sábado, 21 de octubre de 2017

CÁBALAS ACERCA DEL CONFLICTO EN CATALUÑA



Las reflexiones sobre el conflicto en Cataluña adoptan inevitablemente la condición de cábalas, en tanto que se trata de una confrontación en la que lo subterráneo adquiere unas proporciones de gran envergadura, debido a la suma de los movimientos de los actores -que camuflan sus acciones para sorprender al adversario- y los esquemas cognitivos compartidos de los analistas, que son desbordados por la complejidad de las situaciones y la opacidad de los acontecimientos. Así se fragua una paradoja propia de este tiempo histórico, esta es la contraposición entre las múltiples imágenes disponibles y los esquemas reduccionistas de los analistas, sometidos a los imperativos de los medios de comunicación regidos a la lógica de la novedad y la instantaneidad.

El resultado es una la crisis de la inteligibilidad, cuya dimensión primordial  radica en los paradigmas inadecuados por su simplicidad que sustentan a los analistas. El sistema postmediático hegemónico afecta a la capacidad de comprensión de los procesos de las sociedades, en tanto que analiza cada situación desde lo que me gusta denominar como “perspectiva fotográfica”. Esta se funda en el supuesto de que cada realidad puede ser reducida a una fotografía inserta en una serie, cuyos elementos pueden registrar variaciones con respecto a las inmediatamente anteriores. Desde esta perspectiva se pierde la capacidad de comprender las emergencias de fenómenos sociales que irrumpen en la superficie y modifican los escenarios.

Pero el sesgo mayor de los analistas se deriva de su concepto de la persona –denominada en este contexto lingüístico como ciudadano-,  a la que se entiende como un ser aislado que realiza cálculos racionales según la información de que dispone, adaptando su comportamiento a los mismos. Así, la vida y lo social son entendidos como un laboratorio en el que los operadores tienen que modificar las variables para ajustar los comportamientos a lo deseado. Lo social resulta del encuentro del sujeto aislado con un menú de preguntas y respuestas elaboradas por los operadores. Junto a ellas, los efectos de los flujos de emociones vehiculizados por los medios, que nacen, explotan y se disipan como los fuegos artificiales en el espectáculo político construido.

No, un escenario como el del presente no puede ser interpretado desde estos paradigmas combinados del ciudadano habitante del gran laboratorio de las encuestas y las audiencias estimuladas. Así se construye la crisis de inteligibilidad que se sobrepone a todas las situaciones que se solapan y suceden en este denso conflicto. La permanencia de la misma confiere a las actuaciones y comunicaciones un carácter de imprevisibilidad, que acentúa los miedos y las emociones negativas. Los vértigos derivados de los fracasos clamorosos de la predictibilidad, refuerzan el encuadramiento de las poblaciones que respaldan a ambas partes, privilegiando la homogeneización mediante la penalización de las voces singulares. 

Pero en este conflicto comparece un concepto rescatado de las viejas ciencias sociales y de los estudios históricos: el comportamiento colectivo. Se trata de una gran fuerza que se extiende por todos los espacios sociales, reconfigurándolos drásticamente. El comportamiento de la población secesionista catalana, solo se puede entender desde el fértil concepto de ciclo, del que existen distintas versiones. Las movilizaciones masivas de las Diadas anunciaban una transición entre –retomando las aportaciones de Albert Hirschman- un ciclo de lealtad y un ciclo de voz que modifica los comportamientos de los actores. La voz de los independentistas catalanes puede ser definida como una fuerza impetuosa que, al modo de las mareas, inunda los espacios sociales y se filtra en los huecos de lo social. El conflicto catalán modifica sustantivamente sus términos tras esta emergencia. Las élites que fundamentan sus visiones en los laboratorios demoscópicos y el espectáculo postmediático se encuentran desbordadas cognitivamente, de ahí que movilicen a el dispositivo judicial, que es el más estático de toda la sociedad, porque lo último que se modifica son las normas legales, que resisten las transformaciones de los demás elementos de los escenarios.

Otra dimensión paradójica de este conflicto radica en su extraña definición. La rebelión surge en un contexto en el que la autonomía alcanza cotas muy importantes. No se trata, como en tiempos anteriores, de contestar a un estado centralizado. El control de múltiples esferas por las instituciones autonómicas es patente. Así se conforma un aparente contrasentido. La fuerza de lo identitario emergente es de tal magnitud que arriesga la hegemonía incuestionable de su control sobre el estado autonómico en virtud de un salto intrépido. En este sentido, el conflicto se encuentra dotado de un vector de extravagancia a las miradas externas, que lo perciben inevitablemente como una rebelión de ricos.

