La Atención
Primaria, tras de su rehabilitación en los años setenta y la esperanzadora
reforma sanitaria en España en los años ochenta, se encuentra en una
encrucijada crucial. El problema de fondo es que su proyecto –aún cargado de
ambigüedades- no encaja con la deriva de los sistemas sanitarios en el curso de
la gran reestructuración neoliberal, orientados a la construcción de una
demanda sanitaria colosal, que pueda responder a la multiplicación de la oferta
industrializada. La salud es el incentivo de la nueva quimera del oro de tan
productivo sector. El programa oculto que inspira las políticas sanitarias se
encuentra manifiestamente disociado del el espíritu de la atención primaria en
cualesquiera de las versiones anteriores.
El
dispositivo industrial médico-farmacéutico irrumpe en la infosfera mediante la
proliferación de comunicaciones de distintas clases, spots publicitarios
creativos, enunciados “científicos”, declaraciones de diversas autoridades,
presentación de investigaciones milagrosas, exhibición de casos portentosos, multiplicación
de discursos expertos, comparecencia de pacientes agraciados, multiplicación de
comunicadores dotados de capacidades fantásticas y despliegue de menús de
problemas y soluciones. Así se construye un relato ubicuo que se disemina por
todos los espacios sociales, en las que los pacientes, o los candidatos a
pacientes, que ahora suponen la casi totalidad de la población en las
sociedades opulentas, son atrapados por las presentaciones especializadas, que
adquieren una naturaleza mágica.
La infosfera
que acompaña a la expansión industrial sanitaria presenta un relato en el que
otorga atributos míticos a las nuevas tecnologías; se nuclea en torno a un
optimismo delirante; toma de prestado el pensamiento positivo de las
psicologías de última generación; minimiza los importantísimos problemas de
salud de las poblaciones opulentas y de las poblaciones en desventaja social.
El torrente de imágenes que refuerza los discursos del fin de la historia, que
en este caso representa el fin de la enfermedad, presenta en primer plano los
artefactos –los quirófanos, los vehículos medicalizados, los helicópteros, las
salas de máquinas de diagnóstico o los laboratorios-. Los profesionales de este
dispositivo técnico comparecen uniformados rigurosamente, sobrecargados de
señales visuales, dotados con el rango solemne que tales prodigios maquínicos
requieren. Me gusta llamarles “los enmascarados”, puesto que están dotados de
mascarillas, antifaces, gorros herméticos y otras prendas que encubren sus
cuerpos y les confieren una imagen misteriosa, que representa la penúltima
versión de los viejos hechiceros.
En esta
situación se invierten los sentidos de la institución médica. Los enmascarados
son operadores de sistemas de máquinas que actúan sobre los cuerpos de los
pacientes. En el relato de la bioindustria se atribuye a éste dispositivo la
condición de grande o grandioso. Se representa la grandeza de la ciencia y la
tecnología. En el orden semiótico de la institución, los profesionales ubicados
en el cara a cara de las consultas, resultan devaluados, en tanto que sus saberes
e indagaciones son sustituidas por las
máquinas. La condición de un profesional es la de un recopilador de datos en un
sistema que tiene la pretensión de que las decisiones clínicas se encuentren
rigurosamente mecanizadas. Asimismo, el tiempo de este sistema tecnologizado es
el inmediato, aquél determinado por la automatización de los procesos y la
capacidad resolutiva del arsenal terapéutico.
En este
orden organizacional, la atención primaria es rebajada por una manifiesta destitución.
Esta descansa sobre la acción “cara a cara” de los médicos y las enfermeras con
los pacientes. Aún más. Estas interacciones se pueden producir en los
escenarios habituales de la vida, principalmente en los domicilios pero también
en encuentros en otros ámbitos. La grandeza de la atención primaria descansa
sobre la construcción de una relación profesional-paciente que permite
contextualizar los problemas de salud que aparezcan y resolver no pocos de
ellos. No puedo evitar recordar al doctor de las películas del cine clásico,
que comparece en el escenario en que se ha producido el problema, acompañado de
su maletín, que ahora un comercial denominaría multiusos.
