Tanto en los
medios oficiales como en los de comunicación utilizan la palabra “ciudadano”
cuando se refieren a mí. Se supone, por consiguiente, que formo parte de una
entidad a la que llaman “ciudadanía”, que es continuamente apelada en el mundo
de los actores sociales vivos. Pero la verdad es que esta no comparece con voz
propia en los acontecimientos por la que es requerida. En las sociedades del
presente se conforma como agregado de personas carente de organización y de
voz. Todos aluden a ella proclamando su veracidad, pero esta, siempre comparece
en palabras de los distintos actores vivos. Por eso la ciudadanía, no voy a
decir que es un muerto, pero sí un espíritu que solo habla en las contadas
ocasiones en la que es convocada por los vivos, en la mayor parte de los casos
en las urnas.
La
ciudadanía, conformada como un extraño espíritu-espectro, carece de
organización o de portavoces. De ahí que no pueda ser consultada mediante su
habla, razón por la que es sondeada mediante las encuestas. Estas constituyen
el dispositivo central de la época, en tanto que escrutan el estado de la
ciudadanía. Así, esta adquiere la naturaleza de un espectro que es menester
escudriñar. En las encuestas, las
preguntas las formulan los vivos, así como el abanico de posibles respuestas.
De este modo es posible conocer el estado de la ciudadanía, que, al no hablar
naturalmente, configura un espíritu que se encuentra en el más allá de la vida político-social.
Los resultados de las encuestas designan los estados de la este extraño ente
mudo que es estimulado para que pueda hablar en los términos de los vivos. El
resultado de esta situación es la configuración de una nueva aristocracia que
administra la opinión mediante la gestión de distintos contingentes de personas
que adquieren la ilustre condición de unidades muestrales.
El espacio
público de estas extrañas sociedades, se encuentra saturado de grupos vivos e
instituciones que toman la palabra activamente. Asimismo, tiene lugar un prodigioso
proceso de multiplicación de los expertos que apelan a su autoridad para
definir los problemas y las necesidades del área en la que se referencian. El
dispositivo de hablantes vivos que interviene en la vida social, apela a los
componentes de la ciudadanía de distintas formas retóricas. En la mayoría de
las ocasiones son designados como “los ciudadanos de a pie”. También como “los
de abajo”, e incluso, llegan a denominarlos como “normales”. En todos los casos
se remiten a resaltar su importancia, su naturaleza de portadores del sentido
común y el pragmatismo. Siempre me he preguntado acerca de la verdad de estas
afirmaciones. Porque si esa gran mayoría definida por sus pies tiene las
virtudes que se le atribuyen no entiendo porqué se les priva de la palabra y se
instituye una conversación severamente dirigida, como son las encuestas, en las
que no existe ni siquiera el capítulo final de “ruegos y preguntas”, en la que
cada uno tenga la oportunidad de salirse del guion del cuestionario.
El
dispositivo central de estas estrambóticas sociedades es la televisión. En esta
se reproducen distintas formas de vida cotidiana en el que hablan las personas
procedentes del más allá ciudadano. Pero todas las comunicaciones referidas al
espacio público son monopolizadas por los expertos. En estas, se presenta a los
denominados ciudadanos de a pie con formas similares a un zoo o a un circo. Se
busca el tipo ingeniosillo que interpele al experto de guardia, propiciando una
situación de desigualdad que se resuelve de modo humorístico. Junto con las
encuestas, la televisión es un instrumento esencial de clausura de la voz de lo
que se llama la ciudadanía, para ser confinada en su espacio privado.
La encuesta
es la forma dominante de relación entre los expertos y los profanos. Esta
presenta una analogía con el espiritismo. Pero estas formas de comunicación
estrictamente dirigidas, remiten a un proceso fundamental en las sociedades del
mercado infinito del presente. Este es el de la intensificación de un proceso
de individuación sin precedentes. En la vida pública se multiplican las formas
sociales en las que cada cual se encuentra segmentado con respecto a los demás,
constituyendo una relación con una instancia superior. Las encuestas sancionan
esta situación. Cada uno es una unidad que ejecuta el cuestionario previamente
programado, pero que excluye cualquier tipo de relación o conversación con los
demás integrantes de la aleatoria muestra. Todos contribuyen a los resultados,
pero solo son una fracción insignificante si se los considera individualmente.
