En esta
ocasión, el cambio fue definido en los altavoces del sistema político-mediático
como el advenimiento de una nueva era en la que los viejos partidos
protagonistas en los últimos cuarenta años iban a ser desplazados por los
recién llegados, capaces de representar el malestar social derivado tanto de la
gestión de lo que se denomina como “la crisis”, como de las prácticas
cleptocráticas insertadas en todos los niveles del estado. El cambio se
encontraba cargado de ambigüedades conceptuales pero aludía a un proceso de
regeneración derivado de la nueva composición del parlamento, en el que las
fuerzas del cambio, las nuevas, tuvieran una preponderancia incuestionable. De
este modo se esperaba que el pepé fuera desplazado del gobierno, siendo
sustituido por un hipotético gobierno del cambio que iniciase un proceso de
regeneración democrática y reversión de las políticas públicas dualizadoras.
Al igual que
en el principio de los ochenta, apenas se ha avanzado en la definición de este
proceso y su finalidad. Los políticos, los expertos y los presentes en las
extensiones mediáticas, tanto tertulianos como columnistas múltiples, han
reducido la deliberación a la cuestión de los resultados de las elecciones
generales. De este modo la discusión se reduce a aspectos electorales en
detrimento de las miradas congruentes con la multidimensionalidad de los
procesos en curso en la sociedad española. El espesor del escenario histórico
contrasta con la secuencia de visiones triviales acumulativas que se reproducen
en los periódicos digitales, las televisiones y las redes. De esta forma se
reproduce la fatal reducción de voces que caracterizó el comienzo del
postfranquismo. Ahora los partidos y las teles seleccionan a un centenar de
actores que se prodigan en todos los lugares del sistema político-mediático. La
antítesis del 15 M, que aspiraba a la multiplicación de las voces, se ha
consumado eficazmente.
La tensión
entre la complejidad de las situaciones y la simplicidad de las definiciones se
hace patente. En la comunicación política se multiplican los sobreentendidos y
se expansionan las zonas oscuras que se eluden deliberadamente. El ruido
generado por las escenificaciones de los denominados debates se acompaña de un
silencio monumental acerca de temas fundamentales convertidos en tabú. En este
proceso, reducido a los resultados de las siempre penúltimas elecciones, los
nuevos partidos detienen su expansión y generan mecanismos que los asemejan a
los clásicos. La concentración de poder, el monolitismo partidario, la multiplicación de ideas simples y
estereotipadas y la concentración constrictiva en el tiempo inmediato, en
detrimento de la comprensión de los procesos, así como del pasado y el futuro, se convierte en regla.
De este modo,
el proceso ocurrido entre el ascenso de los nuevos partidos y las expectativas
generalizadas que los acompañan y el día de hoy, se puede definir como una
patente congelación del cambio por dispersión de sus apoyos, así como
suspensión del estado de opinión pública que lo inició. Ahora las expectativas
son decrecientes y los actores se distancian de los públicos que los
estimulaban. Esta contracción anuncia el atasco y la inviabilidad del cambio
anunciado. Los partidos convencionales de la democracia a la española,
evidencian su victoria manteniendo sus apoyos, haciendo compatible su
preponderancia con las nuevas máscaras, que adoptan en los escenarios
mediáticos que reproducen el gran espectáculo de la continuidad de lo esencial
en la política y el estado.
El cambio
anunciado es inseparable de la esfera mediática en la que se incuba y
escenifica. La imposición de la realidad mediática proporciona una lógica fatal
a los acontecimientos políticos. Así la corrupción es un episodio equiparable a
un acontecimiento televisado ante una audiencia movilizada. Su perpetuación
consume los sentimientos de rechazo de los ciudadanos-espectadores. Así se
agota el acontecimiento, que solicita, en congruencia con el medio mediático,
su relevo por otro contenido que nutra las emociones de las audiencias.
El discurso
de Rajoy es esclarecedor en su (pen)última comparecencia sobre la Gurtel. Este
es un acontecimiento-espectáculo agotado. Porque en lo mediático los temas
terminan por disiparse. Así, la corrupción, adquiere una naturaleza redundante
que la agota como contenido, aunque no se resuelva política y judicialmente.
Tras el estado de expectación sostenido del ciclo del 15 M, viene la calma. Así
se confirma la naturaleza de las sociedades postmediáticas, en las que el
trasiego incesante de los acontecimientos genera energías que se polarizan en
el estímulo nuevo de hoy. En el orden mediático el cambio se agota en la
renovación permanente de los contenidos.
