MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA
Retomo mis
memorias de la extravagancia que comencé en este blog en diciembre de 2014. En
éstas cuento las andanzas de un extraño por las tierras de las batas blancas y
los uniformes verdes durante más de treinta años. En la primera, que se
titulaba “Le mètéque”, explicaba la condición de extranjero dotado con un
permiso de residencia siempre provisional. En esta ocasión recupero una
reflexión acerca de los gerentes de las organizaciones sanitarias públicas, que
constituyen un misterio solo encuadrable en las indagaciones de un programa de
Iker Jiménez. La gerencia es una institución introducida desde el exterior en
una burocracia sanitaria faraónica, y, además, en un medio adverso, como es el
de una organización profesional que conserva sus propios códigos.
Uno de las
primeras tareas que me encargaron desde la EASP al llegar a Granada en 1988 fue
el de impartir un módulo de Sociología en un curso de gestión para jefes de
servicio clínicos en Cádiz. En la sesión tuve la oportunidad de discutir con
ellos la cuestión de la gerencia. Cumpliendo con el imperativo gaditano de la
creatividad cotidiana, me dijeron que a los gerentes les llamaban “Charly”.
Esta denominación se refería a la serie de la tele “Los ángeles de Charly”, en
el que las chicas detective protagonizan las pesquisas en tanto que su jefe
Charly se encuentra ausente de las situaciones y ubicado tras el teléfono. Este
término sintetiza certeramente la situación.
A partir de
este curso, inventé una forma de denominarlos muy coherente con los dobles
sentidos característicos de la cultura andaluza, y sevillana en particular.
Siempre me refería a públicamente a ellos como “los gerentillos”, que es una
forma ingeniosa de ponerlos en su sitio verdadero. Los gerentillos eran una
legión de profesionales seleccionados por la Conserjería de Salud y su primo de
Zumosol, el SAS, para ser enviados a los hospitales, áreas y distritos de
atención primaria como gobernadores del poder ubicado en la metrópolis central,
en donde ejercían el poder delegado por el consejero y el gerente del SAS.
Ellos se
referían a sí mismos como “gestores” pero la verdad era que eran ejecutores de
las órdenes de la conserjería y sus misteriosos servicios centrales. En tanto
que sus supuestos subordinados estaban asentados establemente en los hospitales
o centros de salud, los gerentillos permanecían un tiempo breve en su destino,
desde el que eran enviados al siguiente. Tras un ciclo de varios años,
desaparecían por cese o por cambio del equipo de la feliz pareja
Conserjería-SAS, en tanto que los nuevos gobernadores comparecían acompañados
de “su gente”. Pero no era solo la provisionalidad lo que erosionaba su poder,
sino que, ubicados en la cima de un organigrama imaginario, tenían que mandar,
con sus deficientes acreditaciones, a jefes de servicio clínico dotados de una
carrera profesional muy selecta en una burocracia profesional. Así, en un
despacho, lo más inteligente que podían hacer es evitar el contacto cara a cara
con sus supuestos subordinados.
En mi
actividad docente en la EASP, he tenido el privilegio de conocer a las primeras
legiones de gerentillos, que cursaban los máster en los primeros años
triunfales de las reformas sanitarias. Muchos de ellos eran gente bien dotada
de inteligencia y de otras pericias. En estos años de formación se manifestaban
como seres vivos llenos de energía. Pero, al encontrármelos años después, tras
su asentamiento en las brigadas móviles de la Conserjería-SAS, la inmensa
mayoría no eran las mismas personas. Habían cambiado radicalmente, perdiendo la
frescura de sus primeros años. Muchos presentaban un aspecto sombrío, en tanto
que esculpidos por la obediencia permanente a la cúpula sevillana asignadora de
destinos, dotada de la competencia de firmar la pena de muerte gerencial, lo
que significaba para algunos la desaparición profesional. Al tiempo, cada
destino significaba una confrontación sórdida con los jefes de las tribus
clínicas, que no aceptaban de facto su autoridad.
En este
contexto conocí a Andrés Rabadán. El primer encuentro fue en un grupo nominal
que hicimos en la EASP sobre la participación comunitaria con los directores de
áreas y algunos de los difuntos distritos. Después se inscribió en un curso que
hice sobre el mismo tema en la escuela, en el que su aportación se hizo patente
para todos. Andrés no era un arquetipo personal equivalente a una pieza
intercambiable en el dispositivo gerencial, sino otra cosa. Se trataba de una
persona que no podía ocultar su singularidad. Antes de glosar el perfil
profesional de Andrés he de decir que no hablo con él desde hace casi veinte
años, aunque nos hemos encontrado ocasionalmente en alguna actividad.
Rabadán se
distingue principalmente por detentar una inteligencia considerable, que tiene
un componente inequívocamente creativo. Siempre se encuentra en estado de
efervescencia para aplicar las ideas a los contextos específicos en los que se
encuentra. Esta inteligencia se acompaña de una capacidad de comunicación que
puede llegar a alcanzar cotas ingentes. Su capacidad para hacer conexiones,
asociaciones y puntualizaciones, llegando a elaborar caricaturas expresivas de
los conceptos, hace que su presencia en un grupo de trabajo sea provechosa para
todos. En algunas ocasiones sus palabras alcanzaban la fuerza de la
luminosidad. Más de una vez me ha hecho reír
por sus caracterizaciones tan elocuentes.
