Mañana está
convocada en Granada una manifestación de profesores universitarios ayudantes
doctores y contratados interinos. En los últimos años han ido creciendo estas
categorías de profesores doctores, junto a varios tipos de profesores
colaboradores que realizan estudios de doctorado. Así se conforman dos
archipiélagos de profesores precarios que se sobreponen a la población de los
profesores funcionarios estables en declive. La condición de profesor se
manifiesta en una gama creciente de situaciones que constituyen un colectivo
heterogéneo. Estos contingentes de docentes son el producto de la
implementación de las reformas neoliberales que avanzan sin obstáculo alguno.
La manifestación de mañana es una señal que ilustra acerca de la
desprofesionalización y proletarización creciente del profesorado
universitario. La precariedad es la condición que unifica a todas las
categorías nuevas de profesores.
El aspecto fundamental de la reconversión
neoliberal de la universidad radica en producir un sistema sofisticado y
perverso de diferencias entre los profesores, que se constituye en un fin en sí
mismo, facilitando la gestión de las mismas. El ejercicio de gobierno
neoliberal se funda en la producción y gestión de las diferencias. La
institución de la gestión tiene como finalidad la erosión de los vínculos
laterales existentes entre los profesores y los colectivos unificados por sus
condiciones específicas. De este modo se disciplina severamente a estos
colectivos, que tiene que aceptar e interiorizar que su producción se subordina
al imperativo establecido por las agencias para la regulación del tráfico de
doctores aspirantes a convertirse en profesores estables.
Así se
fabrica un sujeto que tiene que buscar y aprovechar todas las oportunidades
para hacer méritos puntuables en los menús establecidos por las agencias. La
producción científica y los criterios de valor de sus productos se alteran
radicalmente. La dimensión tiempo adquiere una centralidad absoluta. La unidad
es el año de ejercicio. Este es el tiempo en el que las agencias comparan los
productos presentados por los distintos aspirantes. Este factor representa una
verdadera revolución en la producción del conocimiento. El trabajo de cada cual
tiene que orientarse a resultados inmediatos. Cualquier línea que exija tiempo
de maduración es descartada por el sujeto en busca de la validación de su producción
(anual) por las autoridades evaluadoras. De este modo se fabrica un sujeto
activista en la producción de sus propios méritos, que responde a la obligación
de acumular méritos organizados en secuencias temporales marcadas por
ejercicios anuales.
Así se
reconvierte a la comunidad científica tradicional, cuyas élites disciplinares
asignaban un valor a los textos producidos por los novicios, incubados bajo su
tutela y en tiempos lentos. Estas élites son expropiadas, en tanto que sus
juicios de valor ceden ante los criterios de las agencias. En el sistema de
valoración de estas, cada unidad tiene un valor que resulta del rango del
editor, del número de páginas y la fecha de edición. En este sistema vale igual
un libro de mi admirado Roland Barthes que uno de cualquier profesor que
escriba un texto menor de ocasión. Esta estimulación a la producción tiene como
consecuencia la conformación de un océano de productos que se rigen por el
principio de la obsolescencia programada. Cada unidad está caducada en el
siguiente ejercicio y todos los productos son bárbaramente homologados por la
maquinaria tecnocrática de asignación de valor con el fin de organizar la cola
de candidatos.
En los
últimos meses he experimentado los efectos de esta mutación, que en las
ciencias humanas y sociales adquiere proporciones insólitas. Los grandes libros
escritos en cualquier tiempo anterior son degradados en los almacenes de textos
de ocasión, que caducan tras el final del presente ejercicio. Los sentidos de
la producción científica están siendo alterados por estas maquinarias
institucionales. La evaluación deviene en un mecanismo de disciplinamiento de
los aspirantes y uniformización. Me pregunto qué harían en este nuevo tiempo
los autores rompedores y creativos que piensan en el exterior de los lugares
comunes. Cómo actuaría ahora Marsall McLuhan y otros creadores a
contracorriente.
Las
maquinarias de la gestión de los aspirantes y la producción de méritos
terminan, mediante la mutación del valor de la producción, negando a cada
aspirante la condición de autor. Esta implica que el sujeto investiga
estimulado por una problematización, un dilema o una pregunta sin respuesta.
Pero, en el tiempo del reinado de las agencias, la investigación se encuentra
motivada por la obligación de presentar resultados a final del presente
ejercicio sobre contenidos decididos por las autoridades auditoras. De este
modo el aspirante es expropiado de su condición de autor, en tanto que tiene
que inscribirse en la lógica de producir con los recursos de que pueda disponer
en el horizonte inmediato. En el depósito de productos académicos, renovados
cada ejercicio, reina la redundancia y el oportunismo. De su enorme tamaño no
resulta una mejor comprensión de los problemas, sino todo lo contrario. El
exceso de productos genera un espacio de oscuridad académica.
Así, los
profesores aspirantes son expropiados mediante la homologación de su producción
a estándares que excluyen criterios valorativos. De este modo son convertidos
en terminales de un sistema informático que es preciso realimentar en cada
ejercicio anual. La carrera académica se mide por “las publicaciones”, pero
estas no tienen destinatarios específicos. Al contrario que en el pasado, ya no
hay discípulos para tan industriosos productores. En este contexto el plagio
adquiere una centralidad insólita, en tanto que el producto-texto va destinado
a la asignación de un valor homologado por los evaluadores.
Este modo de
producción de conocimiento expulsa a su exterior los temas que requieren de una
mayor reflexividad y no se integran en el océano de productos de ocasión. Esta
es la principal objeción que se puede hacer a la comunidad científica actual,
fragmentada y envilecida por su obediencia a las agencias de evaluación que las
reemplaza. Los autores que perviven a esta bárbara homologación, producen un
mercado de libros dirigido a un público dotado de cierto sentido. Así una red
de editoriales conforma un público atento a los textos con sentido. Este
mercado editorial compensa la ausencia del receptor cero, que es el sujeto
fabricado por la producción obligatoria. En los últimos años algunos exalumnos
míos, que cursan distintos máster, recurren a mí pues se encuentran perdidos en
la inmensidad del océano de publicaciones que carece de centro.
La
consecuencia más importante de esta mutación del valor de la producción
científica es el estado terminal que caracteriza a la docencia en todos los
niveles. La decadencia de esta alcanza niveles patéticos. El valor que tiene
asignado se corresponde a cada ejercicio temporal. Los cambios propuestos en
las metodologías docentes se corresponden con la fase de preparación de los
estudiantes para su inserción en el magma universitario posterior. Se disuelve
la condición de aprendiz para transformarse en un hacedor de actividades ligeras,
rutinarias y fragmentadas, cuyo sentido es hacer por hacer, y cuyos resultados
no se acumulan en lo cognitivo, sino que son inscritos en su expediente. Así se
produce lo que me gusta denominar como “síndrome psicológico de máster”,
caracterizado por una aguda neurosis combinada con otros elementos tóxicos que
afecta fatalmente a no pocos candidatos a terminal informática de alguna
universidad.
En estas
condiciones es congruente la posición de las autoridades con respecto a los
profesores contratados múltiples. Su naturaleza de proletarios, cuya producción
es expropiada para ser reconvertida en dígitos de control, lo que representa
una mutación de los sentidos de esta, se extiende a todas las relaciones,
incluidas las laborales. La consecuencia es la aparición de estos episodios de
conflicto como el que comento. Tengo dudas de que sus cuerpos aparezcan en el
lugar de la convocatoria, siendo sustituidos por los espectros informatizados
de sus expedientes. Entonces sí podríamos afirmar que se trata de seres
fabricados por los dispositivos disciplinarios del sistema. Muchos de ellos
renuncian a proponer que leas sus textos y en la cotidianeidad se refieren a su
actividad como “publicar”, y no "decir". Así se ratifica que la reforma de la
vieja institución académica no se inscribe en el progreso. Por el contrario, se
trata de un sistema de producción de sujetos que crean productos cuya
obsolescencia inmediata es inevitable. Esta situación es muy cruel y genera
algunos dramas personales de gran intensidad.
No tengo dudas acerca de que el sábado estaré con ellos.
A veces me pregunto dónde está la universidad que se me prometía. Sé poco de lo que se dice de nuestra generación, y poco es mucho decir, pero creo que somos una generación a la que se le inculcó que la universidad era una necesidad. Y entiendo que puedan ser espinas de millones de padres que quieren cumplir los sueños que ellos no pudieron. Pero no entiendo como ha seguido teniendo tanta fuerza si aquí pocos estamos contentos. No sólo la UGR, compañeros de universidades de toda España coinciden. Y no es más que una muestra, pero no es pequeña la desilusión del que entra con ganas de comerse el mundo y aprender y no hacen más que pararle los pies.
ResponderEliminarCompañeros de arquitectura, de bellas artes o yo desde telecomunicaciones(de distintas CCAA), podemos relatar malas experiencias que son un calco unas de otras. Nuestras carreras en contenido no tendrán nada que ver pero hemos visto profesores que carecen de las nociones más básicas de asignaturas de primero, ¿cómo llegan ahí? También me pregunto qué hacen profesores que odian enseñar, enseñando, supongo que algo de cómodo habrá o tal vez es dinero, yo no lo sé.
Es absurdo el método de enseñanza. Se nos acribilla a trabajo y prácticas (en mi caso, de dudosa utilidad) para finalmente poner un examen donde no se evalúa si he asimilado, sino si he pillado una buena batería de exámenes de otros años. Es absurdo que la mayoría aprendamos muchísimo más por nuestra cuenta en los años de carrera (pero muchísimo más!) que dentro de las aulas. Los que se rinden y son fieles al guión de asignaturas que vertebra sus años, cuando terminan se sienten aún más vacíos, como si no hubiesen aprendido nada.
No es que esté todo mal, pero casi. Me da pena estar en la carrera a veces. Seré un título con ciertas habilidades reconocidas. Como dices, seré un ser normalizado. Se espera de mí que programe que entienda de X cosas y sin ese papelito de años de crisis existenciales, no voy a ninguna parte.
Gracias por el comentario. Es un tratado acerca de la universidad vigente. El problema se encuentra en que la institución es capaz de trasmitir un conjunto de representaciones y mentirijillas a los aspirantes a entrar. Estas se transforman en expectativas, que son inalcanzables cuando ya han accedido a ella. Es encomiable la fe de los nuevos profesores. Así son producidos como sujetos conformistas sin alternativas. El final de tu comentario "sin el papelito no voy a ninguna parte" me parece antológico. Porque con el papelito quedas reducido a un artefacto mecanizado capaz de adaptarse a lo que venga.
ResponderEliminarSaludos