La
asistencia sanitaria se encuentra encuadrada en la expansión del bienestar,
entendido principalmente en términos de consumos. Pero la sociedad de la abundancia resultante del
prodigio de la multiplicación de la productividad lleva aparejada una manifiesta
dualización, que en el caso de la atención a la salud implica un exceso para
una parte de la población, mientras que otra parte queda inscrita en la
carencia. La expansión del sector sanitario se encuentra establecida en lo que me
gusta denominar como “la maldición de Engel”. Este es un estadístico alemán que
puso de manifiesto que, cuanto más rica es una población, la proporción relativa
de los gastos en alimentación disminuye en favor del gasto en el ocio y la
cultura. Desde mediados del siglo pasado el incremento de la riqueza es
exponencial en los países desarrollados, generando un sector de gasto de
grandes proporciones, confirmando la previsión de Engel. Este se encuentra en
una expansión constante. Una parte creciente de este gasto es el que se destina
a la salud. Así se configura un mercado en expansión permanente, que aporta una
cuota considerable al imperativo del crecimiento económico general.
Las imágenes
mediáticas de FITUR estos días se asemejan a las de la presentación mediática
de las enfermedades estrella, que concitan tecnologías y servicios profesionales
a los que acompaña una escalada de las expectativas-necesidades. Así se
conforma la economía de la abundancia, en la que coexisten productos
sofisticados selectivos –solo para los estratos más pudientes- con productos de
masa inscritos en las lógicas de low cost. De estos procesos resulta un sistema
sanitario constituido a imagen y semejanza de la nueva economía postfordista.
En esta lo que verdaderamente importa es la movilización general continua y la
existencia de un gradiente de productos que se renuevan y diferencian
incesantemente. Así se genera una asistencia sanitaria que en este blog he
denominado como de “todo a cien”, que causa, cuanto menos, los mismos daños que
beneficios a sus esforzados usuarios. También los opulentos, que son exprimidos
por unos servicios crecientes fundados en la promesa de salud completa,
controlada y continuada, liberada de los riesgos y portadora de la promesa de aplazar
y minimizar el envejecimiento.
La
asistencia sanitaria se encuentra en el epicentro de esta espiral económica.
Así, ella misma responde a este ineludible imperativo, que tiene un impacto de
gran importancia en las prácticas profesionales médicas. El sobrediagnóstico y
sobretratamiento es la consecuencia más importante para sustentar el incremento
y la diversificación del mercado sanitario. De este modo, la asistencia médica misma
deviene en un factor de riesgo para la población. El crecimiento de lo que se
ha denominado como el complejo médico-industrial, acarrea distintos efectos
negativos que se expansionan incesantemente. Los peligros que Illich pronosticó
a mediados del siglo pasado se acrecientan, generando un horizonte inquietante
en el que los efectos secundarios de las actuaciones médicas se constituyen en
un factor de morbilidad considerable.
En esta
situación se producen cambios en el interior del complejo médico-industrial. La
preponderancia en su seno corresponde ahora a la industria farmacéutica beneficiaria
de la tercera revolución tecnológica, que invierte grandes recursos económicos
en la persuasión a los profesionales para que dispensen generalizadamente sus
productos. La profesión médica se encuentra penetrada por una fuerza industrial
muy poderosa, con una incuestionable capacidad de producir un imaginario
desbocado. Esta desarrolla múltiples estrategias para alcanzar sus fines. En
ninguna otra situación anterior los dilemas éticos adquirieron tanta
centralidad como en el presente del esplendor de la industria enclavada en el
dispositivo central del crecimiento económico y sus imaginarios colectivos
asociados.
El poderío
de la industria farmacéutica alcanza cotas inusitadas. Su capacidad para
intervenir el sector sanitario se encuentra acreditada. Este poder no solo se
manifiesta en las cifras del volumen del negocio, así como el de las
“inversiones” en el arte de la persuasión. Además, se hace ostensible mediante
su capacidad de imponer sus definiciones de las realidades. Aquí radica su lado
oscuro. Para ejercer con eficacia tiene que controlar la producción del
conocimiento, de modo que este sea congruente con sus funciones e intereses. La
colaboración de la profesión médica es un factor imprescindible para preservar
el nuevo orden farmacéutico, que en este tiempo tiene que someterse al
imperativo de crecer sin fin.