Este doctor
se enfrentaba en muchas ocasiones a problemas en los que podía hacer poco o
nada. Su solidez radicaba justamente en eso, en asumir sus limitaciones,
desplegando un abanico de finalidades que acompañaban a la de curar cuando esta
no era posible. Asimismo, el tiempo de la atención primaria es ineludiblemente
largo. Este se descompone en ciclos que pueden modelar una relación sostenida
en el tiempo. La potencialidad de la atención primaria es enorme. Esta
significa instalar en un espacio social una red profesional que sostiene un sistema
de relaciones profesionales con los pacientes.
Los
encuentros renovados entre profesionales y pacientes que sustentan la atención
primaria se adscriben ineludiblemente en una temporalidad larga. Esta es
compartida por otros campos como la educación o los cuidados. En estos el
producto se encuentra vinculado al verbo forjar. Todo se inscribe en un proceso
de tránsito, siempre abierto a una nueva situación que pueda mejorar o empeorar
la situación. Aquí radica lo específico de la atención primaria, tan importante
como parca en sus formas.
Las
circunstancias históricas en las que ha tenido lugar la reforma de la atención
primaria han determinado su configuración bajo el modelo de la medicina
especializada y los hospitales, que exportan su modelo a un medio tan
diferente. El alma del hospital habita en los centros de salud, que se
encierran en sí mismos adquiriendo un modelo institucional extraño a su
naturaleza. En este blog escribí un texto que lo argumentaba “Los fuertes”. En
este modelo hegemónico hospitalario, la atención primaria disminuye su
potencialidad y se subordina al guion institucional hospitalario de tratamiento
de enfermos agudos. Así sanciona su subalternidad en el sistema de salud.
El cambio
que he reseñado en el comienzo de este texto, el de la gran expansión
industrial, representa un relato en el que las soluciones adquieren su máxima
identidad. Los pilotos de este sistema de máquinas integradas generan la
ilusión de la eficacia total de los procesos que tratan en su sistema de
rotación de pacientes. Pero es en la atención primaria donde se hacen visibles
los problemas que no tienen solución en los términos de la clínica
delirantemente optimista. La esencia, y la grandeza de la atención primaria,
radica en tratar problemas que no siempre tienen una solución clínica.
De este modo
se produce una inversión de las significaciones. Para el dispositivo
industrial, sumido en la era vigente de la videoesfera, lo grande es la
curación, real o aparente, y trata visualmente en los media sus éxitos. Los
fracasos son desplazados a la atención primaria. En este orden simbólico, esta
se encuentra desplazada hacia la nada. Una de las razones de peso es que no
puede producir imágenes de la misma fuerza de las del dispositivo especializado
enmascarado. ¿cómo sintetizar las realidades que se desarrollan en tiempo
lento? No, la atención primaria, así como la educación o los cuidados a
discapacitados y otros grandes campos, se encuentran en desventaja catódica
respecto a las de tiempo rápido. Cuando la atención a la salud se imagina en
una red multimedia gigante, la visión de la atención primaria -sus resultados y
su valor- resultan inevitablemente devaluados y penalizados. Así, esta es
afectada por una desimbolización.
La
infosfera-videoesfera vigente, alberga comunicaciones que representan impactos visuales
diseñados por los operadores de los sistemas industriales devenidos en
productores de imaginario. Pero el código genético de la atención primaria
remite a los años setenta, en la que se forjan un conjunto de aspiraciones
frente a lo grande-industrial, que articulan discursos que en distintos campos
tratan de recuperar el valor de las personas en un mundo en el que predomine lo
“pequeño”. El libro de culto de esta época de “Lo pequeño es hermoso” de
Schumacher, sintetiza esta emergencia.
Es difícil
representar en imágenes la grandeza de los dispositivos y actividades que
trabajan en tiempo lento, como el que nos ocupa. La talentosa película de Isabel
Coixet “La vida secreta de las palabras” hace visible la potencialidad de una
relación profesional en la que la tecnología se encuentra relegada. También “Mar
adentro” de Amenábar presenta un drama intenso en el que lo tecnológico y
profesional es subalterno. En el año 87, al comienzo de la reforma, trabajando en
Santander en un equipo técnico de apoyo a la atención primaria, presenté un
proyecto para compensar la mudez simbólica de los entonces nuevos centros de
salud. La dirección lo acogió favorablemente y lo denominó “Operación Jericó”,
por aquello de derribar murallas. Pero los profesionales lo rechazaron, en
tanto que lo percibían como algo ajeno a su realidad y competencia. Una de sus
partes era la creación de un programa de tele que presentara las conversaciones
de los profanos.
A día de
hoy, las informaciones sanitarias se encuentran al servicio del imaginario del
crecimiento industrial sanitario. Se trata de comunicaciones en formatos de
spot publicitario cuya pretensión es impactar, sorprender, emocionar y seducir
a los esperanzados receptores. El código remite a la grandeza de la tecnología
y sus operadores. La atención primaria se encuentra excluida de facto en este
orden simbólico. La pregunta que me hago es si es posible evitar su muerte simbólica,
que se constituye en un factor determinante para subordinarla en los
presupuestos, la división de trabajo y las políticas públicas. Cómo comunicar
lo grande-lento-pequeño en una infosfera desbocada y controlada por los proyectos
de crecimiento industrial, este es el problema de fondo.
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6 comentarios:
Hace tiempo que lo sigo, y me gusta su visión de la salud y del abordaje de la enfermedad. Me parece entrañable la figura de la llegada del médico con su maletín, y el ejercicio de lo que me permito llamar “medicina “consolativa “ en su aspecto más humano y fraterno.
¿Y las causas de las causas?. ¿Los determinantes ambientales en su concepto integral?. ¿Por qué está epidemia de cáncer?. ¿Cual la actitud ante ello?.
En todo caso tampoco hemos de dejar de admitir que esa medicina clásica y mecanizada ha conseguido ganar bastantes batallas.
¿No podemos unir las dos visiones?
En todo caso, muchas gracias por sus interesantes reflexiones.
Gracias por su comentario. Cuando recurro a la imagen del médico convencional descarto la medicina consolativa. Es algo más que eso. En este tiempo las limitaciones del médico eran mayores que las del presente en términos de terapéutica, pero la filosofía de su intervención era más rica. Cuidar, paliar, acompañar y otros verbos pueden definir su intervención, que asume mejor sus limitaciones.
Ciertamente la medicina científica ha ganado no pocas batallas pero también ha perdido muchas y cada vez su acción es más negativa, constituyéndose en un factor de morbilidad. El sobrediagnóstico y sobretratamiento no es una moda sino un problema cada vez mejor definido y conceptualizado.
La discusión actual no es entre una corriente científico-tecnológica y una humanista-consolativa. Los críticos cuestionan la eficacia de la medicina tecnologizada y evidencian sus efectos negativos. Mi posición es la de los críticos, aunque mis temores a los excesos de la medicina oficial son aún mayores.
La medicina como institución vive en un tiempo. En este tiempo se acrecientan las dudas acerca del signo del proceso social. Para muchos, entre los que me encuentro, es cuestionable que este sea el progreso.
Leyendo su valiosa reflexión vienen a mi memoria las sabias palabras de uno de mis maestros en la facultad: “médico que no mete la mano, mete la pata” casi a diario nos decía que un diagnóstico preciso, oportuno y casi definitivo dependía de una buena anamnesis y un exhaustivo examen físico, herramientas de la atención primaria, además , mucho más humanas y económicas, si a estas le sumamos la tecnología la medicina no estaría hoy saturada como bien dice usted de sobrediagnóstico y mucho menos sobretratamientos que al final solo benefician a las grandes empresas farmacéuticas y tecnológicas.
Gracias por el comentario que comparto. Soy diabético y en mis veinte años de insulina ningún médico me ha tocado los pies. Nunca. Los profesionales son de hecho burócratas al servicio de un sistema de información deificado y administradores de tratamientos con fármacos. Las funciones de examen físico se delegan en las urgencias hospitalarias y en los cuidados intensivos para los pacientes graves. Un consultorio de atención primaria es casi una oficina. En estas condiciones la adicción a la prescripción de fármacos de los profesionales y los pacientes es inevitable.
Cuando establecemos una relación personal con los enfermos o sanos, ellos nos bajan los humos. Muchos van buscando alguien que les dé la mano, les escuche, les aprecie y les cuide. Tanta tecnología y a veces con la sencillez de una consulta de primaria podemos ayudarnos a vivir y a morir.
Gracias. Estoy de acuerdo. Además quieren sentirse acompañados por un profesional aliviando sus temores. Pero el ordenador irrumpe estrepitosamente reclamando la atención y desplazando al paciente. Así se evidencia que su cuerpo es una fuente de datos para el sistema de información que se sobrepone a todo
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