El parque
del Retiro de Madrid es un espacio privilegiado, en el que los árboles y
jardines adquieren una preponderancia patente. Su diseño remite a un pasado en
el que la naturaleza predomina sobre el cemento, el asfalto o el hormigón. El
paseo por sus senderos es gratificante en todos los tiempos del día y en todas
las estaciones. Su diversidad permite transitar por distintas rutas interiores
diferenciadas. Se trata de una isla enclavada en el corazón de la ciudad, cuyos
magníficos paisajes urbanos son interferidos por su función de soporte del
tráfico rodado, que ha adquirido una centralidad agobiante. Me encanta pasear la
calle de Alcalá o la Castellana, aislado en un carril escoltado por árboles, que
discurre entre las caravanas de vehículos acelerados. Cuando desemboco en el
Retiro siento una sensación de alivio, en tanto que concluye la experiencia de
caminar por una reserva-gueto encerrada entre los coches y las amenazas que se
ciernen sobre los cruces múltiples.
El Retiro es
un espacio generoso preservado de los automóviles, en el que los jardines y los
árboles se diseminan ofreciendo la posibilidad de caminar sin ser castigado por
los ruidos de los motores y otros sonidos derivados de la inevitable movilidad.
Los parques nuevos, tanto en Madrid como en general, no son lo mismo. El parque
Juan Carlos I y otros construidos en los últimos años, padecen del síndrome del
arboricidio. Los árboles son canijos y escasos, y en la red de paseos se
encuentra sobrerrepresentado el asfalto, así como el fantasma imaginario del
parque temático. La diferencia entre los distintos parques es el espíritu de la
época. Solo en el Retiro y la Casa de Campo domina la naturaleza. El parque del
Oeste se encuentra atravesado por vías para las máquinas de la movilidad, así
como los distintos parques construidos sobre la M-30.
Algunos parques, al igual que las instituciones, se
encuentran determinados por su espíritu fundacional, que permanece en el tiempo
más allá de los cambios sucesivos, otorgándole una identidad persistente. Entre
los árboles, las zonas ajardinadas múltiples, los estanques, los caminos, las
esculturas, los escasos edificios de su interior y las terrazas del Retiro,
anida un espíritu lento que invita a un goce pausado. Junto al deleite visual
de las múltiples rutas, los sonidos adquieren una primacía absoluta. En el
interior del recinto, que tiene cuatro kilómetros de perímetro, los ruidos de
los motores de las vías rápidas que lo cercan se van disipando gradualmente
cuando se avanza hacia el interior. En el corazón del parque no se percibe el
belicoso ruido de las máquinas de la movilidad. Así, la sensación que se
experimenta tiene un componente de lo sublime-cotidiano.
David Le
Breton es un sociólogo-antropólogo que desde hace muchos años me ilustra y acompaña
en mi modo de vida. Mi cotidianeidad requiere de una adecuada gestión de los
ruidos que me rodean, para encontrar una zona de seguridad en la que estos se
minimicen. También la marcha a pie. Siempre que puedo voy caminando. Ahora,
tras mi jubilación, estoy inventando una versión adecuada a mis circunstancias
de lo que Le Breton denomina “desaparecer de sí”. Soy deudor de una obra tan
fecunda, que se localiza en la cotidianeidad, que puede abrir espacios que
compensen los estragos de la modernidad. En este blog he presentado varios
ejemplos de lo que me gusta llamar como “la contra cotidiana a la saturación”,
así como varios elogios del paseo.
Comparto con
Le Breton la importancia de la marcha a pie. Su lúcida afirmación de “Caminar
es una evasión de la modernidad, una forma de burlarse de ella, de dejarla
plantada, un atajo en el ritmo desenfrenado de nuestra vida y un modo de
distanciarse, de aguzar los sentidos”, representa una versión del paseo muy
alejada de las versiones medicalizadas dominantes, que lo definen como una
herramienta para la modelación del cuerpo y la salud física, y que se articula
en extrañas categorías técnicas, tales como calorías y otras semejantes,
encontrándose además sometido al objetivo de la programación y los cálculos.
Caminar
representa algo más que un ejercicio físico que consume calorías. Por el
contrario, es lo que Breton denomina como “contacto íntimo con la naturaleza y
fuente constante de revelaciones de orden sensorial e intelectual”. El paseo
pausado se relaciona principalmente con
la meditación y el encuentro con uno mismo “Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad
plena”. Esta es la razón principal por la que afirma que caminar supone una
forma de resistencia a la sociedad imperante. Frente a la programación personal
se rescata un tiempo en el que predomina vagar, disfrutar del tiempo lento, del
lugar y gozar serenamente, sintiendo y pensando en la marcha entre los árboles
y jardines.
