En tanto que
el cambio político alcanza proporciones mitológicas, haciéndose incomprensible
a quien no comparte los supuestos místicos de quienes apelan a él, un conjunto
de cambios se instalan en la realidad vivida de distintos sectores sociales
perdedores en la gran reestructuración neoliberal. Entre ellos, los más
visibilizados se refieren a las condiciones de trabajo, que precarizan y
empobrecen principalmente a los jóvenes.
Pero, junto a ellos, emerge otro territorio que sigue la lógica implacable de
los propietarios de suelo. La dureza de los contratos a los inquilinos alcanza
cotas nunca vistas hasta ahora. Así se configura una doble condición de
vulnerabilidad. La precariedad se complementa con el desarraigo habitacional.
La crisis
irreversible del viejo sistema productivo, que conlleva la disolución de sus
regulaciones, genera una conmoción social de gran envergadura. La consecuencia
principal de la desaparición de las viejas actividades y la aparición de las
que las reemplazan. El resultado es la explosión de la movilidad. Millones de
personas transitan en busca de ocupaciones laborales, acreditaciones educativas
y actividades vitales que se inscriben en el concepto más polivalente de la
época presente: el turismo. Así se conforma una nueva sociedad dual. En esta,
los asentados territorialmente, que detentan la propiedad de los suelos, venden
a los transeúntes sus utilidades. El alquiler se conforma como un vector fundamental
en la nueva economía que produce la suma de los éxodos.
De estos
procesos resulta una nueva condición de la figura del inquilino. Este, de modo
similar al trabajo, en el que rota por sucesivos destinos, siempre
provisionales, se reconstituye como sujeto de sucesivas localizaciones. Así se
configura una precariedad habitacional, que afecta a los viajantes por el
mercado de trabajo en busca de oportunidades, a los sujetos acumuladores de
credenciales educativas y a los buscadores de experiencias vitales. La
precariedad habitacional reconfigura el mercado del suelo revalorizando los
alquileres. Esta es la verdadera inversión realizada por los ahorradores de los
años felices de crecimiento económico. Son los propietarios de viviendas,
devenidos en inversores de alta rentabilidad garantizada.
El poder
creciente de este sector de inversores ha determinado su influencia decisiva en
una legislación que brinde sus intereses. La ley de Arrendamientos Urbanos
significa una apoteosis que refuerza su posición frente a los móviles. Este sí
que es un cambio solvente y perceptible. Su principal dimensión radica en que
no es objeto de deliberación, adquiriendo así el estatuto de incuestionable,
siendo ubicado más allá de las contingencias políticas. De esta legislación
resulta una relación arrendador-arrendatario, en el que la asimetría es máxima.
Las nuevas sociedades globales propician la emergencia del suelo como factor
productivo, que favorece a los propietarios, que son los beneficiarios
principales de lo que se denomina como “recuperación económica”, “salida de la
crisis” y otras formulaciones semánticas que apuntan a una expansión de la
actividad económica.
De este
proceso emergente resulta el contraste entre la opulencia creciente de los
arrendadores y las miserias de la condición de inquilino. En los años felices
que trabajé para un sector tan solvente como el sanitario, en los viajes
siempre suscitó mi atención las grandes estaciones o aeropuertos. En estos se
establece una relación especial entre los negocios de restauración arraigados
allí y los clientes en movilidad. La relación calidad/precio alcanzaba en
ocasiones el rango del abuso. Estos son negocios en los que el cliente no
volverá mañana. Así se configura una relación perversa, en la que los viajeros
llevan todas las perder. Tras la experiencia negativa del consumo, la víctima
desaparece del escenario físico en el que se produce la relación.
En octubre
de 2013 escribí un post en este blog, “La almadraba de los inquilinos enGranada”, en el que ponía de manifiesto la analogía entre la pesca de la
almadraba -consistente en poner un dispositivo de redes en un espacio, en
espera de capturar a los ejemplares de atunes que acuden allí- y las
estrategias inmobiliarias para capturar estudiantes-inquilinos en la ciudad. Para
estos transeúntes alquilar es un acto determinado por una temporalidad breve,
lo que rebaja sus exigencias y los predispone a aceptar condiciones pésimas del
servicio que contratan.
