Las
sociedades de consumo de segunda generación, inseparablemente unidas a las
estructuras postmediáticas –televisiones y redes sociales- producen un
arquetipo personal en expansión permanente, este es el émulo. Emular y ser
emulado es la clave que hace inteligible la incesante acción de las
megaestructuras sociales y de las personas desplazándose por la
sociedad-enjambre. Los émulos viven en una tensión permanente imitando
estéticas, modos de comunicación y prácticas sociales. La emulación deviene así
en un componente central del presente.
Desde hace
muchos años he presentado en las clases de sociología un modelo elaborado por
publicistas norteamericanos en el principio de los años sesenta. La perspicacia
que conlleva adquiere una magnitud descomunal en esta conceptualización. Se
trata de una clasificación de perfiles psicológicos de los consumidores. Estos
son divididos en cinco grupos: Los integrados; los émulos; los émulos
realizados; los realizados socioconscientes y los dirigidos por la necesidad.
Si bien este modelo se elabora en la sociedad de consumo de los años sesenta,
tan diferente a las del presente, en este enfoque subyace una inteligencia
inquietante, así como una maldad inapelable.
El primer
grupo es el que se define como “integrados”. Estos son los contingentes de
personas cuyas vidas son ajenas a los intensos flujos de comunicación derivados
de la expansión comercial, que se hacen presentes en las televisiones de la
época y en los primeros centros comerciales, verdaderas catedrales de la
compra, que van a ejercer una influencia decisiva en el futuro dorado. Las
palabras que se asignan a los integrados son: Conservadores, tradicionalistas y
conformistas. Sus vidas, sus estéticas y sus prácticas de ocio son estables, de
modo que su estatuto respecto al cambio es de cierre. No se cuestionan sus
modos de vida y estos se repiten incesantemente en ciclos temporales.
El segundo
grupo es el de los émulos. Estos son definidos como jóvenes inseguros en
búsqueda de una identidad propia. Al contrario que los anteriores estos se
encuentran en un estado de ebullición, abiertos a cualquier señal que puedan
incorporar a su patrimonio personal de estilo de vida. El cambio permanente es
su divisa en un eterno retorno de la novedad que se disemina en múltiples
detalles de la vida diaria. Así conforman una masa en disposición de ser
influida e implicada en la comunicación mediática. Son los antecesores de los
fans del presente. Se trata de la masa crítica que resulta de la naciente publicidad
y de los microrrelatos que articulan los media. Son el blanco de las empresas
comunicativas múltiples en las vísperas de su expansión con el advenimiento de
las distintas fases de internet.
La tercera
categoría es la de los “émulos realizados”. Se trata de jóvenes y adultos
ambiciosos, afianzados psicológicamente, competitivos y expuestos a las miradas
de los émulos en las televisiones y los circuitos mediáticos de la época. Estos
son los que proporcionan modelos a los émulos-receptores. Así se multiplican
sus imágenes que invaden el universo mediático y se instalan en los espacios
sociales de las configuraciones de los tiempos no controlados ni racionalizados
por la gran organización. El vínculo entre los distintos tipos de émulos
representa el centro simbólico de las sociedades, produciendo cadenas de
comunicación dotadas de intensidades emocionales cuyo código básico es la
emulación-imitación. La vida deviene en un arte menor en la que cada emulado
trata de representar creativamente a su emulador. Es el panóptico vivo que
compone el sustrato de las sociedades mediáticas, el lugar donde se incuban las
comunicaciones y las efervescencias que otorgan sentido a la vida.
Tras la
fiesta de los émulos comparecen los “realizados socioconscientes”. Estos son
definidos como gentes con criterios independientes sobre la vida, sofisticados,
creativos y poco competitivos. Estos contingentes viven en el exterior de los
flujos de comunicación protagonizados por distintas clases de émulos. Su
autonomía con respecto a la constelación comercial es patente, lo que les
permite tener una distancia frente al estado de ebullición de emuladores y
emulados. No es que vivan en los márgenes del mercado, sino que conservan un
margen de autonomía en sus decisiones. Son aquellos que en la época compran
automóviles privilegiando los criterios de eficacia y seguridad. Al igual que
los integrados son estables. Se corresponden en general con los segmentos de
élite de la gran organización.
Por último,
se hacen presentes los definidos como “dirigidos por la necesidad”. Se trata de
la gran masa de personas ubicadas en niveles socioeconómicos bajos y
concentrados en la lucha por la subsistencia. Su posición, caracterizada por
sus carencias, les blinda ante los flujos intensos mediáticos, que representan
los juegos entre distintas categorías de émulos. Su posición es marginal en la
comunicación mediática-comercial, pero no en el mercado, en el que representan
una pequeña parte de la actividad. A este comparecen desprovistos de identidad.
Por eso son considerados como poco relevantes para los intereses publicitarios.
Sus comportamientos son seguidistas y desprovistos de retóricas de estilos de
vida.
De este modo
emerge la emulación como código central de las sociedades de la segunda mitad
del siglo XX. Cualquier actividad expuesta a la escena mediática resulta
reinterpretada por sus protagonistas, convertidos en artistas de la emulación.
Los media reiteran y multiplican los signos, los sonidos y las imágenes de los
emuladores. El público-blanco de estos recibe el flujo de señales, las captura,
las incorpora al modo personal de su puesta en escena, las selecciona, las
recombina y las reproduce, para después ser olvidadas al ser reemplazadas por
las nuevas incesantes. Cualquier sujeto ubicado tras las fronteras de esa
galaxia vibrante de comunicaciones, tiende a estar marginado de este centro
simbólico volcánico.
Tras los
años sesenta no dejan de crecer estas actividades produciéndose saltos y
configuraciones de nuevas instituciones del sólido matrimonio entre lo
comercial y lo mediático. El presente se encuentra dominado por la emulación
permanente de 24 horas y 365 días al año. La tecnología derriba los muros
cotidianos y un sujeto emulado es alcanzado por los flujos comunicativos en
todos sus espacios cotidianos. Todas las actividades, incluso las de la gran
organización –economía, trabajo, política, educación y otras—son colonizadas
por la emulación permanente.
Esta es la
explicación del gran hito en el desarrollo de la venta. Este es el declive del
vendedor y de la venta directa. Ahora los compradores, sumidos en los mundos
comunicativos intensos de la emulación permanente, acuden solos al encuentro
con los productos. Este es el gran cambio social del final del siglo XX. No
puedo evitar mi inquietud ante las imágenes de los africanos que viajan en
pateras y son interceptados por las autoridades, porque en sus ropas
deterioradas por el viaje fatal se hacen presentes las señales del mercado
mundial de imágenes que resulta de la explosión global de la emulación. Así,
cuando desembarcan hacen visibles las marcas de sus ropas y otros signos
procedentes del patrimonio simbólico de los emuladores globales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario