Siempre me
ha inquietado la atención preferente que
suscita la información meteorológica en la televisión. Con el paso de los años
no ha hecho más que crecer, convirtiéndose en un tema central. Pero, no solo
conforma un segmento de la audiencia muy importante, sino que termina por
exportar su formato al resto de la información dura. Todos los géneros
informativos se exponen ahora con el presentador frente a una gran pantalla en
la que se resume la información, en la que las sucesivas imágenes y los videos
adquieren una importancia primordial.
Los chicos y
las chicas del tiempo son los pioneros de las presentaciones de los
informativos. Ellos comenzaron ilustrando la información con los mapas ubicados
como fondo de sus cuerpos. Con sus brazos señalaban los lugares en los que se
iban a producir los acontecimientos. Con el paso de los años, los veteranos
profesionales de los primeros tiempos, dotados de cuerpos sin interés alguno,
ceden el paso a nuevas generaciones caracterizadas por sus cuerpos cuidados y
la puesta en escena de unos repertorios gestuales que convierten su trabajo en
una actividad exigente desde la perspectiva física.
El siguiente
salto es la emergencia de Roberto Brasero, el hombre del tiempo por excelencia de
Antena 3. La cadena privilegia con un tiempo generoso su sección. Pero lo más
relevante radica en el desempeño de su función. Nuestro héroe adopta un tono
trascendente con respecto a los contenidos que comunica, que trasciende con
mucho el valor real de estos. Esta sobrevaloración de lo meteo se acompaña de
una utilización exhaustiva de su cuerpo, movilizando profusamente todos los
subsistemas corporales capaces de emitir señales. Así, la presentación se convierte en una actividad
ejecutada por un cuasi atleta. Una vez entra en acción, hace exhibición de una energía
impetuosa, que se apoya en su voz, su rostro y su cuerpo, que se coordinan
otorgándole un aire de trascendencia. Tras las sucesivas informaciones,
transita a ritmo rápido entre los mapas que muestran los fenómenos. Ante cada
uno hace un movimiento gimnástico, que utiliza sus piernas, brazos, cintura y
cuello.
El conjunto
en movimiento proporciona a la información un aire misterioso y trascendente.
De este modo, representa a la ciencia meteorológica en movimiento, que
comparece periódicamente frente a la audiencia para informar de lo ocurrido en
las últimas horas y formular los pronósticos para el futuro inmediato que van a
vivir sus esperanzados espectadores. Las guerras, acontecimientos relevantes o
las catástrofes que desfilan por las secciones del informativo, no alteran la
relevancia de lo meteo, que se impone como una rutina solidificada que se
sobrepone a cualquier acontecimiento.
La
proliferación de mecanismos de comunicación, que alcanza una situación de
frenesí, contrasta con las informaciones, que en estos plazos son
inevitablemente parcas. Así se confirma la naturaleza de la televisión, que
privilegia las formas en detrimento de los contenidos. En el caso de Brasero se
alcanza el paroxismo, generando una relación con los espectadores que presenta
algunos rasgos de las prácticas de un brujo o hechicero que descubre una
situación esotérica. En muchas ocasiones parece que está desvelando una
realidad oculta inaccesible para el común de los humanos. Así se conforma como
un experto que deviene en un guía espiritual, cuyas predicciones y consejos
triviales tienen un impacto en las vidas rutinizadas de los fieles
espectadores.
Todo el
dispositivo formidable de comunicación no verbal que pone en escena contrasta
con la insoportable levedad de los contenidos. Pero lo paradójico estriba en
que la relación con los espectadores adquiere una intensidad misteriosa. Muchos
de ellos esperan sus pronósticos, que presenta junto a comentarios que
adquieren la categoría de un asesor místico que se ubica en la vida diaria. Así
consigue despojar de lo técnico la información para adquirir un perfil de
intimidad inusitado. De este modo se conforma como un experto cercano y
especial, dotado de un poder de seducción exótico, que termina instalándose en
la vida diaria de los agradecidos receptores.
La
influencia desmedida de Brasero y su escuela de atletas y actores que presentan
lo meteo con esta intensa teatralidad, se contrapone con el valor real de la
información que aportan. Así se refuerza la gran inversión que se produce en
las sociedades mediáticas con la consolidación de la tele. Esta significa una
gran mutación de las élites, privilegiando a aquellos que dominan las técnicas
corporales de la comunicación, que siempre concluyen en una forma de
persuasión. Un indicador elocuente de esta transformación es la preponderancia
de los comunicadores audiovisuales en las campañas por cualquier causa social.
Allí comparecen distintos portavoces referenciados en su éxito en la tele.
No puedo
evitar el recuerdo -para una persona como yo, cuya primera parte de mi vida
tuvo lugar en una sociedad mediática incipiente- de una mujer que me fascina y
me conmueve profundamente en todas las etapas de mi vida. Es Nuria Espert. Es
irremediable que la compare con mujeres de éxito en la tele de hoy como
Cristina Pedroche y otras similares. Esta es una cuestión que me turba y
estimula mi espíritu crítico. Este ejemplo ilustra el proceso de mi vida, que
transcurre paralela a la mediatización, que tiene lugar mediante saltos
acumulativos, que determinan la progresión de arquetipos personales dotados de
competencias diferentes a la inteligencia, así como de relaciones en las que lo
áspero alcanza niveles de apoteosis.
La expansión
de lo meteo y sus divinidades, en las que Brasero alcanza la cima, tiene como
consecuencia la consolidación de un tipo de espectador. Este es el fiel
seguidor de la información y el receptor de lo trivial, especificado en
comentarios paternalistas y banales del tipo “necesitarán una chaqueta, volverán a la manga corta o podrán dormir confortablemente”.
El medio audiovisual crea sus propios receptores. En este sentido, el
movimiento incesante de programas -con sus ciclos de ascenso, caída y
sustitución- tiene como excepción la información del tiempo. Un pueblo fiel
espera el final del informativo para ser advertido acerca de los eventos
meteorológicos y sus impactos sobre el futuro inmediato de sus vidas.
La
braserización implica una explosión de lo trivial, que se acompaña de una
relación especial entre el mago emisor y el agradecido receptor de tal
comunicación. De esta extraña relación resulta una forma rigurosa de
fidelización, que no se funda en las aportaciones de contenidos sino en la
magia del formato adoptado por el informador devenido en seductor. El receptor
no busca elementos que le ayuden a clarificarse o posicionarse, como por
ejemplo es el caso del videoblog de Iñaki Gabilondo, sino repetir la rutina,
quedando atrapado por el repertorio gestual-corporal del comunicador. Así, el
receptor ubicado en su sillón espera el momento en el que la pantalla cede su
lugar al comentarista de lo meteo, para constatar lo vivido hoy y esperar lo
que viene mañana.
Brasero es
un producto de la nueva sociedad del espectáculo, haciendo cierta la afirmación
de Debord de que este termina por sustituir a la vida. Pero esta extraña
relación visual no puede ser designada de otro modo que se aproxime a la
palabrota “miseria”. Porque, una vez instituida esta relación los distintos
braseros, guías de la nada, ponen al servicio de las grandes empresas sus
catálogos de seducción y sus relaciones con los incautos seducidos. Así, la
fidelidad ampara un mercado de productos vinculados al autor, así como un lugar
preponderante en el universo publicitario.
De este modo
se produce un milagro mediático que modifica la naturaleza de las cosas. Uno de
los colegas de Brasero, Matías Prats, protagoniza una serie de spots
publicitarios en estos días, en los que las gentes asediadas por el
estancamiento de los salarios, la precarización y el escalamiento incesante de
las necesidades, son reconvertidos a una nueva identidad redentora. Son los
“todistas”, aquellos que contratan el seguro de la empresa patrocinadora, que
incluye todo, por supuesto. Prats vende su catálogo auditivo, gestual y
corporal, ya emancipado de cualquier referente.
Me pregunto
acerca de la naturaleza de la gente a quien va dirigido esta publicidad, así
como si esta situación es reversible. También protesto cuando se afirma que la
educación es la herramienta para el progreso de estas sociedades. Porque el
aparato educativo se subordina a los dispositivos postmediáticos de una forma
abrumadora. Los profesores mismos siguen la estela de los presentadores de la
meteo, adoptando sus repertorios comunicativos. Recuerdo el impacto que me
produjo una presentación power point de un estudiante en mi facultad sobre
Bourdieu. Parecía una sesión del mismísimo Brasero. El contenido cero se
asociaba a la profusión de imágenes y colores.
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