Este es un texto publicado en el blog el 14 de julio de 2013. El cese de Joan Carles March pone de manifiesto su actualidad como análisis de la clase dirigente andaluza. Por esta razón lo publico de nuevo.
La crisis
vigente, entendida desde este blog como un hito en el proceso de
reestructuración neoliberal global, se percibe exclusivamente desde el cuadro
compuesto por las magnitudes macroeconómicas. Pero, el cese acumulativo
de múltiples actividades productivas, no se encuentra determinado sólo por
razones económicas y financieras, sino por la falta de consistencia de muchos
de los proyectos nacidos desde la transición política, así como por la endeblez
de las estructuras directivas. La clase dirigente del postfranquismo detenta un
estatuto de invisibilidad, parapetada detrás de la nebulosa de las relaciones
entre cifras que conforman la macroeconomía. Pero, una sociología de la clase
dirigente del período democrático, tiene que ubicarse más allá de dichas
cifras, para mostrar la naturaleza y el funcionamiento de las estructuras
directivas en los años de crecimiento.
Eduardo
Subirats, en un libro publicado en los años noventa "Después de la lluvia.
Sobre la ambigua modernidad española", retoma algunas de las críticas a la
clase dirigente española en el comienzo del siglo XX, que sintetiza con lucidez
y precisión Ortega y Gasset. Este afirma que se trata de "la élite
invertida de lo peor...caracterizada por la incapacidad de aplicar la inteligencia
a los asuntos públicos". Subirats argumenta en favor de que la clase
dirigente salida de la transición, reproduce trágicamente este precepto,
representando una continuidad histórica de las clases dirigentes. Los años
ochenta y noventa, representan un proceso de crecimiento caótico, que se
manifiesta en la multiplicación de las infraestructuras y edificios, pero el
estancamiento de las organizaciones complejas, tanto de las empresas como de
las organizaciones públicas. El salto económico y material, no se corresponde
con el proceso de desarrollo de las organizaciones y de la inteligencia.
En los
imaginarios sociales vigentes, se proyecta la responsabilidad de la crisis a
"los políticos". De este modo se invisibiliza a los distintos
contingentes de directivos que los acompañan en el gobierno en todos los
niveles, y de las organizaciones públicas en particular. Todos ellos,
junto a los empresarios del sector privado y los medios de comunicación,
conforman la clase dirigente, que protagoniza los años felices de crecimiento y
los años de ruina económica del presente, que, además, se acompaña de un
deterioro intelectual, moral y organizacional incuestionable. Así, la crisis
destapa las miserias del conglomerado político directivo, investido con una
mitología de eficacia en el periodo de crecimiento.
La clase
dirigente española se encuentra presente en los distintos órganos de gobierno a
de todos los niveles, pero, también en las cúpulas de las administraciones,
empresas públicas y organismos gubernamentales. En todo este entramado
organizativo, la clase dirigente conforma lo que me gusta denominar como magma.
Este sería un fluido denso que invade el medio interorganizativo. El
magma crea un suelo sobre el que se asienta cualquier proyecto nuevo. Este es un
medio viscoso y pantanoso , que interfiere las iniciativas y genera
condiciones adversas que obstaculizan su desarrollo. Así, los proyectos
innovadores se encuentran en un territorio blando, que impone un movimiento
lento, agotando los impulsos al cambio. Nadie puede librarse de él. El magma,
es así, el magma directivo que dificulta los proyectos, que tienen que
adaptarse a las condiciones que impone, dilapidando las fuerzas que los
sustentan en tareas de mantenimiento requeridas por ese duro medio. Se trata de
una forma local de burocracia devastadora que cerca a la inteligencia. Por eso,
también en estos años democráticos hay más autopistas o aves que organizaciones
nuevas con prestigio.
