La doble
manifestación de jubilados en Madrid de ayer fue una señal portadora de un mal
augurio. Esta hizo visible la división en el campo de la izquierda política en
un momento de crucial importancia. La de la mañana estaba patrocinada por los
sindicatos convencionales acompañados por el pesoe. Allí se encontraban las
direcciones de estas organizaciones, así como la izquierda mediática “honorable”:
artistas, músicos, tertulianos y notables acompañados por la sexta, que les
proporcionaba cobertura audiovisual. La asistencia fue muy modesta y la
composición humana remitía a las gentes sobrevivientes del gran naufragio de la
izquierda política y sindical del régimen del 78. La energía de los participantes
fue muy menguada y la puesta en escena se caracterizó por una austeridad
simbólica patente. El contraste entre los esfuerzos de sus tutores para
convertirla en hecho audiovisual-político y las retóricas funerarias
prevalentes entre los participantes era ostensible.
La
manifestación de la tarde fue convocada por la coordinadora estatal de las
pensiones, bajo la que se amparaba Podemos. Pero esta concitó la asistencia de una
buena parte de la izquierda sufrida, que congregó a una gran cantidad de personas,
muy superior al desfile oficial matutino, lo cual apunta al mérito de los
sindicatos, que han construido laboriosamente su propia desafección general en
los mundos del trabajo. La envergadura de esta manifestación era muy
considerable, en contraste con la orfandad oficial y mediática que la
acompañaba. Las grandes televisiones no le otorgaron licencia y la trataron
disolviéndola en el conjunto de manifestaciones que tuvieron lugar en distintas
ciudades. Lo que sí pude constatar es que había, con toda seguridad, más gente que los ciento quince mil
manifestantes de Bilbao. Después de las siete de la tarde, el espacio entre
Neptuno y Sol se encontraba totalmente abarrotado, en tanto que la cabeza
llegaba a Cibeles.
El balance
de mi experiencia como manifestante en ambas citas, se puede sintetizar en la
vivencia de una importante intervención del sistema político y mediático en un
acontecimiento específico, tratando de reconfigurarlo para maximizar su
aportación a sus intereses. La activación de un capital político-electoral que
portan los jubilados, recompone el campo electoral, suscitando el interés de los partidos
contendientes y sus extensiones mediáticas. Así, la congelación de las
pensiones, que es un elemento central en un proceso histórico general de
desposesión de la antigua y nueva clase trabajadora, queda subordinada a las
tácticas cortoplacistas de los aspirantes para incrementar sus cuotas
institucionales. Las significaciones de estas movilizaciones son
reconfiguradas. Asimismo, la escasa
autonomía del colectivo de los jubilados propicia que sobre su espacio
distintos poderes sociales depositen sus anclas.
En la gran
manifestación vespertina, la enorme cantidad de personas participantes se
mostraba desangelada. Apenas existía conexión con el núcleo convocante. La
imponente multitud se diseminaba por todo el espacio físico del itinerario. La
desconexión con la cabecera era patente y apenas se gritaban lemas en el
exterior del núcleo convocante y su círculo inmediato. En la composición de la
marcha predominaba la izquierda sufrida, es decir, los trabajadores
industriales y de servicios desalojados gradualmente del sistema productivo en
los últimos treinta años, constituidos en un segmento de población blanco de
las acciones de disolución del estado de bienestar. Sus itinerarios biográficos
sintetizan la fusión de los años gloriosos del esplendor del trabajo regulado,
el estado de bienestar, el estatuto de consumidor y la condición de votantes,
con los años de plomo de la desindustrialización, la regresión y el comienzo de
la desposesión que se define a sí misma como la crisis.
La multitud
de participantes hacía gala una frugalidad manifiesta en su energía y
expresividad. El contraste con la manifestación feminista del 8M, las del No a
la Guerra o el ciclo del 15 M se hacía patente. Muchos pequeños grupos exhibían
carteles confeccionados a mano con estéticas cutres y lemas parcos. El
sentimiento de indignación presidía todas las expresiones. También se podía percibir un cierto orgullo por la reanimación
de su memoria histórica. La mayoría de los presentes revivía experiencias
ubicadas en un pasado lejano. La casi totalidad de los concentrados se
encuadraba en la generación de más de cincuenta años. Apenas había jóvenes. Me
resultó chocante, y hasta casi hilarante, la presencia de dos jóvenes vendiendo pitos a
tres euros en la calle Alcalá, frente al ministerio de Educación.
