Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 23 de abril de 2017

PARODIAS DEL PODER


En ausencia de los antaño intelectuales, la crítica al poder es ejercida por los cómicos, los payasos y los artistas. Javier Gurruchaga es uno de mis favoritos. En la España de 1988 Felipe González ejercía un poder desmesurado, fundado en las mayorías absolutas acompañadas de la descomposición de la sociedad civil y de su conexión con los poderes fácticos económicos e institucionales. En un célebre programa de televisión española, "Viaje con nosotros", Gurruchaga presentó esta ingeniosa crítica, que lo mostraba mediante su miniaturización. El aparentemente colosal presidente aparecía reducido al tamaño de un bonsaid. Este presumía precisamente de cultivarlos adoptando técnicas japonesas.
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Para ello Gurruchaga recurrió a un actor francés, Hervé Villechaize, que aparecía en algunas de las películas de James Bond. Este medía 1,22 y tenía un rostro muy parecido al del presidente. La entrevista es antológica. El imita a la periodista Victoria Prego, la voz oficial de la transición política. Tanto el diálogo como la presentación visual me parecen antológicos. Se trata de escenificar la incomunicación asociada al poder y el papel de los periodistas cortesanos. Este programa fue emitido en horario de máxima audiencia en TVE.

Lo que más me inquieta visionando el vídeo hoy es la persistencia de algunos elementos fundamentales que parecen haberse perpetuado. En particular lo de la gente de la calle, la incomprensión del poder y el tratado de la adulación que escenifica Gurruchaga.
Espero que algunos jóvenes puedan reir con esta parodia peremne en España. Por eso le adjudico la etiqueta del presente en este blog.



martes, 18 de abril de 2017

MÁS LIMPIOS, MÁS SANOS, MÁS TONTOS



En los últimos años se evidencia una revalorización de la salud positiva, la cual se muestra en todos los espacios públicos por parte de una legión de conversos que muestran su devoción a los sagrados preceptos que la inspiran. Pero esta emergencia de la salud no es un fenómeno aislado o ubicado en este ámbito parcial. Por el contrario, forma parte del paquete integrado que conforma las nuevas sociedades postdisciplinarias y de control. La salud perfecta es una parte sustancial de la creación de un sujeto que interioriza los imperativos de tan condición, desarrollando una vida sana de la que se siente responsable y protagonista. Tal vida implica la autovigilancia intensa y permanente; la posesión de un cuerpo trabajado que funciona como un referente individual; la adhesión a las normas de cuerpo y vida imperantes, y el desarrollo de un repertorio de prácticas que favorezcan el estado de salud. Toda la vida cotidiana se subordina a la gestión óptima de uno mismo y a su expresión social en el espacio público.

La explosión de la salud asociada a la vida buena saludable implica dependencias nuevas. Ya no son solo los médicos convencionales, aún a pesar de su reconversión hacia la asistencia al buen cuerpo, a la nutrición, al ejercicio y al mantenimiento del mismo para retrasar el envejecimiento. Junto a estos, emergen múltiples expertos en todas las áreas que conforman la nueva salud. Pero la dependencia creciente en estos radica en que no es obligatorio acudir a sus servicios, de modo que la relación con los mismos implica una secuencia de interacciones en la que el experto debe conquistar y mantener su preponderancia en el vínculo. La institución de la terapia se impone sobre la vieja medicina, detentando la hegemonía en las relaciones orientadas a la maximización de la salud.

La emergencia de la nueva salud se funda principalmente en la ocupación por los activistas de todos los espacios públicos; en la exposición permanente en las televisiones de los cuerpos trabajados de los adictos; en la adopción de las filosofías positivas por parte de los especialistas que tratan a los enfermos graves, banalizando lo patológico hasta extremos insólitos; en la condena moral a los incumplidores, a los enfermos irreversibles y a los ancianos irrecuperables, y también la reconversión terapéutica del estado postfordista. La salud perfecta se inscribe en la narrativa de progreso que acompaña a estas sociedades. El bienestar físico constituye el núcleo de la buena vida. El complejo de industrias y profesiones que lo inspiran se desarrollan impetuosamente. Las bioindustrias que producen los remedios adquieren un protagonismo incuestionable, así como los científicos que trabajan en sus productos prodigiosos. Los médicos son desplazados al segundo puesto en el ranking de la felicidad.

Pero, junto al optimismo delirante derivado de la expansión de la salud perfecta, se multiplican las enfermedades, las dolencias, las incapacidades y los malestares. La sociedad enferma crece paralelamente a los atletas de la buena salud. La asistencia médica se multiplica ante esta realidad sórdida. Los malestares de los pacientes múltiples son ocultados en los medios frente a la atención que suscitan los legionarios del cuerpo y la salud. Los políticos, los empresarios de moda, los científicos de guardia, los actores de las series de la seducción de hoy, así como otras especies que anidan en las pantallas, muestran su estilo de vida sano.  Las marchas matinales televisadas del señor Rajoy adquieren un tono patético, al ser tomadas como materiales de referencia para narrar la actualidad.