Las
definiciones de las situaciones que se derivan de este dispositivo industrial
adquieren la condición de una conminación permanente, cristalizando en un
sentido común cotidiano compartido. Sus preceptos son aceptados sin ser
sometidos a deliberación o cuestionamiento alguno, adquiriendo una forma de adhesión fundada en un gradiente
de coacciones latentes y manifiestas. Así logran el rango de ideas compartidas
automáticamente, como las presunciones que fundan una cultura, y que no
necesitan de avales empíricos acreditados que las respalden. El resultado es la
creación de un orden mental que controla las percepciones de los miembros
participantes en las relaciones profesionales. Este monolitismo tiene como
fundamento una escenificación teatralizada en la que los actores son las élites
profesionales. Al igual que en las culturas, cualquier pretensión de problematizar
cualesquiera de sus preceptos-presunciones centrales, es rechazado
imperativamente.
La profesión
médica se encuentra intervenida totalmente por la industria en cuanto a los
supuestos y presunciones que fundamentan su sentido común. Durante casi treinta
años he podido vivir la experiencia de ser un extraño en ese paraíso. Los
congresos médicos se encuentran intervenidos al cien por cien, sin resquicio
alguno. El shock cultural que experimento al presenciar las actividades y los
rituales en estos es manifiesto. Pero este se acrecienta cuando lo comento
privadamente con profesionales, que tienen su percepción determinada por este
sistema. Lo que es natural para los profesionales socializados en esta extraña realidad
adquiere para mi mirada extranjera la condición de insólito.
Soy
futbolero convicto y confeso y me ocurre lo mismo con la expansión de los juegos
de azar y su conquista del futbol por las apuestas. En los cinco últimos años
financian y venden sus productos en todos los programas deportivos
audiovisuales. Nadie problematiza esta cuestión y cuando la suscito privadamente,
adquiero la condición de intruso ubicado en la frontera de lo impertinente,
revestido de aguafiestas. Si me interrogo acerca de la compatibilidad entre la
educación y las apuestas fundadas en el azar soy remitido inexorablemente a la
casilla del cambio de conversación. También he vivido en otros ámbitos muchas
situaciones de esta naturaleza. El ritual obligatorio en la universidad española
de invitar a comer a todo el tribunal tras el desenlace de la tesis doctoral constituye
una de mis perplejidades favoritas. Pero la iniquidad de estas situaciones
estriba en que los participantes confirman su censura en cualquier conversación
privada, para evadirse de esta y rehuir con posterioridad a quien lo suscitó.
No existe otra forma de calificar estas situaciones que con la palabra
perversidad, con todas sus cargas asociadas.
En este
contexto se hace inteligible la actuación De No Gracias, un colectivo
heterogéneo que se distingue por su disentimiento con distintas definiciones, prescripciones,
relaciones, prácticas e ideas prevalecientes en la profesión médica. Su
significación estriba precisamente en suscitar una confrontación en torno al
conocimiento producido y distribuido por la industria y las entidades que la
avalan, y aceptado tácitamente por las organizaciones profesionales. Sus
actuaciones implican arrojar luz sobre unos espacios deliberadamente oscuros
sobre los que se asienta un poder formidable. La información que fluye de este
colectivo corroe las bases de ese poder. Su respuesta ante los disidentes es la
de desarrollar una cuarentena efectiva de marginación para las informaciones
procedentes de los entrometidos, tratando de preservar los espacios
profesionales de su control efectivo, asignando a los críticos un estatuto de
forasteros de facto.
No Gracias
es una pequeña asociación voluntaria que se confronta con un rival de
proporciones colosales. Así se produce una nueva versión de David y Goliat con
el riesgo de que no se repita el feliz final de esta narrativa en un tiempo
inmediato. La desigualdad de la magnitud de los actores de esta contienda, así
como el contenido de la misma, centrada en el conocimiento y la comunicación,
confiere una dimensión épica a sus miembros y actividades. Ubicarse en la
contra a un poder tan majestuoso, los asemeja a aquellos artistas, poetas,
escritores, científicos o intelectuales que han protagonizado los mejores
episodios de las sociedades occidentales. La analogía con los enciclopedistas
es inevitable. Estos persisten, aún a pesar de la modestia de los resultados y
la magnitud de las descalificaciones y las tácticas de invisibilización de que
son objeto. Esto otorga grandeza a su resistencia, en la esperanza de que se
repita la pauta histórica de que los cambios terminan por producirse. De uno de
sus miembros, Juan Gérvas, he escrito en este blog que solo puede ser
comprendido como precursor de un tiempo nuevo. Este juicio se puede extender al
colectivo de No Gracias.
