Al igual que
en la novela de Rudyard Kipling y la película de John Huston “El hombre que
pudo reinar” Pablo Iglesias ha seguido la estela de Dravot y Carnehan, los dos
exsoldados británicos que recalan en Kafiristan, encontrándose entre las montañas un reino sin rey que
estimula sus delirios de grandeza, lo que les lleva a pensar que pueden ser
investidos debido al vacío de poder. La fascinación inicial de sus esperanzados
súbditos, el pueblo kafarie, que le otorga
el carisma divino a Dravot, fundándose en el hecho de que no sangra tras
recibir un flechazo en un combate, concluye cuando termina sangrando como
consecuencia de un mordisco de su propia pareja. Esta incidencia desencadena su
caída, que cierra un tiempo breve e intenso.
La llegada
de Pablo a los oráculos televisivos en el momento álgido de lo que se denomina
crisis, determina la adhesión de las temerosas masas de televidentes al nuevo
libertador. Pero su llegada a las instituciones políticas ha despojado a las
recién advenidas divinidades mediáticas de los dones mágicos percibidos
inicialmente. El pueblo audiovisual se
dispersa inevitablemente, tal y como sucedió con las tribus kafir, otorgando su
confianza a otros héroes de las audiencias en el incesante ascenso y descenso
de efervescencias incubadas en las nuevas factorías de lo histórico: los medios
audiovisuales.
La
emergencia de Podemos se corresponde con los tiempos propios de la sociedad
mediática en trance de transformación en la nueva sociedad postmediática. Un
acontecimiento audiovisual de esta naturaleza desencadena una oleada de
adhesiones y la conformación de un clima emocional explosivo. Las elecciones
europeas de junio de 2014 evidencian la emergencia de Podemos. El 31 de enero de
2015 se alcanza el cénit, con la marcha por el cambio en Madrid y su prodigiosa
posición en las encuestas. Durante este año excepcional el
nuevo partido vive su éxito mediante su homologación con los dioses
audiovisuales, que tienen el don de la ubicuidad. La explosión de las
expectativas derivada del reinado en las audiencias tiene como consecuencia un
aluvión de ingresos en la nueva organización, que sigue la esperanzadora estela
de Syriza en Grecia, y parece anunciar una mutación en la hermética Europa,
mediante la resurrección de un sur crítico. Gentes de todas las generaciones y
procedencias se inscriben en una nube de círculos estimulados por la percepción
del inminente acceso a las responsabilidades del gobierno.
Mientras
tanto, la proliferación de las intervenciones de los nuevos iconos del cambio
en las teles se contrapesa con los interrogatorios que tienen que sufrir acerca
de su programa y las actuaciones anteriores de algunos de sus fundadores. Así
se instaura una campaña de guerra sucia de comunicación, explotando
desmesuradamente detalles de sus pasados, que son investigados
microscópicamente. En una contienda mediática de esta naturaleza se producen
víctimas. La cacería de Monedero es el precio del ascenso. Este no es solo uno
más de los dirigentes emergentes, sino que desempeña un papel fundamental. En
este post lo entiendo como un equivalente de Carneham en la novela de Kipling.
Su caída mediática, tras ser colocado en posición de defensa de sí mismo, abre
una grieta en la popularidad del partido.
Tras el
portentoso año de 2014, el éxito mediático es erosionado por la contra
audiovisual, compuesta no solo por los enemigos abiertos representantes de los
intereses fuertes, sino también por aquellos que los tratan de reducir amablemente mediante su desarme programático gradual,
partido a partido, tal y como se dice ahora tomando una frase de un héroe
futbolístico. Los nuevos líderes deben lidiar con la intervención de los nuevos
expertos en gobernabilidad que inundan los espacios televisivos. El resultado
es una revisión programática, que conlleva algunas renuncias significativas,
que constituyen una versión de Podemos despojada de su inicial radicalidad. El
premio por esta transformación es su salto a las programaciones centrales, en
las que los dirigentes son presentados de modo adecuado a estos formatos
mediáticos. La revisión a la baja de los contenidos se acompaña de una
personalización de estos, que terminan por cantar, bailar, flirtear y mostrar los escenarios de su cotidianeidad.
Pero el
envés de su ascenso a los cielos televisivo se contrapone con la incapacidad de
acoger a los recién llegados en una organización apta para albergar a distintas
generaciones y contingentes procedentes de distintos orígenes que desembarcan
en el nuevo partido. La incompetencia de los círculos y la dificultad de
funcionamiento de las estructuras partidarias se hace patente. Sin una
organización sólida, las huestes del cambio albergadas en las redes virtuales,
transitan respondiendo a los impulsos de la actualidad, generando una confusión creciente. La
quimera de la organización virtualizada se expresa en los sucesivos porcentajes
decrecientes de participación en las votaciones. Así se configura “la base” de
la organización como los votantes en las decisiones sometidas a su escrutinio, formuladas como preguntas cerradas.