La nueva salud imperativa requiere la adhesión activa a sus normas y prácticas. Así conlleva un modelo de autodisciplina extrema y una renuncia a muchas de los placeres de la vida, que son administrados y racionalizados como excepciones en dosis minúsculas que garanticen la conservación de la salud, propiedad que es imprescindible maximizar. Pero, junto al nuevo ascetismo asociado al sacrificio de la novísima buena vida saludable, tiene lugar una explosión de su reverso nocturno. En los tiempos de excepción de vacaciones y fines de semana se constituyen espacios colectivos en donde los congregados compensan el rigorismo de la buena salud con múltiples prácticas hedonistas que terminan en la frontera de lo autodestructivo. Este mundo paradójico se expresa en los locales nocturnos en los que está prohibido fumar, pero en los que el consumo de alcohol adquiere una intensidad insólita, siempre acompañado de un repertorio programado de estímulos y drogas que se recombinan entre sí en los climas eufóricos en que se producen.

La explosión de la buena salud desposee gradualmente a grandes contingentes de personas de algunas de las cosas que hacían vivible la vida. Así, el tabaco, el vino, algunos alimentos deliciosos, el sexo espontáneo y la calma cotidiana, adquieren el estatuto de la sospecha o la condena. Pero la multiplicación de los fundamentalismos asociados a la mística de la salud, no impiden que grandes contingentes de personas experimenten gratificaciones que compensan los estragos producidos en la vida por la epidemia de la salud. En particular la motorización representa un momento en la vida diaria de repliegue a una cabina cerrada en donde no rigen las normas sociales. Así se conforma un espacio de huida a un lugar confortable que termina en una adicción compensatoria frente al estado de movilización colectiva impulsado por la salud perfecta y su repertorio de conminaciones y reglamentaciones.

En 1988 Moncho Alpuente publicó un libro en Arnao Ediciones, que con el título “Solo para fumadores”, incluía varios trabajos que expresaban la resistencia ante la gran explosión de la salud, que invadía todas las esferas de la vida mediante un catálogo de prescripciones salubristas fundados en la condena de los “factores de riesgo”, siempre asociados a distintas prácticas sociales. Su obra expresa la resistencia de los desahuciados por el vendaval de la salud. Uno de los trabajos se denomina precisamente “Más limpios, más sanos, más tontos”.  Reproduzco una parte del texto en tanto que desde la perspectiva que otorga el presente puede estimular la reflexión y las distintas interpretaciones susceptibles de definir este fenómeno epidémico.

El joven del año 2000 correrá al menos una vez al mes en multitudinarias maratones populares; se alimentará de salvado, avena, alfalfa y otros piensos naturales; beberá zumos de frutas y derivados lácteos; acudirá al trote ligero a su centro de trabajo; será monógamo, abstemio y no fumador, y en sus ideas políticas se mostrará moderado, pragmático, conservador y liberal.

Detestará las emociones fuertes y los cambios de ritmo imprevistos; tendrá los dos pies sobre el suelo, y cultivará con celo su cuenta de ahorros. La salud y el dinero serán sus valores supremos; en el sexo preferirá la fecundación in vitro y los embriones congelados; será narcisista e individualista dentro de un orden, firme partidario de los mecanismos de control social; amará la regla frente a la excepción; desconfiará de los rebeldes y de los profetas, y rendirá culto a los sondeos y pleitesía a las estadísticas.

El éxito profesional será su meta, y su carrera hacia la cumbre la realizará en solitario y mostrando los dientes a sus adversarios; no tendrá compañeros sino competidores, y su participación en movimientos de tipo reivindicativo se limitará a la defensa del salario y puesto de trabajo siempre amparado en el anonimato de una mayoría confortable. Será tibio en cuestiones religiosas, ambiguo en temas políticos, agnóstico en materias sexuales y ecléctico en gustos artísticos, que obedecerán a los criterios mayoritarios”.

El texto evidencia la relación de la salud positiva con el paquete en la que se encuentra integrada. Se trata de la fabricación de un sujeto que entienda la vida como un conjunto de programaciones articuladas mutuamente, todas ellas sujetas a la observación y medición, lo cual permite su control. No he podido evitar una sonrisa al transcribirlo, pues yo mismo, ahora en 2017, estoy tomando germinados de alfalfa en mis ensaladas. Los momentos desprogramados y placenteros de la vida diaria, en los que las pequeñas maravillas de la vida pueden aparecer, dando lugar a sorbos de bienestar, son reintegrados en una programación racionalizada cuyo objetivo es la optimización de la salud.

El título del texto, que equipara el cuerpo limpio forjado por obligaciones y la salud suprema con la condición de tontos, me parece sugerente. Los contingentes de jóvenes de distintas generaciones que conforman el núcleo de la movilización por la salud positiva, se encuentran desplazados a una educación forzada de temporalidad sin fin que antecede a su relegación laboral. Se trata de un grupo crecientemente marginado en las empresas y las organizaciones. Las tasas de subempleo y desempleo, así como sus condiciones de vida representan un retroceso con respecto a las de las generaciones anteriores. 