El paseo regenera el vínculo con el espacio y “se opone así a las
poderosas exigencias del rendimiento, de la urgencia y de la disponibilidad
absoluta en el trabajo o para los demás”.
“La marcha a pie como
símbolo de una forma gozosa y libre de estar en el mundo, de regenerar nuestro vínculo con él, de reducir su
inmensidad a las proporciones de nuestro cuerpo, de redescubrir su espesura
sensible”. De este modo se recupera el valor de lo pequeño, lo abarcable y
lo cotidiano frente a los guiones imperantes que remiten a las hazañas, los
retos y otras falacias preponderantes en este tiempo.
Caminar por el Retiro es vivir una travesía en la que los sonidos
pueden acompañar a los sentidos del paseo. Los ruidos se reducen en distintos
itinerarios y remiten a los sonidos tenues de la naturaleza. El silencio se
combina con los cantos de los pájaros y las voces atenuadas de alguna
conversación lejana. Así Le Breton se hace de nuevo presente “no es la desaparición del sonido lo
que hace el silencio, sino la calidad de la escucha. El que escucha en silencio
se escucha a sí mismo, ya que el silencio es una privilegiada vía de acceso al
ser”. Los sonidos mitigados de la ciudad completan el sentido del paseo,
conformándolo como una experiencia de evasión de la cotidianeidad sometida a la
movilización permanente de la respuesta.
La deriva
sin objetivo del caminante se contrapone con las exigencias laborales en la
sociedad de la formación permanente; de la multiplicación de las obligaciones
cotidianas derivadas de un ocio colonizado; de la saturación de ofertas del
mundo del consumo; de los agobios asociados a la condición de espectador y
actor en las redes de la sociedad postmediática; de la cotidianeidad gobernada
por las urgencias, así como de la disponibilidad total para los demás. El paseo
se constituye como un mecanismo asociado a un estado de distanciamiento y
liberación provisional del conjunto de obligaciones que constriñen la cotidianeidad.
Se trata de un lapsus fantástico que compensa los rigores del activismo sin
finalidad que rige la vida en tan movilizadas sociedades.
Pero los
usos que se hacen de este espacio privilegiado son múltiples y remiten a
distintos segmentos de población. Junto a los paisanos que lo invaden en los
días y tiempos de tiempo libre para utilizarlo como expansión, aparecen otros
usos que interfieren a los caminantes de la galaxia Le Breton. En post
siguientes los definiré con precisión. Ahora solo aludir a las principales poblaciones que desarrollan actividades
gobernadas por supuestos y sentidos asimétricos con los expuestos, y que hacen
del Retiro un espacio complejo en donde habita la diversidad, e incluso la
incompatibilidad.
El primer
pueblo habitante del parque es el de los deportistas programados. Una legión de
practicantes de distintos deportes se apodera de espacios específicos para
realizar sus actividades, principalmente los adeptos al running y la gimnasia.
El segundo remite a lo que me gusta denominar como la explosión de la rueda.
Una variopinta humanidad comparece deslizándose sobre artefactos constituidos
sobre ruedas: ciclistas, patinadores y practicantes sobre una variedad
creciente de dispositivos. La infancia adquiere un protagonismo ascendente en
las tribus de las ruedas. El tercero es un huésped inevitable en este tiempo.
Se trata de los turistas programados.
Los tres
pueblos aludidos se encuentran unificados por un uso del tiempo en el que
predomina la velocidad; sus actividades se encuentran sometidas a objetivos y
evaluación, y la tecnología les acompaña desempeñando un papel esencial en sus
actividades. De este modo es inevitable el desencuentro con aquellos que tratan
de tomar distancias de forma pausada. Así se constituye una extraña ecología de
itinerarios para evitarse en el espacio y el tiempo. La poética que rige para
los caminantes lentos se encuentra amenazada por el hiperactivismo que regentan
las otras actividades. Así, el paseo lento asociado al vagabundeo sin objetivos
es obligado a inventar rutas en las que se esquive a los contingentes rápidos.
Este es un efecto perverso de la pluralidad de usos y poblaciones que habitan
este entrañable espacio-refugio.
He aludido
al paseo solitario como arte menor de la vida cotidiana. Pero un paseo
compartido, a dos o más, es una experiencia maravillosa en la que el silencio o
la conversación pueden derivar en una vivencia de amistad insólita. En mi
referencia personal, invitar a alguien a dar un paseo por un lugar tan
privilegiado es una señal de amistad inconmensurable, en tanto que supone
compartir un “sublime menor cotidiano”.