Andrés
siempre se identificaba con las ideas de la época, enunciadas en forma similar
a los himnos victoriosos. Pero no las aceptaba acríticamente sin más, al estilo
de la gran mayoría ventrílocua. Siempre se reservaba la licencia de lo que me
gusta llamar “escarbar”. Cada novedad era convertida en una oportunidad para escarbar,
darle vueltas, hacer cálculos que permitiesen instalarla en la realidad. De
este modo, su presencia garantizaba la puerta abierta a algún grado de
deliberación, generando un campo fértil que se situaba en la frontera de la
aplicación de las directrices incuestionables. Supongo que sin él mismo
saberlo, ejercía un modelo inventado por algunos movimientos sociales
contemporáneos que se denomina “obedecer mandando”. En su caso significa que
siempre se concede un margen para pensar y hacer más allá de la letra de la
burocracia férrea disfrazada de gerencia.
Estas son
las razones por las que su presencia siempre generaba alguna expectativa que
conmovía el rígido y tedioso orden gerencial, que en muchas actividades de la
EASP adquirían el estatuto de insoportable. Asimismo, uno de los aspectos que
distinguían su estilo de gerentillo es su relación con su equipo, que se
asemejaba más al de un director que al dominante en todas las épocas de las
organizaciones sanitarias, que es el del sujeto parapetado en una
mesa-trinchera.
Lo conocí y
colaboré con él en varias actividades en los tiempos que era director del
distrito Bahía en Cádiz. Después pasó a ser gerente del hospital de Puerto
Real. No recuerdo sus siguientes destinos, pero terminó en la Dirección Provincial,
que es donde se encuentra ahora. Me imagino su existencia profesional en un
lugar así, donde no pocos lo percibirán como un extravagante pretencioso. Me
fascinan las Direcciones Provinciales, en tanto que versiones contemporáneas de
los monasterios medievales, en donde se conservan fielmente y repiten los
viejos textos. El ritualismo y la obediencia se prodigan en lugares así, en los
que la proximidad a las autoridades políticas adquiere una condición perversa,
que se acentúa en el caso de Andalucía.
En cualquier
caso, mi hipótesis sobre Andrés es que no ha muerto tras los largos años de
declive que anticipa la disolución de los distritos, reforzada por la llegada
de los sucesivos huracanes neoliberales. Aún en un contexto tan desfavorable
para una inteligencia creativa y una personalidad exuberante, sigue emitiendo
señales que descartan el óbito profesional, que es tan común a las sucesivas
promociones de gerentes en los últimos treinta años. Este es el mensaje
esperanzador de este texto, se puede sobrevivir en este ecosistema profesional,
aún con las heridas que inevitablemente provoca a sus víctimas.
El problema
radica en la relación entre los componentes de la ecuación siguiente: lo que
podría haber hecho y lo que realmente ha hecho. Una parte fundamental de su
acción ha consistido en torear a las directrices inaplicables, a responder a
las conminaciones ciegas de las autoridades, a negociar con su realidad las
líneas inaplicables, a lidiar con superiores superdotados en estulticia, a
cumplir con unos indicadores carentes de sentido, a enfrentarse a problemas
irresolubles o a plantearse cómo minimizar los daños que pueda causar desde su
posición. Lo importante de Andrés radica en que ha evitado su muerte y la
invalidez que otorga su posición durante tanto tiempo.
No puedo
concluir sin evocar algunas actividades en las que colaboramos. En todas quedó
patente su singularidad. Recuerdo unos cursos de participación comunitaria que
organizó en Chiclana. Venían los directores de los centros de salud del distrito,
los directores de enfermería, los trabajadores sociales y algún voluntario.
También unos cursos de comunicación para celadores en el hospital de Puerto
Real. Todos ellos fueron especiales. La relación de Andrés con los
participantes era muy viva y su intervención generaba intensas tormentas.
Fueron actividades inolvidables para mí. Recuerdo una anécdota que ilustra su modo de trabajo. Estaba invitado a una actividad en Cádiz. Cuando lo supo me invitó a una reunión con su equipo que duró varias horas. Hice una exposición sobre políticas de usuarios. El escuchaba muy activamente y me interrumpía con preguntas y sugerencias. Una de fue preguntarse si era factible llevar al domicilio de los pacientes la baja laboral. En el descanso, dos miembros de su equipo me pidieron que no lo estimulase, porque después les volvía locos con sus cálculos.
Todas las colaboraciones llevaban el sello y la firma de Andrés Rabadán, el hombre que sobrevive a los sucesivos sinsentidos de las políticas sanitarias y sus instituciones invalidantes, porque es otra cosa que un gerentillo.
Todas las colaboraciones llevaban el sello y la firma de Andrés Rabadán, el hombre que sobrevive a los sucesivos sinsentidos de las políticas sanitarias y sus instituciones invalidantes, porque es otra cosa que un gerentillo.
Un fuerte
abrazo
Estoy completamente de acuerdo con todo lo q dices sobre Andrés Rabadán. Yo añadiría su extraordinario sentido del humor, empatía y respeto con los demás, aún con los q disiente profundamente. Ese cóctel le permite resolver como nadie esas situaciones ‘imposibles’ eternamente enquistadas en nuestro sistema sanitario.
ResponderEliminarAdemás es el mejor amigo que puedes encontrarte en la vida. Doy fe de ello !
De acuerdo. Se pueden añadir más cosas aún pero insisto en que salir vivo de esa jungla gerencial andaluza es un mérito superlativo.
ResponderEliminarQué bueno Juan. Qué compensación de un observador afinado y atinado.. Un análisis lúcido del modelo Jerarquiológico de Peters, en el que siempre Ándrés se ha sabido mover por su sentimiento agradecido y generoso de la vida. Siempre contrapuso su responsabilidad por la Luz qué gratuitamente la vida le dió con la obligación de ayudar a tantos, presos de las poderosas garras de la estupidez. Merecido reconocimiento. Un fuerte abrazo a ambos. ART
ResponderEliminarYa veo que conoceis bien a Andres, ese orden de cualidades que describis son claves para estar activo en una organizacion como el SAS. Añadiria las mejores condiciones que se dieron en la primera etapa, donde compartir conocimiento y experiencias era una practica incentivada desde abajo con anuencia desde arriba. Eso y su capacidad de innovacion de creatividad permanente y su honestidad me engancharon a el en lo profesional y en lo personal. Arriba la buena gente!!
ResponderEliminarRatifico lo que dices y aún añadiría elementos de mi cosecha.
ResponderEliminarCada vez que me veo en un proyecto de la mal llamada gestión del cambio dedico un momento a pensar cómo lo hubiera hecho Andrés.
Gracias a todos por vuestros comentarios. En conjunto representan la imagen de Andrés entre sus compañeros de fatigas de varias épocas. Me ha encantado eso de "presos de las poderosas garras de la estupidez". Refleja exactamente la situación de estas organizaciones que son gestionadas como granjas. Está claro que Andrés no cabe ahí.
ResponderEliminarAinnss...
ResponderEliminarQué suerte he tenido de encontrarlo en el camino en esta jungla del SAS y de seguir disfrutando de su desconcertante compañía aún habiendo salido yo de ella.
Gran análisis personal e institucional!
A los problemas propios de la gestión en las organizaciones basadas en el conocimiento, se unen las particularidades de organizaciones en las que la transparencia y rendición de cuentas brillan por su ausencia.
ResponderEliminarPor eso es tan difícil mantener el profesionalismo en estas circunstancias, en las que Andrés ha toreado y sobrevivido con singular maestría.
Quizás tenga que ver el que antes de introducirse en ese mundo gerencial y directivo, fuera un "maletilla de la epidemiología", que es cómo se definía a si mismo cuando le conocí, y ámbito en el que se cargó de humanidad.
Un abrazo Andrés
Javier
Gracias Javier. Estoy de acuerdo con que el "antes de" es un factor primordial. En el caso de Andrés entiendo que antes de ser maletilla de la epidemiología ha sido maletilla de la vida, como ocurre con algunos de su generación. En los encuentros que tuvo con los celadores en los cursos de comunicación que impartí en su distrito mostró competencias que no se aprenden en las universidades. Estas vienen de los posicionamientos en la vida corriente.
ResponderEliminarHola, soy amigo de Andrés desde crios, del pueblo.Hemos estudiado juntos todo el bachiller, y seguimos manteniendo relación, ahora "guasistica".
ResponderEliminarQuiero comentar que Andres siempre ha sido asi.
A primer vista (no para mi) parecia prepotente , o sabijondo, o parlachin.
Yo creo que lo que siempre ha sido es MUY, MUY Generoso. Nunca ha tenido miedo (o no lo ha parecdo) a dar su opinión, y ha querido compartir sus conocimientos con su entorno.
Siempre ha sido tambien muy socarron, debido a su aguda y ágil inteligencia, a su gracejo murciano, y a su modo de ver la vida.
Todo esto, y muchas mas cosas que podria decir, las digo evidentemente desde mi viejo y gran cariño que le tengo a él y a toda su familia, pero también desde el conocimiento que me ha dado el haber convivido con Andres los años en los que se forjaron su Generosidad y su elocuencia.
Un abrazo amigo.
Gracias Juan, por hablar de alguien tan honesto como Andrés, que afortunadamente no ha sido engullido por esta rueda que tan bien decribes...y con el que tengo el privilegio de haber compartido muchas de esas genialidades y creatividad que le brotan cada diez minutos.
ResponderEliminarHola a todos, y muchas gracias por vuestras amables palabras, que surgen del cariño por haber sido , y seguir siendo, profesionales que luchamos en distintos frentes, de una misma guerra, y en el mismo ejercito ,por un Sistema Sanitario Público mejor.
ResponderEliminarUn afectuoso saludo