En estos días se cumplen cinco años de estos tránsitos
intrusos. En esta ocasión, este evento temporal converge con mi jubilación el
pasado mes de mayo. En mi vida personal se abre un nuevo tiempo. Desde mi
perspectiva, lo más importante ahora es desprogramarme gradualmente de mi
identidad focalizada en la figura del sociólogo y profesor universitario. Mi identidad personal ha sido monopolizada
por ambas marcas, que han desplazado inevitablemente a otros factores
personales. Ahora me propongo recuperar los huecos vacíos en mi biografía, que
han quedado sepultados por las instituciones tan poderosas que han conformado
mi vida. Se trata de rescatar algunas de las cosas que han sido inevitablemente
secundarias y subordinadas para recuperar mi persona integral. Mi yo ha sido
exiliado a lo profesional durante un largo tiempo, al igual que en mis años mozos
lo fue la militancia. Este es el tiempo de restaurarme y compensar los excesos
de una identidad concentrada.
Entiendo la jubilación como un episodio administrativo que
me proporciona la oportunidad de vivir una nueva vida. Mi propósito principal
es evitar la constitución de un “ex”. El mundo se encuentra lleno de
excombatientes de todas clases. El pasado es un fantasma que persigue a las
personas. En mi situación actual es fundamental colocarlo en su lugar
subordinado al presente. De ahí la importancia determinante del concepto de Le
Breton de “desaparecer de sí”. Esta es ahora mi estrategia personal. Mi vida
profesional me ha conferido un conjunto de relaciones y automatismos que han
fabricado un Juan diferente al que soy y quiero ser. Ahora es el tiempo de
desembarazarme de las máscaras y las vestimentas de las instituciones que me
han forjado. A pesar de los
distanciamientos y contrapesos que he introducido en mi vida para limitar lo
profesional desde siempre, los estragos causados por las exigencias de este
orden son inevitables. En situaciones rigurosamente programadas por lo
institucional-profesoral o sociólogo-experto siempre he admirado a la gente que
se comportaba con espontaneidad, reía o cantaba. Yo mismo en los últimos años
he canturreado en las clases.
Mi nuevo estatuto de liberado del trabajo asalariado y de
las instituciones profesionalizadas rigoristas me concede el privilegio de
sumergirme en la cotidianeidad sin ataduras. En mis paseos he vuelto a
canturrear, como algunas de las antiguas amas de casa o gentes cotidianas que
vivían una vida sin retos, en donde lo cotidiano adquiría una preponderancia
total. En estos meses he experimentado una sensación de libertad personal muy
considerable. Así, he podido comprender la envergadura de las constricciones
institucionales, multiplicadas en la era del neoliberalismo y sus
constelaciones de la calidad. También he redescubierto la magnanimidad de los
encuentros personales cotidianos liberados de las relaciones profesionales
inscritas en el modelo experto-profano. El placer de no ser nadie-profesional,
al renunciar a ser un ex, es
inconmensurable.
Pero la minimización subjetiva de mi pasado de sociólogo de
guardia y profesor trascendente no
implica mi distanciamiento de la sociedad, así como mi compromiso con los
problemas derivados de su devenir. Pretendo vivir intensamente el presente e
intervenir desde mi perspectiva. Una vez que se han desanudado los lazos con
las instituciones depredadoras de las personas, tales como la universidad, la
sociología o lo que se entiende como salud pública, me siento más creativo que
nunca y dispuesto a ver, pensar y decir. Precisamente mi creatividad y
singularidad se encontraban amenazadas por estas instituciones homologadoras y
servidoras del nuevo orden social fundado en el control de las mentes. Ahora mi
autonomía se ha reforzado. Espero que pronto se note en este mismo blog, en
tanto que en las nuevas condiciones sí
puedo alcanzar la plenitud de un intruso en los mundos secretos de las
instituciones fundamentadas sobre los silencios, las complicidades y las
opacidades.
En los treinta últimos años he tenido que desplazarme entre
las periferias de las instituciones, lidiando con la nueva universidad
invisible e imperceptible para la gran mayoría que, Jorge Eliécer Martínez
Posadas, un filósofo colombiano pleno de lucidez e ingenio, define como “la
universidad productora de productores”. La vieja universidad relega sus
funciones convencionales a favor de su novísima prioridad de factoría de
productores. Todos los participantes en los procesos institucionales son
reprogramados como portadores de un paquete de competencias, siempre en trance
de renovación, así como de un proyecto individual, cuyo sentido último es la
competencia integral con los demás en la carrera sin fin hacia el éxito. La
institución central de la gestión impone sus sentidos, de modo que cada cual es
transformado en una máquina de hacer cosas para su propio éxito personal. Las
socialidades convencionales son redefinidas en favor del nuevo arquetipo
individual emergente. Las reformas que instituyen esta nueva universidad crean
las condiciones adecuadas para que la perversión institucional sea inevitable.
