domingo, 30 de septiembre de 2018

EL FRENESÍ DE LOS DESLIZANTES







Deslizarse por el espacio es una actividad que trasciende la significación basada en la función del transporte. Se trata de algo más. Es una sensación corporal plena de intensidad que es difícil reducir a un discurso racionalizado. El sujeto deslizante experimenta una conmoción en sus sentidos que facilita su percepción de dominador del espacio. En el tiempo presente se multiplican las formas de deslizarse, las personas que lo practican y los espacios que los albergan. La explosión de ciclistas, patinadores y otras formas de deslizarse constituye una señal profunda que remite a una mutación de la sensibilidad, entendida como uno de los ingredientes fundamentales del modo de vivir.

Al igual que en todas las cosas importantes que afectan a lo vivido, existe un déficit de discurso, que es rellenado por los analistas simbólicos del sistema. Estos interpretan esta emergencia como una forma de transporte, sujeta a una racionalización y ajena a los sentidos. Cuando comencé a desplazarme en una moto, la persona que más influyó en esta decisión me advirtió que era algo más que un modo de transporte, aludiendo a una sensación estupenda indescriptible, cuya principal manifestación se ubicaba en la tripa. Mis primeras experimentaciones confirmaron sus sabias palabras. Me había transfigurado en un deslizante converso.

El esplendoroso renacimiento de la bicicleta, así como los distintos modos de patinar, remiten mucho más allá de una forma de locomoción. Se trata de una movilidad que desborda la significación oficial consensuada por los tecnócratas, que la entienden como la racionalización de los desplazamientos cotidianos. Por el contrario, la movilidad implica la posibilidad de liberarse de lo estático, de las ataduras ineludibles a cualquier posición física y social. Moverse es evadirse del control social inevitable vinculado a cada ubicación. La movilidad es una fuga provisional que alivia los rigores de las reglamentaciones. Moverse constituye una experiencia subjetiva que enriquece y pluraliza la cotidianeidad.

De ahí que el producto más trascendente resultante de las sucesivas revoluciones tecnológicas sea el automóvil. Este se asienta sobre la convergencia de la rueda y los motores derivados del desarrollo de la mecánica. Este objeto conecta con las aspiraciones profundas de los compradores, constituyéndose como el rey del mercado en todos los contextos y tiempos. Tanto es así, que, como contrapartida a sus prestaciones, ha destruido las ciudades y sus espacios circundantes, el medio ambiente y el equilibrio ecológico del planeta tierra. Su poder de atracción es de tal magnitud, que acapara las inversiones de las personas y las familias y se ubica más allá de las categorías sociales. Desde siempre, me impresiona muchísimo contemplar al anochecer cualquier barrio periférico, en los que la fealdad del paisaje, los déficits de las infraestructuras y las carencias de las viviendas se contraponen con el almacenamiento de los coches. Estos constituyen el elemento que desencadena conflictos en torno a los aparcamientos. Las diferencias entre las clases parecen especificarse en que los automóviles de estos duermen al raso.

En la experiencia automovilística concurren dos elementos principales: el deslizamiento por el espacio y el encierro en una cabina aislada del exterior. Así se conforma la experiencia subjetiva del conductor. Se encuentra en el interior de un artefacto en el que se disuelven las conminaciones sociales, lo cual confiere una sensación de autonomía sin límites. Además, siempre es posible decidir acerca de las posibles trayectorias, sobre un espacio en el que lo exterior se percibe como distante y subordinado a la cabina deslizante. Un conductor tiende a percibirse como gobernador del espacio que lo rodea. La sensación de disminución de las ataduras sociales es patente. El sujeto conductor experimenta una libertad que no tiene equivalencia en ningún otro lugar de su espacio vital. De ahí la euforia.

Ciertamente, esta potente sensación se contrapone con la realidad de su existencia, en la que, en general,  es un sujeto hiperreglamentado en varias esferas, así como subordinado a varios órdenes institucionales. Así, la experiencia del encierro en la cabina deslizante es esencialmente ficcional. La ficción se impone sobre la realidad. De ahí la complejidad de la vida cotidiana, compuesta por varias situaciones contrapuestas en la que el encierro provisional en la cabina es la que es vivida como más gratificante. Pero las autoridades que gestionan el espacio público, saturado por los atascos múltiples, elaboran sucesivas estrategias fundadas en el concepto funcional del transporte ignorando estas significaciones, cronificando así su fracaso.

Los sujetos conductores son los deslizantes encapsulados en las cabinas que albergan su autonomía provisional, liberando una parte de su cotidianeidad de las constricciones sociales. Pero, en los últimos años, se multiplican otras formas de deslizamiento que liberan a los sujetos del encapsulamiento automovilístico. Se trata de la recuperación de la primera máquina de uso privado, junto con las armas de fuego y la máquina de coser: la bicicleta. Esta máquina mecánica, desplazada tanto por los automóviles como por las motocicletas, experimenta un renacimiento esplendoroso.  La motorización de masas, junto a la hiperurbanización, ha generado un colapso en las vidas cotidianas, en tanto que en su mayoría son convertidas en tránsitos entre sucesivos encierros en cápsulas con ruedas y edificios, deslizándose por las pasarelas funcionales de la fealdad instituída, que son las autopistas.

Este es el vector sobre el que se asienta el renacimiento de la bicicleta, así como el de las distintas formas de deslizarse en los patines múltiples. También en esta ocasión, la multiplicación de deslizantes no encapsulados, remite a una forma de vivir de modo plural la cotidianeidad. La bici o el patín es una experiencia de relación con el cuerpo y el espacio. Por esta razón sonrío cuando constato la estrategia de los carriles-bici, que representan el modo de entender la emergencia deslizante solo como un modo alternativo de transporte. De ahí, que los sujetos deslizantes desborden los espacios programados, reclamando su discrecionalidad en las trayectorias.

No hace falta ser muy agudo para comprender la naturaleza de la actividad de los deslizantes. Se trata de un frenesí referenciado en una práctica que proporciona un goce desmesurado. Así se genera una comunidad de deslizantes que se extiende a todos los espacios públicos escenificando su propia pasión asociada a esta práctica. Como toda práctica de masas, carece de portavoces autorizados, de discursos racionalizados y de organización social. Los deslizantes constituyen una realidad múltiple y heterogénea que hace compatibles a distintos tipos de personas. Precisamente por esto es una realidad difícilmente reductible por parte de los poderes públicos.

Los deslizantes conforman un conglomerado vivo dotado de una energía inconmensurable. Pero su envés radica en que, tanto en el caso de los encapsulados como los ciclistas y patinadores, representan una experiencia radical de individualización. La crisis del sistema, y de sus instituciones y organizaciones, se puede percibir por la debilidad de las energías que concita, lo que contrasta con las de las configuraciones sociales que se ubican en la práctica de deslizarse, así como en las distintas comunidades resultantes de la explosión de lo postmediático. Estos públicos proporcionan vigor a lo social en detrimento de lo colectivo entendido como lo político-formal. Así, los problemas sociales, especialmente los referidos a las desigualdades, son “aliviados” por las fugas cotidianas hacia experiencias dominadas por la ficción. El efecto perverso es la decadencia de lo político y de cualquier autoridad fundada en la razón.

Una cuestión fundamental estriba en que la expansión de los deslizantes genera un conflicto estructural por el espacio. Los peatones son asediados por las distintas clases de deslizantes, dotados de una energía y un vigor extraordinario, nacidos de la pasión colectiva de deslizarse. La marcha lenta a pie es amenazada por la irrupción de los ciclistas y patinadores en los espacios peatonales. En particular los niños, que compensan su férreo encierro doméstico y escolar, con la expansión multiplicada del deslizamiento. Esta colisión en los espacios peatonales desplaza a los peatones más débiles, que son los mayores.

Los espacios para la movilidad de los autos, las carreteras, también registran la colisión entre ciclistas y automovilistas. En todas las superficies y las vías se manifiesta el conflicto entre transeúntes de distintas velocidades y tiempos. En los paseos por el parque del Retiro en Madrid, constato la prodigiosa multiplicación de las ruedas y las interferencias a los caminantes. Los ciclistas, los patinadores de varias clases, los niños asentados sobre automóviles de cuatro ruedas regulados a pedal y los vehículos de transporte turístico asociados a una bici.

Las fusiones entre todos ellos crean imágenes verdaderamente impactantes. Mamás jóvenes patinadoras que empujan el coche de los bebés, ciclistas y patinadores que experimentan la compatibilidad entre los dos gigantes emergentes de la época, el móvil y el vehículo deslizante…También la noche se puebla de vistosas luces que se mueven velozmente por los caminos. Todos ellos se apoderan del espacio con gran celeridad, convirtiendo el paseo a pie en una actividad dominada por la alerta. El conflicto entre movilidades alcanza a los peatones, de modo que es factible pronosticar que, al igual que los ciclistas son avasallados por los autos generando una voz social de protesta, los caminantes constituirán una voz en su defensa frente a los gozosos avasalladores deslizantes.

La emergencia de los deslizantes genera una actividad gozosa para muchas personas, pero tiene como contrapartida la intensificación del declive de lo público, entendido como lo estatal y político. En este contexto este es un mundo de bajas energías. Esta declinación perjudica severamente a los habitantes de las posiciones sociales bajas e inestables. Para estos, deslizarse es una actividad que les ayuda a una fuga provisional de su realidad. Su deslizamiento les reporta una identidad subjetiva temporal que les hace sentirse dueños de su entorno. La ficción se apodera así de una parte de sus vidas. Esta es una cuestión fundamental de las sociedades del presente que las ciencias sociales ubican en la casilla del transporte. Así se explica también la decadencia de estas.








domingo, 23 de septiembre de 2018

MUTISMO, SECRETO Y DEPENDENCIA EN LA UNIVERSIDAD


Algunas personas me preguntan alarmadas por el mutismo absoluto de la Universidad tras los escándalos desvelados por los medios en la Rey Juan Carlos. La verdad es que el comportamiento de los universitarios es similar al de otras corporaciones sociales afectadas por sucesos que descubren prácticas consideradas como ilegales. Los clanes de la construcción, las cúpulas de los bancos o empresas oligopólicas, la judicatura, la iglesia, el ejército, las prisiones, los asilos o los hospitales, todos ellos son mundos en los que reina la opacidad.  En todos los casos acreditan su capacidad de cerrarse al exterior mediante un silencio sepulcral, fundado en la unanimidad de los involucrados y en la creación de una barrera sólida que les protege de miradas exteriores. Así, sus realidades son ubicadas en sus patios interiores inaccesibles a las personas ajenas, camuflándose bajo sus fachadas institucionales.

Desde que El Diario.es descubrió el caso Cifuentes, no han dejado de salir casos similares que afectan a distintas personas ubicadas en la cima de las organizaciones políticas. Algunos episodios son insólitos y anuncian irregularidades que afectan al funcionamiento mismo de la institución universitaria. Sin embargo, solo en los primeros días apareció algún profesor aislado de esta universidad en los medios, posicionándose críticamente al respecto. Después, el silencio total ha vuelto a ser el comportamiento de tan productivos docentes-investigadores. Ninguna excepción. En el hermético mundo universitario se disuelven las distinciones entre izquierda y derecha, fusionándose todos en el espacio compartido tras las fachadas institucionales. La ausencia en los diarios, en las columnas, en los informativos o en las tertulias de miembros de la institución es patente. 

Considerar que estos casos constituyen una excepción es, como mínimo, una ingenuidad clamorosa. Estos hechos tienen lugar en un contexto académico en el que se encuentran presentes múltiples testigos. De lo que se trata en verdad, es de la tolerancia ante la desviación desmedida de las reglas. Esta transigencia generalizada tiene que tener una explicación que trascienda el manido argumento del temor. Por el contrario, esta se encuentra enraizada en el funcionamiento mismo de la institución, que termina por interiorizar y aceptar las desviaciones graves, en coherencia con los intereses de las élites académicas involucradas en las mismas. Los episodios críticos en los que una autoridad académica vulnera o consiente la desviación de lo institucionalmente pautado, forman parte de un acuerdo implícito de los miembros de esta organización.

Este acuerdo no se verbaliza, pero se sobreentiende y se comparte, formando parte de las presunciones básicas arraigadas en los profesores e investigadores. Se trata de la interiorización de lo que se puede definir como el “precio aceptado”. Un profesor aprende, desde su misma incorporación, a ser  indiferente a las actuaciones de sus respectivas autoridades académicas en asuntos que conciernen a otros. Cuestionar o discutir cualquier decisión, supone inexorablemente el principio del final de la carrera académica, que depende de decisiones de dichas autoridades. 

El “precio aceptado”, es el principio integrador en esta organización,  e incluye un precepto fundamental acerca del modo de gobierno de la universidad. Este se puede sintetizar en la fórmula de “a cada uno lo suyo”. Es decir, que las autoridades transaccionan con cada centro, departamento, grupo de investigación o profesor, lo relativo a su interés específico. De ahí surge un tejido segmentado de grupos articulado en torno a sus intereses singulares. El claustro o las Juntas de Centro son testigos de esta fragmentación, así como del modo de gobierno de “a cada uno lo suyo”. Así cristaliza una extraña democracia académica que favorece la concentración del poder de las élites académicas, que sostienen un equilibrio entre los intereses de todos los grupos participantes.

La reforma neoliberal de la universidad, que ha avanzado rápidamente sin oposición alguna en los últimos años, acrecienta este principio de gobierno de la institución fundado en la fórmula de “a cada uno lo suyo”. El guion de la reforma estimula la competencia de todos en la consecución de los productos programados por las agencias, constituidas como instancias directivas que asumen la función de supervisión y establecimiento de premios y castigos. Así la universidad se instituye como una fábrica de méritos que deben crecer y renovarse en cada ejercicio.

La consecución de la cesta de méritos requerida a cada grupo o unidad, implica una movilización permanente para su consecución. Pero esta solo es posible realizarla mediante la activación de la interdependencia. Cada unidad debe salir de sus fronteras locales e inscribirse activamente en espacios académicos de escala superior. También realizar coaliciones entre disciplinas para incrementar los méritos. La multiplicación de la actividad y de las interconexiones es una cuestión vital para la sobrevivencia de los grupos y departamentos. La selección de los objetivos y las actividades genera distintas clases de víctimas. La principal son los estudiantes, en tanto que la dedicación a la docencia se restringe drásticamente. También los becarios, los doctorandos y los profesores con contratos débiles, que son movilizados para contribuir a la cesta de méritos de la unidad. 

Así, los antiguos jerarcas de las disciplinas que conformaban los feudos académicos, se transforman en empresarios postfordistas dotados de las capacidades de convertir a sus subordinados en hacedores de méritos. Los episodios sórdidos que afectan a todos aquellos que contribuyen a la creación del conocimiento -que en la mayoría de las ocasiones no es más que la obtención de méritos obtenidos en actividades superfluas- se especifican en la inversión de la ecuación aportaciones/beneficios para las categorías más bajas. 