Un requisito para que este retroceso social sea efectivo es la multiplicación de los tontos que es la consecuencia del paquete integrado de la sociedad emergente de la salud perfecta y el nuevo control social. En este el sujeto (sano) se emancipa de lo colectivo, representado por un conjunto de instituciones, que pierden su generalidad para transformarse en haces de relaciones en las que participa directamente. La disolución de las viejas instituciones es la condición necesaria para la individuación de la que resulta el sujeto sano y relegado en cuestiones fundamentales de lo común y colectivo. En esta situación, aquellos que agotan sus energías en la gestión óptima del sí mismo liberándose de lo colectivo, devienen inevitablemente en una rica gama de tontos. Mi sentencia es favorable a la propuesta de Moncho Alpuente:  Sí, más limpios y sanos, pero más tontos.

Vivo entre portadores de cuerpos sanos ajenos a las instituciones. Por eso es inevitable el recuerdo de Moncho Alpuente. En este mismo libro, uno de sus textos “Pesadilla light” describe agudamente algunas personas y contextos de la nueva salud incompatibles con cualquier inteligencia. Como paseante empedernido me encuentro con los caminantes programados múltiples, en cuyas marchas ha desaparecido cualquier dimensión gratificante asociada a los sentidos. Son los cronometrados, los que cuentan calorías, pasos y otras especies. Me inquieta interrogarme acerca de sus mentes.

En las palabras de Moncho " Alrededor de la zona acotada pupulaban niños rubios y adolescentes esbeltas, atletas musculosos, amas de casa con atuendo deportivo y jubilados sonrientes de trotecillo corto y sonrisa beatífica; grupos de disciplinados gimnastas repetían infatigablemente sus tablas de ejercicios bajo la supervisión de monitores expertos, se escuchaban a través de altavoces cuidadosamente disimulados entre las frondas que, a breves intervalos, repetían las consignas del Ministerio de SAlud Pública --nadie quiere a los gordos, Aprenda a respirar correctamente. Salud es belleza. Un cuerpo para toda una vida...--".

sábado, 15 de abril de 2017

REENCARNACIÓN EN LA CIRCUNVALACIÓN DE GRANADA





Las élites granaínas apuestan por un proyecto de desarrollo local nucleado en torno a la creación de infraestructuras que estimulen las inversiones por sus impactos en el espacio. En ausencia de una clase empresarial con capacidad de crear empresas productivas, los centros comerciales adquieren una centralidad desmesurada en la actuación del entramado de grupos inversores y beneficiarios. Pero la incesante creación de estos tiene lugar de un modo en el que el último destituye al anterior, absorbiendo a la mayor parte de las empresas comerciales que le constituyen. Así se implementa una noria fatal en la circunvalación de la ciudad, en la que el nacimiento de un macrocentro tiene lugar sobre la ruina del anterior. El resultado es una extraña reencarnación de un solo proyecto, que se consagra en sucesivos lugares de tan inquietante infraestructura.

El nuevo centro comercial Nevada representa la última reencarnación del proyecto único de esta trama de élites que crean y destruyen sobre el suelo. Así se consuma una secuencia fatal que empieza en el centro comercial Neptuno, enclavado en el interior de la ciudad, que es conducido a la ruina por emigración de sus negocios a las nuevas catedrales, el complejo Kinépolis principalmente, asentado en Pulianas. Este descansa sobre el tirón de Media Markt y otras empresas comerciales punteras que atraen a un conjunto de empresas de acompañamiento, complementados por los negocios del ocio. Tras un primer año de esplendor, la decadencia comienza mediante el uso selectivo por parte de los consumidores de estas catedrales. Los bares, restaurantes y hostelería decaen, así como las tiendas menores que acompañan el proyecto. Esta es la señal que indica la mudanza próxima a una nueva localización en la que se reencarna el espíritu del centro comercial.

Pero el factor acelerador del óbito comercial tiene lugar cuando los medios de comunicación al servicio de las élites de la reencarnación comercial anuncian un nuevo centro con otra localización. El optimismo delirante que acompaña las comunicaciones, expresado en las cifras que cuantifican las previsiones de empleo, así como el volumen de desplazamientos por la mitológica autovía que conduce siempre a algún paraíso comercial devenido en un cielo simbólico. Así se generan renovadas expectativas en torno al siempre penúltimo recinto sagrado que representa la redención económica, en tanto que reclama la creación de más infraestructuras.

La verdad es que la población del área metropolitana de Granada constituye una sola área con respecto a la capacidad de compra efectiva de su población. Este es el gran secreto que subyace bajo las sucesivas reencarnaciones comerciales. Por consiguiente, es una falacia afirmar  que los empleos de cada uno suman entre sí. No, por el contrario se reemplazan favoreciendo la gran rotación precaria, axial en las economías del presente. Pero su valor comunicativo radica en la generación de unos juegos de cifras que alimentan las esperanzas de los compradores móviles que se desplazan por la autovía para experimentarse como consumidores, actividad en la que han superado a sus abuelos y padres. Así las familias se congregan en los espacios celebrando la modernidad y el progreso, en tanto que los más jóvenes son los guías del grupo por los laberintos poblados por las mercancías y sus iconografías.