La consecuencia
de estos cambios es la transformación de la condición de inquilino. Este se
encuentra en una situación incontrolable, en la que la subida de precios, el
descenso de la calidad de las viviendas-producto, así como el endurecimiento de
los contratos forma parte de una situación a la que solo puede aceptar mediante
la adaptación. En una situación así se multiplican los abusos por parte de los arrendadores-inversores.
Así se genera una nueva forma de vulnerabilidad. La consecuencia más importante
es la minimización del producto. La gran mayoría de los móviles terminan
renunciando a alquilar un piso, aceptando el nuevo estatuto del inquilino en
movimiento, que se define por el piadoso término de “piso compartido”. La única
alternativa es alquilar entre varios, de modo que el espacio vital se reduce al
dormitorio. Las demás estancias son comunes a los provisionales transeúntes
presentes en la casa. Por el contrario, el precio total se incrementa por la suma de las
aportaciones de los compradores de dormitorios.
De este modo
se reeditan las viejas pensiones, generalizadas en los tiempos anteriores al
capitalismo del bienestar. Los prodigios semánticos del presente lo
reconvierten simbólicamente en lo que se designa como “piso compartido”. Pero
esta realidad encierra una gama de situaciones que no pueden ocultar que lo que
se compra es un dormitorio, a lo que se añade un servicio que, en las viejas
situaciones que ahora se reeditan, es el “derecho a cocina” y el cuarto de baño
común. En los dormitorios de las nuevas pensiones se alcanza la condición de la
autonomía individual, que se realiza mediante la conexión a varias redes de
comunicación presentes en varias pantallas individuales. La hiperconexión tiene
lugar en una verdadera cabina, que conforma el espacio vital del sujeto
conectado en tránsito permanente por las rutas del espacio público.
Esta
transformación solo puede ser interpretada como una regresión. En tanto que en
los distintos escenarios del sistema político o mediático han terminado por
reconocer e incorporar a sus agendas los problemas derivados de las hipotecas,
las nuevas realidades derivadas de la dualización arrendadores- arrendatarios
quedan en el exterior de la conciencia colectiva. Así adquieren la condición de
la invisibilidad política y mediática. Pero lo paradójico es que estos cambios
afectan a cuantiosos contingentes de personas. El endurecimiento de la vida
diaria en el curso de la gran transformación neoliberal es patente para
aquellos desplazados por el mercado de trabajo y sus requerimientos
curriculares.
Tras las
distintas interpretaciones acerca de la mitológica salida de la crisis y las
metáforas de los caminos y senderos, subyace escondida esta cuestión crucial de
la precarización habitacional de los penalizados por la precarización laboral.
La fragilidad de los compradores de habitaciones con derecho a cocina y baño se
hace patente. Estos constituyen una población acobardada, que experimenta en su
cotidianeidad su inferioridad en las relaciones con los propietarios y los
agentes inmobiliarios que realizan prácticas que se asemejan a la caza en sus
formas más reprobables.
Así se
configura una debilidad política estructural en el campo de la izquierda
política. Esta situación disminuye el potencial de réplica frente al avance de
la reestructuración neoliberal. Por eso no comprendo bien de qué se ríen los
distintos portavoces de la misma, así como las puestas en escena celebrativas y
la apoteosis mística del cambio y la mayoría social. Estoy buscando un piso
para alquilar y me encuentro horrorizado por las situaciones que estoy
viviendo. Se trata de una regresión inquietante con respecto a cualquier
pasado. El caso de Ibiza, en el que los trabajadores asalariados no pueden
acceder a una vivienda, es un síntoma premonitorio. La regresión laboral abre
paso a la residencial.
La reconversión del alquiler constituye uno de los factores esenciales del crecimiento español, que se funda justamente en lo contrario del cambio del sistema productivo. La baja productividad es la compañera inseparable de los bajos salarios, los alquileres caros. La población móvil y rotante constituye el soporte de este extraño sistema.
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