En los
tiempos que he vivido fuera de Madrid he conservado fielmente la nostalgia por
la Feria del Libro del Retiro. Siempre que me era posible me escapaba para
deambular por las casetas y vivir el espectáculo de las casetas, los libros,
los autores, y, sobre todo, los lectores. Me fascina contemplar el mundo de los
libros y las personas leyentes congregadas en un espacio singular. En los
últimos treinta años he ejercido como profesor universitario. En este tiempo he
sido testigo privilegiado del nacimiento, infancia y adolescencia de las
generaciones postalfabéticas, que recomponen sus hábitos mentales mediante
lectura de mensajes cortos, textos leves y la multiplicación de los canales
marginalizados por el declinante imperio de la letra escrita.
En este contexto,
la lectura se resiste a su reconfiguración mediante la adquisición del estatuto
de lecturas obligatorias. Los libros son despiezados en capítulos que se
recombinan en las distintas asignaturas. El rechazo creciente de los
contingentes humanos postalfabéticos es manifiesto. La tensión se hace patente
y la minoría alfabética tiene que hacer concesiones, rebajando la carga de
lectura obligatoria. En mis primeros años de profesor algunos alumnos
criticaban las lecturas que les recomendaba y reivindicaban a otros autores. En
los últimos años la oposición se hacía presente mediante un silencio atronador.
El ambiente
universitario, que oscila entre la indiferencia y el rechazo a los libros,
contrasta con la isla primaveral de la Feria del Libro, en donde las
inteligencias alfabéticas sobrevivientes se concentran para compartir sus
efervescencias y sus magias. Se trata de un acontecimiento especial, en el que
la comunidad alfabética despliega sus rituales de búsqueda y de celebración
gozosa. El sujeto lector es rehabilitado por unos días, en un espacio en el que
se reconoce junto a sus afines. El resto del año las actividades sociales
vinculadas a la lectura se dispersan en actos de presentación de libros y otras
actividades sociales. Pero la lectura es una actividad rigurosamente individual
en la que el leyente se encuentra aislado.
El mismo
santuario de las inteligencias alfabéticas, el parque del Retiro, refrenda la
impetuosa emergencia de las prácticas y de las inteligencias postalfabéticas.
Una mayoría abrumadora deambula pendiente de sus máquinas de la conectividad,
que registran una actividad incesante de intercambios de frases, imágenes y sonidos.
Estas máquinas prodigiosas permiten compatibilizar sus exigentes quehaceres con
una relación fugaz con el espacio ocupado. Entre las multitudes postalfabéticas
se ubican pequeños rincones en los que algunos de los sobrevivientes
alfabéticos disfrutan de la lectura en soledad entre los árboles, ajenos a los
sonidos del bullicio que acompaña a los hiperconectados. En este sentido se
puede afirmar que el Retiro es un espacio de coexistencia pacífica entre las
inteligencias lectoras y las inteligencias postlectoras.
La Feria
significa un dichoso estado de excepción, en el que los lectores convergen
desde sus espacios cotidianos hasta la isla de las palabras, las líneas, los
párrafos y los textos. Cada cual realiza su desplazamiento libre de peso
físico, para regresar a este con la carga ineludible de los libros, que
acompaña a la emoción que causa el descubrimiento de autores, obras o el
rescate de libros antiguos que representaron algo importante en la vida de cada
uno. El misterio de los libros radica en que son simultáneamente ingrávidos y
consistentes en lo físico. Me encanta leerlos, pero también hojearlos y
disfrutar del tacto.
Todavía me
encuentro en estado de duelo por el final de mi biblioteca personal. Me he
venido a Madrid con quinientos libros imprescindibles por su valor intelectual
y sentimental. Pero esta ciudad es un paraíso en el que coexisten varios oasis
alfabéticos. El mundo fascinante de las librerías viejas de ocasión, de las
librerías especializadas, de las nuevas basadas en nuevas formas que
trascienden la propiedad individual y de las ferias especializadas. Me fascina
buscar y descubrir nuevos libros. En estos meses he podido vivir un catálogo de
experiencias muy enriquecedoras. En la pasada feria del libro político descubrí
a autores inéditos para mí.
En estos
días paseo lentamente entre las casetas, haciéndome un mapa en la víspera, en espera de vivir unos días en esta
isla experimentando emociones compartidas alfabéticas. Por eso ayer, entendí la
furiosa tormenta que descargó sobre Madrid, con sus vientos huracanados
amenazantes, como una revancha de las divinidades postalfabéticas, que
pretenden coaccionar a los visitantes de esa isla de inteligencias forjadas en
la disciplina de recorrer, párrafo a párrafo los textos. Cuando me
encuentro con alguien que lee parsimoniosamente un eBook, todos mis esquemas
son sujetos a revisión. Buena Feria del Libro para todos los alfabéticos
sobrevivientes.
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