Nosotros
somos los no sanos en una sociedad que hace de la salud una mistificación
creciente, situándola en la frontera de la fantasía. Somos los portadores de
enfermedades reconocidas, a los que ahora se añaden aquellos que incumplen los
exigentes y crecientes estándares que definen la salud en los términos
propuestos por el sistema médico imperante. Así se conforma una gran masa de
personas, formada por enfermos, por sospechosos de serlo –en cualquier mañana-
y por aquellos sanos que quieren maximizar su nivel de salud. Esta población,
definida por su necesidad de tratamiento médico, alimenta los sistemas
sanitarios, convertidos en el verdadero centro del sistema productivo y de las
sociedades.
Los cuerpos
de Nosotros, los no sanos, tienen la
portentosa capacidad de ser portadores de propiedades similares a las cosas
materiales. Así somos clasificados con una precisión asombrosa mediante la
certeza otorgada a los números que denotan nuestros indicadores de salud. Cada
persona y cada cuerpo son definidos mediante un conjunto de guarismos que referencian
su patología o su riesgo. El orden del sistema que nos trata se fundamenta en
la precisión, que coloniza todos los saberes y las operaciones que conlleva la
gestión de la población en tratamiento perenne. El resultado es el crecimiento
constante de los contingentes de personas tratadas por el gigantesco
dispositivo terapéutico.
Este dispositivo
se asienta sobre el territorio mediante una nutrida y espesa red de centros de atención de distintos tamaños y
tipos, así como de laboratorios, de centros de diagnóstico por imagen, de industrias
de distinta naturaleza, de instituciones de investigación y de formación, así
como oficinas de farmacia, ortopedias y otras formas de comercialización de
productos para la salud. Todos ellos se diseminan sobre el territorio físico
retroalimentándose mutuamente. La multiplicación de vehículos medicalizados contribuye
al tránsito de los pacientes entre los nodos de esta densa red. La ambulancia
adquiere la condición de objeto simbólico dotado de magia en las vías de
movilidad que comunican los centros médicos.
El
dispositivo médico también se expande en la infosfera, ocupando posiciones
relevantes, análogas a las territoriales, haciéndose presente de múltiples
formas en las comunicaciones, en todos los medios y las redes, constituyendo un
espacio simbólico semejante al que las religiones históricas han desempeñado en
el pasado, nutriendo los imaginarios sociales con sus significaciones. La idea
de la salud, crecientemente separada de la vida ordinaria, es entendida como una
versión de un mitológico paraíso terrenal que conforma los delirios del
dispositivo médico-farmacéutico. La multiplicación de las máquinas de diagnóstico
y tratamiento, nacidas de la miniaturización de la penúltima revolución
tecnológica, instaladas en los domicilios y otros espacios de la vida de los
pacientes, ahora en sus dispositivos móviles, ilustran del esplendor de la
nueva sociedad medicalizada, referenciada en su casi infinita base de datos
informatizada.
Pero el
crecimiento exponencial de la población tratada, en el camino de alcanzar a la
totalidad de esta, no reduce las enfermedades. Por el contrario se multiplican
las dolencias y los malestares. Pero el problema de fondo radica en la paradoja
de que este formidable sistema médico coexiste con un deterioro radical de los
cuidados. En tanto que los distintos contingentes de enfermos y de sospechosos
rotan por sus centros de atención, incrementando sus consumos
médico-farmacéuticos, la responsabilidad del cuidado se disuelve, siendo reemplazada
por el alma tecnocrática que se deriva de las identidades profesionales de los
operadores del dispositivo terapéutico tecnologizado.
El héroe de
la sociedad medicalizada es el paciente veterano portador de varias patologías
y plurimedicado. Se trata de un consumidor de medicamentos que comparece en las
consultas para sus revisiones, en las urgencias para los episodios agudos y en
la farmacia para la administración cotidiana de los fármacos. Su historia
clínica informatizada lo representa y lo desmaterializa. Pero este héroe,
referenciado en la leyenda del incremento de la esperanza de vida y en la
quimera del bienestar asociado al consumo médico, vive en un medio social progresivamente
hostil, en donde el distanciamiento de las generaciones se hace presente y el
apartamiento de los mayores adquiere una intensidad desconocida en cualquier
tiempo anterior. Este es el indicador del esplendor de la sociedad medicalizada
y el declive de la sociedad en la que el cuidado de los enfermos y los mayores
se encontraba en un contexto convivencial favorable. La verdad es que en el
presente, hacerse mayor, es una garantía de ser considerado como un fracasado,
debido a la veloz e intensa mutación de las formas de vivir.
