El conflicto
en Cataluña se inscribe en el tiempo presente, deparando comportamientos que
parecen insólitos desde perspectivas del pasado. De un lado, el heroísmo,
característico de un contingente restringido de pioneros de los cambios que
implican rupturas, se licua, en espera de una rebaja en los costes del
conflicto. Los dirigentes implementan un espectáculo inédito, declarando la
nueva república catalana mediante una simulación adaptada a la evitación de su
propia responsabilidad penal. Todo termina con la fuga del president, que
democratiza así los costes represivos asociados a la proclamación,
transfiriéndolos a los cuerpos de sus seguidores, de los que se espera que
practiquen la resistencia pasiva frente a las activas fuerzas de seguridad, que
el uno de octubre acreditaron su disposición al choque sin miramientos.
Mientras
tanto, el conflicto genera en la sociedad española unos niveles de rencor
insólitos, que producen una apoteosis del castigo, en la que los jueces
representan posiciones relativamente moderadas en relación a los manifestantes
y comentaristas mediáticos. La furia anticatalana se escenifica al tiempo que
se extiende por distintos niveles de la sociedad. Cuando algunas personas
asocian estas dinámicas de acumulación de excedentes de inquina al retorno del
franquismo, no les falta alguna razón. Ciertamente, no se trata de la
restauración de un régimen equivalente, pero sí la aparición en la superficie,
tras su hibernación eventual, de algunos de sus rasgos característicos.
El
franquismo, por encima de sus instituciones y leyes, significó un régimen
polarizado en torno a la percepción de amenaza de un enemigo interno –que se
suponemanipulado desde el exterior- que
justificaba “el alzamiento nacional” originario. Este es el código central que
se hace ahora presente en la agresividad de los aparatos judiciales, de las
actuaciones de las fuerzas de seguridad, las descalificaciones
desproporcionadas de los periodistas y voceros y la inquina de los congregados
en las manifestaciones. Aunque las Leyes Fundamentales del Estado han devenido
en la Constitución del 78, el espíritu que anima a no pocos de los habitantes
de los tribunales de justicia, es inequívocamente el de una cruzada contra el
enemigo resucitado, que está siempre ahí al acecho. Así se construye una
sacralización compartida respecto al ejercicio de la autoridad, profesado en el
nombre mistificado de la nación. El resultado es la proliferación del “espíritu
punitivo”, que ubica al derecho penal en primera instancia para resolver un
problema político, priorizando el castigo a los transgresores.
El pepé
impulsa este proceso, restaurando una legislación rigorista que recorta las
libertades, entendidas como bazas que pueden jugar los enemigos amenazadores.
Leyes especiales, tribunales especiales y una política de tierra quemada en sus
extensiones mediáticas. En las tertulias se restaura el estilo falangista, que
se expresa en la conversión en enemigos oficiales a los otros; la explosión de
los tonos y volúmenes de la comunicación; la simplificación zafia; la exclusión
de lo dialógico, que se reemplaza por métodos de interrogatorio policial; la
intimidación de los interlocutores; la amplificación de las mentiras gruesas,
así como la adopción de la amenaza como argumento habitual. Al president
Puigdemont le llaman habitualmente en las tertulias y en las columnas
“cocomocho”. Con este antecedente parece evidenciarse que el diálogo o la
negociación quedan radicalmente excluidos.
En los
eventos múltiples que jalean a las fuerzas de seguridad para que se sobrepongan
físicamente a los enemigos, asegurando su castigo implacable - que se entiende
como derrota con rendición incondicional, a lo que se suma la humillación - comparece
el espíritu y la imaginería de la España de la victoria sobre las fuerzas del
mal. La confrontación se entiende como una guerra en la que la única
alternativa es la derrota total de los secesionistas. El recuerdo de “en el día
de hoy, cautivo y desarmado…” se hace patente. El lema de “a por ellos”
contribuye a visibilizar el imaginario de la victoria restituido al presente.
Pero el
aspecto más doloroso se encuentra en el concepto que los participantes tienen,
en esta nueva versión del alzamiento y de la victoria total. Se trata de un triunfo absoluto que supone la difuminación del enemigo.
Este concepto es heredero de la victoria sobre la República. La clave se
encuentra en las palabras de castigo y desaparición. Sin embargo, en el
conflicto del presente es relevante la gestión de la fuerza. El estado dispone
de toda la fuerza de las fuerzas de seguridad y los tribunales frente a un
contendiente que solo se apoya en una población desarmada y acreditadamente
pacífica. En una correlación de fuerzas
de esta naturaleza, movilizar la fuerza física de los aparatos del estado
contra los opositores implica una dimensión ética ineludible.
Entre los
voceros de las extensiones mediáticas y los movilizados en las manifestaciones
públicas de apoyo aparecen indicios de un manejo de esta superioridad que se
inscribe en el sadismo. Se reclama la utilización de la fuerza y la reclusión
de los adversarios como solución al problema. Se trata de imponer su obediencia forzosa o su
penalización severa. Algunos episodios alcanzan un nivel de crueldad desproporcionada.
Me impresiona en particular el uso del concepto “arrepentimiento”. Aquellos que
no renuncien a sus posicionamientos serán encarcelados, juzgados y condenados.
Recuerdo un programa reciente de Ana Rosa Quintana en el que esta ironizaba
acerca de la posibilidad de que el gobierno catalán se instalase en Perpiñán.
La periodista ponía en escena un nivel insólito de burla a quien no disponía de
fuerza material para conseguir sus objetivos. Así esclarecía uno de los
aspectos fundamentales del conflicto, que es el apoyo incremental que tienen
las posiciones independentistas, en las que influye la brutalidad que exhiben
aquellos que disponen de la fuerza física derivada de su mayoría en el
estado-nación.
Así, un conflicto en el que los contendientes
disponen de un potencial de fuerza
física asimétrica, es gestionado mediante la apelación y la exhibición de la
misma. La lógica de los acontecimientos se rige por el amedrentamiento de los
independentistas amenazados por ser literalmente aplastados. La posibilidad de
influir o de construir una relación abierta en la que sea posible influir
gradualmente u obtener cotas de reconocimiento por parte del adversario, se
encuentra completamente descartada. En coherencia, se visibiliza el desprecio
por los adversarios. Las palabras de
Rajoy “ya se lo advertimos” son más que sintomáticas y remiten a evidenciar que
carecen de cualquier escrúpulo para ejercer la fuerza bruta sobre los cuerpos
de los adversarios.
En un
escenario así se conforma la paradoja de la convergencia de perversidades que
se pone de manifiesto el 1 de octubre. De un lado, las bases independentistas
son convocadas a defender las mesas de votaciones con la potencia de sus
cuerpos. Por otro, los policías nacionales y guardias civiles son concentrados en
condiciones pésimas, adjudicándoles una misión imposible: desplazar a una masa
ciudadana que ya se ha concentrado en los edificios. En un caso así, no existe
otra posibilidad que ejercer la fuerza. Además, en una sociedad postmediática
la multiplicación de imágenes es inevitable. Las élites de ambas partes del
conflicto, que tratan de evitar la frontalidad, transfieren a sus bases los
riesgos y las responsabilidades.
Escribo este
texto desde la perspectiva de Madrid, donde me encuentro ubicado y tengo que
contemplar en los bares la furia cotidiana contra los bomberos de Barcelona.
Pero no ignoro lo que significa la población independentista ni su modo de
actuar en los espacios en los que son mayoría. Si Serrat recibe una respuesta
de ese rango, no puedo dejar de imaginar las desventuras cotidianas de
cualquier agnóstico del independentismo que habite en un lugar así. Por eso he
aludido en un post anterior a la sinrazón asociada a los conflictos de
identidades nacionales, que alcanzaron su apoteosis en las guerras mundiales
del siglo XX. Las élites estatales de todos los bandos terminan por convertir
en víctimas preferentes a sus propias poblaciones. En este conflicto aparecen
señales en esta dirección.