El aspecto
más relevante de la manifestación fue su estado de dispersión física. Los
manifestantes se diseminaban por todo el recorrido, desconectados
manifiestamente de la cabecera. La debilidad de la cohesión se encontró
reforzada por la gran manipulación derivada de su fusión con otra manifestación
de protesta contra la ley mordaza. Además, algunos grupos de la vieja izquierda,
siguiendo las viejas tradiciones de la correa de transmisión, exhibían
carteles, pegatinas y lemas ajenos al contenido de la convocatoria. En
particular proliferaron los referidos a
la monarquía y la tercera república. De este modo, muchas personas se sintieron
confundidas en este conglomerado de contenidos. Algunos jubilados protestaban
por este caos simbólico. Ciertamente, se percibían varios intentos de
manipulación en un colectivo carente de organización.
La ausencia
de dirección favoreció la puesta en marcha de estrategias territoriales
aprendidas por múltiples manifestantes y sancionadas en la gran marcha de las
mujeres el 8 M. Así, numerosísimas personas se ubicaron desde el principio en la
intersección con Gran Vía, desde donde pudieron ver la llegada de la cabeza a
este punto. Pero esta multitud formó una riada de gente compacta que marchó por
delante de la cabecera, siguiendo hasta el final, lo cual les proporcionó
buenos sitios en el acto final de Neptuno. Toda la marcha se disgregaba en distintos segmentos que competían por buenas
posiciones, que siempre se encuentran por delante de la cabeza.
Así, los
numerosos contingentes que llegaron después de las seis por Sol o Gran Vía,
tenían que sumarse al gran tapón que se formó en el punto de partida. Pero la
inmovilidad en este lugar propició que numerosos grupos se escindieran por la
Carrera de San Jerónimo, desembocando en el Paseo del Prado por distintos atajos para ubicarse en los
lugares buenos. En Cibeles apenas había sitio desde el comienzo. Desde allí los
concentrados avistaban la marcha de la manifestación. Las nutridas gentes que
disciplinadamente se ubicaron detrás de la cabeza, fueron penalizadas en los
sucesivos tapones que se formaban por la lentitud de la marcha y los
movimientos de los no resignados a la inmovilidad. Estos vivieron la
manifestación restringidamente y no pudieron llegar al final.
El aspecto
más singular de estas manifestaciones consistió en el contraste manifiesto
entre una gran muchedumbre de personas afectadas por los sentimientos asociados
a la quiebra del imaginario de progreso que ha presidido sus trayectorias
biográficas, y la comparecencia de sus múltiples herederos que competían entre
sí para apropiarse de la energía política derivada de la movilización. La
pluralidad de las manipulaciones se hacían perceptibles. La contienda entre los
herederos, que exhibían sus maquinarias expertas y mediáticas, se sobrepone a
la cuestión esencial. Esta es que las pensiones, al igual que otros componentes
básicos del estado del bienestar, son inexorablemente reducidas por la decisión
política de las fuerzas que impulsan la gran reestructuración neoliberal.
La
devaluación de las pensiones se corresponde con un proceso general de
desposesión, cuya punta de lanza es la desregulación del trabajo que se
manifiesta en la severa precarización. Este proceso se encuentra determinado
por una imponente rebelión de los beneficiarios de la economía especulativa, de
los favorecidos por los bajos salarios, por los usufructuarios de las privatizaciones
y los agraciados por la economía de los suelos. Este complejo de intereses y
categorías sociales, extraordinariamente amplio, es quien ha decidido devaluar
las pensiones. Pero esta verdad permanece oculta en los relatos que los actores
convencionales respaldan sancionados por las representaciones televisivas.
Así, todo
parece que se reduzca a una cuestión de la intervención de algún maligno, como
Rajoy y otros del pepé o ciudadanos, tal y como muestran los crepusculares
carteles exhibidos. Pero no se trata de esto. Si es una rebelión de los
pudientes, no cabe esperar a ningún salvador magnánimo. Por el contrario se
trata de un episodio en un conflicto político muy relevante, que solo puede
resolverse mediante la constitución de una fuerza social global que disuada a
los poderosos de la inviabilidad de su proyecto oculto. Los jubilados y la
cuestión de las pensiones dignas solo son una parte de este macroconflicto. El
requisito para avanzar consiste en visibilizar lo oculto, que es el proyecto
global de los beneficiarios del crecimiento.
Este
proyecto, pernicioso para grandes sectores sociales, se oculta y se muestra por
la voz de la expertocracia. Son los expertos los que proponen la resignación
ante lo técnico que oculta los intereses de los beneficiados por este modelo de
crecimiento. Hasta que no vea en las manifestaciones lemas creativos que
parodien a los expertos múltiples, no creeré en la viabilidad de la
movilización de los marginalizados, porque ahora, sus propias voces son expropiadas
por los expertos depredadores que anidan en las televisiones.