Los
distintos procesos de transformación de la sociedad española desbordan el
concepto convencional de cambio. Este procede inequívocamente de la modernidad
y se encuentra asociado a la noción de progreso. Así, aludir al cambio, implica
un componente valorativo positivo. Pero muchas de las mutaciones sociales que
tienen lugar en el presente exceden este concepto, siendo portadores de una
complejidad que desborda los esquemas perceptivos de los actores sociales,
fundamentados en paradigmas obsoletos. Muchos de los cambios han alterado su
dirección, problematizando así la cuestión del progreso y reavivando la
complejidad de la historia del presente.
Desde
mediados del siglo XX los cambios han sido identificados y definidos como
cambios sectoriales o territoriales. Así, cuando se habla de cambio, se refiere
a un ámbito sectorial específico: cambios educativos, de salud, familiares, de
consumo y otros. De este modo, el cambio se entiende como un sumatorio de los
cambios localizados. Pero, compartiendo la interpretación de un sociólogo tan
lúcido como el británico Andy Hargreaves, en el presente el cambio ha mutado
radicalmente, en tanto que se está produciendo, desde hace varias décadas, un
cambio global, indefinible desde las coordenadas locales y sectoriales
imperantes en los analistas de las disciplinas implicadas, que se distinguen
por su fragmentación.
De ahí
resulta una visión completamente nueva del cambio. En las palabras del propio
Hargreaves, los cambios locales y sectoriales no se encuentran principalmente
determinados por factores endógenos, sino, por el contrario, son la
manifestación del cambio de época en cada espacio o sector específico. Así se
invierte radicalmente la interpretación del cambio. Lo que está ocurriendo
primordialmente es un cambio global, una gran mutación que extiende sus efectos
por todas las esferas sociales. Este enfoque recupera la verosimilitud de los
analistas, que desde la perspectiva antigua de cambios endógenos, generan un
grado de perplejidad creciente y acumulada, en tanto que la dirección de los
cambios operados no es congruente con sus esquemas y predicciones.
Una de las
dimensiones esenciales de la contemporaneidad radica en la instauración de
varios procesos sociales simultáneos, cuyas relaciones son de complementariedad
y de oposición. El resultado es un conjunto definido por la complejidad, que
desborda a los paradigmas convencionales
se muestran incapaces de comprender el devenir social. Entre los distintos
procesos de transformación en curso, el más relevante es el de la
intensificación de la marcha hacia una sociedad neoliberal avanzada. Pero, el
neoliberalismo no es solo una doctrina económica, sino una gubernamentalidad,
en el sentido que propuso Foucault, que tiene un contenido que va más allá de
lo político. La gubernamentalidad neoliberal transforma radicalmente las
instituciones, las relaciones sociales, la cultura y los modelos del yo. Se
trata de una mutación profunda que remodela toda la sociedad, desplazando a las
socialidades tradicionales, para resocializar a instituciones, grupos y sujetos
en una nueva realidad adecuada al gobierno del conjunto de instituciones
emanadas de la preponderancia del mercado total.
Los efectos
del avance de estos procesos son patentes y desafían a aquellos proyectos
sectorializados aspirantes al cambio. Así, el cambio político, definido como la
modelación de instituciones representativas inclusivas de todos los intereses
sociales, es neutralizado por el conjunto de instituciones del mercado que
hegemonizan el campo histórico vigente. La precarización, la fábrica del
endeudamiento, el estilo de vida comercial que define la buena vida, la
mediatización compulsiva, la medicalización y la psicologización, erosionan
radicalmente la ciudadanía y generan unas condiciones adversas a la
consolidación de comunidades políticas.
Por estas
razones, es más riguroso hablar de transmutación que de cambio, en el sentido
convencional. La transmutación neoliberal actúa en varios planos simultáneos
con gran eficacia. De su avance resultan unas instituciones que modelan a un
sujeto diferente, definido por socialidades inversas a las existentes en el
capitalismo del bienestar fordista. Las reformas neoliberales inspiradas en su
gubernamentalidad, modifican radicalmente el tejido social de las grandes
organizaciones y las instituciones. Las tramas asociativas preponderantes en la
era del capitalismo fordista son reemplazadas por un conjunto de
configuraciones sociales que pueden ser definidas como redes de individuos que
interactúan y compiten entre sí. En estas redes las actividades se encuentran
rigurosamente definidas, de modo que aseguren la competencia y el dominio de
los socios principales, convertidos en patrones sustentados en las reglas y
modos de operar de las instituciones de la evaluación.
Las nuevas
configuraciones sociales derivadas de la primera generación de instituciones
nacidas de la gubernamentalidad neoliberal funcionan con una eficacia
contrastada como un principio de destrucción de las viejas sociedades
corporativas, que son reestructuradas por las nuevas reglas. No se trata de
destrucción de lo social, sino de una reestructuración radical que modifica
radicalmente los objetivos, las actividades, los vínculos y los sentidos. El
resultado es la instauración de un nuevo orden fundado en la apoteosis de la
emulación. En este contexto las viejas solidaridades corporativas declinan.
La
hipermovilidad y la hiperconexión
remodelan también el espacio privado. De ellas resulta un arquetipo
individual inserto en un sistema social que se asemeja a un viaje en el que
renueva sus relaciones sociales en cada estación. La biografía individual es un
tránsito permanente en el que los vínculos se renuevan incesantemente. La
concurrencia de una vida privada en estado de movilización y mudanza
simultáneas, con las instituciones individualizadoras, constituyen los
materiales de una nueva sociedad, en la que la intensidad de las configuraciones
sociales se acompaña de su caducidad.
El sumatorio
de estos cambios puede ser definido como una gran transmutación. Esta supone un
cambio subterráneo de los componentes y los materiales de los que está hecha la
sociedad. Así, la comunidad política es reestructurada. Los contendientes no se
asientan sobre un campo organizacional dominado por grandes pirámides
organizativas que estructuran lo social, sino por un conjunto fragmentado y
licuado, cuya única forma de representación son las audiencias. Los magos de la
comunicación radicados en los grandes grupos de comunicación multimedia, crean
los guiones y las teatralizaciones que hacen y deshacen las audiencias. Sus
fantásticas puestas en escena atraen a grandes contingentes de espectadores,
que consumen la actividad que modela su opinión, para devenir mañana en un ser
en espera de ser convocado por otra representación que lo vuelva a emocionar.
El orden
político resultante de la reestructuración social impulsada por la
gubernamentalidad neoliberal es una realidad líquida que fija unos límites muy
estrictos a los cambios de fondo. Cualquier proyecto político sustentado en
unos objetivos que afecten a la estructura social encuentra dificultades para
arraigarse en la trama de configuraciones sociales de los vínculos débiles. Su
tragedia estriba en que se ve forzado a pujar en el espacio mediático, en el
que la factibilidad de tener un éxito eventual puede generar una ilusión que
termina por disiparse.
La
transmutación es un proceso de cambio que se deriva de la emergencia histórica
del mercado y sus instituciones acompañantes. Estas constituyen un nuevo tejido
social que desplaza a las configuraciones sociales tradicionales del viejo
orden fordista. Así se puede comprender un concepto esencial, como es el de
destitución. En este blog he apelado a él en varias ocasiones. El nuevo orden
emergente instituye un formato institucional y unas subjetividades que relegan
a las viejas organizaciones. La destitución es una realidad sólida, aunque sus
formas son sosegadas. Se trata de una desautorización mediante la no respuesta
a las comunicaciones y convocatorias de la constelación de organizaciones e
instituciones decadentes.
He vivido
largo tiempo en un aula, espacio social en el que estos conceptos pueden ser ensayados
y validados. En ella habita el viejo sistema escolar destituido y las
configuraciones emergentes del nuevo orden del mercado. Desde la destitución
puedo percibir los ricos elementos de la nueva sociedad, que se hacen presentes
impetuosamente, aunque carezcan de un discurso articulado. El magno
distanciamiento de los estudiantes con respecto a las instituciones de la
modernidad, que se expresa principalmente en el arte de la no respuesta,
contrasta con su atracción por las nuevas instituciones.
En alguna
ocasión he contemplado la respuesta de mis propios alumnos ante un puesto
móvil, creo que era de Vodafone, que ofertaba productos tecnológicos a bajos
precios. No tenía que convocarlos, ellos mismos iban al puesto. El estilo de
las dos vendedoras, dos chicas jóvenes, enlazaba con el de los clientes. Allí
se producía una situación de empatía que trascendía lo racional. En contraste,
me ha impresionado mucho contemplar la respuesta a una acción del Diario El
País, que durante varios años regalaba el periódico en una promoción de un mes
en la Facultad de Políticas y Sociología. Nadie, absolutamente lo cogía. Al
principio, junto al paquete de periódicos había un animador que trataba de
conversar con posibles clientes. Después quedó solo el paquete de periódicos
que resistía las horas y terminaba en un contenedor de papel, destino
compartido con libros, apuntes y demás productos universitarios con fecha de
caducidad. Recuerdo que hubo una incidencia insólita. Algunos de los profesores
lectores no se resistía a coger un ejemplar, amparado por un sentimiento de
discriminación, en tanto que era comprador. El periódico escrito mostraba la
solidez del concepto de destitución.
Transmutación
es un gran cambio que se asemeja a esos edificios que conservan su fachada pero
que son completamente nuevos en su interior. En este concepto se incluye el
vaciado de las viejas organizaciones, a las que se deja caminar hacia la lenta
extinción –eso es la destitución- , además del nacimiento de la nueva
generación de instituciones-organizaciones que se fundan en la competencia sin
fin de sus miembros y la debilitación de los vínculos laterales. En la nueva
sociedad resultante predominan las audiencias en detrimento de aquello que en
sociología se denominó como “asociaciones voluntarias”.
Me pregunto
si los cambios introducidos por la transmutación neoliberal son reversibles.
Gracias por seguir planteando nuevas incertidumbres. No creo en absoluto que sean reversibles. Pecando de un exceso de optimismo, si acaso transmuten en condiciones de vida y de sociabilidad más amables y dignas. En este naufragio colectivo, seguimos orientándonos (desorientandonos) al leerte. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarGracias Juan. Me estimula mucho saber que sigues visitando el blog. Estoy de acuerdo en el diagnóstico pero lo del naufragio colectivo es preciso matizarlo. Para los empresarios, los cuadros de las industrias culturales, el conglomerado psi, los patrones universitarios y otros, no hay problema. Por el contrario la época es fantástica para ellos. Con los costes laborales acercándose a cero, las personas orientadas a su interior y distantes e las instituciones, pueden afirmar que España y el mundo va bien.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo