ausencia de capacidad de la universidad para ejecutarlos. El caso de los doctorados es distinto. Existen unas diferencias muy importantes entre unos y otros. Algunos departamentos mantienen criterios de cierta calidad, aunque cercados por los indicadores, que se corresponden con un sistema industrial que estimula la producción en masa. Otros son catastróficos, como el caso de universidad que albergó al pobre Pedro y su corte académica.
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