Pero el
aspecto más negativo estriba en la incapacidad de responder a la pluralidad de
sus afiliados, simpatizantes y votantes. De este modo, comienza un proceso de
consecuencias fatales. De un lado, las estructuras directivas se cierran sobre
sí mismas cancelando el camino a las nuevas incorporaciones. De otro lado, el
puzzle militante se obstruye en una situación de desorganización que favorece el protagonismo interno de
aquellos sectores experimentados en militancias, bien en partidos de izquierda,
bien en movimientos sociales defensivos.
Así, el pasado se asienta en Podemos mediante la preponderancia interna
de los sectores avezados en las luchas internas propias de la izquierda
sustentada en el modelo de la tercera internacional. La heterogeneidad
consustancial a Podemos se contrapone con una creciente homogeneidad, asociada
al predominio de los sectores con militancias previas fundadas en modelos
defensivos definidos por el monolitismo.
Los círculos
devienen en células. El impacto interno de este proceso genera un estado de
anomia y desorganización creciente, que confiere un nuevo aparato un poder
desmesurado. La multiplicación de microconflictos locales y regionales y la
rotación rápida de las direcciones anuncia una brecha de gran envergadura en el
interior del partido. De estos procesos resulta una organización débil, que
representa a un conglomerado de grupos y clanes. La prioridad electoral
determina que en territorios fundamentales correspondientes con nacionalidades
históricas se priorice la convergencia con otros partidos. De ahí resulta una
debilidad fundamental del conjunto.
En este
contexto de un tiempo político acelerado marcado por el desafío permanente de las
elecciones sucesivas; la crisis política general derivada de la congelación del
cambio político; el acoso mediático; las rebajas programáticas que anuncian la
insoportable levedad del proyecto; el
caos organizativo territorial, del que resulta la preeminencia del aparato, y
la aparición de las primeras señales del declive, se produce un cierre brusco
al exterior, que se refuerza con un cisma en el interior del grupo de
dirigentes. La lucha entre los pablistas y los errejonistas puede ser comprendida
en estas coordenadas. Un tiempo político de estancamiento, sitúa a nuestros
Dravot y Carnehan en una encrucijada en la que recuperan las referencias
propias de su origen. Las revoluciones inspiradas en la tercera internacional
siempre devoran a sus propios hijos. En este caso, muchos dirigentes son
devorados antes de consumar ningún cambio fundamental. La memoria es activada movilizando un imaginario de defensa del exterior correspondiente a las organizaciones comunistas en todos los tiempos posteriores a los años setenta.
El cónclave
de VistaAlegre II sanciona la victoria interna de los pablistas, que, al estilo
de los viejos partidos comunistas, expulsan a sus rivales internos de la
dirección, estableciendo una homogeneidad rotunda. El partido se defiende de
sus enemigos exteriores, que son imaginados como intrusos en su interior. Así,
la depuración de los errejonistas es integral. Estos no solo son desplazados de
la dirección, sino de las portavocías de las instituciones y de los medios de
comunicación audiovisual. Así se completa un verdadero silenciamiento. Algunos
dirigentes “perdedores” en la contienda interna son silenciados integralmente.
El caso de Tania Sánchez es paradigmático. Esta es convertida en un símbolo del
castigo asociado a la ideología mayoritaria imperante. El que pierde tiene que
aprender el arte de callar. En este caso, la columna que la invisibiliza en el
congreso de los diputados representa la apoteosis del monolitismo. Del mismo
modo, otros dirigentes de los primeros tiempos son ejecutados simbólicamente.
Alegre, Bescansa, Pascual y otros, adquieren la condición de congelados
políticos sometidos al silencio.
Este proceso
de homogeneización resulta fatal en las actuales condiciones históricas. La base
social de Podemos no resulta de un inexistente proletariado industrial
homogéneo, ya fenecido, sino de un conglomerado de distintas categorías
sociales penalizadas por el nuevo capitalismo global, en la que coexisten distintas generaciones
y condiciones. La heterogeneidad cultural es una de sus propiedades. El 15 M
puso de manifiesto la magnitud de la mutación antropológica operada en las últimas décadas. En
las nuevas condiciones, la pluralidad y la diversidad son un requisito incuestionable. Quién nos
iba a decir que tras las movilizaciones radicalmente horizontales que
albergaban múltiples iniciativas y voces, iban a alumbrar a un caudillo
mediático que iba a reemplazarlos. La deriva de Podemos, representa un brusco
corte con el 15 M y el revival de la tercera internacional, esta vez en
diferido.
