El diseño
gráfico es uno de los emblemas del cambio tecnológico en los últimos años.
Desde sus múltiples soportes se instala en todos los planos de la vida. Su
proliferación puebla toda la iconosfera, que adquiere tal densidad, que la
dimensión visual de la vida tiene una preponderancia inapelable en la vida
diaria. La multiplicación de las imágenes y las formas visuales reestructura la
totalidad del espacio público. Como viejo profesor he sido testigo de su
expansión en la educación, en la que la lectura cede ante el empuje impetuoso
de las fotografías, los videos y otras formas de efervescencia visual. Todas
las profesiones y las actividades reconvierten sus comunicaciones privilegiando
el diseño gráfico. Así se responde a las exigencias de la hegemonía de la iconosfera,
que sustenta el semiocapitalismo vigente.
Granada es
una ciudad misteriosa y paradójica, en la que tienen lugar distintos
acontecimientos que no encajan bien con algunos de los procesos sociales a los
que se asigna la etiqueta de “modernización”. En este blog se han puesto de
manifiesto distintos ejemplos. En esta villa se incuba una contramodernidad que
adquiere unas dimensiones insólitas. Lo característico de Granada es que la
resistencia a la modernización se asienta sobre varios de los sectores que
desempeñan un papel relevante en la economía local. Así se configuran las bases
sociales de una extraña economía primitiva, que se sostiene sobre actividades
que aquí he denominado como “la almadraba de los inquilinos”, o los distintos negocios
fundados en la captura de los turistas y transeúntes atraídos por su patrimonio
histórico y cultural.
Hoy voy a
aludir a un acontecimiento que puede parecer extraño a los lectores exteriores
a esta ciudad-excepción, pero en esta tierra lo inverosímil se encuentra
instalado en la vida diaria. Me refiero a lo que se puede denominar como
“inversión del diseño gráfico”. Los términos de esta reversión prodigiosa se
refieren a que cada vez más menesterosos, pedigüeños callejeros y marginales de
distintas clases, que conforman en la ciudad sumergida un verdadero
archipiélago múltiple y complejo, utilizan el diseño gráfico para presentar sus
carteles y sus comunicaciones, siguiendo los cánones impuestos por la
comunicación comercial que fundamenta la nueva iconosfera. Los carteles
cuidados también incluyen las nuevas jergas que aportan los lenguajes introducidos
por los expertos de turno que habitan en los canales de comunicación de las
sociedades postmediáticas. En una buena parte de estos textos aparece el
término de “sin recursos” y otras palabrotas que remiten a las hegemonías
expertas.
Por el
contrario, una buena parte de los negocios asociados a la restauración y el
turismo --bares, restaurantes, comercios y otros—exponen sus comunicaciones en
carteles escritos a mano, siendo además rotundamente intencionados. La
afirmación de que es una buena parte se queda corta. Así, en tanto que,
principalmente desde el sector público, se ha procedido a la restauración
arquitectónica de la ciudad histórica, implantada sobre una red de
aparcamientos subterráneos, los carteles y las estéticas de muchos de los
negocios visibilizan lo estéticamente deplorable. Se dice que Granada es una
ciudad de contrastes. Uno de ellos es justamente la coexistencia de edificios
dotados de un valor visual incuestionable, que son invadidos por los carteles
de letras descuidadas de la contramodernidad de la tiza y el rotulador de trazo
grueso.
Estoy
hablando de los alrededores de Puerta Real, de la plaza de la Mariana, de todo
el centro, de Recogidas, del Realejo y de la zona que empieza en Plaza Nueva y
sube al Albaicín. No quiero ni aludir a los bares y negocios en torno a Pedro
Antonio de Alarcón y el Camino de Ronda, en los que la contramodernidad impera
mediante la fealdad de las decoraciones de los locales y los exteriores, así
como los uniformes y los carteles. También los olores a fritanga de aceites
reciclados en el utensilio que reina en estos locales: la sartén y la freidora.
Bajo la
apariencia de la renovación urbana, comparece desde el subsuelo una de las almas
de la ciudad. Este es un prodigio que en mis fantasías atribuyo a los aparcamientos
sin fin que han horadado el subsuelo de la ciudad, liberando los malos espíritus acumulados en
las catacumbas, para hacerlos aparecer en la superficie. Así se configura una
extraña estética que se asocia a lo cutre reflotado. Lo cutre es uno de los
elementos que la modernización de la ciudad no puede ocultar. La
contramodernidad es expulsada hacia arriba desde los sótanos desplazados por
los aparcamientos. Así lo cutre reaparece en los rincones y las grietas del
conjunto visual programado por los industriosos promotores del turismo local.