El sujeto polimedicado
de la sociedad medicalizada es tratado mediante el estatuto de cliente,
otorgado por el poderoso mercado de la asistencia. El cliente es un ser social
solitario, dependiente, estimulado artificialmente y que vive instalado en la
frontera de la ficción. En este sentido, las relaciones clientelares son
justamente lo contrario que el espesor consustancial a los cuidados. Estos
requieren una relación personal radicalmente diferente entre las partes. Recuerdo
que hace ya muchos años, un programa de una facultad de psicología de la universidad
de Granada organizó un acto en el que se asignaba a un grupo de ancianos seleccionado por los servicios sociales en su
versión gerontológica, un “padrino o
madrina”, que era un estudiante de la asignatura. El día de la presentación,
organizada con los supuestos y el formato de la ficción comercial-clientelar,
algunos mayores protestaron y se enfadaron, advirtiendo que aquello no era
real. Alguno llegó a llorar frente a tan patético espectáculo de animación
puesto en escena por una institución impostora de las relaciones humanas
reales.
En este
coloso médico-farmacéutico habitan inevitablemente los espíritus de cada época.
Pero, análogamente al sistema productivo, el taylorismo ha dejado una huella
imperecedera. Todos los esquemas mentales, los saberes y las prácticas incluyen
los códigos del taylorismo. El orden, la exactitud, la división de las
operaciones, la especialización…Donabedian impulsó la versión taylorista de la
atención médica. La tercera revolución tecnológica ha reforzado el núcleo
intelectivo taylorista, que se encuentra instalado sólidamente en el orden
médico, ahora reforzado por las tecnologías de la información y comunicación y sus
inseparables imaginarios.
Este
paradigma médico, resultante de la convergencia de los paradigmas dominantes de
la época, remite a un enunciado fundamental: Que los fenómenos naturales,
biológicos, sociales y humanos son materiales susceptibles de ser tratados en
su integridad desde el cálculo lógico y la ciencia empírica-racional. Esta
perspectiva favorece la cultura de la perfección atribuida a las tecnologías y
los métodos, entendidos como casi infalibles y en los que no cabe el error. Así
la asistencia médica se referencia en una cultura en la que el éxito deviene en
obligatorio. El espíritu optimista-positivo, asociado a la cultura médica,
contrasta con la naturaleza de las penas asociadas a muchas dolencias, enfermedades
y estados de salud personal. La colisión entre el sistema neotaylorista de
asistencia médica y muchos pacientes dolientes es inevitable y adquiere
múltiples y sutiles formas, muchas de las cuales no son expresadas en forma de
discurso.
Por estas
razones, algunos de Nosotros, de los que prestamos nuestro cuerpo a este
formidable dispositivo médico, sentimos esta colisión intensa entre los
supuestos del sistema y nuestras realidades. Nos sentimos tratados como cosas
materiales, a las que somos reducidos por el dispositivo asistencial. Siempre ha
convocado a mi imaginación la imagen del sistema médico como un desierto
relacional climatizado y maquillado mediante lo artificial confortable, al
estilo del Corte Inglés, donde siempre es primavera y la luz permanece
constante. Por esta razón, desde que conocí su obra, hace ya casi veinte años,
Zamiatin me ha resultado una referencia simbólica imprescindible. Su obra
representa una crítica estimulante a un orden social fundado en la razón
técnica.
Zamiatin es
un escritor ruso, autor de “Nosotros”, un texto muy singular que construye una
distopía que influyó en la obra de Orwell y Wells. En este libro se presenta
un mundo en el que la individualidad es anulada por un poder benefactor basado
en un cuerpo de guardianes que ejerce el control sobre una sociedad convencida
de los beneficios de la servidumbre, la mecanización de la vida y la suspensión
de las pasiones humanas. Las personas son convertidas en números y entendidas
como máquinas manejables por operadores externos. La felicidad es obligatoria,
derivada del poder benefactor que la impone como deber y la define como
matemáticamente infalible. Desde la primera lectura establecí una analogía
fundada entre el coloso médico del presente y el poder que satirizaba Zamiatin.