De ahí la emergencia histórica de distintas formas de investigación-acción,
investigación participativa y otras que se proponen corregir esta situación.
Cada uno es una
unidad totalmente autónoma, que es gestionada y administrada por un sistema
experto. Así se instituye lo que, desde hace muchos años, denomino como
contigüidad, que deviene en el centro de la vida social. Contigüidad significa
que mi cuerpo y mi persona, transita por el espacio social junto a otros
cuerpos-personas, salvaguardando mi individualidad rigurosamente. La forma
suprema en el capitalismo neoliberal vigente de contigüidad es la figura del
cliente. En todos los ámbitos regulados por el mercado infinito el cliente
deviene en el arquetipo fundamental. Se trata de un ser radicalmente individual
que comparte el espacio con los demás, pero sus relaciones se encuentran
restringidas a encuentros fugaces de ocasión, que no cristalizan en ninguna
forma social.
La figura
solitaria del cliente, al igual que el participante en una muestra, constituye
un factor determinante en la vida social, que erosiona el arquetipo de
ciudadano. Así, la clientelización trasciende al mercado y se instala en todos
los ámbitos sociales. Cada uno es adscrito a un segmento social formado por
aquellos que comparten determinadas características. El segmento es un ente
carente de vida y no alberga ninguna relación ni comunicación. Más aún, los mismos
sistemas expertos intervienen programando las conversaciones laterales entre
los clientes mediante distintas formas. Estas siempre se hacen en presencia de
un experto que se asigna la función de la conducción.
En sociedad
postmediática los operadores de las conversaciones públicas acreditan la máxima
pericia para introducir los contenidos que se reemplazan entre sí a gran
velocidad. La fugacidad es uno de los mecanismos esenciales en el
funcionamiento del silencio de la ciudadanía. Desde la televisión se presentan
contenidos temáticos referidos a las vidas privadas que generan cadenas de
respuestas e interacciones en las redes sociales. También en este caso el
dirigismo alcanza cotas inusitadas. Así se privatiza lo público y se generan
estados de efervescencia conversacional, que nacen y crecen aceleradamente,
para disiparse completamente, dando paso a aquellos que los reemplazan.
La
contigüidad de los cuerpos sin relaciones laterales; las conversaciones
colectivas en presencia de los expertos; la estimulación de nichos relacionales
en las redes; la babelización resultante de la multiplicación de los segmentos.
Estas son las claves de las extrañas sociedades del presente. El cliente en
busca de su satisfacción, definido por los lazos débiles con sus afines, al
tiempo que con lazos fuertes con los prestadores del servicio. Este es el
arquetipo social dominante.
También el
sujeto en tránsito, bien conductor encerrado en una cabina, ciclista solitario
o viajero del metro o de los autobuses. La contigüidad con los otros sin
relación. Este es un factor de individuación formidable. El sistema de
movilidad representa, como ya intuyó Illich, un papel fundamental en la
constitución del modelo de sujeto liberado de vínculos laterales con sus
iguales. Complementado con la movilidad residencial desbocada conforma un
cuadro en el que la trayectoria de cada cual puede definirse como un tránsito
permanente en el que las relaciones sociales son efímeras. Lo único sólido en
este viaje vital es la atadura a los distintos sistemas de autoridad: trabajo,
consumo, educación, salud, estado.
Contigüidad
sin conversación y subordinación a los sistemas expertos. Esta es la gran
verdad sobre el presente. En estas condiciones cada cual puede ser moldeado
como espectador por las poderosas industrias del imaginario. Este modelo remite
a las encuestas como modelo social. En estas condiciones la famosa ciudadanía
solo puede ser un espectro que se ilumina en las puestas en escena de las
pantallas.
En
coherencia con este texto pido a los lectores que contesten ELIGIENDO una
respuesta: Mucho, Bastante, Poco o Nada.