DERIVAS DIABÉTICAS
La conjunción
de las nuevas tecnologías con los tipos organizativos derivados de la expansión
del mercado total están produciendo una transformación de gran envergadura en
la institución-medicina y la asistencia médica. El ejercicio profesional se
está modificando profundamente. La práctica individual fue gradualmente
remodelada por la llegada de los equipos. Ahora comparecen procesos de
automatización que descomponen la asistencia, reestructurando el papel del
antiguo profesional. El nuevo ejerciente es un autómata programado, lector de
pruebas y ejecutor de tratamientos estandarizados correspondientes a taxonomías
de diagnósticos rigurosamente precisados en términos de costes y beneficios por
la organización para la que ejerce. He confirmado el impetuoso avance de esta
tendencia tras una reciente experiencia personal. Se trata de la oftalmología,
un subcampo médico en el que hace visible esta mutación.
Mi historia
oftalmológica comienza en mi niñez, cuando me detectan lo que se denomina como
un “ojo vago”. Mi ojo izquierdo no funciona cuando tengo abierto el derecho.
Solo cuando me tapo este veo, pero he perdido la capacidad de distinguir
imágenes entre sombras. Con el paso de los años comenzó una miopía creciente en
mi ojo bueno, cuestión por la que siempre he llevado gafas. En las revisiones
oftalmológicas derivadas del incremento ligero de la miopía, siempre me ha sido
difícil contar el problema de mi ojo vago a los médicos de esta especialidad,
tan carentes de tiempo y de atención a mis palabras, que comparten con una
propensión a hacer con una determinación encomiable. Pero el mayor provecho que
me ha hecho este ojo desvariado ha sido salvarme del servicio militar. Cuando
comencé el campamento en Colmenar, lo alegué y todo terminó en un examen en el
Hospital militar Gómez Ulla, en el que tras varias pruebas dictaminaron que mi
ojo no tenía solución, liberándome de la dichosa mili tras más de dos meses de
reclusión.
Muchos años
después, mi diabetes de tipo II me envió alguna señal oftalmológica. En una
ocasión tuve un problema que me llevó a Urgencias en Granada. Tuve un encuentro
muy desagradable con un oftalmólogo que anunciaba mi desencuentro con esta
especialidad. La posterior cetoacidosis, que me convirtió en
insulinodependiente, puso en primer plano la situación de mi ojo. Estando
hospitalizado me llevaron a la consulta de oftalmología, donde fui maltratado
por una doctora de porte aristocrático. Delante de toda la cola de enfermos en estado
de espera me dijo por primera vez “vaya día, todos los diabéticos me tocan a
mí”. Después lo he escuchado varias veces. El resultado en el informe de alta fue
“retinopatía no proliferativa”.
Pasados unos
meses pedí consulta en oftalmología para mi primera revisión. Cuando llegué a
la consulta había más de cincuenta personas en una sala de espera atravesada
por una energía negativa explosiva. Cuando entré con la intención de pedir que
me realizaran una prueba para determinar si tenía lesiones, una oftalmóloga crispada
se quejó de que los diabéticos le tocaran a ella y no me llegó ni siquiera a
examinar. Me hizo una receta de una medicación de la que me dijo imperativamente
que tendría que tomar de por vida. Como estaba preocupado por la amenaza de la
retinopatía utilicé el servicio que funciona excelentemente en la sanidad
pública: el servicio de atención al pariente. Ana, una enfermera entrañable que
prácticamente vivía con nosotros se ocupó de la consulta.
Ana
trabajaba entonces en Neurología en el hospital Virgen de las Nieves. Acordó
con el jefe de servicio, un prestigioso neurólogo -que al igual que muchos de
sus colegas era progresista en la intimidad- su presencia en la consulta.
Cuando me llamaron y entré acompañado de ambos con bata, el oftalmólogo se puso
lívido. El jefe de servicio le contó que éramos amigos y que quería que me
hiciesen la prueba que yo denominaba “de la retina”. El médico se prestó, me examinó y me hizo el
volante. A la salida, el jefe de servicio amigo me dijo que lo mejor que podía
hacer en el futuro es acudir a la consulta privada del oftalmólogo. Todo
terminó días después en la prueba, en la que me trataron desconsideradamente, a
pesar de que Ana me acompañó en todo
momento. Todas mis experiencias oftalmológicas en la sanidad pública han estado
marcadas por la fatalidad.