También puedo disolver mis ataduras con la sociología. Toda
mi vida profesional he tenido que coexistir con la tediosa ciencia social
especializada y fragmentada. He convivido con una sociología “arrancada” del
pensamiento y las ciencias sociales. Lo más insólito que he llegado a vivir es
la prescripción de un sociólogo-funcionario que tomaba decisiones sobre los
libros que compraba el departamento de sociología, que conminaba a los profesores compradores a que
los libros llevasen en el título la palabra “sociología”. En este mundo
intelectualmente aldeano he tenido que sobrevivir. La sociología, convertida
por los programadores de la fábrica de productores en su “división de
sociólogos”, especificada en área de conocimiento, expulsaba fuera de sus
fronteras, constituidas como artificios rústicos, a pensadores fronterizos y
participantes en múltiples hibridaciones características de las ciencias
sociales en el tiempo presente. Así se configura lo que he denominado como la
tentación de la traición. No quedaba otra alternativa que nutrirse en el exterior
de la disciplina segmentada, conformando una extraña privacidad que oscila
entre el silencio y el murmullo.
Mi incomodidad personal con lo que los ejecutantes de la
disciplina denominan como “marco teórico” ha alcanzado cotas de exasperación
inusitadas. No podía soportar la reducción de un problema social vivo y
complejo a los términos y enunciaciones
de alguna conceptualización sociológica académica incompleta. Porque la gran
teoría se ha disipado desde hace varias décadas. La hibridación y los cruces
entre disciplinas proliferan inevitablemente, constituyendo uno de los rasgos
esenciales de la nueva ciencia social que disminuye el rigor de las fronteras
disciplinares. Me siento muy aliviado por mi excarcelamiento del sistema
disciplinar, que en la universidad ha fortalecido paradójicamente la
institución central de la evaluación. Los méritos tienen que ser obtenidos en
el interior de las disciplinas, lo que refuerza la función de control de los
operadores de cada disciplina.
En estos meses me invade una sensación gratificante de vivencia
de un estado de autonomía personal asociado a hipotecas tenues. Ciertamente,
nunca me he sometido totalmente a las instituciones de la universidad
reconstituida como fábrica de méritos y la sociología autorreferencial. Ambas
instituciones se encuentran colonizadas por el mercado total, que les asigna
funciones subalternas integradas en su propio orden. Pero la resistencia
permanente a esa realidad, que se especificó en la no participación en las
actividades institucionales; la desobediencia en distintos grados a las nuevas
reglas, así como a los dictados de las agencias; la consecución de un grado de
autonomía casi completa de la clase; la publicación de algún texto crítico en
revistas periféricas, o aprovechando
grietas en la producción académica, así como la línea crítica seguida en
Tránsitos Intrusos, generaba tensiones
cotidianas y distintas situaciones difíciles. La principal es la de asumir el
estatuto de profesor degradado y silenciado, que adquirió distintas formas y
gradaciones en el curso de los años.
Mi distanciamiento de la institución y mi clamoroso
disentimiento en el aula me ha reportado un estatuto de castigado permanente.
La fusión de clanes académicos con los religiosos católicos extremistas, que
tiene lugar en mi departamento, recupera un elemento fundamental: este es el
apartamiento, el silenciamiento y el castigo. Desde la perspectiva de los
ejecutores, la sanción es eterna, a imagen misma del infierno. Así he vivido en
estado de degradación institucional durante más de veinte años. Una de las
instituciones centrales de estos clanes académico-religiosos es el
confesionario. Así, en las organizaciones en las que se encuentran asentados
desarrollan múltiples líneas de comunicación subterránea nucleadas en torno a
los miembros directivos del clan. Estas comunicaciones adquieren la forma de
insinuaciones, murmuraciones, medias verdades y acusaciones encubiertas llenas de matices y dobles sentidos. Ser
descalificado por un clan de esta naturaleza implica una experiencia rica, pero
los costes psicológicos son patentes.
Mi jubilación ha supuesto la liberación del castigo perpetuo
en una comunidad en la que las comunicaciones eran invisibles para mí, en tanto
que se vehiculizaban en los confesionarios, organismos siempre movilizados en
la escucha y la insinuación. Solo podía acceder a sus efectos por la
constatación de los estudiantes, algunos de cuales tomaban una distancia con mi
persona abrumadora. Varios me comentaron en distintas ocasiones y épocas que algún colega habían elogiado mis clases,
pero advirtiéndoles acerca de mi salud mental. La etiqueta loco ha funcionado
como refuerzo del castigo perpetuo. Este se reforzaba por mi comportamiento en
la clase, lugar en el que me tomaba la licencia de una libertad de expresión
insólita en la universidad actual.
Estos clanes académicos religiosos terminan constituyendo
chivos expiatorios en su vida intensa de instigaciones sumergida en los
confesionarios. De ahí resulta una situación que representa una forma de caza
de brujas, en tanto que el enemigo es construido en la trama comunicativa de
las interacciones cara a cara entre los miembros relevantes del clan y los
dependientes o subordinados al mismo. Durante muchos años he podido experimentar la vivencia
de ser convertido en un extraño objeto de una descalificación que tenía lugar
en un espacio inaccesible para mí. Mi defensa ha consistido en movilizar mi
presencia en el único espacio público disponible: el aula. Esta es la razón por
la que mis clases eran tan intensas y enfáticas. Me estaba defendiendo de la
condena generada en los confesionarios.