La piratería practicada por los devenidos en la nueva clase de mandarines postfordistas se hace patente. En una situación de intensificación y aceleración de la obtención de méritos en estas condiciones, se multiplican las víctimas y todos son convertidos inevitablemente en cómplices. Cada profesor-investigador tiene que cumplir estrictamente con el pacto implícito de indiferencia mutua. Así tiene que ser un testigo silencioso de las desdichas de los que rotan continuamente por el departamento en busca de un vínculo, contribuyendo a las actividades sin obtener recompensa tangible alguna. Solo la ampliación de su currículum para seguir aspirando a rotar por el espacio académico. Cualquier señal de reprobación puede generar el riesgo de ser apartado de la trama académica fundada en la interdependencia. Lo que estoy contando se inscribe en la rica forma social o institución social de la mafia. El silencio y el cumplimiento en el intercambio sostenido con el padrino es irremediable. La disposición y la discreción son las dos virtudes esenciales para quienes quieran hacer carrera académica.

Si se aceptan las premisas de este análisis se puede entender el silencio pavoroso de la universidad española ante la crisis-reestructuración,  el incremento de las desigualdades, la babelización cultural y la multiplicación de problemas sociales. Incluso ante su misma reconversión, que precariza severamente a los docentes investigadores y los somete a las decisiones de las agencias, que actúan penalizando a todo el personal becario y predoctoral circulante, imponiendo unos estándares que casi nadie puede cumplir. De este modo son modelados como personal en eterna rotación.

En este contexto de activismo académico propiciado por la lógica de la fábrica de méritos se puede explicar el silencio y la indiferencia con respecto a los perdedores, que son quienes aportan sin contrapestación equivalente. Estudiantes de postgrado, becarios, personal contratado para investigaciones y otras categorías de rotantes son utilizados sin piedad por los capataces de la fábrica del conocimiento. También la multiplicación del plagio. Cada producto-mérito es reconvertido en múltiples clonaciones con maquillajes diferentes para ser aceptado por las agencias. Obtener un producto al menor coste posible es una práctica coherente en este contexto. 

Desde estas coordenadas también es verosímil el trato de favor con los poderosos locales, políticos, económicos y sociales. La activación de los intercambios con el medio circundante a las universidades estimula la proliferación de favores a distintos notables. La recomendación, que siempre ha estado activada en la universidad convencional, adquiere ahora la forma de trueques con distintas máscaras. Algún día contaré cosas que he vivido y se inscriben en el reino de lo inverosímil.

La nueva universidad determina la colaboración y la discreción de sus miembros, reconstituyendo la ley del silencio convencional. Carmen, mi compañera se reía mucho cuando le contaba que yo tenía el privilegio de ser miembro de la última generación de ermitaños académicos. En esos años los profesores funcionarios podíamos tomarnos distancia con la institución y teníamos un margen de autonomía en las decisiones. 
 Desde hace unos años, la reforma neoliberal hace imposible el arquetipo de ermitaño académico. Es obligatorio producir los méritos diseñados por las agencias para asegurar la progresión de la carrera. La dependencia de la trama institucional es inevitable. Así renace en todo su esplendor la subjetividad derivada del precio aceptado. El resultado es que todos callan. Las patéticas intervenciones públicas de los miembros de la CRUE los ubican en el campo de las fuerzas oscuras. Que cada cual le ponga el adjetivo que considere al orden universitario. El mío es el que se deriva de un sujeto intimidado, lo que indica que la libertad se ha disipado.

martes, 18 de septiembre de 2018

CRISIS, DERECHO A LA SALUD Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA



En el 2013 fui invitado a las jornadas de OSALDE en Bilbao. Era un tiempo en el que se hacían visibles los efectos demoledores de lo que se llamaba crisis, que se complementaban con las políticas sanitarias privatizadoras del gobierno del pepé, entonces con mayoría absoluta. Presenté un trabajo con el título de esta entrada que, aunque OSALDE lo ha publicado, lo presento aquí por considerar que su valor permanece inalterado, aún a pesar del cambio de escenario político.

El concepto de participación predominante en el sistema sanitario desde el origen de la reforma permanece inalterado. Se entiende que esta se produce en el nivel local, de lo que se deriva una línea marcadamente micro. La cuestión macro, es decir, lo que se corresponde con el estado y las políticas públicas sanitarias, permanece ausente, en tanto que el objetivo es conseguir un conjunto de experiencias locales de participación. El vacío de los discursos participativos en este nivel es manifiesto.

Pero el escenario sociohistórico se ha modificado sustancialmente, de modo que se han invertido las escalas. Las políticas sanitarias se plantean en el ámbito global, que extiende sucesivamente sus líneas de actuación a lo regional (Europa), estatal y autonómico. En estos niveles globales no existe ninguna agencia de cambio que se oponga al vigoroso impulso neoliberal. La dispersión y atomización en el campo de la participación adquiere niveles máximos.

Una de las cuestiones teóricas esenciales en la participación en salud es determinar quién participa y en qué se participa. La configuración de esta en España, como un sumatorio de experiencias locales, genera un vacío en los niveles de las políticas sanitarias, que son ejercidas en régimen de monopolio por las fuerzas globales, que se sustentan en un neoliberalismo radical que ya ha transformado radicalmente las organizaciones sanitarias. La debilitación de las instancias profesionales corporativas y los sindicatos, la precarización intensiva y las definiciones del output sanitario, apenas encuentran oposición.

Mi línea en estos años fue la de suscitar esta cuestión en todas mis intervenciones públicas. Este texto es especial, porque se presenta, en síntesis, el núcleo de la argumentación de fondo. A día de hoy, sigue sin suscitarse una reflexión y discusión acerca de la cuestión de las políticas sanitarias, y la participación se sigue suscitando en el nivel local y como un apéndice de lo sanitario. Sin embargo, las organizaciones sanitarias han cambiado radicalmente, de modo que la misma atención primaria se encuentra cercada y desplazada. Las resistencias que suscita, con huelgas de MIR, convocatoria de huelga en Andalucía y otras, se plantean en ausencia de una coordinación global.

Por estas razones, ante la ausencia de oposición alguna en los niveles macro de la política y los medios de comunicación, he rescatado este texto, con la esperanza de que pueda estimular alguna reflexión.




                                    XXX JORNADAS DE OSALDE
                             CRISIS, DERECHO A LA SALUD Y
                                   PARTICIPACIÓN CIUDADANA.
                                         Bilbao, 9 de mayo de 2013
                             Juan Irigoyen. Universidad de Granada.

En los últimos años se vienen produciendo un conjunto de recortes y
restricciones en la atención sanitaria, que se derivan de unas políticas
sanitarias que tienen sus orígenes en los años noventa. En los dos últimos
años se intensifican produciendo un punto de ruptura con el modelo
sanitario prevalente desde los años ochenta. Estas políticas públicas
generan un estado de confusión considerable, en tanto que una parte de sus
supuestos y finalidades permanecen ocultas.

Estas actuaciones se justifican por lo que se define como “crisis”. Pero,
más allá de la crisis económica, el proceso de privatizaciones crecientes
que acompaña a las políticas sanitarias se inscribe en un movimiento más
amplio. Lo que ocurre en el sector salud, es, la manifestación en este
campo, de una gran reestructuración global que comienza en los años
ochenta. Esta se orienta a la consecución de una sociedad neoliberal
avanzada, donde la centralidad del mercado en el orden social constituye su
elemento más significativo.

La reestructuración implica la redefinición de todos los componentes de la
sociedad. En particular, el estado keynesiano de bienestar, es reformulado
drásticamente. Sólo en el contexto de esta reestructuración neoliberal, se
pueden comprender los sucesivos acontecimientos que se producen en las
escalas sectoriales sanitarias o nacionales. Se trata de movimientos en el
tablero global, donde se está produciendo esta transformación. La crisis es
sólo una oportunidad para intensificar el acoso y derribo del viejo orden
social, en donde el estado desempeña un papel esencial.

En el transfondo de este proceso histórico se constata la emergencia de un
nuevo sistema-mundo, que protagoniza un nuevo poder global inédito, que
trasciende a los estados para configurarse en redes corporativas
desterritorializadas. Las corporaciones que lo conforman, construyen una
red heterogénea sobre la que se asienta su preponderancia sobre los estados
y su hegemonía en la definición de las políticas públicas y sanitarias.

Esta red de poder se asienta sobre el dominio de las organizaciones
globales y regionales del “gobierno-mundo”, como el Banco Mundial yotras,
entre las que la OMS desempeña un papel relevante. Pero, junto a
estas organizaciones globales, aparecen conjuntos de organizaciones
diversas y focalizadas en torno a la producción del conocimiento funcional
necesario para el conjunto del proyecto global. Así, una nube de
fundaciones, think tanks, organismos vinculados a empresas, foros
profesionales, universidades privadas, agencias especializadas, ongs,
organismos sectoriales y grupos mediáticos, conforman un espacio que
define qué es lo necesario, lo viable y lo científico. Sus propuestas se
producen en el interior del campo cognitivo que ellas mismas han
configurado. Esta red se encuentra fuera de cualquier control, ejerciendo
una presión constante a los decisores estatales. Es el soporte de lo que ha
sido denominado como el pensamiento único.

Las reformas que revisan sustancialmente el sistema público de salud, son
decididas en el interior de esta red global, que define las mismas desde
unas premisas y una racionalidad congruente con los intereses sociales
fuertes de las corporaciones y grupos financieros que detentan el
protagonismo en las economías y las instituciones globales. Así, es
crecientemente visible el papel relevante de las instituciones regionales
europeas, cuyo papel de dirección, vigilancia y coerción sobre las políticas
públicas de los estados es cada vez más manifiesto.

La concurrencia de todos los factores que se han puesto en evidencia, tiene
como consecuencia la constitución de un formidable grupo de presión, que
se hace presente en todos los procesos de elaboración de las políticas
públicas y sanitarias estatales, que ha sido conceptualizado por algunos
relevantes analistas como una verdadera “metamorfosis de gobierno”. El
rasgo más importante de la misma estriba en que se definen las líneas de
las reformas como una cuestión técnica, experta y despolitizada. De este
modo se excluye cualquier deliberación pública o proceso de participación
política y social. Así, las posibles alternativas son expulsadas del campo de
lo posible, definido cognitivamente por el conglomerado de instituciones
que sirve al nuevo poder global.

La reestructuración neoliberal genera una nueva globalidad, en donde cada
área sectorial define su valor en función de su aportación al conjunto. En el
caso del sector salud, se reformula su significado sobre el precepto de ser
entendida como un producto-servicio. Así se configura un mercado de gran
potencialidad de crecimiento productor de un valor económico
considerable. Este es el fundamento de las reformas de los servicios de
salud imperantes en la era fordista-keynesiana.

La reestructuración neoliberal produce impactos sobre la estructura social,
generando procesos de reclasamiento y desclasamiento de gran
complejidad. Los sectores perdedores de la misma, procedentes de la clase
trabajadora industrial, ahora en descomposición, son penalizados por una
atención sanitaria entendida como un bien de consumo. Este es el
verdadero sentido de las actuales reformas sanitarias. La esencia de éstas se
condensa en la proposición: en estructuras sociales duales, atención
sanitaria dual. Esto implica la configuración de un sistema de salud
definido por mínimos asistenciales, destinado a los sectores de la industria
y servicios con bajos salarios, a los trabajadores precarizados, a los
empleados informales, a los desempleados y otros sectores sociales que
conforman el envés de la abundancia.

La puesta en marcha de las reformas, ha producido resistencias sociales y
profesionales de cierta envergadura. Una secuencia de conflictos de distinta
naturaleza e intensidad han creado un espacio de disenso con respecto a las
propuestas. En el caso de Madrid, las resistencias de la “marea blanca” han
alcanzado un nivel de conflicto considerable, tanto en su continuidad como
su intensidad. Por el contrario, en las instituciones políticas, el
disentimiento con respecto a las reformas, se produce en términos
convencionales y rutinarios, carentes de intensidades proporcionales a los
significados y consecuencias de estas.

Pero, en este contexto, ninguna resistencia sectorial podrá detener la
secuencia de las reformas. La cuestión fundamental estriba en articular un
movimiento sociopolítico capaz de contrarrestar a las instituciones políticas
subalternas de los poderes globales. Cualquier conflicto sectorial tiene un
techo definido. La convergencia y concertación entre todos los
movimientos de resistencia a las reformas es un factor fundamental. Esta
coordinación tiene que trascender las cúpulas de las organizaciones
sindicales y políticas jerarquizadas, ahora en declive en el nuevo escenario
socio-histórico.

La temporalidad del conflicto de la resistencia a las reformas adquiere una
centralidad incuestionable. El tiempo de oponerse es ahora. Si la escalada
de reformas se consolida, la situación será muy adversa en el futuro. El
neoliberalismo no actúa sólo en el plano político-institucional legislativo.
Su proyecto viene acompañado por un conjunto de nuevas instituciones,
nacidas de la empresa postfordista, destinadas a crear órdenes
organizacionales que debiliten los lazos nacidos de los intereses
compartidos por los trabajadores y profesionales. Estas son las
instituciones moleculares organizadas en torno a la gestión, que no es sólo
una nuevo tipo de dirección, sino que, además, es portadora de un conjunto
de tecnologías de poder individualizadoras.

La oposición a la reforma tiene que ser necesariamente creativa. Se trata de
impulsar un conflicto radicalmente nuevo. Por esta razón debe inspirarse en
aquellos conflictos que en los últimos años han creado nuevos sentidos,
repertorios de acción e imaginarios. Uno de ellos es el 15 M. Frente a un
poder global que detenta la hegemonía cognitiva y comunicativa, es preciso
contrarrestarlo mediante el modelo de un contrapoder. Los conceptos
enunciados por Holloway parecen tener validez general en esta época. No
se trata de concentrar todas las fuerzas en una batalla legislativa, sino de
crear espacios donde podamos construir y compartir pequeñas experiencias
alternativas a ese poder global. Porque la potencialidad de los perdedores
en la reestructuración neoliberal no puede encerrarse en un medio
institucional subalterno. Necesariamente la desborda. Es imprescindible
liberarla en otro espacio, como ocurrió con las plazas en el 15 M.

La desobediencia activa a ese poder es una cuestión fundamental. En este
conflicto ya han aparecido formas de desobediencia de profesionales en el
caso de la atención a inmigrantes. Sólo así es posible trascender la
movilización convencional, proyectada a la obtención de resultados
electorales. Cualquier parlamento desafecto a la autoridad global es
requerido a doblegarse. Si desobedece al poder global se genera un
conflicto que sólo puede afrontar sobre sectores sociales constituidos como
contrapoderes vivos.

Pero el aspecto decisivo de las resistencias a las reformas neoliberales
radica en crear conocimiento, trascendiendo el marco cognitivo creado por
la red global. Este es un aspecto ofensivo esencial. Es necesario imaginar
qué es la salud en una sociedad equitativa y convivencial, así como los
rasgos de la asistencia sanitaria en la misma. Lo mínimo que se puede decir
ahora, es que la salud, en un futuro no neoliberal, será más un derecho que
un producto-servicio, dotado de un valor económico de mercado.

La idea de fondo que trato de suscitar en este texto es la crítica a muchas
personas que, sustentadas en un pragmatismo sin horizontes, no
comprenden la naturaleza del nuevo capitalismo global, que es muy
diferente al capitalismo fordista-keynesiano. El problema estriba que desde
el momento actual no hay vuelta atrás posible, porque en este tiempo se
están produciendo puntos de ruptura. Sólo se puede mirar a otro futuro y
proponer algo diferente al neoliberalismo. Esto es lo más pragmático
posible en estas condiciones socio-históricas.

viernes, 14 de septiembre de 2018

LOS MÁSTERES: EL ÁNGEL CAÍDO DE LA UNIVERSIDAD


Los escándalos sucesivos de los másteres de la universidad Juan Carlos I han conmovido a la opinión pública. Los medios han entendido que se trataba de una excepción a la regla de la universidad. Así, unos profesores devenidos en “manzanas podridas” han podido actuar fraudulentamente en favor de distintos ilustres miembros de las cohortes políticas de segunda generación de los partidos dominantes en el postfranquismo. Esta piadosa interpretación tranquilizadora no se corresponde con la situación en la universidad española. Las arbitrariedades en la producción de los resultados y las dependencias de los poderes políticos y económicos constituyen la regla general, a la cual hay escasas excepciones. 