El descuido
radical de la estética en muchos locales no es producto de la casualidad. Por
el contrario muestra el espíritu de una buena parte de las empresas. En estas
se asienta una buena parte de la contramodernidad granaína. Los públicos
consumidores de las mismas están de paso, son gentes vinculadas a la
universidad o al turismo. Así los locales renuevan constantemente sus clientes,
de modo que los que están sentados ahí no volverán mañana. Las calidades de
servicio son pésimas, pero el aspecto más sorprendente radica en la hostilidad
manifiesta al cliente, que remite a un pasado en el que el comercio se
encontraba relegado. Ciertamente, en los últimos años han proliferado locales
fundados en el modelo de calidad del servicio, pero su sostenibilidad es
cuestionable, en tanto que universitarios y turistas son estacionales. En el
largo y cálido verano los negocios se resienten. Aquellos que tienen públicos
locales fieles salen adelante. Los ejemplos de Bodegas Castañeda o la churrería
de Biba Rambla son elocuentes.
En estas
coordenadas se puede hacer inteligible la inversión del diseño gráfico y de lo
visual. Los distintos procesos asociados al nuevo capitalismo, configuran un
conjunto de marginaciones inéditas. Junto a la reedición de las formas
convencionales de marginación se producen varias clases de destierros del
sistema productivo fundado en el trabajo inmaterial y la carrera profesional.
Los contingentes expulsados de esta implacable selección del capital humano se
hacen presentes en el espacio. El nomadismo es su forma de resistencia y de vida.
Granada es un verdadero cruce de caminos de distintos contingentes errantes que
se asientan en sus periferias urbanas para deshacerse y rehacerse.
La
comparecencia en el espacio público de estos procesos es inevitable,
sustentando una explicación a la inversión del diseño gráfico. En los espacios
de la ciudad histórica comparecen, junto con los turistas y los estudiantes de
larga duración, los expulsados del proceso de configuración del capital humano.
Muchos de ellos son músicos, poetas o artistas dotados de una incompatibilidad
rigurosa con el prólogo educativo eterno de la carrera profesional, que implica
unas exigencias postdisciplinarias encomiables. Estos sectores exhiben en el
espacio público sus estéticas singulares, asociadas a una forma de vivir
extraña a la mirada de los integrados.
Por el
contrario, muchos de los sectores integrados en la economía del complejo del
suelo y el subsuelo, manifiestan sin pudor su espíritu prosaico asociado con la
naturaleza de sus actividades económicas. La aparición de la fealdad en el
espacio urbano es una manifestación de la estética de sus negocios. En
particular, una gran parte de las viviendas de alquiler poseen unos atributos
que las asemejan a las películas de terror. Siempre me ha llamado la atención
el hecho de que la universidad de Granada abra sus salas de lectura en las
noches de los períodos de exámenes. Así se alivian los efectos nocivos del
parque de viviendas, en el que la inversión es un término desconocido por las
redes ce propietarios.
La inversión
del diseño gráfico implica que lo cutre es una propiedad de los sectores vivos
de la economía local, en contraste con la creatividad de no pocos de los
afectados por distintas marginaciones. La forma de vivir el presente es mucho
más creativa en muchos de los expulsados de la economía local. Así, lo cutre se
presenta en muchos de los locales de ocio, en los edificios de las
urbanizaciones-fuerte que rodean la ciudad, en los centros comerciales, que
conectados con los aparcamientos subterráneos conforman el espacio público
resultante de esta extraña modernización en la que lo feo rodea y cerca sin
piedad a lo bello.
La inversión
del diseño gráfico es una pieza de la sociedad local, en la que lo cutre
prolifera y se diversifica. Carmen, con su aguda e incisiva inteligencia
cántabra, calificaba a muchos escenarios urbanos como “cutre con pretensiones".
Me parece una definición acertada. Podría poner muchos ejemplos. Junto a esta
variante de lo cutre, se pueden identificar una gama de realidades cutres
correspondientes a distintas situaciones. La más atractiva es lo que se podría
calificar como lo cutre-auténtico. Me gusta decir lo cutre-cutre. Esta variante
es coherente con las condiciones de marginación de sus oficiantes. Estos
condensas un conjunto de prácticas y significaciones que asientan sobre los
espacios urbanos que habitan.
El buen
cartel de la ciudad para muchos de los que se acercan a ella se funda
justamente en la atracción ejercida por lo cutre-auténtico. Las tabernillas
marginales y los bares de tapas cutres son lo más grande de Granada, en donde
distintos grupos ajenos a la oficialidad escenifican otra forma de vivir. La
inversión del diseño gráfico es uno de sus emblemas en un medio urbano en la
que los bárbaros dominan la economía local y la vida oficial. La barbarie
cambia de bando, en tanto que la vida creativa se refugia en distintos
escondites situados sobre la red viaria y sus modernizados aparcamientos. Granada ciudad prodigiosa.
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