Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 29 de marzo de 2017

PRECARIAS A LA DERIVA



Fue en el año 2007 cuando una alumna madrileña, que ese año se encontraba en Granada en un programa de movilidad académica, me regaló una copia del video. Lo vimos en la clase y en los años siguientes fue un clásico de la clase de Sociología de Los Movimientos Sociales. En las sesiones en las que se proyectaba, para ser discutido después, se manifestaba una respuesta muy acorde con la naturaleza de la precarización y la precariedad. Por un lado suscitaba adhesión por parte de algunas personas. Pero simultáneamente se podía percibir una sensación de inquietud en muchos de los estudiantes presentes. 

Porque la precariedad era percibida como una amenaza, pero aliviada por la esperanza de que se tratase de un fenómeno transitorio, o, en el caso contrario, pudiera permitir liberaciones individuales de la misma. Así, cada cual, podía albergar el sueño de que no sería afectado por la precarización, salvaguardando su trayectoria individual del impacto de tan infortunada realidad. Esta posición proyectiva no es casual. Como sociólogo entiendo que las representaciones sociales de una colectividad se encuentran determinadas por el pasado. La movilidad social ascendente de grandes sectores de la sociedad española en el último tercio del siglo XX ha quedado grabada en el imaginario colectivo. Las actuaciones de la gente se encuentran presididas por estas ideas procedentes de ese tiempo. Pero la sociedad ha cambiado,  la movilidad ascendente se ha detenido y las ideas que sustentan los proyectos de las personas en la nueva realidad han quedado caducadas.

Ahora la gran precarización se inscribe en los procesos de cambio económico, político y social que caracterizan a la emergencia de la nueva sociedad neoliberal, siempre en tránsito hacia sus formas más avanzadas. La precariedad  es un elemento central de su proyecto y las arquitecturas del modelo de sociedad propuesto, que deviene en una condición imprescindible para la totalidad social.  Con el paso de los años, la precarización se ha intensificado, en tanto que ha cristalizado una aceptación resignada generalizada. El precepto enunciado por quienes pilotan el proceso de transformación neoliberal, consistente en que “es mejor un trabajo precario que el desempleo”, ha sido aceptado fatalmente por grandes contingentes de jóvenes, que ensayan distintas formas de fuga por el espacio-mundo en búsqueda de una salida individual. 

Tengo escrito un post acerca del silencio precario que publicaré en los próximos días. Como prólogo presento este video que me parece magnífico. Tiene la propiedad de no envejecer con el paso de los años. Pero su punto fuerte estriba en la definición de la precariedad, que se encuentra en un espacio que trasciende lo laboral para asentarse en la totalidad de la vida. El sólido vínculo entre esta y el género, es tratado pertinentemente. Algunos fragmentos  son muy brillantes. El caso del tratamiento del transporte, del tiempo muerto en la vida, es muy elocuente. 

El video tiene un alto valor para mi propia evolución, en tanto que me abre una perspectiva que he completado mediante la lectura de algunas de las autoras. En particular me fascina la solidez de Marta Malo de Molina entre otras autoras. Una buena versión se puede encontrar en  https://vimeo.com/3766139  En Youtube solo he encontrado esta versión subtitulada en inglés. Su visión suscita en mí nostalgias de las mejores horas que he pasado en las aulas. Gracias a las autoras. Me vendría muy bien compartir esas nostalgias con quien quiera comentar.


jueves, 23 de marzo de 2017

LA CENA Y EL ESPÍRITU DEL LABORATORIO

                                              DERIVAS DIABÉTICAS



La cena es una práctica cotidiana que suscita distintas y contradictorias significaciones para los enfermos diabéticos. Los profesionales controladores de tan prosaica enfermedad la entienden como una ingesta de carbohidratos, proteínas, grasas y calorías que completa el ciclo diario de la nutrición, determinada por el riguroso tratamiento. Esta remite a su relación con las magnitudes que expresan el estado biológico de la enfermedad. Pero la cena no es siempre un acto mecánico, programado y racionalizado. En la vida diabética, siempre en cautividad insulínica, aparecen otras significaciones placenteras y sociales. Así, la cena puede adquirir, en ocasiones, dimensiones tan gratificantes que sustentan a una parte de las pequeñas maravillas de la vida. Así se invierten los significados nutricionales y se puede convertir en un espacio en el que lo patológico es relegado.

Pero la cena mecanizada y sometida al imperativo supremo del tratamiento se corresponde con la prescripción enunciada por los controladores profesionales. Estos obtienen su conocimiento en una situación de laboratorio. El hospital y la hospitalización es el espacio en donde el paciente es sometido a una situación experimental en la que los científicos controlan todas las variables, de modo que es posible programar “científicamente” las dosis cotidianas que conforman el tratamiento. El laboratorio es la matriz del imaginario profesional de la atención médica, el espacio que genera los supuestos y los sentidos de la atención. En él habitan los profesionales que se encuentran en la cima de la pirámide de profesiones que componen el dispositivo de los controladores de la diabetes y sus víctimas.

Pero la situación de laboratorio no es la misma que la de la vivencia de la enfermedad en un contexto abierto de libertad vigilada, en el que entre control y control, que significa inevitablemente el eterno retorno a la situación de laboratorio, en tanto que el paciente es ubicado en el mundo de las pruebas, los resultados y la supervisión subordinada al  imaginario profesional. Las consultas de revisión significan la estancia provisional en el mundo de la manufactura terapéutica, en el que la vida se detiene en un paréntesis breve, para volver a hacerse presente hasta el siguiente control. 

Pero si para el paciente la consulta de control es un momento de revivir el laboratorio, para los profesionales del dispositivo controlador ocurre justamente lo contrario. Para ellos es la vida quien puede comparecer fugazmente, aludida en una conversación generada por el resultado de alguna de las mediciones, en la que predomina el espíritu del laboratorio. Durante algún tiempo albergué la ilusión de que los médicos generalistas o las enfermeras fueran portadores de modelos asistenciales diferenciales al de los operadores de la factoría endocrinológica del tratamiento de la diabetes. La verdad es que la hegemonía endocrina  es absoluta. Estos especialistas son quienes fijan sus estándares y los modelos de atención. Los protocolos de atención a los diabéticos son escrituras endocrinas que los sistemas de información imponen sin contrapartida. 

La cena es uno de los acontecimientos de la vida cotidiana que adquiere una naturaleza fronteriza entre el mundo del laboratorio y el de la vida real. Porque la cena no puede ser entendida desde la perspectiva de sus componentes nutricionales y los cálculos del control metabólico. Se trata de una extraña ingesta de alimentos que precede a las horas de la noche, que se entiende como un tiempo muerto de reparación ubicado en el final de un día de luz, trabajo, obligaciones y prácticas de atención a la enfermedad. Este tiempo antecede al día siguiente rigurosamente inscrito en un ciclo temporal de ingestas sucesivas para controlar las glucemias y gestionar sus altibajos.

Esta perspectiva otorga a la cena una naturaleza que se puede sintetizar como ingesta nocturna. Esta se encuentra determinada por las cantidades parcas de alimentos y su composición ligera. Así, la cena es necesariamente una comida austera, cuyo contenido remite a las proporciones de las calorías diarias y otras magnitudes que detentan una preeminencia en el mundo de las significaciones del laboratorio. En el mundo de lo biológico-medido no existen excepciones. Todas las cenas son iguales, conformándose como ingestas de alimentos en un ciclo horario inmutable y recurrente. Cuando el enfermo regresa al laboratorio en la consulta de revisión, es frecuente la pregunta que alude a la hora en que se realiza esta prosaica ingesta de alimentos. Es altamente sugerente que los términos procedentes del laboratorio, tales como ingesta, no tengan sinónimos.

Pero la vida diaria es otra cosa completamente distinta. En las sociedades del presente la vida se ha escindido en dos períodos temporales contrapuestos. La estabilidad de los días laborales contrasta con el tiempo del fin de semana, que es gobernado por otras lógicas muy diferentes a la del cálculo racionalizado. Voy a decir una cosa muy impertinente para los médicos que lean este texto. Lo hago con la intención de que puedan reflexionar al respecto. Llevo casi veinte años de vida en compañía de la insulina. Pues bien, nunca, nunca me ha preguntado nadie por el fin de semana. Las preguntas en las consultas-laboratorio sobre la vida son tan rigoristas, que conforman este tiempo excepcional como un área extraña a la atención a la enfermedad. Desde hace muchos años pregunto a otros pacientes al respecto y todos compartimos la misma experiencia. El fin de semana es el largo tiempo vital que denota la separación de la atención médica y de la vida. Porque la pregunta a otro paciente en cualquier encuentro es ¿cómo te apañas el fin de semana?