La creación del centro comercial Serrallo Plaza constituyó un acontecimiento discursivo que estimuló las esperanzas y los sueños de un pueblo consumidor tan piadoso y esforzado. Las mismas empresas que conforman el complejo comercial global se ubicaron allí en espera de las sinergias derivadas de su coexistencia espacial. El éxito del proyecto fue incuestionable. Los fines de semana se concentraban grandes contingentes de gentes en búsqueda de su experiencia de compra social. Tras la sinergia de las magias comerciales se oculta discretamente el flujo de intercambios de beneficios, operaciones, comisiones, favores, colaboraciones y otros negocios públicos y privados que sustentan los beneficios de las venerables élites económicas empresariales granaínas, así como su pareja de hecho, las élites políticas extractivas, que en esta ciudad representan una parte muy importante de la actividad económica total. Por este centro comercial y las actividades derivadas de las recalificaciones de los suelos próximos, están requeridos por lo penal el antiguo alcalde y algunos de sus concejales más emblemáticos. Esta secuencia de actividades terminó con el gobierno municipal del pepé, que siguiendo la pauta imperante en la misteriosa ciudad de la Alhambra, también se ha reencarnado en otros gobiernos emprendedores, en los que la reencarnación institucional es protagonizada por distintos actores intercambiables en el puzzle político-empresarial local.

El Serrallo Plaza detentó efímeramente el podio del progreso expresado en la simbiosis entre la compra y el ocio. Sus arquitecturas monumentales y su ubicación junto a la autovía, denota su naturaleza de sede del progreso local, incluyendo a los sucesivos espíritus asociados a la expansión de las infraestructuras y zonas residenciales segregadas. Pero su reinado ha resultado efímero. Una vez que los suelos próximos han rendido sus réditos, el complejo de poder local emigra a otro espacio en el que se reencarne el espíritu comercial y se desencadenen los procesos asociados a la revalorización de los suelos. Este es el centro Nevada. Sus arquitecturas son más monumentales, pero clonadas de los edificios imperantes en los tiempos de divorcio entre el beneficio económico y la estética y el buen gusto.

La nueva reencarnación granaína reaviva el mito del acceso y la movilidad. No existe transporte público, tan solo un autobús que pasa cerca de allí cada hora. Los taxis, corresponden al municipio de Armilla, de modo que la insuficiencia de este servicio se hace patente. Pero la accesibilidad se encuentra determinada por un sistema de coherencias. Los compradores son consumidores de segundo orden, en tanto que en su mayoría han cumplido el precepto central del progreso local, consistente en comprar una vivienda en las urbanizaciones diseminadas por todas las periferias imaginables. De ahí su naturaleza de poblaciones motorizadas. Todos juntos acuden a celebrar la multiplicación de los aparcamientos, tras la que se accede al recinto sagrado. Así se trata de una actividad que reconstituye la familia y la relación entre las generaciones, tan deteriorada en otros espacios de la vida.

El novísimo centro comercial ha suscitado una actividad considerable de los tribunales, que han dictado varias sentencias con respecto a factores asociados a su constitución. En espera de la siguiente reencarnación espacial, este centro terminará por producir terremotos institucionales, políticos y judiciales. Armilla es un municipio con abolengo en estas lides. Porque este palacio de la compra certifica la defunción de la vega de Granada, rodeada y penetrada por múltiples proyectos basados en el asfalto y el cemento.

En esta última reconstitución productiva resalta un elemento nuevo. Se trata de la apertura de un centro de PRIMARK., que abre su primera tienda en Granada. Me parece un tema sugerente para escribir singularmente sobre el mismo.  En mi primera visita me impresionaron las colas que se concentran en los tiempos de más intensidad, así como la apoteosis celebrativa de las gentes que lo recorren, penetrando en todos sus rincones en busca de la ganga insólita, que impresionará a sus interlocutores cotidianos tras la jornada de aventura comercial. Así la gente cartografía el recinto inventando itinerarios imposibles en la excitante actividad de descubrir el tesoro. Cada uno es obsequiado con una enorme cesta que se ve obligado a llenar. Pero el factor más sorprendente es el éxtasis familiar. Una persona joven grita cuando encuentra una ganga y requiere a voces a sus ancestros. El arte del low cost parece disolver así la solidez de la renta familiar en este misterioso pueblo motorizado y endeudado. 

Pero, en tanto que el recinto es el escenario de euforias sucesivas por parte de los buscadores de tesoros valorados en pocos euros, se hacen visibles los múltiples trabajadores reponedores, que junto a los de las cajas y la seguridad, conforman la población activa que es transformada por los medios y otras extensiones de los poderes en dígitos susceptibles de juegos de prestidigitación, que constituyen el núcleo de esta época, y en los que tienen lugar la multiplicación de los trucos, de los que se hace una obra de arte. Estos trabajadores uniformados no comparten las euforias de sus clientes y hacen visibles sus tensiones para cumplir con el estricto imperativo de la última versión consumista del “just in time”.

El Centro Comercial Nevada es una reencarnación del espíritu del extraño progreso de este tiempo. Porque su arquitectura es una clonación de los múltiples gemelos que se diseminan por todas partes. Su falta de singularidad contrasta con el de la naturaleza doblegada. La vega es, o fue, un paisaje único y singular. Pero la movilidad del pueblo de conductores y visitantes de ocasión se dirige hacia lo estereotipado y  lo idéntico, que se encarna en estas arquitecturas monumentales y unificadas por la fealdad. Por eso no puedo evitar sonreir cuando los fines de semana se forman grandes columnas mecanizadas de recintos móviles en busca de una extraña experiencia, en la que lo sensorial se encuentra devaluado. Misterios del progreso.


jueves, 13 de abril de 2017

LAS MOVILIDADES BIOGRÁFICAS: LA INFANCIA





Ahora que me encuentro en el umbral de una nueva transición biográfica, es inevitable reactivar mi memoria. El factor más singular que comparece en todas las etapas de mi historia personal es la desincronización con la sociedad en la que vivo. Mi origen me coloca en una posición relativamente alta en una sociedad en la que las mayorías se encuentran concentradas en posiciones bajas. En los años de mi adolescencia se inicia un brusco movimiento descendente. En este viaje me cruzo con grandes contingentes de personas que viajan en una dirección contraria. Después de los cincuenta años y hasta el presente, me encuentro en una situación contraria, en la que mi confortable posición de profesor universitario contrasta con los flujos de personas que viajan hacia los espacios sociales definidos por la vulnerabilidad. 

La infancia es la etapa de mi vida presidida por una sincronización perfecta con mi entorno familiar y social. Mis padres detentaban posiciones sociales elevadas en una sociedad en la que las fronteras sociales se encontraban fortificadas y la inmovilidad social era la pauta dominante. La inmensa mayoría se encontraba limitado a morir en las mismas posiciones en las que nació. Toda mi infancia se encuentra determinada por esta marca social. Nací en Madrid, en la calle de Maldonado 24, en el corazón del barrio de Salamanca. Mi vida se desarrolló en un piso de 240 metros cuadrados, en el que la frontera social se encontraba sólidamente definida. El área del personal de servicio doméstico, compuesta por un dormitorio, un baño y una habitación de estar en la que se realizaban las tareas de costura y otras, conformaban ese territorio segregado.



En este tiempo aprendí a distinguir entre cocineras, doncellas, costureras y niñeras. Mi padre también tenía un chófer para su automóvil. En este blog he evocado a las entrañables costureras, Amalia y Auri, y también a Cándida. Pero la vida en la casa se complementaba con las salidas acompañados por una niñera. Pasábamos largas horas de las tardes jugando en los paseos centrales de la calle Velázquez y Juan Bravo, con niños de posiciones sociales similares acompañados por sus niñeras. No puedo olvidar el desfile de galanes atraídos por estas mujeres, así como  sus ingeniosos rituales de seducción. En esos paseos centrales transcurrieron muchas tardes de mis primeros años. Entonces había muy pocos automóviles y podíamos esparcirnos en este espacio en un régimen de vigilancia de baja intensidad.


En aquél tiempo, el encierro escolar era mucho más leve que en la actualidad, dejando libre un tiempo más dilatado para la vida ordinaria diaria, liberada de los tiempos de transporte y de consumos mediáticos. Mi primer colegio fue el Jesús y María, un colegio de Monjas en la calle de Juan Bravo, en el que fuimos ingresados en su parvulario. Al año siguiente en el Sagrado Corazón, un colegio de frailes que estaba muy próximo a la calle Serrano, creo que en la calle de Claudio Coello. Los horarios del colegio eran más livianos que los actuales y los tránsitos entre la casa y el cole eran muy pausados y presididos por las conversaciones de madres y niñeras. 



La carga de las actividades religiosas era desproporcionada con respecto a la formación general. Pero, en tanto que era severa y persistente advertido acerca de las terribles consecuencias derivadas de los pecados asociados al sexto mandamiento, comencé a estrenarme como voyeur al observar las estrategias de galanteo y aproximación de un conjunto variado de pretendientes a mis niñeras. Mis primeras masturbaciones se fundaron en este excitante material visual, en el que las posiciones sucesivas de los cuerpos constituían verdaderos repertorios del arte de la aproximación, siempre acompañados de conversaciones convertidas en un ingenio encomiable.


La vida transcurría entre las idas y venidas al cole y a la calle y el tiempo de la casa. Mi madre siempre se encontraba presente en todos los momentos, administrando generosamente sus afectos en todas las horas. Mi padre  también se encontraba siempre en la casa. Sus negocios habían entrado en declive y se había retirado a su confortable cueva a reparar sus heridas. A pesar de no tener información, el malestar por el fracaso de sus actividades lucrativas  era perceptible para los niños. Mi padre adoptó un comportamiento fatalista renunciando a obtener ingresos o renunciar a la vida familiar confortable. Así, la contabilidad familiar solo registraba salidas en el camino fatal hacia su inevitable extinción, que coincidió con su muerte años después.


Los largos veraneos, así como los viajes a Bilbao y Valencia para visitar a las familias quedaron registrados en mi memoria como agradables tiempos de excepción. Entre ellos un verano en Arenas de San Pedro, en la sierra de Gredos u varias estancias familiares en un Balneario de esa época en Alhama de Aragón, en donde todos tomábamos los baños en un selecto ambiente victoriano “a la española”. Muchos años después volví con Carmen a este balneario, que había experimentado una brusca decadencia, siendo ocupado por los contingentes del INSERSO en una de las actividades del mejor estado del bienestar de los años ochenta y noventa.

La primera comunión fue el episodio biográfico estructurante que me configuró como ser social apto para la carrera escolar de la sociedad de este tiempo. Cuando tenía diez años, mi padre regresa a Bilbao, a la casa familiar de mis tías, en la calle Luchana 1. Estos son años entrañables por los afectos de la familia de mi padre. La experiencia escolar fue en el colegio Santiago Apóstol, de los hermanos de Lasalle. Este fue el mejor tiempo de apoyo familiar, afectos, primeros amores y éxitos deportivos. En tanto que la vida familiar transcurre feliz, la contabilidad se aproxima a la fatalidad que representa la cifra cero y la imposibilidad en aquella economía de los números rojos. Mi padre había decidido un suicidio económico. 

La infancia feliz concluye la muerte de mi padre y el retorno a Madrid. Entonces comienza mi reversión biográfica y la reversión social. Se inaugura un largo tiempo de desincronización social, en el que mis trayectorias van a ser divergentes con las trayectorias colectivas registradas en mi entorno. Este es uno de los factores más singulares de mi identidad personal. La siguiente imagen en una boda con dieciseis años, representa la frontera biográfica en la que comienza mi desclasamiento y terremoto biográfico.  Seguirá.

domingo, 2 de abril de 2017

MEMORIAS DE LA CÁRCEL. EL ARTE DE SILBAR EN CAUTIVIDAD



En diciembre de 1970 se tuvo lugar el célebre proceso de Burgos contra varios activistas de ETA de esta época, a los que se pedía la pena de muerte. El tribunal militar extraordinario, que exhibía impúdicamente un variado repertorio de  métodos chusqueros que manifestaban su desprecio a las formas jurídicas convencionales, suscitó múltiples protestas internacionales. Las movilizaciones en España alcanzaron una intensidad sin precedentes. La situación política era explosiva y la tensión se hacía patente. Ante la escalada de protestas el régimen decretó el estado de excepción durante seis meses. Esto significaba que la policía podía retener a los detenidos más allá de los tres días preceptivos antes de ser puestos a disposición del juez. 

En los días siguientes a la proclamación del estado de excepción  fui detenido en una manifestación callejera en Madrid. Estuve veintiocho días en los calabozos de la Dirección General de Seguridad. Después fui conducido a la prisión de Carabanchel, donde permanecí hasta mediados de mayo, fecha en que salí para asistir a la boda de mi hermana, con el compromiso entre mi madre y la policía de abandonar Madrid, residiendo en custodia de un familiar en otra provincia. Así fui a Sevilla a casa de unos tíos. En total estuve seis meses privado de libertad sin pasar por ninguna autoridad judicial. De este modo pude vivir una situación de excepcionalidad doble: la normalidad excepcional propia del franquismo fue reforzada por una intensificación de las dosis de la misma.

Los veintiocho días de estancia en el calabozo completamente aislado, fueron muy importantes para mí. No me quedó otra opción que desarrollar mecanismos psicológicos de autodefensa, ampliar el umbral de mi resistencia a la adversidad y consolidarme en el arte de la meditación. También reforcé mis creencias y convicciones  hasta llegar al límite del misticismo, haciendo de mi ideología una rigurosa religión civil que me reafirmaba interiormente cada día. De este modo pude soportar la situación de fatalidad en que me encontraba  y salir airoso de este trance sin ceder ante la policía, que no pudo obtener una declaración sobre la que fuera factible conducirme ante el juez del Tribunal de Orden Público. Pero lo más primordial de esta vivencia fue el aprender a desenvolverme en relaciones en las que mi posición es desproporcionadamente inferior frente a un interlocutor en situación de superioridad. Saber gestionar mi insignificancia frente a a los poderes es una cuestión fundamental en mi vida, en todos los tiempos y hasta hoy mismo.

En los largos días de calabozo estuve totalmente aislado. Solo podía hablar con los policías vigilantes en el sótano,  además de la conversación forzada con mis interrogadores. Los ritmos discontinuos de los interrogatorios, en tanto que era tiempo de Navidad, me hicieron perder la orientación temporal.  Las referencias acerca del tiempo que llevaba allí se fueron desvaneciendo. La contribución de la privación visual fue determinante, en tanto que estuve privado de la luz del día, puesto que solo accedía a ella cuando me interrogaban en las horas de luz. Pero los policías eran sujetos noctámbulos y la mayoría de los interrogatorios fueron nocturnos. Mi vista fue castigada por las penumbras de las luces lúgubres permanentes de la celda, las luces de neón y los extraños efectos de las sombras en los pasillos que conducían desde el calabozo a las distintas salas de interrogatorio por las que desfilé, así como los juegos de luces de algunos interrogatorios, que alternaban las de los techos con las bajas de las mesas, acompañadas en alguna ocasión por la luminosidad exterior que se filtraba por las ventanas.

Pero el estado de confinamiento, como señalé en el anterior post de memorias carcelarias, privilegia el canal auditivo, que con el tiempo adquiere una preponderancia que no tiene parangón en la vida ordinaria. Así los sonidos de fondo en la celda –los cerrojos, las voces de los policías de guardia, los pasos cuando traían o llevaban a otros a interrogar, los cambios de guardia, las llamadas de otros detenidos para pedir salir a hacer sus necesidades, los metálicos de los carros en el reparto de las tres comidas, los conflictos que suscitaban voces fuertes de los guardianes y otros-. La celda era un universo auditivo, en el que la comunicación con el exterior se realizaba principalmente mediante este canal. 

En un medio así la única forma posible de resistencia y de comunicación entre los confinados era aprovechar algún momento en el que fuera posible silbar canciones cargadas de sentido compartidas por los otros. En tanto tiempo aprendí a seleccionar los momentos en los que se hacía posible hacerlo durante uno o dos minutos, en tiempos en los que los guardias estaban ocupados en otros menesteres o se producían interferencias por otros ruidos derivados de situaciones de excepción o de cambio en las actividades del ciclo diario. En estos momentos - liberados de la lógica de los silencios, los cerrojos, los pasos de los tránsitos o las voces de los guardianes-  las músicas silbadas eran un medio formidable de liberación personal y estímulo hacia los demás. Silbar era la única forma de resistir posible y proporcionaba un chute de energía extraordinario, regenerando la convicción personal frente a los guardianes. El número uno de las músicas silbadas era el “Ay Carmela”, junto a otras en las que mi preferencia era el “Bella ciao”. Ahora mismo lo estoy canturreteando aquí frente al ordenador.

También hablar entre celdas próximas enviando mensajes orales cortos para aliviar el encierro y apoyar a los encerrados.  En los tránsitos desde la celda, era posible mirar a a las ventanillas de los demás confinados. Así se hacía factible la  emisión de un gesto breve, pero muy importante para erosionar el orden del encierro. Durante la mayor parte de los días pude comunicarme varias veces con un dirigente de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) que se encontraba en la celda de enfrente. A él le presionaba mucho más la policía que a mí, y los interrogatorios eran más frecuentes y duraderos. Ambos acabamos en la prisión donde pudimos comentar los avatares.

Los interrogatorios míos los coordinó el célebre González Pacheco, Billy el Niño. En esta ocasión no me pegaron. Solo uno de los policías secundarios, un hombre mayor de aspecto desaliñado, me dio varias bofetadas irritado por mis respuestas. Los policías eran, en general, torpes, simples y agresivos. Algunos se ubicaban en la frontera del arquetipo del psicóparta. Billy el Niño se presentaba siempre vestido con elegancia y trataba de transmitir una imagen de policía profesional. En este tiempo yo era un dirigente estudiantil reconocido y había participado en campañas que habían propiciado encuentros con líderes de la oposición. Me había reunido con Areilza, Ruiz Giménez, Tierno Galván y otros. Mi primer abogado fue Gregorio Peces Barba y en la facultad tenía una relación abierta con profesores prestigiosos y autoridades académicas, tales como Raúl Morodo o Carlos Ollero. Este capital político me protegió, en contraste con otros compañeros que fueron golpeados sin piedad. Mi estatuto privilegiado era patente.

En este tiempo, uno de los métodos de acción era lo que llamábamos los comandos. Estos eran convocatorias clandestinas que afectaban a cien o doscientas personas, que se congregaban a una hora convenida en un lugar estratégico con un impacto visual en Madrid, para hacer “un salto”, que era una manifestación que interrumpía el tráfico. La la que la policía tardaba como mínimo diez minutos en llegar. El coste beneficio de estas acciones era muy considerable. Pero los meses anteriores a mi detención, la policía estaba presente en las convocatorias. Era una señal inequívoca de que habían logrado infiltrar un confidente. Pues bien, este era un joven agente que se había introducido en la célula de Ciencias Políticas, de la que yo era el responsable. No se atrevió a entrar en los interrogatorios, pero a los pocos días lo vi observando tras una puerta. Pude avisar a varios de los detenidos y el mensaje llegó al exterior, quedando neutralizado.

En el mes de septiembre de este año comencé el servicio militar en el Centro de Instrucción de Reclutas de Colmenar Viejo. Allí formamos en la décima compañía una célula muy activa del partido comunista. Nuestras actividades abiertas suscitaron la preocupación de los oficiales. El capitán nos convocó en su despacho a un destacado activista y a mí. Ël estaba sentado tras su mesa y nosotros firmes de pie. Nos advirtió acerca de nuestra actividad y nos amenazó con sus consecuencias. Cuando estaba hablando me desplomé encima de su mesa. Mi compañero se asustó, en tanto que pensó que me abalanzaba sobre el capitán. Este desmayo suscitó una visita al médico que me diagnosticó tensión baja. Tras dos meses en Colmenar mi familia consiguió que me hicieran un examen médico en el hospital militar Gómez Ulla, pues tenía un ojo vago. Tras varias pruebas, dictaminaron mi “inutilidad para el servicio”. 

