Al principio
de la década de los noventa, un sólido y acreditado periodista local, Alejandro
Víctor García, escribió un artículo sobre la universidad en uno de los números
monográficos que hacen balance del año en un periódico de Granada. El titular
de su texto era este “La universidad: La quietud absolutista”. Me pareció una
síntesis perfecta de lo que ocurría en tan venerable institución, tanto en esos
como en todos los tiempos, con la excepción de los últimos años del franquismo,
en los que afectó y fue afectada por las energías al cambio político.
Inmediatamente después de la transición, la universidad volvió a su estado de
distanciamiento y confortable encierro.
La quietud
es una propiedad de las grandes organizaciones que conservan su estructura en
los tiempos en los que se suceden transformaciones en su entorno. Esta es la
forma óptima de blindarse ante el cambio para minimizar sus efectos sobre su
interior. Se trata de una situación de movilidad restringida por la energía
retenida, que indica la existencia de unas élites capaces de ejercer
eficazmente el control interno. En el orden organizacional de la quietud se
disipa cualquier posibilidad de que se pueda producir un acontecimiento no
previsto. Cualquier evento espontáneo es neutralizado y reconducido a la
secuencia programada de lo instituido. La excepción se encuentra en un estado
de imposibilidad, en el que en el caso de que se produzca, es reducida al
estado amorfo que define el orden de la quietud.
El estado de
calma anestesiada asociado a la quietud, determina inevitablemente un
absolutismo que privilegia a un conjunto de castas académicas que comparten el
gobierno de la institución mediante un equilibrio de los intereses de los
feudos académicos que la conforman, resultantes de la matriz disciplinar. Las
instancias directivas de las universidades representan los sucesivos
compromisos entre los feudos disciplinares. Las tensiones y los conflictos
entre los mismos se resuelven en el espacio privado-íntimo ajeno a las miradas
de los distintos sectores que conforman las pirámides de cada feudo académico.
Así se constituye una extraña democracia censitaria, que se instala en los
claustros y en todos los órganos de gobierno. De esta situación resulta un
absolutismo dotado de una eficacia incuestionable, que consigue desposeer a los
distintos sectores medios e inferiores de las pirámides, rigurosamente estratificadas, que conforman los feudos
disciplinares.
Las reformas
neoliberales tan intensas de los últimos años no han conseguido romper esta
dinámica. Por el contrario, las élites académicas tradicionales han controlado
los nuevos mecanismos institucionales, en concertación con la institución central
de la gestión, que desempeña un papel primordial de enlace con las distintas
esferas productivas. La institución
gestión se presenta asociada a un conjunto creciente de agencias que
representan a lo transversal en los procesos de constitución de una sociedad
neoliberal avanzada. Así, las reformas
reconstituyen una densa trama de feudos académicos disciplinares, agencias,
empresas y proyectos, que constituyen una red de vínculos sobre el espacio de
sombra desde el que se gobierna la universidad.
Pero la
quietud implica principalmente la cristalización de un confín sólido que separa
la institución de su entorno exterior. La línea de demarcación de lo interno y lo
externo es férrea. Los últimos años, en los que se producen turbulencias de
distinta naturaleza e intensidad en la sociedad, estas no consiguen superar la
frontera universitaria, que los procesa para acomodarlos en el orden de la
quietud. La cotidianeidad académica se libera de los terremotos y convulsiones
sociales. La universidad vive orientada a su interior, regida por un tiempo
lento y una energía débil. Ni siquiera su propia reconversión neoliberal
suscita tensiones. La estratificación creciente de los profesores, que favorece
la desposesión de las categorías más vulnerables sometidas a los imperativos de
la carrera profesional sin fin, es aceptada de facto como un hecho natural.
La vida
institucional transcurre según el guion establecido de una fábrica de clases,
prácticas, evaluaciones e investigaciones regidas por el principio del mérito
acreditado. Nada ocurre en el interior de esta extraña factoría gobernada por
los acreditadores. Los ciclos temporales se suceden para sustentar la
organización de la lista de espera para el acceso al trabajo cognitivo que
sustenta la producción inmaterial. La masa de aspirantes se acumula en los
últimos ciclos y en las pasarelas entre estos, en la perspectiva de la
movilidad inmediata para mejorar el expediente individual sobre el que se sustenta
la selección.
La quietud
se define como un estado de inmersión con respecto a lo político, lo social y
lo cultural. Pero este es drásticamente selectivo. Por un lado se intensifican
los intercambios con los sectores productivos correspondientes a las distintas
disciplinas. Estas ponen a su disposición sus recursos de conocimiento e
investigación, así como una verdadera fuerza laboral barata resultante de la
becarización del trabajo. La proliferación de distintas formas de contratación
deviene en un arte contemporáneo que constituye el soporte del modelo
neoliberal. Estos intercambios desiguales se fundan sobre la ilusión de la
carrera profesional, interiorizada por las nuevas cohortes de estudiantes
socializadas en torno a la idea mitológica del proyecto profesional-personal y
la subsiguiente carrera laboral.