Pero el factor más sorprendente, es que esta emergencia nacionalista tiene lugar simultáneamente con la crisis del pujolismo. Este representa el colapso de las élites nacionalistas, que han mantenido un dominio incuestionable de la administración y de la sociedad desde el comienzo de la democracia y la autonomía, muy por encima de su propio peso electoral. De este modo, estas élites arruinadas por la ausencia de proyecto, la coherencia y la lealtad sin fisuras al proyecto neoliberal - ejecutando sus guiones sin piedad para las víctimas- así como el gran asalto al estado mediante la reapropiación de sus fondos en un contexto de corrupción que sirve de ejemplo a sus colegas del más allá del Ebro. 

Así el conflicto tiene como contendientes a dos grupos de cleptócratas acreditados y experimentados. No es de extrañar que sus tácticas se asemejen a las de la lucha libre, competición en la que los luchadores desarrollan múltiples simulaciones de golpes, exhibiendo un rostro de ferocidad que se contrapone con los porrazos sin efectos. Pero esta teatralización regenera a ambos frente a sus propias poblaciones de referencia. Al igual que en la lucha libre la protección de los contendientes es acompañada con la crispación del público, que exige a los luchadores la humillación y liquidación del rival. En este caso el furor de los tertulianos y analistas exigiendo contundencia en los golpes, acompaña a la crispación de las gentes comunes que animan a la policía a la vejación y exterminio de los rebeldes. Los episodios de ferocidad en las calles alcanzan el éxtasis de los encuadrados en torno a las banderas.

Pero quizás el aspecto más problemático de este conflicto radica en el dilema del coste-beneficio. Toda confrontación conlleva unos costes colectivos. Estos solo pueden justificarse por los beneficios que producen. He leído estos días las alegaciones de algunos notables disidentes de la primera guerra mundial, que a mi juicio es el acontecimiento más importante y trágico del siglo XX. En esta las élites condujeron a los pueblos a una confrontación armada de fatales consecuencias para millones de víctimas. Algunas de sus razones pueden extrapolarse al presente conflicto. Teniendo en cuenta que el punto de partida es un alto nivel de autonomía, además de una sociedad con un nivel económico elevado –aún a pesar de los efectos de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos catalanes con los segmentos más vulnerables- parece arriesgado el salto a la independencia. La cuestión del coste social adquiere así centralidad.

Porque, por encima del análisis económico detallado, se impone una verdad esencial. Esta es que en el mundo de hoy la riqueza nace de la hiperconexión. Las economías fundamentadas en las tecnologías de la información y la comunicación, tan eficaces y eficientes, generan un orden que necesita de un control mayor que nunca. Lo incierto, lo incontrolado, las perturbaciones y lo no deseable, son entendidos como amenazas de un sistema interdependiente que presenta este reverso de debilidad, que se pone de manifiesto en las crisis económicas. En coherencia con esta interpretación, la fuga de las empresas es congruente con la lógica que gobierna el sistema. 

Una de las cuestiones que más me impresiona es la debilidad de las personas en la era postmediática. Sometidas a un sistema de hiperconexión intenso y permanente, reciben miles de estímulos que conforman sucesivos estados personales que oscilan entre la euforia, la frustración y la decepción. Así el problema de los costes y las transiciones se disipa en el espacio personal de la reflexión imposible. En este caso es seguro que la factura en términos de disminución de bienes económicos, y públicos en particular, va a ser muy alta, afectando a las poblaciones con menores recursos. La manipulación política muestra su esplendor en las grandes crisis.

En cualquier caso, el estado de expectación de la población secesionista catalana muestra inequívocamente su consistencia. El día 1 de octubre se evidenció la fuerza de la autoorganización que hizo posible el referéndum. Las representaciones fantasiosas derivadas de los desvaríos jurídicos que sustentan a las élites estatales propiciaron el gran desastre de la policía y mostraron inequívocamente la gran consistencia del movimiento catalán. Enviar a la policía a los colegios electorales en la era de las cámaras es un disparate monumental. Estos tuvieron que emplearse a fondo contra una resistencia ejercida por una población compuesta por gentes de todas las edades y condiciones. El resultado es un conjunto de imágenes que rearman la causa independentista. La tentación colonial de los movilizados por las ficciones judiciales es patente. 

Las cargas policiales pusieron de manifiesto la ausencia de inteligencia generalizada. Porque ¿cómo creen estas gentes que trabaja la policía? Frente a una resistencia ejercida por un conjunto de cuerpos no queda otra alternativa que moverlos físicamente ejerciendo una presión cuyo objetivo es intimidarlos. He visto imágenes terribles de deshaucios o detenciones de inmigrantes manteros en las que la palabra “proporcionalidad” se encontraba drásticamente excluida. La lógica de una actuación policial, a partir de un punto de resistencia, es amedrentar a cuantos resistentes sea posible, facilitando así la reducción del trabajo físico final con los más tenaces. Por esta razón, en las leyes de seguridad elaboradas para reducir las resistencias a las duras medidas de la reestructuración en curso, se ha tipificado como delito grabar las actuaciones policiales. 

Termino aludiendo a un aspecto que me impresiona particularmente. Se trata de los excedentes de violencia que salen a flote en los conflictos políticos que movilizan identidades. No puedo olvidar el proceso de descomposición de la antigua Yugoslavia, en el que proliferaron acciones de una violencia inusitada. Los sujetos portadores de estas crueldades estaban ahí, difuminados en la vida común. Pero cuando aparece una oportunidad concurren exhibiendo su ferocidad. En estos días de manifestaciones he podido presenciar las actuaciones de estos sujetos, estimulados por los tertulianos y los fanatismos que reviven en un ciclo de conflicto. Esta dimensión desborda los esquemas ciudadanistas de los que entienden a las personas como seres que habitan el mundo simulado de las encuestas y las audiencias.

2 comentarios:

  1. Buenas noches Juan.

    Desde una lejanía y frialdad a la que no hubiera apostado ni una peseta cuando en Catalunya estaban mis raices familiares me atrevo a escribir algunas reflexiones acerca del conflicto en Catalunya.

    Algunas que no he encontrado, ni escritas ni oidas, en los púlpitos que leo y escucho habitualmente. Una parte de lo sucedido, ya veremos como siguen los sucesos, expresa, manifiesta una necesidad de supervivencia de una parte de la sociedad catalana, la más ilustrada, que encuentra en el proceso y su culminación, una última oportunidad de crear una realidad económica propia e independiente de la impuesta desde “Madrid”. Esta parte de la sociedad catalana siente que ha perdido a España, o que España les ha abandonado, que ya no los considera como debería, como de hecho así fue durante tanto tiempo en que Catalunya definía politicas económicas arancelarias a beneficio de sus industrias. Una sensación de haber perdido la última colonia, la propia España, de forma semejante a como sintió España la perdida de las últimas colonias al final de XIX. La necesidad de emancipación surge con fuerza entre estos grupos ilustrados, minoritarios hasta hace una década, que encuentran en la crisis un combustible perfecto para atraer a sectores en situación de creciente marginalidad social, especialmente jovenes, e igualmente ilustrados, sus propios hijos.

    De los apoyos que Catalunya aportó para la governanza de España, con el PP o el PSOE, esta parte de la sociedad catalana siente que aquellos no rindieron los intereses convenientes, más allá de los obtenidos por los recolectores del 3-4%. En el protagonismo de las decisiones económicas en España importaba cada vez menos Catalunya, “no se nos ha respetado” es una de las frases que he oido con frecuencia entre algunos dirigentes del proceso.

    Las viejas elites españolas, convertidas para su conveniencia al catecismo neoliberal están mucho mejor engranadas que las catalanas con sus pares europeos (entre otras con los fabricantes de deuda, el BCE, quizás la más importante de las factorias en los tiempos que corren), con la excepción de aquellas que han salido huyendo en las últimas semanas hacia los seguros refugios madrileños, cerquita de los que hacen el BOE y gestionan las porras. Las elites catalanas que están conduciendo el proces (PdCat y parte de ERC) buscan desesperadamente un lugar en el sol económico de Europa, un lugar en el que colocar su sombrilla de país, neoliberal por supuesto, con o sin permiso de la CUP (por ahora comparsa coyuntural), un lugar en la playa europea en la que se decide el reparto de los euros. Por ahora los que controlan la asignación de parcelas playeras no están dispuestas a que la sombrilla catalana tenga una propia, no vaya a cundir el ejemplo y haya demasiado espabilado enganchado al tinglado europeo y la playa sea un caos mayor del actual.

    También hay por ahí deseos antiguos, anclados en lo profundo, en los que a mi me educaron, de que nuestras enormes potencialidades como "catalanes" están siendo limitadas, asfixiadas por España. Es aquello de que “si nos dejaran hacer” seriamos la Dinamarca del sur, por ejemplo.

    Lo dejo por hoy. Si crees que pueden ser de interés puedo animarme a mandar alguna más, en especial sobre la participación de otros protagonistas en el conflicto. Se ha hecho tarde y toca acostarse. Gracias de nuevo Juan por tus reflexiones. Antonio Escolar.

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  2. Gracias Antonio por tu reflexión. Coincido en que esta es una rebelión sui generis de unas élites sociales. Pero la complejidad está en la naturaleza de su contendiente. Al igual que tu comentario desnuda a los secesionistas, la verdad es que tras las autoridades del estado -pepé, pesoe y el comparsa de turno que ahora llaman provisionalmente ciudadanos hasta la próxima versión- se encuentran las élites españolas de la aristocracia reconvertida sin pasar por la industrialización. Su idea de España fue esculpida por José Antonio Primo de Rivera. Un conflicto así es impredecible. Mi pronóstico es negativo pues los nuevos neofalangistas terminarán consumando la tentación colonial.

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