Nada más salir del campamento me incorporé al partido en Madrid y tan solo en quince días fui detenido. Mi tensión baja favoreció que me desmayara de nuevo en uno de los interrogatorios. Esta incidencia suscitó una paradoja insólita. La policía política me envió a un médico que me asistió con la finalidad de restablecer las condiciones que permitieran ser interrogado. No olvidaré nunca la visita de este profesional, que me asistió en mi celda primero y después me examinó dos veces en un despacho. En la consulta manifestó un desprecio a mi persona superlativo, además de un odio difícil de ocultar. Su trabajo consistió en ponerme en condiciones de ser interrogado. Me dieron unas pastillas y reforzaron las raciones del sórdido menú. Esta herida simbólica con el médico siempre ha quedado grabada en mi interior, siendo activada en distintas ocasiones cuando presencio un episodio de medicina basada en la indiferencia y la hostilidad.

Con posterioridad, supe que la policía interrogó a mi hermana, que era una adicta incondicional al régimen. También de las gestiones de mi animosa madre, opuesta a mis ideas, que peleó con los policías para hacerme llegar ropa limpia y alguna vianda navideña. Con el paso de los días mi aspecto era deplorable. La suciedad era inevitable, pero formaba parte del guion, en tanto que se trataba de debilitarme psicológicamente para obtener una declaración. En ese proceso, la humillación se presentaba en un repertorio variado de formas. Se esperaba que la estimulación negativa del tacto y el olfato actuaran como factores de erosión psicológica. Por eso nunca me llegó nada, a pesar de que mi madre insistía, en tanto que no se sabía cuánto tiempo iba a durar esta situación.

Con el paso de los días la suspensión del tiempo tuvo unos efectos contrarios a los esperados por la policía política. Los humanos somos capaces de desarrollar mecanismos de adaptación hasta un nivel inimaginable. Una vez pasadas las dos primeras semanas me encontraba mucho mejor que al principio. En las largas horas de soledad había generado una meditación que me aproximaba a un estado de misticismo. Me sentía orgulloso de haberme pasado al lado de los vencidos y de la república. También era consciente de mi condición de privilegiado, que contrastaba con otros detenidos que pasaban por el pasillo reventados por golpes. Cada vez que subía a interrogatorio maximizaba mi sentimiento de rechazo a los policías, tanto por sus métodos como por lo que representaban. Eran los mismos que habían asesinado a Enrique Ruano o habían tirado por la ventana a Julián Grimau unos años antes.

La situación de bloqueo de los interrogatorios y la llegada de muchos detenidos, ya en enero, determinó la renuncia de los interrogadores y mi traslado a la prisión sin declaración. Tantas horas con ellos me han legado una sensibilidad especial respecto a sus arquetipos personales. Por eso me movilizo interiormente cuando contemplo los sucedáneos de interrogatorio imperantes en en los platós de la tele. Eduardo Inda y su estilo convencional es el más representativo, pero si tuviera que hacer un retrato robot del estilo y la mente del interrogador de la brigada social,  saldría Antonio Jiménez, de 13 TV. Así eran, exactamente como él: frases cortas y contundentes; gestos de rabia cuando contestaba; interrupciones bruscas; risas sarcásticas tras las que se manifestaba la descalificación y la condena.

Cuando fui conducido al furgón que me trasladó a la cárcel de Carabanchel tuve un sentimiento de alivio, a pesar de la sordidez de los cacheos y la indiferencia de los guardianes del viaje. Tras los tres días preceptivos de aislamiento llegué a la sexta galería, donde habitaba un amplísimo colectivo de presos políticos, que vivían en unas condiciones muy diferentes que cuando estuve en ella dos años antes. Me recibieron muy afectuosamente. Era el primero que llegaba tras veintiocho días por el estado de excepción y sin declaración. Pude ducharme, ponerme ropa limpia, conversar con otros e ir recuperando mis sentidos. 

La experiencia corporal más importante fue tomar mi primer café tras un mes de abstinencia. En ella redescubrí las fantásticas propiedades estimulantes del mismo. Fue un verdadero colocón que ratificaba mi adicción. En la cárcel no daban café, pero uno de los presos -Joseba Elósegui - que fue el que se prendió fuego y se arrojó sobre Franco en un frontón en San Sebastián, y que después fue senador por el PNV- hacía buen café en su celda. Esa taza fue el comienzo de mi recuperación sensorial.

Tras varios meses en la prisión, salí y me trasladé a Sevilla. Era el mes de mayo de 1971. La llegada a la ciudad representó una revolución sensorial. Todos mis sentidos se abrieron a este paraíso primaveral. Pasé en dos días de pasear por el patio de la prisión, cuyo único horizonte eran los muros, al parque de Maria Luisa, lugar fantástico donde concurre la naturaleza y la civilización, esto antes de la explosión del turismo de masas. La vista y el oído fueron complementados por la explosión del olfato y el tacto. Nunca olvidaré esas sensaciones corporales, estimuladas por el brutal contraste con respecto a las mazmorras de los últimos meses. Muchos años después terminé en el sur donde he disfrutado de muchas primaveras, en las que revivo imaginariamente  la del año 71. También cuando veo a Fernández Díaz y otros ministros del Interior y afines, no puedo evitar silbar las viejas cancioncillas de mi navidad del año setenta. También cuando veo un programa informativo en la tele, me sale de dentro el bella ciao. Sin embargo, cuando paseo con mi perra y con todos los perros que he tenido, nunca les sibo. Misterios del arte de silbar.