MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA
El 6 de
noviembre de 2003 fui invitado a un congreso de Salud Mental en Atención
Primaria, en Málaga, donde pronuncié la conferencia inaugural, con el título
“La salud mental en la sociedad del siglo XXI”. En esta intervención presenté
por primera vez mi visión, que confirmaba un giro con respecto a mis posiciones
anteriores, que también eran críticas, pero que carecían de la consistencia e
integración de las maduradas tras varios años de reflexión en solitario. Los
organizadores eran la Asociación Andaluza de Neuropsiquiatría y La Sociedad
Andaluza de Medicina de Familia. Había
realizado varias actividades con psiquiatras en la escuela de salud pública,
que resultaron de mucho interés. Tras la invitación había dos personas que
reconocían mi aportación; el psiquiatra Rafa del Pino y el médico de familia
José Manuel Aranda.
Impartir una
conferencia inaugural en Andalucía es una verdadera experiencia, en tanto que
tiene lugar inmediatamente después de la inauguración oficial, que protagonizan
las autoridades sanitarias. Es un privilegio estar en una posición física desde
la que se contempla la llegada de la autoridad, que escenifica su poder de un
modo impúdico. Los rituales de saludo con las autoridades profesionales del
congreso, el paseíllo hasta la mesa, el modo de presentación cargado de pompa,
la intervención dotada de solemnidad, las distancias respecto a los asistentes.
Los rituales de puesta en escena del poder político en Andalucía remiten al
modelo del palio, practicado durante muchos siglos antes de la llegada del
tiempo presente. Es uno de los acontecimientos invariantes, no sometidos a
cambio alguno con el paso del tiempo.
He tenido la
oportunidad de presenciar esta puesta en escena en Madrid, Cataluña, Euskadi y
otros lugares, y no tiene comparación. El ejercicio del poder aquí detenta un
hilo directo con el pasado, alcanzando una suntuosidad difícil de equiparar en
una sociedad desarrollada. El protocolo, los rituales y las distancias denotan
la existencia de un poder cuyo origen es rural y que se sobrepone a controles
muy tenues. Me encanta contemplar este espectáculo insólito. En septiembre de
2014 escribí un post en este blog “EXCESO TIPOGRÁFICO, APOTEOSIS DE SOLEMNIDADY EJERCICIO DEL PODER” en el que reproducía un mensaje de la universidad de
Granada convocando la apertura de curso en el que estaba presente la
superpresidenta Susana Díaz, tan necesitada de dar y recibir cariño.
La sala del
recién estrenado palacio de congresos de Málaga se encontraba casi llena cuando
presentaron el congreso con las autoridades de cuerpo presente. Tras esta
ceremonia, las autoridades se ausentaron acompañadas de una corte de directivos
de las sociedades científicas convocantes y el personal de guardia que acompaña
a todo poder. Con ellos evacuaron la sala la mitad de los asistentes. Eran las
siete de la tarde y el ayuntamiento servía un generoso cóctel de bienvenida a
tan ilustres ocupantes de hoteles, restaurantes y tiendas de la ciudad. Me
encanta vivir situaciones de humillación, tal y como esta. Entiendo la
migración al cóctel como un comportamiento congruente con la naturaleza del
congreso.
En mi
intervención presenté un análisis del proceso de evolución de los contextos
sociohistóricos en los que se han producido las respectivas reformas de
atención primaria y de salud mental. La idea central de la exposición fue desvelar las diferencias entre las
ideas-fuerza subyacentes en ambas reformas acerca de la sociedad esperada y la
realidad que se había configurado, en la que se presentan distintas realidades
negativas que se contraponen con las expectativas. El núcleo argumental hizo
énfasis entre estas diferencias, apelando al concepto de crisis de la
inteligencia elaborado por Crozier. Evocando a un sociólogo español tan fecundo
como Eduardo Terrén, los procesos sociales ocurridos desde los setenta han
tenido como consecuencia la generación de un orden social extraño a los
paradigmas que han inspirado los cambios sociales en estas décadas.
La frase tan
certera que sintetiza su propuesta es que el tiempo presente es “un adiós a lo
que no ha podido ser y el advenimiento de no se sabe qué”. Me parece el colmo
de la lucidez. Pero en el sistema sanitario, las generaciones impulsoras, y
también las herederas de las reformas, mantienen unos esquemas piadosos, en los
que subyacen premisas irreconocibles en las realidades. De este modo, los
acontecimientos que no encajan con esta feliz previsión de la sociedad, son
desechados mediante su ubicación en la excepción, que es ubicada en el exterior
de la realidad. Así se configura una ceguera perniciosa para el funcionamiento
de todo el sistema. No solo la capacidad de ver se encuentra menguada, sino
que, al no cumplirse algunos de los preceptos centrales de la visión idílica
convertida en una ideología patética, se alimenta el cinismo más intenso que se
pueda imaginar, porque nadie cree en los supuestos que se evocan.
Con
posterioridad he colaborado en cuestiones puntuales que han evidenciado la
permanencia de esta distorsión en la visión. En particular, en el caso de las
violencias contra los profesionales, las interpretaciones manifiestan el
distanciamiento cósmico de las percepciones y las realidades. En una situación
así, el ultrapragmatismo más ramplón preside todas las actuaciones. Las élites
profesionales de la medicina familiar y la salud mental se definen por la
indigencia sociológica crónica. Es verdaderamente patético escuchar las
simplificaciones que se realizan para analizar el entorno, pero peor aún las
referencias a las que se recurren. El neoliberalismo contribuye a este caos
teórico introduciendo su ideario, en muchas ocasiones de forma subrepticia,
pero eficaz.
En este
estado cognitivo de confusión caótica, introducir un discurso más articulado
tiene un efecto mórbido. Mucha gente se siente asaltada por el fantasma de lo
negativo. En el normal caos de las visiones acríticas y positivas, que
entienden que el tiempo presente se encuentra asociado al progreso, cuando sus
supuestos son interpelados, provocan un rechazo de gran envergadura. Cuando la
capacidad de conocer se encuentra encorsetada por un esquema referencial vacío,
la reacción es el cierre a lo distinto y el refuerzo con la movilización de
emociones negativas. Así, se constituye un muro en torno al precepto de “la
salud mental va bien y la atención primaria muy bien”. Este es firmado por los
profesionales de ambos campos.
No obstante,
esta intervención tuvo un impacto muy positivo en distintos profesionales
abiertos a la confrontación con otros discursos. En los siguientes años se
hicieron presentes en distintas actividades. La etiqueta que siempre me ha
acompañado y que he aceptado de “provocador” me ha reportado varias
satisfacciones después de aquél congreso que representa mi giro público hacia
posiciones críticas más fundadas. Pero en los últimos quince años, los
acontecimientos que cuestionan la necia visión de progreso edulcorado imperante
en el campo sanitario, se han multiplicado, no afectando sustancialmente al
paradigma de la simplicidad en el análisis del entorno que predomina en este
campo. Recuerdo en una clase del máster de la EASP que una socióloga boliviana
interpeló mi discurso crítico diciendo “ustedes no incluyen discursos
contrahegemónicos”. Cuando terminó la clase le recomendé, frente a una imagen
de la península ibérica que olvidase provisionalmente esa palabra.
Pero este
congreso no fue solo el que representa la presentación pública de mis nuevos
posicionamientos, sino, además, la aparición en mi actividad profesional en el
campo de la salud de la forma-empresa en su forma químicamente pura. Los
organizadores de esta jornada habían subcontratado con una empresa todas las
cuestiones de intendencia de esta. Cuando me propusieron pronunciar la
conferencia inaugural me ofrecieron –si mi memoria no me falla- mil euros, que
para mí representa una cantidad considerable.
El último
día me encontraba en estado de alerta pues nadie me decía nada acerca del pago
de mis honorarios. Al tiempo, podía contemplar que dichas jornadas se
ejecutaban por todo lo alto. El cóctel se inscribía en el imaginario del lujo y
el nivel de la hostelería, hoteles y otras actividades era de alto rango. En
esas condiciones decidí cobrar, puesto que en alguna ocasión me había quedado
en blanco. Para ello interpelé a media mañana a las personas que me habían
invitado solicitando los honorarios. Tras alguna resistencia me conectaron con
los agentes de la empresa en el congreso.
El encuentro
con ellos fue épico para mí. Un tipo esculpido por el sagrado precepto
empresarial de hacer, un hombre de acción resolutivo y que entiende cada cara a
cara como una competición en la que siempre tiene que ganar, me recibió y trató
de demorar el pago. Ante la firmeza de mi solicitud sacó del bolsillo un fajo
de billetes que contó allí mismo y me los entregó con un recibo escrito sobre
un papel cutre. Así experimenté el advenimiento de la eficiencia y sus reglas
de juego. Tengo la convicción de que si no hubiera insistido recuperando mi
máscara de Bilbao, ese dinero hubiera terminado en otro bolsillo. En un medio
tan “flexible” todo es posible.
El último
día fue el sábado. A las diez y media asistí
a una mesa sobre la salud mental en tiempos de mercado. La coordinaba un
psiquiatra sólido Hugo Abbati Ochoa. Pero en la mesa estaba el psiquiatra crítico
Guillermo Rendueles, con quien tengo una deuda impagable como lector de sus
textos que siempre conmueven mi intelecto. En la sala estábamos una docena de
personas, lo que contrastaba con la magnitud de los ponentes. Pero la noche del
viernes, última del congreso, había sido esplendorosa, convirtiendo a los
congresistas en turistas cuyo gasto por día es muy superior a la media. Así se
reafirmó la sabiduría del alcalde al financiar un cóctel tan espléndido. Se
trataba de una inversión pública que recuperaban las empresas. Estos agentes
económicos no están tan despistados, en la lectura de su entorno, como los
participantes en el sistema sanitario, tan animosos con respecto a su función
en tan idílicas sociedades.