TOTAS
Los animales
domésticos se multiplican en las sociedades urbanas del presente. Estos son
liberados de sus funciones convencionales de guarda y trabajo para configurarse
como un miembro relevante de las estructuras familiares y convivenciales que
resultan de los procesos de urbanización. De este modo, su nuevo papel modifica su estatuto convencional. Ahora
representan prótesis afectivas no sujetas a condiciones, constituyendo así una
excepción en las estructuras de la vida íntima, al tiempo que su comportamiento
se caracteriza por su estabilidad. El mundo privado-individual, tan sometido a
las tensiones de la reestructuración permanente de los afectos y las
relaciones, compensa la inestabilidad perpetua con la presencia de los animales
domésticos, constituidos en una realidad protegida de los cambios.
Aquí radica
la explicación de su multiplicación y adquisición de la condición de
compañero-consumidor. El resultado es la expansión acelerada de un mercado para
satisfacer la demanda incremental. Como todos los mercados en el capitalismo de
consumo, la oferta excede la demanda y la estimula y conquista mediante la
emulación intensiva fundada en la comunicación. La iconosfera se puebla de
imágenes, narrativas y sonidos protagonizados por los nuevos
animales-consumidores, ahora clientes del sofisticado e innovador mercado para
los mismos. Para su desarrollo es preciso estimular la segmentación, que anima
las diferencias entre los distintos segmentos que terminan por competir para
mejorar la clasificación en el mercado.
El proceso
de configuración del mercado de los animales domésticos confiere un papel hegemónico
a la salud. La atención veterinaria se expanden vertiginosamente, generando
carteras de servicios diferenciadas y sofisticadas. La paradoja de la expansión
veterinaria radica en que adopta el modelo médico, pero, en algunos aspectos
fundamentales lo supera y deviene en paradigma para este. La causa principal de
la carrera de los cuidados veterinarios estriba en que sus pacientes no son
seres hablantes. De este modo es más fácil escamotear el mito de las decisiones
compartidas. El profesional actúa aquí sin contrapesos, constituyendo el modelo
ideal de la clínica centrada en lo biológico y desprovista de subjetividades.
Pero la atención
veterinaria, al igual que la médica, se acompaña de una industria asociada al
diagnóstico y tratamiento de estos pacientes singulares, que se complementa con
otra fundada en sus necesidades fisiológicas. La más importante es la de la
alimentación. De esta expansión resulta una ventaja respecto a los humanoides:
esta es la sencilla imposición de la definición de la alimentación misma, que
minimiza el sentido del gusto, que se subordina a la composición de los
alimentos definidos como combinación de nutrientes. De este modo se priva a
estos distinguidos clientes de la elección. Así son condenados a consumir el
mismo pienso industrial durante parte de su vida, siendo privados de su
facultad de elegir. La configuración de una industria tan poderosa como la de
los piensos termina negando su propia identidad-salud, mediante el desarrollo
de un poderoso mercado de “premios” y alimentos húmedos, en los que el gusto es
recuperado y rehabilitado.
Mi propia
vida me ha brindado la posibilidad de ser testigo de este formidable proceso de
modernización animal. Hasta los años setenta los perros y gatos domésticos
comían las sobras. Sus visitas al veterinario se restringían a las heridas u
otros accidentes. En esos años comienza el mercado mediante la generalización de
un arroz partido barato que se cocinaba para los canes. También los primeros
piensos que tenían el aspecto de piedras recubiertas de lodo. En las décadas
siguientes los propietarios fueron evangelizados en el discurso de la salud
perfecta derivada de una alimentación equilibrada y completa que garantizaban
los piensos.
En los
últimos años los piensos han seguido el camino de los productos lácteos,
diversificándose para segmentos diferenciados de consumidores. Así los piensos
para cachorros, para mayores, para animales
con gran actividad física, bajos en calorías y otras categorías que conforman
este peculiar supermercado. La señal más importante del exceso de
medicalización-veterinarización fue cuando en una consulta, me recomendaron un
pienso nuevo especial para perras castradas. El precio era desorbitante para
tan nutrida población de animales domésticas. En los últimos tiempos han
aparecido los piensos compuestos por pescados –atún, salmón y otros- que
garantizan la protección del fantasma del colesterol, que se asienta sobre las
poblaciones caninas y felinas.
En mis
tormentosos encuentros con el dispositivo veterinario reina la incomunicación,
al igual que con las divisiones medicalizadas humanas. Cualquier consulta
comienza ritualmente con el pesaje del animal-víctima. Cuando me advierte que
tiene un ligero sobrepeso y me pregunta por la alimentación, se produce un
desencuentro por mi respuesta. Le informo que mi perra hace dieta mediterránea,
es decir, que come sobras de mi propia comida, pero, como no le gustan las
legumbres y verduras, solo se come las sobras de la carne, el jamón o el
pescado. Estos son administrados como tapas. Así mi perra come pienso mezclado
con comida de sabor, a lo que hay que añadir las tapillas.
Cualquier
conversación sobre nutrición termina, como las mantenidas en el sistema de
atención médica, en una confrontación de valores y sentidos. La nueva razón
veterinaria puede resumirse en prolongarle la vida medida en años. Mi argumento
es vivir lo más gozosamente posible cada día. La alimentación, entendida como
el goce del gusto, forma parte de la vida de Totas (mi perra). En el curso de
estos diálogos se ponen de manifiesto los enunciados básicos del sistema de
atención veterinaria, que privilegian la salud mediante un conjunto de
constricciones de la vida. Esta es definida como un conjunto de sacrificios que
tienen como objeto la prolongación de la vida. Menos mal que no les digo que a
Totas le gusta la cerveza. Lo he descubierto cuando en una ocasión se vertió en
el suelo y tras olisquearla la bebió ávidamente. Desde entonces se sienta
frente a mí cuando la bebo y me trasmite mediante su mirada la petición de un
sorbo.
Ayer tuve
una experiencia veterinaria fantástica. Resulta que ahora me encuentro en
Madrid y he tenido que acudir a una clínica veterinaria para actualizar el
microchip de Totas con la nueva dirección, porque el de Granada solo funciona
en Andalucía y un cambio de residencia implica una gestión burocrática. Tuve
que rellenar un formulario para inscribirla, que terminó en un modelo
informatizado que se asemeja a los que cumplimentan los médicos y enfermeras
para los atribulados humanoides enfermos. Así experimenté la última expansión
del estado clínico, definido por Szasz como una instancia superior que define
el bien y lo impone a sus agradecidos súbditos.
Mis ironías en la consulta también pasaron desapercibidas. Cuando fui
preguntado por el origen respondí diciendo que habíamos entrado por Aranjuez,
por la A4.
La gestión
duró casi una hora y lo más relevante es que el profesional que cumplimentaba
el formulario, tras media hora de su comienzo, me preguntaba por el peso y los
colores de mi perra. Su cuerpo había pasado desapercibido ante la prioridad del
sagrado sistema de información, que define al estado clínico de la era
post-Szasz. La verdad es que las clínicas veterinarias han modificado su
espacio, de modo que los ordenadores han adquirido una centralidad creciente.
Así su trayectoria se asemeja a los centros de salud. Este cambio tiene una
relación incuestionable con la decadencia de la asistencia domiciliaria.
Recientemente me visitó un empleado de la compañía de Gas Natural. Hizo su
trabajo instalando el contador y todo terminó con un documento que imprimió
allí mismo. La tecnología hizo el prodigio. En el caso de la asistencia en
salud esta tiene lugar en las consultas en las que los ordenadores reinan. A
estas se llega tras pasar por la recepción presidida por los ordenadores. En
todos los casos mi cuerpo es subordinado a los datos que me identifican. Pero
al menos el gas me lo hizo a domicilio.
Los misterios de la atención a la salud de los pacientes privados de la facultad de hablar. El margen de los terapeutas es mucho mayor en este caso. Lo paradójico es que en este formidable mercado no existen las encuestas de satisfacción del cliente. Además la cuestión público-privado queda atenuada. Solo se trata a los que tienen capacidad de comprar los servicios, los demás son exterminados. Nadie alude a las desigualdades. En estas condiciones se produce el ascenso de los veterinarios a los cielos del mercado.
8 comentarios:
"Cualquier conversación sobre nutrición termina, como las mantenidas en el sistema de atención médica, en una confrontación de valores y sentidos."
Me encantaría ver la cara del veterinario/a...
Gracias. Imaginas bien. Se confirmó que la cara es el espejo del alma.
Lo del veterinario es increíble.
Este verano a mi perrete le vimos una herida chunga en una axila, lo llevamos al veterinario, le mandó antibióticos. Hasta ahí todo bien. Pero empezó a decirnos que seguramente fuese alérgico a algo y que había dos opciones: pruebas que costarían entre 200 y 300 euros dependiendo del resultado, o ir probando tratamientos que implicarían unos 30 - 50 euros al mes.
Nos fuimos a casa sin acceder a ninguna de las opciones, teníamos que pensarlo, claro... La herida se le curó. A los días le apareció otra igual en la axila de la otra pata. Pensamos que era muy raro que solo le salieran ahí las heridas... le dimos un par de vueltas y resulta que es que el arnés le rozaba en esa parte. Cambio de arnés y adiós heridas. Sobran las palabras.
Un abrazo, Angie.
Gracias Angie
He experimentado el furor del mercado veterinario. Tu experiencia lo ilustra. Me fascina que cuando lo vacunas de la rabia, que es obligatoria, te dan una chapa para que se la pongas al perro. La mayor parte de la gente lo hace. Me produce horror vivir en medio de gente así.
Un abrazo
Juan
Y cual es el problema con ponerle una chapa que lo identifique como vacunado de Rabia?
porqué te produce horror?
Gracias por vuestros comentarios. El problema de la chapa es una cuestión muy importante. Su generalización es una medida de policía médica que carece de justificación. Pienso que la vacuna de la rabia es innecesaria en la situación vigente. Su obligación implica un disciplinamiento de los dueños de los perros, que los presentan marcados en el espacio público. Tanto en humanos como en animales domésticos, ser marcados implica un estado de vigilancia reprobable que señala a los sospechosos. En el caso de las sociedades urbanas actuales carece de justificación alguna y es una señal que designa un autoritarismo clínico carente de causa.
Horror es este artículo de opinión. Pero bueno, sólo es eso: la mera opinión de un ciudadano cualquiera.
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