Los que
disponen de la fuerza tienen que comprender que este no puede ser su único
recurso. También que sus adversarios no son los herederos de la guerra civil. Y
que no pueden ganar una guerra con un desenlace así. Cuando veo las imágenes de
los vehículos de las fuerzas de seguridad y la sociedad hooligan que los
acompaña, no puedo evitar recordar con emoción a Colometa, la mujer vencida que
comenzó su vida en la Plaza del Diamante. Mi rechazo por una victoria así es
completo.
4 comentarios:
En línea con lo que comentas en tu entrada, a mí me ha llamado la atención la violencia verbal que se han permitido los intelectuales orgánicos del Régimen: los Savater ("la humillación de las personas que querían votar en el referéndum catalán es un momento pedagógico necesario para la democracia"), Azúa (quien los ha mandado a todos a la cárcel mientras presume de amistad con Sánchez Ferlosio o García Calvo) o Boadella ("el Estado debe aplicar un "electroshock legal y, si es necesario, militar"). La desfachatez intelectual se ha vuelto directamente matonismo intelectual.
¿Has seguido las crónicas de Guillem Martínez en ctxt? A mí me parece que es de lo mejor que se ha podido leer sobre esta cuestión.
Un saludo,
Emilio.
Gracias Emilio.Sí, los intelectuales del régimen cumplen adecuadamente con su función. También los periodistas. Me impresiona mucho la evolución de la SER en particular. Es parte del cierre del régimen y retorno a los orígenes.
Me aportan mucho los textos de Gillem Martinez. He retuiteado varios. También los de Emmanuel Rodtiguez que tiene una visión centrada del proceso político en curso.
Saludos cordiales
Sí, los artículos de E. Rodríguez suelen ser muy esclarecedores, porque ayudan a deshacer las falsas ilusiones de la nueva izquierda y la supuesta autonomía de lo político sobre la que dichas ilusiones se han construido. Tanto él como su socio Isidro López insisten en analizar lo que ocurre en "la provincia española" del Imperio desde el punto de vista del verdadero poder (la dictadura económica europea), de tal modo que aquéllo otro aparece necesariamente como un guiñol tolerado mientras se mantenga dentro de los límites consentidos por el verdadero soberano. Sus artículos recuperan, creo yo, lo mejor de los análisis "materialistas" de antaño.
Me ha gustado especialmente el párrafo que dedicas a la generalización de un estilo neo-falangista en las tertulias mediáticas, un terreno preparado sin duda por años de espectacularización de la política en tertulias tipo "la sexta noche": tertulias en las que la consigna de facto ha sido: "que quede claro que hablando NO se entiende ni se podrá entender la gente".
Tu descripción de la técnica anti-dialógica ("la conversión en enemigos oficiales a los otros; la explosión de los tonos y volúmenes de la comunicación; la simplificación zafia; la exclusión de lo dialógico, que se reemplaza por métodos de interrogatorio policial; la intimidación de los interlocutores; la amplificación de las mentiras gruesas, así como la adopción de la amenaza como argumento habitual...") es magnífica y me ha recordado alguna otra entrada, en la que retratabas en términos similares el estilo de los presentadores de las cadenas de la ultraderecha o la actitud de los torturadores de las comisarías del franquismo.
Muchas gracias por el blog, en el que siempre encuentro abundantes muestras de fina inteligencia y de coraje político.
Saludos,
Emilio.
Gracias Emilio. Sí, la mediatización del conflicto político desde el nacimiento de Podemos ha sido la estrategia eficaz para congelarlo y terminar con la estela del 15 M. En las tertulias lo político y lo social se metamorfosea y la política adquiere rango de espectáculo. Una vez transformados los movilizados en espectadores ya no hay salida posible. La réplica se hace en Youtube a los malos de las tertulias, para reproducir los mejores momentos para que estimulen la catarsis.
Saludos cordiales
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