Fue en el
año 2007 cuando una alumna madrileña, que ese año se encontraba en Granada en
un programa de movilidad académica, me regaló una copia del video. Lo vimos en
la clase y en los años siguientes fue un clásico de la clase de Sociología de
Los Movimientos Sociales. En las sesiones en las que se proyectaba, para ser
discutido después, se manifestaba una respuesta muy acorde con la naturaleza de
la precarización y la precariedad. Por un lado suscitaba adhesión por parte de
algunas personas. Pero simultáneamente se podía percibir una sensación de
inquietud en muchos de los estudiantes presentes.
Porque la
precariedad era percibida como una amenaza, pero aliviada por la esperanza de que
se tratase de un fenómeno transitorio, o, en el caso contrario, pudiera permitir
liberaciones individuales de la misma. Así, cada cual, podía albergar el sueño
de que no sería afectado por la precarización, salvaguardando su trayectoria
individual del impacto de tan infortunada realidad. Esta posición proyectiva no
es casual. Como sociólogo entiendo que las representaciones sociales de una
colectividad se encuentran determinadas por el pasado. La movilidad social
ascendente de grandes sectores de la sociedad española en el último tercio del
siglo XX ha quedado grabada en el imaginario colectivo. Las actuaciones de la
gente se encuentran presididas por estas ideas procedentes de ese tiempo. Pero
la sociedad ha cambiado, la movilidad
ascendente se ha detenido y las ideas que sustentan los proyectos de las
personas en la nueva realidad han quedado caducadas.
Ahora la
gran precarización se inscribe en los procesos de cambio económico, político y
social que caracterizan a la emergencia de la nueva sociedad neoliberal, siempre
en tránsito hacia sus formas más avanzadas. La precariedad es un elemento central de su proyecto y las
arquitecturas del modelo de sociedad propuesto, que deviene en una condición
imprescindible para la totalidad social.
Con el paso de los años, la precarización se ha intensificado, en tanto
que ha cristalizado una aceptación resignada generalizada. El precepto
enunciado por quienes pilotan el proceso de transformación neoliberal,
consistente en que “es mejor un trabajo precario que el desempleo”, ha sido
aceptado fatalmente por grandes contingentes de jóvenes, que ensayan distintas
formas de fuga por el espacio-mundo en búsqueda de una salida individual.
Tengo
escrito un post acerca del silencio precario que publicaré en los próximos
días. Como prólogo presento este video que me parece magnífico. Tiene la
propiedad de no envejecer con el paso de los años. Pero su punto fuerte estriba
en la definición de la precariedad, que se encuentra en un espacio que
trasciende lo laboral para asentarse en la totalidad de la vida. El sólido
vínculo entre esta y el género, es tratado pertinentemente. Algunos
fragmentos son muy brillantes. El caso
del tratamiento del transporte, del tiempo muerto en la vida, es muy elocuente.
El video
tiene un alto valor para mi propia evolución, en tanto que me abre una
perspectiva que he completado mediante la lectura de algunas de las autoras. En
particular me fascina la solidez de Marta Malo de Molina entre otras autoras. Una
buena versión se puede encontrar en https://vimeo.com/3766139 En Youtube solo he encontrado esta versión
subtitulada en inglés. Su visión suscita en mí nostalgias de las mejores horas
que he pasado en las aulas. Gracias a las autoras. Me vendría muy bien
compartir esas nostalgias con quien quiera comentar.
Qué bonito, Juan. Me han encantado las luces y los ruidos, y la música silbada. La evocación de la primavera, claro. Y a Inda como Billy El Niño. Y que no silbes a tu perro.
ResponderEliminarEl proceso de Burgos, mi primera huelga. Tenía catorce años, nos llevaba en un Simca mi aita al colegio y los huelguistas debíamos reunirnos en el exterior de la Tabacalera, en el camino al colegio. Que cediera a mi exigencia de parar el coche para que yo descendiera fue su proeza. Y mi orgullo, de caminar hacia los otros huelguistas en silencio, aunque habían visto que aquel tipo de la boina dejaba a su hijo allí, a pesar del temor a las fieras. Joseba Elosegi era parte de nuestro paisaje urbano y sentimental.
Recuerdo que años más tarde ya no silbabas en las celdas, cantabas con letra y tó.
Un abrazo. Que la primavera nos lleve a un buen sitio.