Tras su
institucionalización y asentamiento en las instituciones políticas,
Pablo-Dravot y sus acompañantes han elaborado un relato fundado en que es
posible la liberación del nuevo capitalismo global mediante la adhesión a un
libertador acompañado por poco más de doce apóstoles activos. Los demás solo
deben aplaudir, votar y llevar sus cuerpos allí donde se nos solicite
para hacer masa. Las bases son interpeladas como espectadores de esta nueva serie en la
que se ha convertido la historia del cambio político, en la que un héroe providencial se bate con los malos para redimir a todos. Los formatos de la sociedad mediática y de la la anciana democracia representativa contribuyen a su consolidación.
Los primeros
resultados de este proceso ratifican el declive de este proyecto crecientemente
monolítico y vanguardista. Los resultados electorales menguantes son un
indicador palmario. Parece obvio que la cuestión fundamental radica en ampliar
los apoyos al proyecto. En su ausencia, el proceso deviene en un revival de la
historia de Izquierda Unida, un proyecto radicalmente fracasado en términos
políticos y electorales. Así, Pablo-Dravot se afianza como un heredero de Julio
Anguita, pero en un escenario mucho más favorable que el de este. Los discursos
proféticos, las puestas en escena solemnes, las apelaciones a la
incondicionalidad a los seguidores… Pero estas son acompañadas con la ferocidad
con los enemigos internos, siempre representantes del enemigo de clase, a los
que se señala la salida. En contraposición, las relaciones con los gobiernos
sucesivos se constituyen mediante un modelo en el que la oposición consiste en
una escenificación sin consecuencias. Así se consuma un modo de reinar mediante
la fantasía.
La veloz e
intensa institucionalización de Podemos tiene como consecuencia el
distanciamiento con respecto a muchos de los que participaron en el 15 M, con la
convicción de que, en el escenario histórico vigente, la explosión de la
democratización es una condición ineludible para contrapesar los efectos de un
sistema institucional perverso que nos convierte en espectadores.
Democratización significa la multiplicación de ámbitos, de esferas, de formas y
de experiencias sustentadas en la intervención de múltiples actores políticos
en todos los niveles. Pablo-Dravot ya es uno de los papeles del guiñol que se
ofrece en el relato que nos convierte en espectadores-votantes, cerrando el camino a las formas incipientes de democracia directa.
Pero lo peor
de esta situación radica en que en la distancia creciente derivada de la
relación actor-espectador, Pablo nos trata como si fuéramos tontos, o “todistas”,
que es la última versión denigrante inventada por la publicidad. No, algunos de
nosotros nos hacemos preguntas que desbordan la retórica dirigida a todistas políticos
capturados por un proyecto de domesticación. No podemos ser interpelados por un
discurso que apela a nuestra fe en el cambio. Por el contrario somos ateos
mediáticos y aspiramos a intervenir activamente en un proyecto múltiple y
heterogéneo, del que el 15 M fue una señal premonitoria. Nos preguntamos por el
estancamiento del proyecto, por la factibilidad de las alternativas, por la
relación entre lo micro y lo macropolítico, por…
Aunque seamos invisibles desde los platós y desde el hermético Congreso de los Diputados, existimos y estamos presentes en distintos mundos sociales. No somos solo masa movilizable para un cambio. Si fuera así, ese cambio sería solo de élites. Un cambio profundo solo es posible con nuestra intervención. Somos algo más que ese público-masa movilizado para representar a la totalidad en los platós en el diálogo-ficción con las divinidades mediáticas, en el que solo se pueden formular preguntas dirigidas.
Hola Juan, muy interesantes las reflexiones. Voy a imprimirlo para leerlo con detalle y comentar con criterio. Como sabes, estoy intentando que Podemos lidere la convocatoria de una gran movilización demoscópica. Estoy convencido que no se atreverán, y más por motivos subjetivos que objetivos, pues intuyo que Podemos necesita como el comer una gran movilización que ponga en tensión a toda la organización y sume a cantidad de organizaciones y personas que están a favor de manifestar su opinión sobre la forma de Estado en este país. Creo que es el momento político.
ResponderEliminarGracias Domingo
ResponderEliminarNo veo nada claro que este sea un momento político favorable. La crisis del partido popular se acompaña de un crecimiento ficticio de ciudadanos y la descomposición del pesoe y de podemos. Pero lo peor es que los movimientos sociales se encuentran en su momento más bajo, así como lo que se entiende como sociedad civil. El pasado sábado acudí a la manifestación de la precariedad de Madrid. Había muy poca gente, pero lo peor es que, como en tiempos malos, había muchas siglas. Este es un mal indicador. Ni siquiera quiero decirte que no habría ni un centenar de jóvenes. Éramos todos de varios ciclos políticos anteriores.
Un abrazo