El mecanismo
de defensa de este formidable dispositivo industrial-profesional, consiste en
la negación integral a los críticos. El mecanismo principal consiste en el
silenciamiento y la exclusión del orden visual de la profesión. Así se genera
una paradoja que consiste en que las élites no responden a las cuestiones
suscitadas por ellos. Se trata de excluirlos de los territorios profesionales,
que hacen factible una censura basada en el excedente de textos, discursos,
investigaciones empíricas y comunicaciones. Cuando se plantea alguna cuestión
no se responde explícitamente y se espera que se disuelva en el inmenso mar de
la producción profesional. En el orden teatral profesional hacen que no les
ven. A su vez, los críticos insisten en sus análisis y propuestas como si
tuvieran acceso a los territorios profesionales.
Este clima
cultural recupera una nueva versión de la propuesta de Thomas Szasz acerca de la conversión de la
medicina en una nueva iglesia. En el tiempo presente la producción de
conocimiento focalizada a la obtención de productos industriales dotados de un
valor económico sustenta la conversión de conocimiento en dogma. La
dogmatización desencadena un proceso de jerarquización del que resultan las
élites profesionales. En un contexto así, quienes discuten los dogmas son
tratados con métodos equivalentes a los eclesiásticos. Primero conminación al
arrepentimiento; después apartamiento, y, por último castigo. Me parece
sorprendente observar el campo médico y el desarrollo de No Gracias en el mismo
desde esta perspectiva.
Pero, en
tanto que este pequeño grupo de profesionales presenta sus cuestiones, avaladas
por parte de la inteligencia médica global, en distintas líneas de comunicación
en el seno de la profesión médica, no es posible su aislamiento en una sociedad
mediatizada. Así sus análisis y propuestas se difunden en distintas redes de
comunicación. De este modo, algunos
pacientes afectados por problemas de sobrediagnóstico y sobretratamiento pueden
acceder a estas informaciones y problematizar las prescripciones profesionales,
planteándose alternativas basadas en otras fuentes de conocimiento exteriores a
las verdades oficiales.
En el largo
proceso de la enfermedad de Carmen, mi compañera, pudimos constatar la
ineficacia de la mayor parte de las actuaciones del sistema sanitario. Este es
una máquina de pruebas y distribución de medicamentos, que algunos profesionales
cuestionan severamente. Pudimos vivir varias situaciones críticas, algunas de
las cuales he contado en el blog. Aprendimos a valorar la importancia de ser
atendidos por un profesional que no actuara mecánicamente, considerando lo
específico de la persona, la situación clínica y los distintos problemas
integrados en la enfermedad.
En una
ocasión vimos en un reportaje televisivo el paso de los grandes herbívoros por
los ríos africanos, bien para beber o para cruzarlo en busca de pastos. Los
cocodrilos depredadores se cobraban una cuota en vidas de estos animales
capturados por su voracidad. En ese reportaje, una cebra atrapada por un
cocodrilo en una pata, luchaba por su supervivencia con muy pocas
posibilidades. El depredador no la soltaba en espera de que su resistencia
decreciese. Entonces, un hipopótamo se situó junto a la cebra y embistió al
cocodrilo que tuvo que soltar a la víctima, la cual pudo llegar a tierra.
La analogía
con el sistema de atención médica actual es patente. Las actuaciones mecanizadas
se cobran una cuota de pacientes víctimas de lo que piadosamente se denomina
como efectos secundarios. Pero siempre existe la posibilidad de acceder a algún
médico-hipopótamo que pueda ayudar a neutralizar el peligro. Por eso llamábamos
médicos-hipopótamos a aquellos que nos habían ayudado a minimizar los terribles
efectos de la enfermedad. Inventamos un universo cotidiano de conceptos que
todavía tengo en uso, tanto para mí mismo como para mi perra: “Carga química
total” que es posible minimizar y otros conceptos similares especificados en
palabrotas cotidianas confirmaban este universo privado. Uno que todavía
practico es el de cuarentena, que es la situación a la que envío un medicamento
sobre el que tengo dudas.
Por eso,
entiendo a los distintos participantes de este colectivo, así como otros varios
dotados de una visión autónoma determinada por su conocimiento y experiencia
clínica, como los (entrañables) médicos-hipopótamo. He podido contribuir a
resolver algunos problemas de alumnos que tras la consulta de un médico-hipopótamo
le retiró una medicación inadecuada. Muchas gracias a No Gracias, por sus actuaciones en el presente y en el futuro. Los poderes industriales colosales que necesitan mantener un área oculta y anestesiar a sus víctimas, son vulnerables, además de censurables.