Los másteres representan en la universidad al Ángel Caído, haciendo una alusión elogiosa a Neil Postman y su libro “El fin de la educación”. Se trata del nivel más débil de esta institución tan deteriorada. La reconversión de los estudios de tercer ciclo, convirtiendo los vetustos doctorados minoritarios en los flamantes másteres y nuevos doctorados, ha significado un cambio que no es posible denominar de otro modo que catastrófico. La última reforma universitaria, que sobre el suelo de la vieja universidad fragmentada en la matriz disciplinar y controlada por los feudos académicos, se construye referenciada en el proyecto neoliberal radical, inicia un proceso de hecatombe académica, en el que la docencia queda convertida en una simulación, que es camuflada por las artimañas de una burocracia académica asfixiante que ha adquirido una competencia  notable en el arte del maquillaje publicitario.

En los años ochenta y noventa se fueron extendiendo estudios postuniversitarios orientados a un mercado de directivos y cuadros de empresas. La reforma de Bolonia disolvió estos estudios mediante su absorción por la universidad. Las viejas licenciaturas se reconvirtieron a estudios de grado y los másteres representaron una especialización de los estudios de postgrado. Este cambio reforzó la demanda de los másteres, en tanto que los grados quedaban devaluados en el mercado de trabajo, al tiempo que no logró reforzar la oferta académica para afrontar un desafío de esta envergadura. Las bases para la hecatombe se asentaron sólidamente.

He sido durante muchos años informador e informado de estudiantes que circulan por el espacio-mundo académico. Algunos de ellos eran exigentes con su propia formación. Me pedían referencias y me suministraban informaciones acerca de su experiencia. El balance general fue muy negativo. Aprendí a no recomendar ninguno, porque en varios casos me reprocharon la recomendación que les hice. En general, los máster son atractivos por los profesores que figuran en el programa. Pero, una vez los matriculados descubren que su presencia allí es testimonial y que las diferencias entre el programa y la realidad son abismales, la frustración es inevitable. En todos los casos la vieja universidad comparece en todo su esplendor tras la fachada del pomposo proyecto docente. Voy a exponer en líneas generales lo que es un tipo ideal weberiano de los másteres, muy focalizado a las ciencias humanas y sociales. Pueden existir distintas microdiversidades, pero este es el modelo-tipo.

Un máster es un proyecto académico muy exigente. Tiene que estar dotado de cuantiosos recursos materiales, administrativos, docentes y de investigación. La metodología docente activa es ineludible y descansa sobre el principio central de hacer trabajar a los alumnos. Así, las clases magistrales tienen que ser reducidas al mínimo a favor de actividades de lecturas, de trabajos en grupos pequeños y múltiples tareas de procesamiento de la información y aplicaciones. En un sistema así se multiplican las horas de dedicación de los profesores. Es preciso preparar minuciosamente las actividades, ejercer una dirección efectiva sobre las mismas, tutorizar los trabajos y realizar un seguimiento y evaluación de los resultados todas las semanas. Este es un trabajo efectivo muy absorbente y poco compatible con otras tareas. Además, es preciso tutorizar los trabajos de fin de máster y coordinar las actividades de las distintas asignaturas. En su conjunto consume una cuantiosa energía docente que se traduce en mucho tiempo y esfuerzo. Se puede afirmar que un máster requiere ineludiblemente una dedicación exclusiva de varios profesores.

Las reformas neoliberales descansan sobre un principio esencial. Se fabrica un menú máximo de actividades para cada docente y se incentiva su cumplimiento. El problema radica en la imposibilidad material de asumir todas las metas propuestas. El secreto de estas reformas radica en cada uno tiene que asumir la competencia de seleccionar las actividades en las que concentra su esfuerzo. Así se facilita la simulación en actividades en las que es posible cumplir con los indicadores sin consumir tiempo. En la universidad la docencia es severamente perjudicada. Nadie que quiera realizar una carrera profesional satisfactoria invierte en la docencia. Este es un secreto compartido que termina en una perversión institucional.

Los másteres son el campo específico en el que cristaliza esta pauta institucional. Un docente explota su bagaje mediante la impartición de clases convencionales y programa actividades que consuman el tiempo y el empeño de los alumnos. Sin embargo, los microtrabajos sobre lecturas y otras actividades que tienen que realizar los estudiantes no son efectivamente supervisadas. Además, como el principio que articula estos estudios es la asignatura, los estudiantes se ven abocados a presentar múltiples microtrabajos aislados entre sí, de los que no obtiene una interacción con el profesor. En las sesiones se comentan los contenidos y el docente tiene el bagaje suficiente para hacer comentarios sobre cualquier cuestión. Sin embargo no se realiza una intervención específica sobre un trabajo de un alumno. A pesar de todo, muchos profesores se encuentran agobiados por enfrentarse a diario con la adulteración de su rol, que implica un conflicto latente con los alumnos.

Así se conforma un tedio acumulativo resultante de la multiplicación de minitrabajos y la ausencia de dirección efectiva. Las clases devienen en comentarios dispersos sobre intervenciones de los alumnos. Este método es fatal para los estudiantes, que van decreciendo en sus expectativas, al tiempo que beneficioso para el profesor, convertido en un artista en el noble arte del toreo académico. También funciona de modo análogo las actividades prácticas o aplicaciones. Estos métodos docentes significan una falsificación de la enseñanza activa. La calidad es manifiestamente baja en términos de aprendizaje.

Uno de los efectos perversos para los alumnos es que se encuentran saturados de obligaciones que tienen que cumplir en plazos inmediatos, pero su trabajo no implica un aprendizaje significativo. En este orden de simulación académica el activismo reemplaza a la formación. Así se conforma una extraña fábrica de sinsentidos. Cuando algunos alumnos reprochan ante las omnipotentes cámaras de la tele a Cifuentes y otros beneficiarios su evasión de los trabajos que ellos tienen que hacer, se puede colegir que estos son más una carga inexorable que una actividad que les aporta.

La paradoja fundamental de los másteres es la reproducción fortificada de la vieja comunidad académica rigurosamente segmentada en disciplinas. Para capturar alumnos tiene lugar un marketing intensivo que ofrece programas en los que participan profesores reputados ubicados en otras universidades. Así se intensifican los intercambios entre los colegas de la comunidad disciplinar reforzando las jerarquías. Los profesores estrella comparecen en los programas, pero su intervención efectiva es la de pronunciar una conferencia referida a su último libro o investigación. No participan en las tareas de tutorización de trabajos u otras similares. Sin embargo, su presencia es remunerada consumiendo una parte desproporcionada de los recursos económicos del máster. Las tareas cotidianas quedan en manos del cognitariado académico que acumula méritos para posicionarse en su propia carrera.

Así se configura un sistema que concita la presencia de demasiados estudiantes, en tanto que el máster es una credencial imprescindible. La sobrecarga de la demanda desborda la oferta y los grupos son demasiado grandes para hacer factibles y verosímiles los métodos activos. Algunos grupos pueden llegar a cuarenta o cincuenta alumnos. En estas condiciones solo es posible establecer lo que en este blog he denominado como “la fábrica de la charla”. Se trata de estimularlos a que expresen sus opiniones y establecer una charla dispersa.

El efecto perverso de estas situaciones es que los másteres son obligatorios de facto para el supuesto acceso a una especialización, y por ende, al mitológico mercado de trabajo. Así, un estudiante accede, paga y participa hasta descubrir que es convertido en una máquina de producir trabajillos superfluos que consumen su tiempo. Estos no aportan nada a las capacidades del que los ejecuta. Así se conforma un tedioso ciclo hasta la presentación del trabajo fin de máster. El resultado es que invierte muchas horas en un esfuerzo que no tiene el beneficio de la formación efectiva. 

La conformidad con este sistema de simulación académica se funda en su transitoriedad temporal. Se entiende como un bagaje que hay que pagar inevitablemente. También se espera que desde el mercado de trabajo se le otorgue un valor. De ahí el silencio compartido de esta generación de hacedores de minipapers insulsos. Lo peor es que este sistema absurdo convierte a sus asociados en víctimas, y, al mismo tiempo, en cómplices de este sinsentido. He tenido muchas conversaciones con gentes que comenzaban un máster con ilusión, reprochando mis objeciones, y, meses después, van adoptando un escepticismo que crece y termina por desbordarlo.

Conozco algún caso de máster “de postín” en el que se ha llegado a producir un conato de rebelión. Cuando los estudiantes descubren que son los operadores de una factoría de productos superfluos, sus propios minipapers, y plantean a la dirección que quieren actividades de procesamiento de la información y puesta en común más rigurosas y dotadas de método, de modo que se trascienda el comentario superficial, la respuesta es destapar un autoritarismo académico que tiene su origen en el medievo. La violencia institucional se hace patente.

Este es el contexto en el que se producen los escándalos por eximir a los ilustres miembros de las juventudes de los partidos principales de participar en estas tareas cuyo sentido remite a un pago en diferido y una sanción ineludible. He recordado la frase del Génesis  dirigida a Adán <<Por cuanto has escuchado a la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual he ordené, diciendo: “No comerás de él”, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás>>. Esta sentencia bíblica se hace presente en las aulas de los másteres,  en una versión posmoderna suavizada.

Desde la perspectiva de la argumentación de este texto se puede comprender el desprecio superlativo de Cifuentes, Casado, Montón y otros hacia sus eventuales compañeros de titulación. Ellos se liberan de esa carga absurda de modo similar al de los hijos de las clases pudientes del ejército en el XIX y el comienzo del siglo XX. Pero, sobre todo, se hace inteligible la razón por la que, nadie, ninguna autoridad académica, ha reprobado públicamente a los privilegiados de los másteres. El silencio atronador de esta venerable institución responde a una lógica coherente.

En una situación como esta, caracterizada por la oscuridad, se agradecen los comentarios.