Una de las
señales inequívocas del estancamiento radica en el declive de los movimientos
sociales y el estado de anquilosamiento de las oposiciones en las
organizaciones públicas. En este caso la languidez es inquietante. No se
producen ideas nuevas ni se generan nuevos repertorios de acción. La
reapropiación por parte de los partidos de las movilizaciones, generando una
nueva versión de la “correa de transmisión”, junto a la mediatización, da lugar
a la aparición de una nueva clase de movilizaciones defensivas que confieren el
protagonismo a dirigentes populistas. Como he vivido en Granada sé bien de qué
hablo. Estas movilizaciones no fortalecen vínculos ni mejoran las capacidades
de los sectores sociales, en tanto que se nutren de la desesperanza.
El cambio,
definido en los términos político-mediáticos vigentes, implica la creación de
un gobierno mayoritario que pueda revertir las reformas duales e instituir un
estado eficaz y eficiente que incremente su legitimidad. Este gobierno solo es
posible mediante la convergencia de los tres partidos que conforman la oposición.
Pero el bloqueo del cambio ha facilitado la descomposición de los mismos.
Ciudadanos se evidencia como un artificio creado por los programadores del
sistema para facilitar jugadas de billar que constriñan a la izquierda. Al
igual que UPyD se trata de un medio creado por aluvión y que nadie controla
efectivamente. Así, no es casualidad que haya detenido su crecimiento.
Significa solo un valor de cambio en un sistema de coaliciones.
El caso del
pesoe es el más engañoso. El proceso de descomposición es monumental. La
apariencia de regeneración por la victoria de Sánchez en las primarias se
encuentra hipotecada a una victoria electoral. Esta se define por parte de sus
adversarios, abiertos y camuflados, como un retorno a un partido ganador. En
este escenario el pesoe puede crecer, pero no ganar. La paz interna es una
tregua en espera de unas elecciones que activen el volcán. En cualquier caso el
pesoe es un partido cuya inteligencia se encuentra subordinada en las
instituciones del nuevo capitalismo global. Cualquier política que transgreda
los límites de este implica una desestabilización interna segura. Pero, ¿alguien
puede esperar que los cuadros del partido protagonicen una ruptura con las
políticas económicas y sociales globales? El ejemplo francés es elocuente.
Podemos
registra una regresión manifiesta y muy intensa. El propio partido ha
clausurado sus relaciones con su entorno, privilegiando su acción en las
instituciones políticas y los medios. De este modo ha generado un proceso de
selección de voces que asegura el monolitismo férreo de la dirección. Me
impresiona mucho la desaparición brutal de Tania, Sánchez, Carolina Bescansa,
Errejón, los jueces y otros ilustres miembros fundadores. En este sentido, se
trata de un partido que ha obtenido la matrícula de honor en la asignatura de
“modelo de partido del régimen del 78”.
La coalición
de estos partidos para generar una alternativa al pepé parece imposible, pero
aún más para converger en un programa de gobierno que desbloquee la situación y
abra un camino a las transformaciones requeridas. Así, en ausencia de
alternativa efectiva, la política vive un tiempo en el que es inevitable la
suma de las pequeñas perversiones partidarias y la apoteosis de la simulación,
que es el juego que tiene lugar en las televisiones y las redes. El cambio
queda convertido en un artificio que vive en los guiones de las narrativas
mediáticas. Tras tanto tiempo sin hacerse efectivo termina por ser una mentira
consentida y compartida.
En esta
situación de emancipación de la representación mediática de su propio referente
proliferan nuevas figuras. Estas son los fans, verdaderos protagonistas de un
tiempo suspendido. Las representaciones televisivas se dirigen a ellos, que
conforman la masa que sostiene a los partidos. Todos actúan y hablan para
ellos. Los tertulianos terminan por ajustarse a este papel rigurosamente
estereotipado. De este modo los debates son falseados y se encuentran al
servicio de la uniformidad de los encuadrados en cada segmento de fans. La
hegemonía de lo mediático transfiere estos métodos a los partidos mismos. Los
últimos congresos presentan a colectivos de fans cuyas intervenciones son algo
más que bochornosas.
El bloqueo
del cambio en el nivel de lo político no significa que las vidas personales se
detengan. Por el contrario estas continúan. Así se conforma un colectivo que
puede ser definido como los huérfanos del cambio. Estos siguen viviendo en las
instituciones como si este fuera factible e inminente. Así se construye una
gran regresión cultural de la política. Es menester estar en su interior para
compartir las creencias que alimentan los comportamientos y los discursos. El
resultado es una debilitación de los vínculos entre los contingentes
partidarios y sus séquitos de fans en las redes, y una cuantiosa población que
toma sus distancias interiorizando la perplejidad. La escisión entre el
acontecimiento malogrado del cambio esperado y la vida individual, fortalece a
las fuerzas que se oponen al mismo. En tanto que he vivido una situación
similar hace muchos años, entiendo que es peligrosa la condición de huérfano de
un gran cambio, porque fomenta simultáneamente la desinteligencia y el cinismo.
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