Esta
experiencia me llevó a un estado de inseguridad que terminó con la decisión de
seguir la recomendación del jefe de servicio. Me informé a través de una amiga endocrina y
accedí a la consulta de un oftalmólogo del hospital público, que tenía una
reputación clínica reconocida. La primera consulta confirmó las buenas
sensaciones. Su modo de ejercicio profesional se correspondía con su generación
formada en los rigores de las primeras promociones de los MIR y reforzada con
la práctica profesional de los años felices del sistema público. En esta consulta
celebré su trato personal y profesional considerado. En las pruebas oftalmológicas,
las luces intensas de las máquinas me hacen parpadear de un modo incontrolable.
En todas las ocasiones anteriores me levantaron la voz, llegando en alguna
ocasión a amenazarme con la cancelación de la prueba. En la consulta privada de
este profesional, mostró una indulgencia extrema ante mis resistencias. La
amabilidad alcanzó un éxtasis, teniendo en cuenta mis experiencias previas.
Las
sucesivas consultas de mis revisiones oftalmológicas anuales se atuvieron a un
modelo profesional que ahora comienza a mutar. Tras la llegada a la hora
convenida me pasaba a su despacho. Allí consultaba mi historia en su ordenador.
Me preguntaba por mi estado de salud, por la diabetes y por la vista. En el
caso de que apareciera algo nuevo, se suscitaban preguntas. Tras la
conversación procedía a explorarme. Pasaba por dos máquinas diferentes en las
que miraba con detenimiento. Por último me revisaba la graduación. Todo
terminaba en una estancia contigua donde su ayudante me atosigaba con las
gotas-bomba para dilatar la pupila. Esta trabajaba minuciosamente y esperaba,
nunca menos de veinte minutos, a que estuviese listo para pasar a lo que
denomino como “las máquinas de la retina”. En esta fase me explicaba los
resultados y me enseñaba imágenes en una pantalla de ordenador. Todo terminaba
en su mesa donde me daba un pequeño informe escrito con el resultado.
En dos
ocasiones recurrió a pruebas complementarias ante dudas que se le suscitaban.
Toda esta secuencia de consultas se complicó con la aparición y el progreso de
las cataratas. En la conversación preliminar de la consulta prestaba atención y
respondía a las cuestiones que le planteaba, pero se reservaba la potestad
profesional de explorarme con el objeto de detectar algún indicio o resolver
alguna duda. En el curso de todo el proceso asistencial la relación fue muy
aceptable. Además de las cuestiones concretas derivadas de la situación puntual
de la revisión hacía comentarios y recomendaciones con respecto a la evolución
de la enfermedad. En ocasiones hablábamos de la tecnología que utilizaba. En
una de las últimas consultas me contó que el desarrollo tecnológico hacía
inviable un ejercicio profesional como el suyo. El futuro estaba en empresas
con capacidad de inversión en las tecnologías de última generación y que
gestionasen equipos profesionales especializados.
El problema
de las cataratas evolucionó alcanzando un nivel que interfería mis actividades
cotidianas y me limitaba la lectura. Terminé por decidir operarme. Lo hice,
siguiendo el consejo del oftalmólogo, en
un Instituto Oftalmológico que disponía de una tecnología adecuada. La
seleccioné influido por las referencias directas de algunos colegas y amigos
que se habían operado allí. Me operé el pasado año, solo del ojo bueno. El
nivel de atención en el postoperatorio fue aceptable, aunque se suscitó un
problema, en tanto que el oftalmólogo que me atendía no me operó, pues la
cirugía la realizaba un médico joven. Rechacé que el seguimiento lo hiciera el
cirujano, por la seguridad que me infundía el oftalmólogo.
Ya asentado
en Madrid, esta primavera tenía pendiente mi revisión oftalmológica anual.
Busqué un instituto especializado del mismo tipo que el que me operé en
Granada. La experiencia vivida confirma la mutación en curso de la asistencia
médica. En síntesis, aunque no me gusta hacer listas al estilo del positivismo,
las conclusiones son las siguientes:
-
El
contacto, el acceso a la cita y todos los demás aspectos del servicio, son muy
satisfactorios. La organización, el trato del personal auxiliar y las instalaciones
son excelentes.
-
Se
manifiesta lo que me gusta llamar como “el ocaso del diagnóstico”. En la
petición de la cita me preguntaron el motivo de la consulta. Como les dije
varias cuestiones seleccionaron la principal: revisión oftalmológica de la diabetes.
La demanda se sobrepone a la exploración médica. Se supone al paciente como un
ser educado como consumidor que conoce los diagnósticos y tratamientos,
formulando la demanda. La organización entiende que tiene que responder a esta.
-
La
segunda cuestión fundamental es “la taylorización del trabajo médico”. El
proceso de asistencia se descompone en varias fases determinadas por las
máquinas de las pruebas. Primero me recibió cordialmente un profesional muy
joven. Cuando le formulé los motivos de la consulta -revisión diabetes,
valoración de la visión un año después de la operación, preocupación por la
catarata de mi ojo vago y molestias de la alergia primaveral- se centró en las
dos primeras. Me evaluó la visión confirmando que había aparecido una leve hipermetropía
y astigmatismo en mi ojo bueno. Después me pasó a una estancia donde otro
profesional joven tras dilatarme la pupila con su tiempo necesario, me
inspeccionó en unas máquinas intimidatorias para un profano. Mi sorpresa fue
mayúscula cuando me enviaron a una estancia donde tras varios minutos me
recibió el médico. Pero no era ninguno de los dos que me habían escrutado en
las máquinas. Me anunció que la retina estaba bien, que necesito gafas con la
nueva grabación y que me esperaba el año siguiente.
-
El
contraste con el modo de operar de mi oftalmólogo convencional es de una
dimensión brutal. No existe exploración suya ni conversación alguna. Todo está
focalizado a la ejecución de un servicio determinado por las máquinas
prodigiosas. El papel del médico es la comunicación de resultados en un proceso
que realizan los operarios de las máquinas. El servicio total es la integración
de varios trabajos fragmentarios que conforman una cadena técnica.
-
Me
invadió un sentimiento de nostalgia por mi antiguo oftalmólogo y recordé a los
médicos que visitaban mi casa en la infancia. El Dr Plaza, aunque venía visitar
a un enfermo específico, nos preguntaba a todos y nos interpelaba si teníamos
mala cara. Pero el fondo de la cuestión es la ausencia de exploración en beneficio
de la focalización en la demanda. Y eso no puede ser eficaz en muchos casos. El
tratamiento desplaza al diagnóstico en este desvarío médico.
-
A
pesar del trato cordial y de la integración en lo administrativo y lo médico en
la ejecución del servicio, la despersonalización se hace patente. El paciente
es rigurosamente despiezado y tratado fragmentariamente. Así se conforma la
antesala de la robotización de la asistencia.
Cuando salí de la consulta con la visión nublada por la dilatación de la
pupila me invadió una sensación de privilegio por la claridad con la que veo
este proceso, que se contraponía con una crisis de identidad.. Durante mucho
tiempo he escuchado, en los foros académicos y profesionales que reproducen las
reformas sanitarias neoliberales, la terrible frase de que “el paciente es el
centro del proceso asistencial”. Esta afirmación recupera la condición de
consumidor activo de los antaño enfermos. Ahora somos entidades en busca de
tratamiento en una clasificación exponencial de diagnósticos, problemas y
fantasías.
Me gusta afirmar que ya no soy sólo un enfermo crónico, sino un P
múltiple en un campo activo. Soy un Paciente…Portador…de
Patologías…Potencialmente Productivas…Progresivas… Soy un cuerpo enfermo
asaltado por múltiples depredadores profesionales en una jungla tecnificada. Mi
cuerpo es un objeto productivo que genera valor económico, que se disputan
distintos actores corporativos. En eso se está convirtiendo el campo de la
asistencia médica. Tengo que aprender a preservar mi vida en este medio. Recuerdo que
en el final de Carmen percibíamos ya algunos elementos de esta locura.
¡no quiero ser el centro ni el protagonista de la asistencia médica¡ ¡quiero ser el
protagonista de mi vida¡ ¡en cuestiones de enfermedad lo que quiero es un
médico de los de antes, coño¡
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