7 comentarios:
Qué bonita entrada. Cuando hablas del Retiro yo hago mi analogía personal con los paseos por el monte, disfrutando del espectáculo de la naturaleza en cada estación. Ahora es una de mis favoritas, me ensimisman los colores del otoño.
Hoy vi este artículo informativo sobre "los baños de bosque" que podría ser otra forma de desaparecer de sí de las que apunta Le Breton. Lástima que el mercado ya la haya absorbido, con su probable deriva perversa...
Gracias Silvia
Ayer vi que los castaños ubicados junto a la Rosaleda estaban empezando a florecer, cuando todavía no ha terminado la fase otoñal. Un señor muy mayor de los de antes se quejaba y anunciaba una catástrofe para los árboles.
Se me pasó dejar el enlace: http://www.consumer.es/web/es/medio_ambiente/naturaleza/2017/11/14/225647.php?wt_mc=emailing_20171117_lomejor
Y de paso te dejo con unas fotos de la primavera del cobre que podemos disfrutar las que habitamos la Serranía. Muero de ganas de caminar por esos campos recubiertos de mantos de hojas secas, cuyos pasos amortiguan, el olor, la paz, el sonido de la naturaleza.... donde pierdes la noción del tiempo. Buah.
http://www.rutasyfotos.com/2013/11/
Ese señor tiene razón, pero la catástrofe no sólo es para los árboles, sino también para nosotres.
Me ha encantado la entrada, de hecho la forma de presentarlo ha sido como ir caminando contigo por El Retiro o por cualquier espacio que consideremos nuestro retiro.
Casi al finalizar, hablas sobre los diferentes espacios ocupados por los diferentes grupos, y a algunos de ellos (turistas y deportistas) los llamas programados ¿podrías desarrollar más la idea, por favor?
¡Gracias!
Saludos desde Amsterdam
:)
Gracias por tu comentario, más teniendo en cuenta que lo haces desde Amsterdam, ciudad que incita a los paseos. Respondiendo a tu pregunta sobre las personas en trance de movilidad programada el año pasado publiqué una entrada en la que explico las diferencias http://www.juanirigoyen.es/2016/07/santander-y-los-mil-paseos.html
El paseo de las élites ociosas, desde los griegos hasta los clérigos, nobles, artistas, o el pueblo trabajador en distintos tiempos, que en sus derivas domingueras transita sin objetivo, se diferencia del paseo programado contemporáneo de turistas, runners y otras especies postindustriales. En el primer caso, el paseo es una deriva gozosa, en la que cualquier circunstancia determinada por el azar puede modificar el recorrido. No hay metas, el paseo es el mismo camino y el disfrute del tiempo lento. En el segundo caso, la marcha es programada, es decir, tiene objetivos y cálculo secuencial de estos en el tiempo. El turista madrileño tiene un programa prefijado desde el hotel, en el que se encuentran prefijados las rutas, los objetivos y los tiempos. Estos dominan la marcha y menosprecian el azar, que puede hacer aparecer algo imprevisto que modifique la ruta.
Hace dos veranos tuve una experiencia personal en La Palma con un grupo de trekking que me brindó la oportunidad de comprender la lógica de estas actividades facturadas. Mi posición es muy radical. En el primer caso se puede hablar de libertad. En el segundo de subordinación a un programa. De ahí que los domesticadores de cuerpos y almas contemporáneos confieran un valor central a la palabra "reto".
Saludos desde Madrid y el Retiro
Byung chul han, filósofo coreano que vive en Alemania, también habla de cómo hemos alterado el manejo de los tiempos en estas sociedades hiperaceleradas e hipercomunicadas.
Acostumbrados a los subidones de placer tecnológico ya no nos da placer pasear a un ritmo menos tecnológico y sin varias ventanas en el móvil abiertas a la vez.
El habitus q antes marcaba la clase, o la profesión, ahora lo marca el ser nativo digital o no. Estas estructuras estructuradas y estructurantes del “habitus” se mueven entre lo humano y lo deshumanizado, y nos mueven a velocidades q se ajustan o q no se ajustan a nuestra humanidad plena.
Gracias
Me parece muy pertinente tu alusión a Han. En los últimos años me ha ayudado a entender algunas cosas fundamentales. En particular pienso que el libro de Psicopolítica es una verdadera enciclopedia de nuestro tiempo.
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