Siempre he comentado a mis amigos que mi objetivo era salir
vivo, entero y erguido de esta situación. Me siento orgulloso de haberlo
conseguido. Me permito esta pequeña vanidad, aunque el contexto en que ha
tenido lugar mi disentimiento lo ha favorecido.
En la nueva universidad que se está configurando esto no es posible. Por
eso expreso mi reconocimiento a muchos de los silenciados por la precariedad y
la amenaza de las versiones universitarias del mobbing. La autonomía de los
profesores se reduce año a año y se incrementa la conformidad derivada del
incremento del miedo. Cada cual trata de sobrevivir poniendo en juego un
conjunto de estrategias de adaptación. Me impresiona mucho la indefensión de
las numerosas víctimas, que terminan por aceptar su exclusión sin defenderse,
transitando hacia un estado psicológico que se inscribe en lo patológico.
Lo más paradójico es que una vez que he salido de allí,
vivo, entero, erguido y con los daños controlados, extraño esas clases fuertes,
mediante las que me he defendido en una época de mudanzas sociales de signo
inverso al producido en la modernidad. Me he configurado como un sujeto
competente en el arte de caminar a la contra. La verdad es que en estos meses
cuando despierto, experimento cierto vacío, en tanto que no tengo que
enfrentarme a un medio en el que soy descalificado o a una situación adversa
que me exige la autodefensa. Lo que he vivido en estos años de universidad es
una apoteosis de lo inverosímil. En estos días, cuando escucho a alguien
remitir a la educación la solución a los distintos problemas, no puedo evitar
una sensación de abatimiento. Me siento portador de una vivencia inconcebible y
difícilmente comunicable a mis piadosos congéneres. Este es el núcleo de mi
desprogramación personal.
En este nuevo proceso personal, recién salido del gueto y de la tensión con las sectas académicas, valoro como de forma muy
positiva poder escribir en este blog. Estoy comenzando el sexto año. Seis es un número muy sugerente.
Enhorabuena por este quinquenio de creación pública, Juan, y ánimos para el maravilloso empeño en desistir de esa personalidad sobrevenida. Aprender es la gran curación, me parece, y qué reto para los ya tenidos por doctos. Un abrazo.Iñigo
ResponderEliminarGracias Iñigo. Comparto tu afirmación. Es mi tiempo para leer, aprender y abrirme a otros mundos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Juan enhorabuena y gracias por los 5 años de este blog q son muchas cosas a la vez...una piedra en el obligado camino, una bolsa de oxigeno en medio de esta camera de gas comunicacional...me da reparo q las nuevas generaciones de sociologos no pasen por el filtro de tus clases, q se pierdan tu discursividad, acidez y humor inteligente...y sobre todo q pierdan el reto de COMPRENDER tu manera de a analizar las cosas y la plenitud certera de ese "no sè si...". Esa facultad, ahora si, es un espacio donde cuyo mobiliario se desplaza por las aulas hasta su ultimo ensemble. Un abrazo y gracias por todo.
ResponderEliminarMuchas gracias Rubén. Lo mejor de la clase fue la presencia de gente como tú, vivos y portadores de dudas,abiertos al mundo y en estado de ebullición. El aula se hacía habitable con vuestra comparecencia. Mi recuerdo a los hermanos Sánchez Caamaño es entrañable e imperecedero, aunque pienso que sois portadores de demasiado talento para tan restrictiva institución, que se aplica en reducir las inteligencias a sus menguadas dimensiones.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
¡Que gran liberación Juan! Me alegro y te felicito, aboliste el trabajo que diría Bob Black. Por aquí seguiremos tu perspectiva lúcida. Un grande abrazo.
ResponderEliminarGracias Juan. La verdad es que estoy experimentando un modo de vivir activo liberado del trabajo obligatorio y con una buena pensión. Ahora me queda contribuir a la renta básica para todos en su versión íntegra.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Que alegría reencontrate y volver a leerte. Llevaba un tiempo sin saber de tí hasta que recientemente te vi en tweeter. Tambien es cierto que yo tambien me jubilé en enero 2016 y pasado por un transito como el tuyo y ahora estoy en otra etapa. Me ha gustado mucho tu entrada en tu blog y me alegra tu liberación. Confio que nos encontremos un dia y disfrutemos de nosotros y de lo comun
ResponderEliminarHe tenido dudas acerca de quién eres. Ahora caigo Juan Luis. Me alegra saber de ti aunque te sigo a distancia y considero que tu posición acerca de la centralidad de los cuidados, incluso más allá de lo sanitario estrictamente, es una de las claves de cualquier sociedad nueva.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo