Las
estrellas del deporte desempeñan una función fascinante en las sociedades
postmediáticas. El caso de los hermanos Gasol es paradigmático. Siempre acuden
a sus citas perpetuas con las cámaras cargados de simbología publicitaria. Sus
cuerpos comparecen como soporte de las distintas marcas que los contratan. Así
se evidencia la comunión entre el deporte de élite, las industrias culturales
audiovisuales y las empresas comerciales. La fusión simbólica de estas
configura una industriosa santísima trinidad de las identificaciones en masa.
En los
últimos años ha proliferado la imagen de Pau Gasol, a tamaño real, en la puerta
de las sucursales del Banco Popular, anunciando distintos productos financieros.
En distintas ocasiones, cuando he pasado junto a ellas no puedo evitar
detenerme frente a su imagen y preguntarme acerca de la naturaleza de las
personas que compran esos productos, estimulados por este héroe que acumula
simultáneamente éxitos deportivos, contratos publicitarios y centímetros. La
gestión de las emociones es un componente esencial del nuevo semiocapitalismo,
del que resulta un extraño progreso que hubiera inquietado a los
enciclopedistas y profetas de la razón del principio de la modernidad.
La ilusión
que vendía la imagen de Gasol en las puertas de las sucursales bancarias ha
resultado ser una quimera. Los
beneficiarios de la misma son los
promotores de la falacia publicitaria y las élites directivas del banco. Ellos
han cobrado grandes cantidades de dinero por protagonizar el eficaz cebo para
la ingente cantidad de incautos atrapados por la emulación inducida sobre la
imagen del ganador en mil batallas simbólicas. Con la complicidad “bien pagá”
del periodismo audiovisual, experto en
la generación de efervescencias emocionales, la fe inquebrantable de los
accionistas e impositores cierra el círculo fatal. Así se construye la
indefensión de grandes contingentes de gentes constituidas en públicos-blanco
de los negocios sustentados en la suma de sus aportaciones.
Me produce
asombro el negocio de las camisetas de los clubs de fútbol. Cada año se
modifican en detalles y tienen tres
equipaciones diferentes. De ese modo se renueva anualmente el mercado de las
camisetas, que se venden recombinadas con los números y nombres de los
jugadores estrella, a un precio cuatro o cinco veces superior al precio de
mercado. El público pagano manifiesta un fervor equivalente al de las
concentraciones religiosas. Ahora que se han destapado los negocios derivados
del viaje del papa a Valencia, reaparece la masa de incondicionales que se
presta a financiar las actividades económicas derivadas de su fe.
Estas
actividades simbólicas, sobre las que se sustentan los quehaceres de las
industrias lucrativas que los acompañan, son posibles en tanto que la
racionalidad se encuentre rigurosamente ausente. De este modo, los grupos de
interés fuerte gobiernan sin oposición una sociedad descabezada. Lo político
está ubicado en el exterior de las efervescencias deportivo-comerciales. Así,
una élite de empresarios del imaginario obtiene beneficios cuantiosos de este
pueblo constituido en masa de pagadores de pequeñas cantidades, cuya cuantía
total representa un volumen de negocio extraordinario.
Desde estas
coordenadas se puede comprender la coherencia de los emolumentos de los
futbolistas, deportistas y otros héroes que prestan sus cuerpos y sus puestas
en escena para esta industria. He utilizado en las clases de sociología, en
numerosas ocasiones, la parábola de Paquirrín. El hijo de la Pantoja es un
deshecho de virtudes en varias dimensiones. Pero polariza la atención de una
gran masa de público atenta a sus presentaciones cargadas de sordidez. Este
héroe obtiene un pago de 70.000 euros por un spot en el que no aporta otra cosa
que su imagen y algún tic sórdido. Los salarios de los acobardados profesores
universitarios se sitúan muy por debajo de los emolumentos de este héroe del
imaginario.
Así, las
micronarrativas de la vida del grupo que se presenta ante las cámaras para ser mirado,
adquieren un esplendor inusitado. Las intensidades emocionales de los
seguidores de las fabulaciones y tribulaciones de los héroes cotidianos que
pueblan las pantallas son manifiestas. Contrastan con los silencios, los
distanciamientos y la ausencia de emoción de las actividades científicas, de la
educación o de la política. Los públicos de las mismas se reducen a sus
entornos inmediatos, resultando lejanos de las grandes masas mediáticas.
Pero esta
relación se multiplica en el caso de las nuevas generaciones. Me resulta
fascinante contemplar las concentraciones de niños y jóvenes en las llegadas de
los equipos de fútbol a las estaciones, aeropuertos, hoteles y estadios. Las
imágenes de pasiones desbordadas y emociones de alto voltaje constituyen un pueblo
fanatizado que se encuentra cómodo en el entorno posmoderno. Los grandes
problemas políticos, sociales y culturales son radicalmente ajenos a esta
esfera tan viva de la vida social.
En estas
condiciones me resulta insufrible cuando algunos de estos héroes del imaginario
colaboran con causas sociales. Recuerdo que Iker Casillas, uno de los
futbolistas mejor pagados, iba unos días a un país africano a protagonizar
algún evento amable. No pocos desnortados esperaban resultados en términos de
“concienciación”. La verdad es que los problemas de África y del mundo se han
cronificado, al igual que las pasiones de las masas alimentadas por el
semiocapitalismo, con sus efervescencias derivadas en actividades lucrativas.
En este
reino del declive de lo racional y el auge de las emociones fabricadas, Pau Gasol es uno de los grandes
protagonistas. Los accionistas del banco popular, indefensos ante la quiebra
resultante de la gestión económica, no exigirán responsabilidades a los
protagonistas de su actividad imaginaria. Estos se encuentran por encima del
bien y del mal. En el tiempo de la aceleración de la reestructuración
neoliberal, en los primeros años del gobierno del pepé, tuvieron lugar grandes
concentraciones y manifestaciones de protesta. La gente me miraba sorprendida
cuando aludía a Nadal, los Gasol, Iniesta y otros héroes de la galaxia situada
más allá de la agencia tributaria. He renovado mis lemas pero ahora ya no hay
manifestaciones.