Las
reflexiones sobre el conflicto en Cataluña adoptan inevitablemente la condición
de cábalas, en tanto que se trata de una confrontación en la que lo subterráneo
adquiere unas proporciones de gran envergadura, debido a la suma de los movimientos
de los actores -que camuflan sus acciones para sorprender al adversario- y los
esquemas cognitivos compartidos de los analistas, que son desbordados por la
complejidad de las situaciones y la opacidad de los acontecimientos. Así se
fragua una paradoja propia de este tiempo histórico, esta es la contraposición
entre las múltiples imágenes disponibles y los esquemas reduccionistas de los
analistas, sometidos a los imperativos de los medios de comunicación regidos a
la lógica de la novedad y la instantaneidad.
El resultado
es una la crisis de la inteligibilidad, cuya dimensión primordial radica en los paradigmas inadecuados por su
simplicidad que sustentan a los analistas. El sistema postmediático hegemónico
afecta a la capacidad de comprensión de los procesos de las sociedades, en
tanto que analiza cada situación desde lo que me gusta denominar como
“perspectiva fotográfica”. Esta se funda en el supuesto de que cada realidad
puede ser reducida a una fotografía inserta en una serie, cuyos elementos
pueden registrar variaciones con respecto a las inmediatamente anteriores.
Desde esta perspectiva se pierde la capacidad de comprender las emergencias de fenómenos
sociales que irrumpen en la superficie y modifican los escenarios.
Pero el
sesgo mayor de los analistas se deriva de su concepto de la persona –denominada
en este contexto lingüístico como ciudadano-, a la que se entiende como un ser aislado que realiza
cálculos racionales según la información de que dispone, adaptando su
comportamiento a los mismos. Así, la vida y lo social son entendidos como un
laboratorio en el que los operadores tienen que modificar las variables para
ajustar los comportamientos a lo deseado. Lo social resulta del encuentro del
sujeto aislado con un menú de preguntas y respuestas elaboradas por los
operadores. Junto a ellas, los efectos de los flujos de emociones vehiculizados
por los medios, que nacen, explotan y se disipan como los fuegos artificiales
en el espectáculo político construido.
No, un
escenario como el del presente no puede ser interpretado desde estos paradigmas
combinados del ciudadano habitante del gran laboratorio de las encuestas y las
audiencias estimuladas. Así se construye la crisis de inteligibilidad que se
sobrepone a todas las situaciones que se solapan y suceden en este denso conflicto.
La permanencia de la misma confiere a las actuaciones y comunicaciones un
carácter de imprevisibilidad, que acentúa los miedos y las emociones negativas.
Los vértigos derivados de los fracasos clamorosos de la predictibilidad,
refuerzan el encuadramiento de las poblaciones que respaldan a ambas partes,
privilegiando la homogeneización mediante la penalización de las voces
singulares.
Pero en este
conflicto comparece un concepto rescatado de las viejas ciencias sociales y de
los estudios históricos: el comportamiento colectivo. Se trata de una gran
fuerza que se extiende por todos los espacios sociales, reconfigurándolos
drásticamente. El comportamiento de la población secesionista catalana, solo se
puede entender desde el fértil concepto de ciclo, del que existen distintas
versiones. Las movilizaciones masivas de las Diadas anunciaban una transición
entre –retomando las aportaciones de Albert Hirschman- un ciclo de lealtad y un
ciclo de voz que modifica los comportamientos de los actores. La voz de los independentistas
catalanes puede ser definida como una fuerza impetuosa que, al modo de las
mareas, inunda los espacios sociales y se filtra en los huecos de lo social. El
conflicto catalán modifica sustantivamente sus términos tras esta emergencia.
Las élites que fundamentan sus visiones en los laboratorios demoscópicos y el
espectáculo postmediático se encuentran desbordadas cognitivamente, de ahí que
movilicen a el dispositivo judicial, que es el más estático de toda la
sociedad, porque lo último que se modifica son las normas legales, que resisten
las transformaciones de los demás elementos de los escenarios.
Otra
dimensión paradójica de este conflicto radica en su extraña definición. La
rebelión surge en un contexto en el que la autonomía alcanza cotas muy
importantes. No se trata, como en tiempos anteriores, de contestar a un estado
centralizado. El control de múltiples esferas por las instituciones autonómicas
es patente. Así se conforma un aparente contrasentido. La fuerza de lo
identitario emergente es de tal magnitud que arriesga la hegemonía
incuestionable de su control sobre el estado autonómico en virtud de un salto
intrépido. En este sentido, el conflicto se encuentra dotado de un vector de
extravagancia a las miradas externas, que lo perciben inevitablemente como una
rebelión de ricos.
Pero el
factor más sorprendente, es que esta emergencia nacionalista tiene lugar
simultáneamente con la crisis del pujolismo. Este representa el colapso de las élites
nacionalistas, que han mantenido un dominio incuestionable de la administración
y de la sociedad desde el comienzo de la democracia y la autonomía, muy por encima
de su propio peso electoral. De este modo, estas élites arruinadas por la
ausencia de proyecto, la coherencia y la lealtad sin fisuras al proyecto
neoliberal - ejecutando sus guiones sin piedad para las víctimas- así como el
gran asalto al estado mediante la reapropiación de sus fondos en un contexto de
corrupción que sirve de ejemplo a sus colegas del más allá del Ebro.
Así el
conflicto tiene como contendientes a dos grupos de cleptócratas acreditados y
experimentados. No es de extrañar que sus tácticas se asemejen a las de la
lucha libre, competición en la que los luchadores desarrollan múltiples
simulaciones de golpes, exhibiendo un rostro de ferocidad que se contrapone con
los porrazos sin efectos. Pero esta teatralización regenera a ambos frente a
sus propias poblaciones de referencia. Al igual que en la lucha libre la
protección de los contendientes es acompañada con la crispación del público,
que exige a los luchadores la humillación y liquidación del rival. En este caso
el furor de los tertulianos y analistas exigiendo contundencia en los golpes,
acompaña a la crispación de las gentes comunes que animan a la policía a la
vejación y exterminio de los rebeldes. Los episodios de ferocidad en las calles
alcanzan el éxtasis de los encuadrados en torno a las banderas.
Pero quizás
el aspecto más problemático de este conflicto radica en el dilema del coste-beneficio.
Toda confrontación conlleva unos costes colectivos. Estos solo pueden
justificarse por los beneficios que producen. He leído estos días las
alegaciones de algunos notables disidentes de la primera guerra mundial, que a
mi juicio es el acontecimiento más importante y trágico del siglo XX. En esta
las élites condujeron a los pueblos a una confrontación armada de fatales
consecuencias para millones de víctimas. Algunas de sus razones pueden
extrapolarse al presente conflicto. Teniendo en cuenta que el punto de partida
es un alto nivel de autonomía, además de una sociedad con un nivel económico
elevado –aún a pesar de los efectos de las políticas públicas impulsadas por
los gobiernos catalanes con los segmentos más vulnerables- parece arriesgado el
salto a la independencia. La cuestión del coste social adquiere así
centralidad.
Porque, por
encima del análisis económico detallado, se impone una verdad esencial. Esta es
que en el mundo de hoy la riqueza nace de la hiperconexión. Las economías
fundamentadas en las tecnologías de la información y la comunicación, tan
eficaces y eficientes, generan un orden que necesita de un control mayor que
nunca. Lo incierto, lo incontrolado, las perturbaciones y lo no deseable, son
entendidos como amenazas de un sistema interdependiente que presenta este
reverso de debilidad, que se pone de manifiesto en las crisis económicas. En
coherencia con esta interpretación, la fuga de las empresas es congruente con
la lógica que gobierna el sistema.
Una de las
cuestiones que más me impresiona es la debilidad de las personas en la era
postmediática. Sometidas a un sistema de hiperconexión intenso y permanente,
reciben miles de estímulos que conforman sucesivos estados personales que
oscilan entre la euforia, la frustración y la decepción. Así el problema de los
costes y las transiciones se disipa en el espacio personal de la reflexión
imposible. En este caso es seguro que la factura en términos de disminución de
bienes económicos, y públicos en particular, va a ser muy alta, afectando a las
poblaciones con menores recursos. La manipulación política muestra su esplendor
en las grandes crisis.
En cualquier
caso, el estado de expectación de la población secesionista catalana muestra
inequívocamente su consistencia. El día 1 de octubre se evidenció la fuerza de
la autoorganización que hizo posible el referéndum. Las representaciones
fantasiosas derivadas de los desvaríos jurídicos que sustentan a las élites
estatales propiciaron el gran desastre de la policía y mostraron inequívocamente
la gran consistencia del movimiento catalán. Enviar a la policía a los colegios
electorales en la era de las cámaras es un disparate monumental. Estos tuvieron
que emplearse a fondo contra una resistencia ejercida por una población
compuesta por gentes de todas las edades y condiciones. El resultado es un
conjunto de imágenes que rearman la causa independentista. La tentación
colonial de los movilizados por las ficciones judiciales es patente.
Las cargas
policiales pusieron de manifiesto la ausencia de inteligencia generalizada. Porque
¿cómo creen estas gentes que trabaja la policía? Frente a una resistencia
ejercida por un conjunto de cuerpos no queda otra alternativa que moverlos físicamente
ejerciendo una presión cuyo objetivo es intimidarlos. He visto imágenes
terribles de deshaucios o detenciones de inmigrantes manteros en las que la
palabra “proporcionalidad” se encontraba drásticamente excluida. La lógica de
una actuación policial, a partir de un punto de resistencia, es amedrentar a
cuantos resistentes sea posible, facilitando así la reducción del trabajo físico
final con los más tenaces. Por esta razón, en las leyes de seguridad elaboradas
para reducir las resistencias a las duras medidas de la reestructuración en
curso, se ha tipificado como delito grabar las actuaciones policiales.
Termino
aludiendo a un aspecto que me impresiona particularmente. Se trata de los
excedentes de violencia que salen a flote en los conflictos políticos que
movilizan identidades. No puedo olvidar el proceso de descomposición de la
antigua Yugoslavia, en el que proliferaron acciones de una violencia inusitada.
Los sujetos portadores de estas crueldades estaban ahí, difuminados en la vida
común. Pero cuando aparece una oportunidad concurren exhibiendo su ferocidad.
En estos días de manifestaciones he podido presenciar las actuaciones de estos
sujetos, estimulados por los tertulianos y los fanatismos que reviven en un
ciclo de conflicto. Esta dimensión desborda los esquemas ciudadanistas de los
que entienden a las personas como seres que habitan el mundo simulado de las
encuestas y las audiencias.
Buenas noches Juan.
ResponderEliminarDesde una lejanía y frialdad a la que no hubiera apostado ni una peseta cuando en Catalunya estaban mis raices familiares me atrevo a escribir algunas reflexiones acerca del conflicto en Catalunya.
Algunas que no he encontrado, ni escritas ni oidas, en los púlpitos que leo y escucho habitualmente. Una parte de lo sucedido, ya veremos como siguen los sucesos, expresa, manifiesta una necesidad de supervivencia de una parte de la sociedad catalana, la más ilustrada, que encuentra en el proceso y su culminación, una última oportunidad de crear una realidad económica propia e independiente de la impuesta desde “Madrid”. Esta parte de la sociedad catalana siente que ha perdido a España, o que España les ha abandonado, que ya no los considera como debería, como de hecho así fue durante tanto tiempo en que Catalunya definía politicas económicas arancelarias a beneficio de sus industrias. Una sensación de haber perdido la última colonia, la propia España, de forma semejante a como sintió España la perdida de las últimas colonias al final de XIX. La necesidad de emancipación surge con fuerza entre estos grupos ilustrados, minoritarios hasta hace una década, que encuentran en la crisis un combustible perfecto para atraer a sectores en situación de creciente marginalidad social, especialmente jovenes, e igualmente ilustrados, sus propios hijos.
De los apoyos que Catalunya aportó para la governanza de España, con el PP o el PSOE, esta parte de la sociedad catalana siente que aquellos no rindieron los intereses convenientes, más allá de los obtenidos por los recolectores del 3-4%. En el protagonismo de las decisiones económicas en España importaba cada vez menos Catalunya, “no se nos ha respetado” es una de las frases que he oido con frecuencia entre algunos dirigentes del proceso.
Las viejas elites españolas, convertidas para su conveniencia al catecismo neoliberal están mucho mejor engranadas que las catalanas con sus pares europeos (entre otras con los fabricantes de deuda, el BCE, quizás la más importante de las factorias en los tiempos que corren), con la excepción de aquellas que han salido huyendo en las últimas semanas hacia los seguros refugios madrileños, cerquita de los que hacen el BOE y gestionan las porras. Las elites catalanas que están conduciendo el proces (PdCat y parte de ERC) buscan desesperadamente un lugar en el sol económico de Europa, un lugar en el que colocar su sombrilla de país, neoliberal por supuesto, con o sin permiso de la CUP (por ahora comparsa coyuntural), un lugar en la playa europea en la que se decide el reparto de los euros. Por ahora los que controlan la asignación de parcelas playeras no están dispuestas a que la sombrilla catalana tenga una propia, no vaya a cundir el ejemplo y haya demasiado espabilado enganchado al tinglado europeo y la playa sea un caos mayor del actual.
También hay por ahí deseos antiguos, anclados en lo profundo, en los que a mi me educaron, de que nuestras enormes potencialidades como "catalanes" están siendo limitadas, asfixiadas por España. Es aquello de que “si nos dejaran hacer” seriamos la Dinamarca del sur, por ejemplo.
Lo dejo por hoy. Si crees que pueden ser de interés puedo animarme a mandar alguna más, en especial sobre la participación de otros protagonistas en el conflicto. Se ha hecho tarde y toca acostarse. Gracias de nuevo Juan por tus reflexiones. Antonio Escolar.
Gracias Antonio por tu reflexión. Coincido en que esta es una rebelión sui generis de unas élites sociales. Pero la complejidad está en la naturaleza de su contendiente. Al igual que tu comentario desnuda a los secesionistas, la verdad es que tras las autoridades del estado -pepé, pesoe y el comparsa de turno que ahora llaman provisionalmente ciudadanos hasta la próxima versión- se encuentran las élites españolas de la aristocracia reconvertida sin pasar por la industrialización. Su idea de España fue esculpida por José Antonio Primo de Rivera. Un conflicto así es impredecible. Mi pronóstico es negativo pues los nuevos neofalangistas terminarán consumando la tentación colonial.
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