Las personas que han asistido a mis clases en cualquier época pueden acreditar
la influencia que este autor ejerce en mis posicionamientos y mis metáforas.
Así, Nosotros somos la masa de los obligados a ser tratados y conducidos por
este dispositivo asistencial y espiritual, que produce una metamorfosis
psicológica en sus usuarios.
En Nosotros
Zamiatin critica el orden social del estado soviético que le tocó vivir, que
prohibió esta obra inmediatamente. Pero el fondo de su argumentación va más
allá de este orden político específico y remite a la utopía taylorista. Por eso
puede ser extrapolado al tiempo presente, en el que cada persona es coaccionada
mediante la clientelización a elegir su asistencia en compañía de sus amables
guardianes. El Nosotros en su contexto era la fusión en un solo cuerpo de
millones de manos, unificados por la Tabla de las Horas. El Nosotros del
presente implica la homologación por criterios patológicos y la inclusión en el
depósito común de las historias clínicas. Cada uno lleva en sí a un autómata y
un fonógrafo, así como la aspiración a ser tan perfectos como las máquinas.
Antes de
escribir Nosotros, Zamiatin viajó a Gran Bretaña a realizar trabajos
profesionales, donde estuvo varios años. Allí, una inteligencia y sensibilidad
como la suya se encontró con el núcleo del poder superior que adopta distintas
formas: el taylorismo, la ciencia de la dirección científica nacida del
desarrollo de la industria y extendida al conjunto de las estructuras y
procesos sociales. Cuando llegó a Rusia, publicó un ensayo crítico en el que
desvela el proyecto de uniformización que representa el taylorismo: Los
Insulares. En él satiriza el sistema mediante la presentación de un proyecto
presentado ante el parlamento británico para que todas las narices tuvieran la
misma longitud. Así serían todos idénticos, como las grandes series de objetos
de las industrias de este tiempo.
Por eso
Zamiatin es un precursor crítico de un orden social, el resultante de la
medicalización obligatoria de las sociedades neoliberales avanzadas, en el que
la salvación, entendida como la salud óptima resultante de la asistencia
médica, en sus variantes preventiva, reparadora o rehabilitadora, es
obligatoria, y, en sus propias palabras “La vida debe convertirse en una
máquina bien ajustada y conducirnos de forma mecánica ineluctable hasta el fin
deseado”. Así se conforma “el bienaventurado yugo de la Razón” representado en
los estándares elaborados por el dispositivo industrial de la asistencia.
Nosotros somos los que alimentamos la base de datos, los traducidos a nuestras
historias clínicas, siempre en espera de ser completadas por sucesivos
episodios, registros y aportaciones de nuevos especialistas.
En la
sociedad medicalizada, nos encontramos atrapados en una telaraña de
dispositivos sistémicos de dominación social que dejan a las personas inermes
frente a los mismos. La sumisión voluntaria es la única alternativa. Como
afirma Zamiatin “La perfección del control es total cuando ya no queda nada con
lo que compararse, cuando todo el mundo se rige por el mismo sistema”.
Nosotros, los habitantes de los dispositivos informatizados del sistema
médico-farmacéutico, los visitantes de las consultas, los receptores de las
conminaciones a racionalizar nuestra vida cotidiana. Nosotros…los sujetos
sumisos a este dispositivo industrial, político y profesional, agradecidos por incrementar
la esperanza de vida, nos conformamos con estar mal cuidados y vivir en
entornos humanos deficitarios de afectos.
En 1968
Galbraith escribió: “Si nos empeñamos en creer que las metas del sistema
industrial equivalen a nuestra propia vida, toda nuestra vida quedará al
servicio de tales metas…Pero pensémoslo bien: Aquí lo importante no es la
calidad de nuestras mercancías, sino la calidad de nuestro vivir”. En este aserto
se encuentra el fondo de la cuestión. En mis derivas diabéticas he tratado de
reivindicar mi vida frente al tratamiento entendido como una totalidad
innegociable. Para los enfermos, las distintas clases de pacientes y otros
afectados lo importante es la vida diaria y las prácticas de vivir
gratificantes. El dispositivo médico-farmacéutico pone en el centro al
tratamiento y sus productos. En muchas ocasiones es una amenaza para la buena
vida. Mi posición es inequívoca y radical: en el tiempo actual, la sociedad
medicalizada en los términos vigentes amenaza el progreso humano. Así de duro.
La pregunta es si esto se puede modificar y cómo.
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