Ahora que me
encuentro en el umbral de una nueva transición biográfica, es inevitable
reactivar mi memoria. El factor más singular que comparece en todas las etapas
de mi historia personal es la desincronización con la sociedad en la que vivo.
Mi origen me coloca en una posición relativamente alta en una sociedad en la
que las mayorías se encuentran concentradas en posiciones bajas. En los años de
mi adolescencia se inicia un brusco movimiento descendente. En este viaje me
cruzo con grandes contingentes de personas que viajan en una dirección
contraria. Después de los cincuenta años y hasta el presente, me encuentro en
una situación contraria, en la que mi confortable posición de profesor
universitario contrasta con los flujos de personas que viajan hacia los
espacios sociales definidos por la vulnerabilidad.
La infancia
es la etapa de mi vida presidida por una sincronización perfecta con mi entorno
familiar y social. Mis padres detentaban posiciones sociales elevadas en una
sociedad en la que las fronteras sociales se encontraban fortificadas y la
inmovilidad social era la pauta dominante. La inmensa mayoría se encontraba
limitado a morir en las mismas posiciones en las que nació. Toda mi infancia se
encuentra determinada por esta marca social. Nací en Madrid, en la calle de
Maldonado 24, en el corazón del barrio de Salamanca. Mi vida se desarrolló en
un piso de 240 metros cuadrados, en el que la frontera social se encontraba
sólidamente definida. El área del personal de servicio doméstico, compuesta por
un dormitorio, un baño y una habitación de estar en la que se realizaban las
tareas de costura y otras, conformaban ese territorio segregado.
En este
tiempo aprendí a distinguir entre cocineras, doncellas, costureras y niñeras.
Mi padre también tenía un chófer para su automóvil. En este blog he evocado a
las entrañables costureras, Amalia y Auri, y también a Cándida. Pero la vida en
la casa se complementaba con las salidas acompañados por una niñera. Pasábamos
largas horas de las tardes jugando en los paseos centrales de la calle
Velázquez y Juan Bravo, con niños de posiciones sociales similares acompañados
por sus niñeras. No puedo olvidar el desfile de galanes atraídos por estas
mujeres, así como sus ingeniosos
rituales de seducción. En esos paseos centrales transcurrieron muchas tardes de
mis primeros años. Entonces había muy pocos automóviles y podíamos esparcirnos
en este espacio en un régimen de vigilancia de baja intensidad.
En aquél
tiempo, el encierro escolar era mucho más leve que en la actualidad, dejando
libre un tiempo más dilatado para la vida ordinaria diaria, liberada de los
tiempos de transporte y de consumos mediáticos. Mi primer colegio fue el Jesús
y María, un colegio de Monjas en la calle de Juan Bravo, en el que fuimos
ingresados en su parvulario. Al año siguiente en el Sagrado Corazón, un colegio
de frailes que estaba muy próximo a la calle Serrano, creo que en la calle de
Claudio Coello. Los horarios del colegio eran más livianos que los actuales y
los tránsitos entre la casa y el cole eran muy pausados y presididos por las
conversaciones de madres y niñeras.
La carga de
las actividades religiosas era desproporcionada con respecto a la formación
general. Pero, en tanto que era severa y persistente advertido acerca de las
terribles consecuencias derivadas de los pecados asociados al sexto
mandamiento, comencé a estrenarme como voyeur al observar las estrategias de
galanteo y aproximación de un conjunto variado de pretendientes a mis niñeras.
Mis primeras masturbaciones se fundaron en este excitante material visual, en
el que las posiciones sucesivas de los cuerpos constituían verdaderos
repertorios del arte de la aproximación, siempre acompañados de conversaciones
convertidas en un ingenio encomiable.
La vida
transcurría entre las idas y venidas al cole y a la calle y el tiempo de la
casa. Mi madre siempre se encontraba presente en todos los momentos,
administrando generosamente sus afectos en todas las horas. Mi padre también se encontraba siempre en la casa. Sus
negocios habían entrado en declive y se había retirado a su confortable cueva a
reparar sus heridas. A pesar de no tener información, el malestar por el
fracaso de sus actividades lucrativas era perceptible para los niños. Mi padre
adoptó un comportamiento fatalista renunciando a obtener ingresos o renunciar a
la vida familiar confortable. Así, la contabilidad familiar solo registraba
salidas en el camino fatal hacia su inevitable extinción, que coincidió con su
muerte años después.
Los largos
veraneos, así como los viajes a Bilbao y Valencia para visitar a las familias
quedaron registrados en mi memoria como agradables tiempos de excepción. Entre
ellos un verano en Arenas de San Pedro, en la sierra de Gredos u varias
estancias familiares en un Balneario de esa época en Alhama de Aragón, en donde
todos tomábamos los baños en un selecto ambiente victoriano “a la española”. Muchos
años después volví con Carmen a este balneario, que había experimentado una
brusca decadencia, siendo ocupado por los contingentes del INSERSO en una de
las actividades del mejor estado del bienestar de los años ochenta y noventa.
La primera
comunión fue el episodio biográfico estructurante que me configuró como ser
social apto para la carrera escolar de la sociedad de este tiempo. Cuando tenía
diez años, mi padre regresa a Bilbao, a la casa familiar de mis tías, en la
calle Luchana 1. Estos son años entrañables por los afectos de la familia de mi
padre. La experiencia escolar fue en el colegio Santiago Apóstol, de los
hermanos de Lasalle. Este fue el mejor tiempo de apoyo familiar, afectos,
primeros amores y éxitos deportivos. En tanto que la vida familiar transcurre
feliz, la contabilidad se aproxima a la fatalidad que representa la cifra cero
y la imposibilidad en aquella economía de los números rojos. Mi padre había
decidido un suicidio económico.
La infancia
feliz concluye la muerte de mi padre y el retorno a Madrid. Entonces comienza
mi reversión biográfica y la reversión social. Se inaugura un largo tiempo de desincronización social, en el que mis trayectorias van a ser divergentes con las trayectorias colectivas registradas en mi entorno. Este es uno de los factores más singulares de mi identidad personal. La siguiente imagen en una boda con dieciseis años, representa la frontera biográfica en la que comienza mi desclasamiento y terremoto biográfico. Seguirá.
Veo las fotos y debe de ser por la ropa y el blanco y negro, pero parecen las de mi familia en aquellos tiempos, casi..casi, (soy del 51) supongo que en la foto de la boda no sales porque ese bigotazo con 16 años parece imposible, ese debía de ser el novio imagino. Escribiendo sobre tu biografía es muy fácil y ameno leerte, cuando entras en materias sociológicas u orgaizativas ya me tengo que concentrar mas a tope, pero bueno en temas de la vida todos tenemos mas formación, es normal supongo, un abrazo.
ResponderEliminarsaludos Futbolin
ResponderEliminarLa última foto es de una boda de una prima en Bilbao. Yo ya estaba en Madrid experimentando mi caída social y mudando mi posicionamiento ante el mundo que me rodeaba. En la foto están mi madre, mi hermana y el del bigote soy yo mismo. Ciertamente es delaño 66, en el que tenía ya 18 años y estaba en la universidad. En los años siguientes ese mostacho se hizo familiar en ambientes estudiantiles críticos.
Por eso esta foto es tan importante para mí. Marca un antes y un después en mi vida. Esa boda representa la rememoración mi pasado, ya convertido en una ficción.
Un abrazo