La frontera viva
entre la universidad y el entorno, derivada de los intercambios productivos, se
reconvierte en un muro infranqueable en lo que se refiere a lo político, lo
social y lo cultural. Lo que ocurre en el lejano más allá exterior es
neutralizado y confiscado en la aduana de acceso al espacio universitario. Así,
las aulas, los departamentos, los grupos
de investigación y los órganos de representación, son liberados de lo
político y lo social, resultando un espacio institucional convertido en un
limbo. Los temas sociales y políticos son desactivados al ser entendidos como
asociados a las ideologías estructurantes en declive. Así son exiliados del
espacio institucional, en el que se configura un eficaz contrato que los
excluye totalmente. Cualquier persona que vulnere este contrato se encuentra
sin respuesta ante el muro de silencio.
Pero lo
político, social y cultural no es excluido totalmente. Tan solo es ubicado en
los centros fuera de los horarios docentes. Así se conforma un espacio en el
que proliferan conferencias, presentaciones de libros y otras clases de actos,
que congregan a los adeptos de los distintos convocantes. Estas programaciones
implican la movilización de públicos minoritarios a favor de distintos
problemas y causas. Pero su dinámica no afecta a la institución rigurosa e
intencionalmente desconectada de su entorno. El orden de la quietud se
fundamenta sobre la exclusión de los temas controvertidos en el espacio público
institucional. Así se construye el mito aceptado de que la universidad es la
sede del pensamiento, de la libertad y la pluralidad. La verdadera pluralidad es la de los intereses
de los feudos, que se sobrepone a las ideas.
En mis
primeros años como profesor universitario, un amigo que no había tenido la
posibilidad de estudiar me consultó sobre su reincorporación a las aulas. Tenía
cuarenta años y había desarrollado una carrera exitosa en el campo de las
ventas que le había reportado una buena posición personal. Tenía asumido totalmente
el mito universitario de la libertad y el pluralismo. En nuestras
conversaciones mostraba su ingenuidad. Me decía que quería participar de las
discusiones e intercambio en las aulas. A pesar de mis advertencias se
matriculó en primero de derecho. En un trimestre terminó en estado de
depresión, en tanto que no era capaz de metabolizar su experiencia. Le
afectaron particularmente los métodos docentes, la ausencia de cualquier
conversación, la segmentación severa del aula formada por grupos cerrados de
amistad y robinsones, y, sobre todo, el distanciamiento cósmico de la realidad.
Durante los meses siguientes a su abandono, cuando nos encontrábamos, repetía
invariablemente esta frase “Lo que hacéis es dictar”.
Me gusta
mirar la salida de los estudiantes abandonando el orden de la quietud en
transición hacia la vida. Las redes sociales arden tras cada jornada de clases.
Se trata de un momento en el que se produce un cambio brusco de energía tras la
evacuación del espacio neutro que se define por su baja intensidad. En este
momento me viene a la cabeza la controversia de la modernidad y la
postmodernidad. Termino por volver al dilema
del libro de Baudrillard “La agonía del poder”. En mi tránsito hacia el exterior de la
institución, esta controversia interna me ayuda a liberarme de la quietud que
me atenaza tras varias horas en estado de baja intensidad.
Gracias Juan, te contamos el preacuerdo pactado, ¿qué te parece? ¿qué podemos hacer?
ResponderEliminarGracias.
https://encierrougr.wordpress.com/2017/03/17/preacuerdo-con-el-equipo-de-gobierno-de-la-universidad-de-granada/
Encerrad@sUGR
Gracias por aportar vuestro preacuerdo. Me parece muy avanzado en relación a las posiciones y subjetividades que predominan en el estudiantado. Si os parece publico el texto en el blog mañana con un comentario personal por si alguien quiere comentar.
ResponderEliminarNo estoy dentro de la situación y me es difícil entrar a proponer algo concreto. Me parece importante que la institución acepte este preacuerdo. Pero pienso que ninguna reforma efectiva se puede introducir en una programación tan saturada de asignaturas y fragmentada. El estudiante que habita este sistema no puede recuperar el conocimiento, organizarlo y acomodarlo en estas condiciones. La cuestión de la ratio profesor/alumnos es un prerequisito para otros cambios. La actual programación hace casi imposible la cooperación y la mejora de las relaciones en el aula.
Lo dicho, mañana lo saco aquí si no me decís lo contrario.
Un saludo muy afectuoso y reconocido a todas las personas encerradas.