El magma
directivo se encuentra formado por varias categorías y las pasarelas que
conforman el sistema de relaciones entre las mismas. Las principales son el
personal de las instituciones representativas y de gobierno, incluidos el
cortejo de asesores; los mandarines, que detentan feudos con autonomía en las
administraciones públicas, la justicia, la sanidad o la universidad; el
personal directivo de las administraciones, organismos y empresas públicas,
y, por último, los contingentes colocados por los partidos en todos los
espacios y huecos del sistema y sus organizaciones. Estas cuatro categorías se
hibridan dando lugar a distintas combinaciones. Este es el núcleo de la clase
dirigente española postfranquista.
Respecto a
la primera categoría, el personal que ocupa los cargos representativos y de
gobierno en todos los niveles, no me voy a detener en ella, porque está
relativamente conceptualizada. El principal atributo para ser seleccionado,
permanecer y fluir es la obediencia. La virtud más importante es saber
descifrar las pequeñas señales anunciadoras de cambios por arriba, de modo que
permitan alinearse a tiempo con los ganadores. La obediencia y la inteligencia
siempre han formado una pareja tormentosa. En la época actual se agudiza esta
contradicción. El espíritu de la no innovación tiene consecuencias catastróficas
en un tiempo tan abierto.
La segunda
categoría del magma está formada por los mandarines, ahora en versión
postmoderna. En la administración, la justicia, la educación o la sanidad se
han conformado históricamente auténticos feudos autónomos gobernados por
señores que instituyen servidumbres y vasallajes sofisticados. Uno de los
objetivos de la democracia española, fue terminar con estas situaciones,
restituyéndolos a la lógica del interés general. El fracaso ha sido
estrepitoso. Los señores han conservado sus mandarinatos, con sus prebendas
intactas, mediante su reconversión postmoderna, aprovechando las dosis de
mercado que han introducido las reformas gerencialistas. Ahora conservan
sus feudos y controlan las agencias y los organismos públicos de distinto signo
que pueblan el sector público, reforzando así su posición.
La tercera
categoría es la del personal directivo del sector público. Se encuentra
compuesto por un colectivo de profesionales, instruidos en los saberes de la
empresa postfordista,que detentan un código fundamental: la movilidad. Ninguno
puede "estancarse" en un cargo de dirección en un lugar durante un
tiempo relativamente largo. Lo importante es cambiar de posiciones en una
carrera hacia arriba. De lo contrario, son eliminados y penalizados con la
vuelta a su origen. Por eso me gusta llamarlos supermanes. Su poder se funda en
la lejanía de su planeta de origen. Las carreras se caracterizan por saltos en
el laberinto directivo que los alejan de sus orígenes. Una variedad que ha aparecido
en estas páginas son "los desertores de la tiza".
Los
directivos fugaces, supermanes escaladores en su frenética carrera hacia la
cima del magma, siempre poco visible por efecto de las tinieblas frecuentes en
las alturas, constituyen el factor más importante de la decadencia. Su
finalidad, focalizada en su trayectoria ascendente, les impide comprometerse
con el proyecto de la organización en la que se encuentran provisionalmente.
Así, imponen definiciones de la situación que ocultan los problemas estructurales,
así como una temporalidad cortoplacista, que se manifiesta en un cuadro de
indicadores destinado a ser presentado a la cúpula del magma. En los años
felices han prosperado las imprentas que multiplicaban los folletos
sofisticados sobre proyectos y hazañas organizacionales que se han evaporado
cuando los recursos materiales disminuyen. Es la explosión del papel couché
como uno de los componentes del milagro español.
Los
gerentes-maquilladores, que funcionan dispersando y aislando los recursos cognitivos
de las organizaciones que gobiernan. Así, consuman una destrucción gradual de
los sistemas humanos y relacionales de las organizaciones que controlan.
Pero lo peor es que instituyen un sistema de significación destructivo, en
tanto que desprecian a quienes permanecen en las organizaciones. Así, los
técnicos, los funcionarios cualificados, los docentes, los médicos y otras
categorías de profesionales, son neutralizados por este sistema de dirección
que expropia de autonomía a las organizaciones profesionales. Cuando en alguna
de estas han pasado por su cima tres o más directivos voladores, las
resistencias son menguantes, lo cual indica que se ha consumado el
debilitamiento irreversible del grupo, expropiado de sus recursos, sus sentidos
compartidos y sus méritos mismos.
Por último,
los partidos cartografían rigurosamente todos los espacios organizacionales,
para situar en los intersticios y los huecos a sus miembros. Me gusta llamar
"chutis" a este personal. Mi familia, ubicada en la exigua
clase media en los años sesenta, denominaba así a muchos de los recién
ascendidos socialmente, multiplicados en los años setenta, que aparentaban ser
señores pero no lo eran desde la perspectiva de los antiguos ocupantes de estas
posiciones sociales. El chuti organizativo muestra la apariencia de un técnico
o profesional, pero lo que verdaderamente representa es una pieza en una gran
partida que juegan los partidos políticos en el campo organizacional público.
Los chutis muestran su lealtad y servidumbre a las cúpulas. Se conforman así
como un pasivo para la inteligencia y la innovación. Al ser inyectados en el
tejido organizacional, este se debilita irreversiblemente con la presencia de
este cuerpo extraño.
De los tipos
ideales expuestos, que componen el magma, resulta un poder poco productivo y
que como mínimo, podemos definir como un poder extraño. Su principal función
estriba en restar autonomía a los proyectos. En mi opinión, esto es
catastrófico. He participado en la creación de varios proyectos llenos de energía
en sus comienzos, que han sido neutralizados lentamente por el magma. Asimismo,
he sido testigo del nacimiento de proyectos fantasmáticos, utilizados en
beneficio de distintas élites parasitarias, que se agotan en edificios
suntuosos, folletos sofisticados con diseños gráficos de última generación,
apoyo mediático generoso, pero que se encuentran vacíos de contenidos,
incapaces de ir más allá de los gritos de rigor o las simulaciones que los
conforman.
Pero la peor
consecuencia del magma, es que produce un arquetipo directivo que es más un
hombre de negocios, que un director, en el canónico significado establecido por
Peter Drucker. Se trata más de hacer una operación de compraventa que
arroje beneficios inmediatos, que conducir a un grupo desarrollando sus
recursos y capacidades cognitivas y profesionales. Así, el magma se inserta en
las coherencias del capitalismo español, dominado por hombres de negocios que
constituyen empresas para amparar los mismos. El magma es un sistema
destructivo de la inteligencia y la autonomía de los grupos y las
organizaciones. Es el responsable de lealtades patológicas, miedos, cercos,
sumisiones cósmicas y otras patologías organizacionales. Pero, sobre todo,
produce una ruina cognitiva. Es arriesgado pensar, cuestionar, problematizar.
Quien lo haga es cercado por la malla viscosa. El magma conduce a una situación
de infravaloración de los profesionales, que se hacen prescindibles al ser
minimizados en el sistema de significación, que se encarna en el papel couché.
Esta es la
diferencia esencial con algunos países europeos. En estos existen numerosos
proyectos impulsados por grupos profesionales que garantizan su autonomía. Esta
es el requisito de una democracia. En España, cuando han bajado las aguas del
bienestar económico, se hace visible el magma directivo que supone la
limitación severa de la autonomía y la inteligencia. En el próximo post
voy a contar la historia de uno de los directivos supermanes que he
conocido. Recomiendo leerlo con cinturón de seguridad. No es sólo la
crisis económica, además, el magma directivo que limita a las organizaciones y
los proyectos. Escribiendo este texto me he acordado especialmente de Bendix,
de Burnham y de Orwell. También me ha requerido la frase de Ortega "la
élite invertida de lo peor". He sentido la necesidad de gritar ¡libertad,
libertad, libertad¡.
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