Son los chicos de la tele que se han instalado en
el imaginario colectivo en los años de crisis y poscrisis, en los que las
tertulias políticas se han asentado como un género televisivo sustentado en una
audiencia considerable, siguiendo la estela de los reality shows y otras programaciones
emergentes. La primera película de Almodóvar –Pepi, Luci, Bom y otras chicas
del montón- me sirve de inspiración para escribir este post, en tanto que
existe un vínculo entre relatos y personajes tan estrafalarios, así como los
mundos que habitan, en los que lo grotesco adquiere una potencialidad
inusitada.
Lo que se
entiende como crisis es, en realidad, un episodio de un proceso de
reestructuración de las sociedades del presente, en su inexorable camino hacia
los tipos neoliberales más avanzados. Así, la crisis es un salto brusco en ese
proceso, que conlleva una conmoción social considerable. Esta genera nuevos
temores colectivos y un estado de inquietud entre los sectores sociales
dependientes de las actividades productivas que son sepultadas por las
emergentes regidas por otros códigos. El estado de depresión colectiva de los
años del shock, dio lugar a un
incremento de conflictos que se escenificaban en las calles, así como un
interés creciente por la política, el gobierno y las instituciones.
En esta
situación el conflicto fue desplazado a la realidad mediática, reapropiándose
la televisión del mismo, y convirtiendo a los indignados y temerosos
participantes de las calles en espectadores. Así nacen los programas dirigidos
a las grandes audiencias, en los que se produce una realidad que, bajo la
apariencia del hiperrealismo de la pantalla, es solo una simulación del
conflicto real. En la realidad virtual resultante, emergen los nuevos
comandantes arribados al mundo de las pantallas, nucleados en torno a Pablo
Iglesias. Junto a estos comparece una corte de periodistas justicieros,
ilustres enojados y frikis coléricos de varias clases. En contraposición a
estos, se personan los chicos malos de la derecha, imprescindibles para
completar el guion que cumplimente la simulación audiovisual del conflicto
real.
El
ecosistema televisivo se modifica radicalmente como resultado de la instalación
de la mitológica crisis. De un lado comparecen los nuevos programas políticos,
que llegan a conquistar espacios centrales en la programación, llegando a
instalarse en el mismísimo sábado noche, en este caso como una fiebre leve. De
otro, todos los realities y otros géneros similares se reconvierten,
incluyendo el espectáculo de la política
en sus tiempos de emisión. Ana Rosa Quintana y Susana Griso irrumpen
impetuosamente en el campo, tratando los contenidos desde los códigos de la
programación del corazón. Por último, las televisiones ideológicas de la
derecha refuerzan su acción, activando las figuras de líderes mediáticos
apocalípticos, telepredicadores anunciadores de peligros pavorosos y
catástrofes inminentes, así como profetas de las amenazas ocultas.
El
ecosistema comunicativo de las teles es simultáneo con la expansión del
periodismo escrito digital, así como con la actividad frenética de las redes
sociales. De las sinergias entre estos tres componentes se genera un conjunto caracterizado
por una actividad intensa de informaciones, interpretaciones, manipulaciones,
bulos y otras comunicaciones, de los que resulta un estado de confusión de alto
nivel. Los analistas reflexivos y sólidos, que producen textos en los
digitales, son reinterpretados en el mundo mediático mediante el despiece de
sus textos, que son reconvertidos a fragmentos presentados en términos de
frases incisivas que generan polémicas que reclaman la atención y se disipan
sin dejar rastro, siendo reemplazadas por las sucesivas.
En esta
burbuja político- mediática, la notoriedad se adquiere por las actuaciones
audiovisuales, en detrimento de los columnistas o analistas dotados de espesor
y una perspectiva. En coherencia con
este supuesto, los participantes en los novísimos géneros políticos deben
acreditar su arte escénico. Así, distintos expertos procedentes del mundo
académico –economistas, politólogos, sociólogos, comunicólogos y otros
similares- deben avalar su adaptación a
este medio mediante la adopción de una máscara adecuada que contribuya a su
valor de cambio en este medio veloz y compulsivo, para que prevalezca su estilo
personal sobre sus aportaciones, que son vaciadas en este contexto. Los
comentaristas dotados de un estilo singular que acompañe a su pegada mediática,
así como su capacidad de encajar los golpes rivales, se constituyen en
estrellas rutilantes que transitan por distintas televisiones, convocados por
su capacidad escénica acreditada. Los imperativos provenientes del género del
corazón se hacen presentes en este campo. Un experto sólido como Juan Torres, tiene que abandonar un plató al no poder
soportar la presión del interrogatorio. El espectro de María Patiño, con
acreditada capacidad para asestar y encajar golpes en el plató, se hace
patente.
Las vedetes
televisivas que circulan por este sistema se pueden definir, más que por sus
aportaciones intelectivas, por ser portadores de una máscara personal que
enlaza con las expectativas de la audiencia. Así, cualesquiera de los
tertulianos de moda que discurren por el ecosistema televisivo, justifica su
capacidad de adaptación a la función que escenifica el medio que lo convoca.
Esta es la idea que me ha llevado a escribir este post. El tertuliano-camaleón
merecedor de la máxima consideración es el pobre Antonio Miguel Carmona. Este
transita por todas las televisiones sin excepción. En cada una es capaz de
modular su mensaje adaptándose al medio. Inspirado en su experiencia escribí un
post "Los profesores tertulianos”. En el Gato al Agua o en la 13 se presenta
como militar patriótico y se distancia de su partido mediante unas sutilezas
conceptuales asombrosas. Pero si comparte tertulia en la cuatro o la sexta
trata de ubicarse en el espacio imaginario fronterizo de la izquierda.
He escogido entre
la gama de chicos de la derecha que habitan en las televisiones de espectacularización plural
del conflicto, la cuatro y la sexta principalmente. Estos representan
nítidamente los arquetipos tradicionales de la derecha política y cultural
española. Edu es Eduardo Inda. Paco es Paco Marhuenda, y Miguelón es Antonio
Miguel Carmona. Junto a ellos se prodiga una gran variedad de personajes que
exhiben múltiples matices. Pero los tres casos son inconmensurables. Me he
detenido en observar sus intervenciones en distintos medios del ecosistema
televisivo. Este es un aspecto esencial, porque al igual que en el caso de
Miguelón, Edu y Paco tienen la capacidad de transformarse según el medio en el
que comparezcan.
Edu
representa el arquetipo del empresario local de casino en el capitalismo
atrasado tradicional español. Este depende de los negocios en los que tiene que
ejercitar sus dotes de obtener beneficios en transacciones que se resuelven en
el plano del cara a cara. Así tiene que mostrar su energía para sobreponerse al
de la otra parte contratante. En sus encuentros muestra la capacidad de
discriminar entre sus interlocutores. Si tiene el rango de un señor, puede
mantener la convención del respeto mutuo, pero si los considera por debajo de
ese umbral, se prodiga como un tipo duro que actúa sin contemplaciones. Así
reproduce el arte de mandar, un precepto esencial para la derecha convencional.
Mandar sobre los inferiores se sustenta sobre la energía, la determinación y la contundencia.
En sus
encuentros con personas procedentes de la galaxia del progresismo en las
distintas versiones, exhibe su dureza en la interacción. Entiende que escuchar
o dialogar con inferiores es una debilidad inadmisible. Así interrumpe, grita,
menosprecia, etiqueta y presenta sus estereotipos en frases cortas en tono de
sentencias. La debilidad de sus argumentos o fundamentación empírica de sus
afirmaciones se compensa con su estilo falangista, del que escenifica la última
versión actualizada de la dialéctica de los puños y las pistolas. Pero la clave
que hace inteligible sus actuaciones es el desprecio absoluto por sus
interlocutores en el caso que los considere por debajo del dintel de
señores. De este modo cultiva un estilo
que privilegia sus tonos sobre sus argumentos. Muestra su capacidad de encajar
en la bronca, situación en la que se siente cómodo. Su punto fuerte radica en
su capacidad de subvertir el debate.
Pero el
aspecto más relevante de las actuaciones de Edu es su seguridad en que puede
dinamitar un debate sin que le reporte consecuencias. La comprensión del
presentador del programa de turno se encuentra asegurada. De este modo se
conforma como un actor que tiene la capacidad de destruir una sesión, creando
un clima en el que es imposible la conversación. Cuando comparecen en el
escenario las distintas versiones de la galaxia progre practica la técnica del
interrogatorio, humillándolos con acusaciones personales y tonos desmesurados.
Así se confirma la fuerza de los señores frente a la debilidad de los
portavoces de la izquierda, que son
desvelados como impostores. Su estrategia es producir una confrontación frontal
que impida el debate racionalizado, desentendiéndose de la carga de la
argumentación y refutación. Su intervención siempre se sitúa en el límite,
avalando su seguridad de que no será penalizado.
Edu se ha
formado en los métodos del periodismo deportivo español, en el que la realidad
adquiere una naturaleza de realismo mágico. Los clubs realizan inversiones muy
superiores a los resultados y el control de los socios es inexistente. El
relato de su gestión se realiza por una prensa deportiva que crea y renueva
fantasías para una masa de seguidores que huyen de racionalizaciones. El
periodismo fomenta la creación de ídolos que sostengan las expectativas
irreales de los contingentes de socios. En una situación así el rigor tiende a
disiparse y la manipulación alcanza niveles supremos. El respeto a las fuentes
fidedignas y los procedimientos adecuados de las informaciones se disuelven en este
medio. En una situación de esta naturaleza los informadores se subordinan a los
presidentes, desempeñando la función de justificación de los resultados,
siempre inferiores a las expectativas fabricadas en los medios.
Paco representa
un arquetipo diferente. Se trata de un tipo blando, en tanto que su
privilegiada posición no se encuentra determinada por los negocios. Su
naturaleza remite más a la cuna y el sistema de relaciones sociales asociado a
su posición heredada. Pero la clave de su biografía remite a un tiempo
fantástico, en el que la transición penalizó a la vieja derecha, que se
derrumba con el franquismo. En ese vacío se forja la nueva generación de
periodistas de derecha, que disfrutan de una oportunidad única de posicionarse
en los nuevos dispositivos del poder. Paco es uno de ellos. Periodista, miembro
de la UCD, profesor universitario de las primeras promociones de las novísimas
facultades de ciencias de la información. Paco no tiene que aguardar el tiempo
debido para obtener una posición de salida muy considerable.
Una vez
obtenida la licencia de periodista de guardia en los primeros años y en la
travesía del desierto del gobierno del pesoe, Paco ocupa una posición
confortable ubicada en las intersecciones entre las distintas redes de poder.
Su capital relacional alcanza unos niveles que aseguran su presencia en los
dispositivos de escolta al gobierno. No ha creado nada pero todos le reconocen
su prudencia como intermediario pragmático. Su trayectoria biográfica explica
sus intervenciones, que expresan su fragilidad. No es Pedro J u otras personas
brillantes de la derecha. Pero su arte consiste en exhibir sin pudor sus puntos
fuertes. Es director de La Razón, ha sido asesor de Rajoy y ocupado posiciones
privilegiadas que le confieren un estatuto de seguridad.
La debilidad
de sus intervenciones la compensa mediante la presentación de informaciones de
fuentes inaccesibles para otros. También por la continua alusión a su posición
institucional. Reitera su argumento a favor de los expertos. En cualquier
discusión alude a los abogados o profesores como autoridad única, lo que
compensa la penuria de sus argumentos. Pero tras la máscara de persona
dialogante se esconde un genio que moviliza cuando se siente frágil frente a
colegas progresistas más sólidos. Entonces revela su nivel profesional y
moviliza su posición en la empresa, advirtiendo que se ha llegado al límite.
Me
impresiona mucho su seguridad en que los cambios no llegarán a un nivel que
pueda amenazar sus posiciones. Es insólito contemplar cómo anticipa resultados
de procesos judiciales, siempre favorables a las élites. En el caso de la
superinfanta Cristina se convirtió en profeta anticipado. Su discurso se puede
sintetizar en el viejo precepto bíblico de “no os hagáis ilusiones, al reino de
los cielos irán los de siempre”. Su
advertencia a propósito de la perpetuación de las posiciones sociales es
antológica. En la seguridad que le otorgan sus referencias practica un
paternalismo manifiesto con aquellos que son denominados como “ciudadanos de a
pie”. Sus posicionamientos en los grandes temas derivados de la
reestructuración, como precarización o incremento de desigualdades, exhibe una
dureza insólita, revestida del guante de seda, que le confiere una imagen casi
entrañable en la realidad de la tele, que se ha emancipado de la realidad
social vivida en los escenarios de la vida cotidiana.
Los tres
héroes aludidos en este texto comparten el desprecio casi infinito que les
suscitan los espectadores. En muchas ocasiones no puedo dejar de asombrarme
ante la desfachatez acreditada y reiterada en muchas de sus intervenciones.
Pero esta es una parte constitutiva del espectáculo televisivo, que requiere de
“hombres de paja” para su reproducción. Porque estos personajes que parecen
algo en las televisiones plurales, se disipan cuando acuden a las teles de la
derecha, en las que se encuentran los “hombre fuertes” que elaboran el relato
del gobierno. Es antológico contemplar a Miguelón apaleado en Intereconomía o a
Edu y Paco en la tertulia matinal de Federico Jiménez Losantos. En esta, el
presentador pone en escena un repertorio variado de formas de egolatría,
impidiendo que sus invitados hablen más de diez segundos. Es fascinante
contemplar las respuestas de estos a una situación límite de esta naturaleza.
Edu, Paco, Pedro J y otros, se sientan con sus móviles o tabletas en las que
centran su atención, manifestando su ausencia del monólogo. Solo hablan cuando
son aludidos.
Misterios de la tele y de sus chicos del montón mediático. Lo peor es que los efectos de la suma de los flujos mediáticos emitidos no contribuye a esclarecer las situaciones, sino todo lo contrario. Generan un estado de dispersión y confusión en el que se hace posible la reproducción de las élites, el mal gobierno y la creciente desigualdad social. Así se construye el mundo ficticio en el que se desempeñan los tres héroes: Edu, Paco y Miguelón.
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