El fin de semana altera los patrones horarios, las prácticas cotidianas y las relaciones sociales ordinarias de las prevalentes en los tiempos organizados por el trabajo y la obligación. La cena es un acontecimiento social, en la que concurren amistades, experiencias y emociones. En este encuentro se consumen alimentos especiales gobernados por el placer, que conforman un espacio de experimentación culinaria. Las cenas largas de los finde no son la antesala del descanso reparador de las noches ordinarias sino el comienzo de un tiempo activo que conforma el paradigma de lo nocturno, que despliega muchos posibles. Este tiempo vivo, gratificante para los cuerpos y los espíritus, se ubica en una frontera escarpada con la salud. Pero es un intervalo en la vida que no se encuentra regido por la racionalidad y el cálculo, sino por los sentidos, las sensibilidades, las pasiones y las subjetividades liberadas de racionalizaciones. Las sociabilidades que resultan del finde se asocian a climas eufóricos y celebrativos de la vida en distintos grados.

En este mundo polifónico del fin de semana se inserta la vida de los diabéticos. La incompatibilidad de los rigores del tratamiento con el ambiente social y sus requerimientos adquiere su máximo valor. La cena rutinaria deviene en múltiples cenas posibles. Las amistosas, las celebrativas, las asociadas a eventos mediáticos, las amorosas, las de exploración del gusto y otras muchas. En estas condiciones se suscita el problema de cómo puede un paciente negociar con su ambiente y los microacontecimientos que aparecen en su vida. Desde el laboratorio no hay respuesta a esta cuestión. Ni siquiera aparece en la conversación pautada en la consulta, ni en los protocolos, ni en las referencias profesionales. 

Entonces ¿debe abstenerse el paciente en el tiempo de finde y configurarse como un ser solitario asocial? ¿en el caso de integrarse en su mundo social, debe detentar un estatuto especial? ¿es posible eso? ¿la mejor solución es la creación de guetos diabéticos de los finde?  Estas preguntas, ajenas al mundo del laboratorio que entiende la cena como un acto de ingesta regido por el cálculo, ni siquiera están problematizadas en el mundo profesional. Se trata de un espacio mudo sin discursos que cada enfermo oculta. 

El estatuto de subordinación de los pacientes en el mundo del laboratorio de las consultas de revisión y los reingresos hospitalarios determina que la vida, que se presenta en estado de esplendor en las cenas especiales, sea desplazada al interior de cada cual y se conforme como un espacio vital no socializado. Termino aludiendo a una prescripción que me hicieron en el hospital, cuando estuve ingresado por cetoacidosis diabética. Me insistieron acerca de la importancia de pesar los alimentos en crudo para controlar las cantidades. Los dos primeros años de vida en cautividad insulínica lo hice. Un insigne diabético se rió mucho de mí cuando se lo confesé. Ahora me pregunto acerca de la incompatibilidad de los pesos pequeños y las cenas sociales y sus climas del fin de semana. Estas son cosas disparatadas derivadas del espíritu del laboratorio.



domingo, 19 de marzo de 2017

CARTA ABIERTA A LOS ENCERRAD@S DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA



En estos días, en los  que me encuentro ausente de las aulas por motivos de salud, se ha producido un encierro de estudiantes en la facultad de Ciencias. Solo he tenido la información de los medios de comunicación locales, que resulta tan estereotipada en lo que se refiere a la universidad que no proporciona un fundamento que haga factible una valoración. En el post que publiqué el día 15, alguno de los encerrados me envió la información del preacuerdo al que han llegado con el rectorado https://encierrougr.wordpress.com/2017/03/17/preacuerdo-con-el-equipo-de-gobierno-de-la-universidad-de-granada/  Lo he leído atentamente y le respondo a la persona que requirió mi posicionamiento.

Un encierro es una decisión de un grupo que se constituye en un actor social y toma la palabra. Se trata de un acto que rompe las simetrías establecidas en la institución. En este sentido es un acto creativo que introduce una nueva definición o problematización, contribuyendo a ampliar el campo perceptivo e intelectivo de la universidad. Así transforma el espacio sobre el que asienta, desde el que se difunde la energía social que lo constituye por el tejido de la organización, rompiendo el silencio imperante en las aulas, los departamentos y los órganos de representación. De esta forma adquiere la propiedad de un acto vivo, derivado de la inteligencia y la voluntad de los protagonistas.

De este modo un movimiento estudiantil puede generar nuevos sentidos, que introduce en las anquilosadas estructuras organizacionales. Así se constituye como un agente de cambio que compensa el déficit de innovación de la universidad del presente. En esta, la ejecución de la impetuosa y opaca reforma neoliberal en curso, se materializa mediante un continuo de  propuestas de cambio que  llegan desde el exterior. Los centros, departamentos y grupos de investigación lo asumen como incuestionable y desarrollan comportamientos adaptativos. El espacio público institucional se contrae por la magnitud de lo no cuestionable o sujeto a deliberación, que se impone sobre la realidad. En este contexto, en el que predomina una inteligencia que se agota en la aplicación de la reforma, una iniciativa como es el encierro supone una aportación de energía y un acto social de indudable importancia

Los contenidos del preacuerdo se ubican en el tiempo presente, remitiendo a cuestiones críticas centrales en la nueva sociedad emergente. Sus contenidos principales, tanto los referidos a cuestiones vinculadas a la creación, acceso y difusión del conocimiento; a las instalaciones y equipamientos, como a las de género, ponen de manifiesto el retraso de la UGR, que conserva algunos modos de funcionamiento pertenecientes a tiempos caducados. Todos los contenidos del preacuerdo apuntan a algunas tensiones latentes de la vida académica, derivadas de  la perpetuación de métodos docentes y de comunicación obsoletos. Comparto los contenidos y solo haría algunas puntualizaciones y matizaciones a aspectos específicos. 

El contenido del preacuerdo manifiesta un salto de las aspiraciones de estos estudiantes Las movilizaciones anteriores se refieren a las becas, las ayudas, los precios y otros aspectos referidos al acceso universal y a la equidad. Pero estas no afectan al funcionamiento y la reproducción de la docencia y la investigación. Así se genera un horizonte en el que aparecen reivindicaciones cualitativas que expresan un estado de expectación en algunos sectores estudiantiles. Así se hacen patentes los malestares difusos que vivimos algunos profesores y alumnos cen las aulas.

Me pregunto acerca de lo que es importante y no se encuentra presente en el preacuerdo. Se pueden identificar varias cuestiones pero me parece fundamental lo que se refiere a la identidad de los estudiantes. Estos son producidos en el contexto de la reforma neoliberal como seres hiperprogramados por un sistema que simula nuevos métodos docentes en una programación hiperfragmentada en múltiples asignaturas. La ausencia de coordinación, así como su imposibilidad en estas condiciones, suscita el problema de que el estudiante es un ser programado por un sistema que le requiere para la ejecución de múltiples tareas repetitivas y mecanizadas de baja definición. En la casi totalidad de los casos, la suma de estas actividades desborda cualquier tiempo disponible, generando una saturación altamente negativa. El sistema docente expropia al estudiante mediante una oferta imposible. Este es el principal problema de la época actual.

Si se acepta la premisa de la saturación, la fragmentación y el exceso de oferta docente se puede formular una propuesta sobre la que se reorganice la docencia. Esta es la determinación del número de horas totales de trabajo semanal de un estudiante. En mi opinión, esta no puede exceder de cuarenta horas en todos los conceptos. Este es el criterio sobre el que se tiene que reformular la planificación docente. Cuarenta horas semanales para los estudiantes de ciencias humanas y sociales implica una proporción de actividades de aula, que incluyen clases y otras actividades, que no pueden exceder la mitad de este tiempo. Así un estudiante tiene que trabajar veinte horas semanales en la biblioteca y otras actividades de estudio personal y colaborativo.

Esta es la gran verdad de la universidad actual, en los grados y los máster, en casi todas las situaciones se manifiesta el exceso del sistema que interfiere la posibilidad de un trabajo personal con sentido. Los brujos pedagógicos acompañantes de las programaciones docentes de las reformas neoliberales proponen un estudiante ejecutor de tareas continuas, en un sistema absurdo que neutraliza la posibilidad de integración de los contenidos. Por eso es pertinente preguntarse acerca del concepto que tienen de los estudiantes los ejecutores de estos sistemas. Espero en el ciclo que se abre conflictos y tensiones polarizados a la identidad de los estudiantes, que pretendan recuperar un espacio y un tiempo sobre el que desarrollar una actividad con sentido.

Las metodologías supuestamente activas y activistas que se proponen a día de hoy se hacen imposibles por la sobredimensión de los grupos, en los que la ratio profesor-alumno hace imposible cualquier método. Esta es una cuestión impertinente debido a la financiación del sistema. Pero no es factible ningún cambio de métodos sin más profesores. El milagro de la calidad neoliberal carece de cimientos que lo hagan factible. Más profesores, menos actividades de aula y más exigentes, este es el nudo de cualquier alternativa a la docencia, que cada vez se encuentra en una situación más deprimida, a pesar de ser ocultada por el espectáculo de las agencias.

Por último, es importante revisar la identidad de la universidad,  su relación con el entorno, así como los sentidos sobre los que descansa. La controvertida cuestión del capital humano vuelve al centro de la discusión. Espero que los distintos actores universitarios, a día de hoy avasallados y acobardados, tengan la capacidad de enunciar sus posiciones acerca del papel de la universidad y su relación con los entornos. La transferencia tiene que ampliar sus supuestos y sus campos de impacto.

Termino invitando a los lectores a leer el preacuerdo y a cualquier persona que quiera aquí decir, criticar, proponer, discutir, matizar u opinar, de modo que pueda producirse una conversación. También reiterar mi consideración a los encerrad@s por promover un acto creativo lleno de sentido en un medio tan asocial y apolítico. Gracias.



miércoles, 15 de marzo de 2017

LA UNIVERSIDAD Y LA QUIETUD ABSOLUTISTA



Al principio de la década de los noventa, un sólido y acreditado periodista local, Alejandro Víctor García, escribió un artículo sobre la universidad en uno de los números monográficos que hacen balance del año en un periódico de Granada. El titular de su texto era este “La universidad: La quietud absolutista”. Me pareció una síntesis perfecta de lo que ocurría en tan venerable institución, tanto en esos como en todos los tiempos, con la excepción de los últimos años del franquismo, en los que afectó y fue afectada por las energías al cambio político. Inmediatamente después de la transición, la universidad volvió a su estado de distanciamiento y confortable encierro.

La quietud es una propiedad de las grandes organizaciones que conservan su estructura en los tiempos en los que se suceden transformaciones en su entorno. Esta es la forma óptima de blindarse ante el cambio para minimizar sus efectos sobre su interior. Se trata de una situación de movilidad restringida por la energía retenida, que indica la existencia de unas élites capaces de ejercer eficazmente el control interno. En el orden organizacional de la quietud se disipa cualquier posibilidad de que se pueda producir un acontecimiento no previsto. Cualquier evento espontáneo es neutralizado y reconducido a la secuencia programada de lo instituido. La excepción se encuentra en un estado de imposibilidad, en el que en el caso de que se produzca, es reducida al estado amorfo que define el orden de la quietud.

El estado de calma anestesiada asociado a la quietud, determina inevitablemente un absolutismo que privilegia a un conjunto de castas académicas que comparten el gobierno de la institución mediante un equilibrio de los intereses de los feudos académicos que la conforman, resultantes de la matriz disciplinar. Las instancias directivas de las universidades representan los sucesivos compromisos entre los feudos disciplinares. Las tensiones y los conflictos entre los mismos se resuelven en el espacio privado-íntimo ajeno a las miradas de los distintos sectores que conforman las pirámides de cada feudo académico. Así se constituye una extraña democracia censitaria, que se instala en los claustros y en todos los órganos de gobierno. De esta situación resulta un absolutismo dotado de una eficacia incuestionable, que consigue desposeer a los distintos sectores medios e inferiores de las pirámides, rigurosamente  estratificadas, que conforman los feudos disciplinares.

Las reformas neoliberales tan intensas de los últimos años no han conseguido romper esta dinámica. Por el contrario, las élites académicas tradicionales han controlado los nuevos mecanismos institucionales, en concertación con la institución central de la gestión, que desempeña un papel primordial de enlace con las distintas esferas  productivas. La institución gestión se presenta asociada a un conjunto creciente de agencias que representan a lo transversal en los procesos de constitución de una sociedad neoliberal avanzada.  Así, las reformas reconstituyen una densa trama de feudos académicos disciplinares, agencias, empresas y proyectos, que constituyen una red de vínculos sobre el espacio de sombra desde el que se gobierna la universidad.

Pero la quietud implica principalmente la cristalización de un confín sólido que separa la institución de su entorno exterior. La línea de demarcación de lo interno y lo externo es férrea. Los últimos años, en los que se producen turbulencias de distinta naturaleza e intensidad en la sociedad, estas no consiguen superar la frontera universitaria, que los procesa para acomodarlos en el orden de la quietud. La cotidianeidad académica se libera de los terremotos y convulsiones sociales. La universidad vive orientada a su interior, regida por un tiempo lento y una energía débil. Ni siquiera su propia reconversión neoliberal suscita tensiones. La estratificación creciente de los profesores, que favorece la desposesión de las categorías más vulnerables sometidas a los imperativos de la carrera profesional sin fin, es aceptada de facto como un hecho natural. 

La vida institucional transcurre según el guion establecido de una fábrica de clases, prácticas, evaluaciones e investigaciones regidas por el principio del mérito acreditado. Nada ocurre en el interior de esta extraña factoría gobernada por los acreditadores. Los ciclos temporales se suceden para sustentar la organización de la lista de espera para el acceso al trabajo cognitivo que sustenta la producción inmaterial. La masa de aspirantes se acumula en los últimos ciclos y en las pasarelas entre estos, en la perspectiva de la movilidad inmediata para mejorar el expediente individual sobre el que se sustenta la selección. 

La quietud se define como un estado de inmersión con respecto a lo político, lo social y lo cultural. Pero este es drásticamente selectivo. Por un lado se intensifican los intercambios con los sectores productivos correspondientes a las distintas disciplinas. Estas ponen a su disposición sus recursos de conocimiento e investigación, así como una verdadera fuerza laboral barata resultante de la becarización del trabajo. La proliferación de distintas formas de contratación deviene en un arte contemporáneo que constituye el soporte del modelo neoliberal. Estos intercambios desiguales se fundan sobre la ilusión de la carrera profesional, interiorizada por las nuevas cohortes de estudiantes socializadas en torno a la idea mitológica del proyecto profesional-personal y la subsiguiente carrera laboral. 

La frontera viva entre la universidad y el entorno, derivada de los intercambios productivos, se reconvierte en un muro infranqueable en lo que se refiere a lo político, lo social y lo cultural. Lo que ocurre en el lejano más allá exterior es neutralizado y confiscado en la aduana de acceso al espacio universitario. Así, las aulas, los departamentos, los grupos  de investigación y los órganos de representación, son liberados de lo político y lo social, resultando un espacio institucional convertido en un limbo. Los temas sociales y políticos son desactivados al ser entendidos como asociados a las ideologías estructurantes en declive. Así son exiliados del espacio institucional, en el que se configura un eficaz contrato que los excluye totalmente. Cualquier persona que vulnere este contrato se encuentra sin respuesta ante el muro de silencio.

Pero lo político, social y cultural no es excluido totalmente. Tan solo es ubicado en los centros fuera de los horarios docentes. Así se conforma un espacio en el que proliferan conferencias, presentaciones de libros y otras clases de actos, que congregan a los adeptos de los distintos convocantes. Estas programaciones implican la movilización de públicos minoritarios a favor de distintos problemas y causas. Pero su dinámica no afecta a la institución rigurosa e intencionalmente desconectada de su entorno. El orden de la quietud se fundamenta sobre la exclusión de los temas controvertidos en el espacio público institucional. Así se construye el mito aceptado de que la universidad es la sede del pensamiento, de la libertad y la pluralidad. La  verdadera pluralidad es la de los intereses de los feudos, que se sobrepone a las ideas.

En mis primeros años como profesor universitario, un amigo que no había tenido la posibilidad de estudiar me consultó sobre su reincorporación a las aulas. Tenía cuarenta años y había desarrollado una carrera exitosa en el campo de las ventas que le había reportado una buena posición personal. Tenía asumido totalmente el mito universitario de la libertad y el pluralismo. En nuestras conversaciones mostraba su ingenuidad. Me decía que quería participar de las discusiones e intercambio en las aulas. A pesar de mis advertencias se matriculó en primero de derecho. En un trimestre terminó en estado de depresión, en tanto que no era capaz de metabolizar su experiencia. Le afectaron particularmente los métodos docentes, la ausencia de cualquier conversación, la segmentación severa del aula formada por grupos cerrados de amistad y robinsones, y, sobre todo, el distanciamiento cósmico de la realidad. Durante los meses siguientes a su abandono, cuando nos encontrábamos, repetía invariablemente esta frase “Lo que hacéis es dictar”.

Me gusta mirar la salida de los estudiantes abandonando el orden de la quietud en transición hacia la vida. Las redes sociales arden tras cada jornada de clases. Se trata de un momento en el que se produce un cambio brusco de energía tras la evacuación del espacio neutro que se define por su baja intensidad. En este momento me viene a la cabeza la controversia de la modernidad y la postmodernidad. Termino por volver al dilema  del libro de Baudrillard “La agonía del poder”.  En mi tránsito hacia el exterior de la institución, esta controversia interna me ayuda a liberarme de la quietud que me atenaza tras varias horas en estado de baja intensidad.